31 marzo 2022

Sobre el cuco - el cuco cantaba desde la sombra invisible

Nada te pedí; ni siquiera te dije mi nombre al oído. Y cuando te despediste, me quedé silenciosa.
Yo estaba sola junto al pozo, donde caía la sombra oblicua del árbol. Las mujeres se volvían a sus casas con sus cántaros morenos de barro rebosantes, y me gritaron: «¡Vente, que va a ser mediodía!» Pero yo me retardaba lánguidamente, perdida en vanos pensamientos.
No oí tus pasos cuando venías. Cuando me miraste, tenías tristes los ojos; y con qué fatigada voz me dijiste bajo: «Ay, ¡qué sed tiene el pobre caminante!» Desperté sobresaltada de mis ensueños, y eché agua de mi cántaro en tus palmas juntas… Las hojas se rozaban sobre nuestras cabezas, el cuco cantaba desde la sombra invisible, y de la revuelta del camino venía el perfume de las flores del babla.
Cuando me preguntaste mi nombre, ¡me dio una vergüenza! Verdaderamente, ¿qué había yo hecho para merecer tu recuerdo? Pero el recordar que yo pudiera quitarte tu sed con mi agua se me ha quedado cogido al corazón, y lo envolverá para siempre de su dulzura.
Ya pasó la mañana, el pájaro canta monótono, las hojas del nima murmuran más arriba. Y yo, sentada, pienso, pienso…

Rabindranath Tagore
La luna nueva / El jardinero / Ofrenda lírica

Vendedores de periódicos, Madrid, 1870

La Ilustración española y americana, 1870, ©BNE

30 marzo 2022

Sobre el cuco - El cuco parece fuera de sí. Es difícil comprender por qué ha de seguir cantando tan incansablemente.

BOLPUR.
31 de Mayo de 1892.

Aún no son las cinco, pero la luz ha amanecido, hay una brisa deliciosa, y todos los pájaros, despiertos en el jardín, han empezado a cantar. El cuco parece fuera de sí. Es difícil comprender por qué ha de seguir cantando tan incansablemente. Seguramente no es para distraernos ni para volver loco al enamorado que muere de amor; ha de tener algún propósito personal propio. Pero, desdichadamente, ese propósito no parece realizarse nunca. Sin embargo, no se desanima y su Cu-Cu continúa, de vez en cuando, con un trino ultrafervoroso. ¿Qué puede significar?

Luego, en la distancia, hay algún otro pájaro con sólo un débil chut-chut que no tiene ni energía ni entusiasmo, como si toda esperanza se hubiera perdido; sin embargo, desde dentro de algún rincón sombreado, no puede resistir el proferir este pequeño lamento: chut-chut-chut.

¡Qué poco sabemos, en realidad, de los asuntos domésticos de estos inocentes seres alados, con sus cuellos y pechos suaves y sus plumas multicolores! ¿Pero cuál es el motivo que los hace cantar tan persistentemente?

Rabindranath Tagore
Entrevisiones de Bengala - Poemas de Kabir

Puente de los Fueros, Bilbao, 1870

La Ilustración española y americana, 1870, ©BNE

29 marzo 2022

Sobre el cuco - a voz del cuco por la noche, cosas naturales e inocentes

Hay madres que dicen: «No consigo entender qué gusto puede haber en contar a los niños historias de fantasmas; luego se asustan y de noche se ponen a gritar porque han oído el ruido de un ratón». Y quizá las mamás tengan razón. Pero hay que considerar tres cosas: primero, que los espíritus, admitiendo que existan, jamás han hecho mal a los niños; ni siquiera han hecho daño a nadie. Son los hombres los que los quieren tener miedo; los espíritus o los fantasmas, si es que existen (y hoy día prácticamente han desaparecido de la faz de la tierra), son como el viento, la lluvia, las sombras de los árboles, la voz del cuco por la noche, cosas naturales e inocentes; y probablemente están tristes por tener que estar solitos en viejas casas melancólicas y deshabitadas; probablemente, como no los ven casi nunca, tienen miedo de los hombres, y si demostrásemos un poco más de confianza, se volverían amables o se pondrían a jugar encantados; por ejemplo, al escondite.

Dino Buzzati
La famosa invasión de Sicilia por los osos

Semana Santa en Sevilla, Domingo de Ramos, 1870

La Ilustración española y americana, 1870, ©BNE

28 marzo 2022

Sobre el cuco - El cuco llama a su amada en la selva; las flores se envían el polen en alas de la brisa; las codornices se requiebran de amores al pie de los erguidos juncos

 El rocío iba desapareciendo poco a poco; ya sólo se veían algunas notas esparcidas aquí y allá; los vapores de la mañana se desvanecían y únicamente se levantaba algún que otro jirón de niebla tenue en las orillas del río.
Ligeras nubecillas se agrupaban como nevados copos, y la calma reinaba en el espacio.
Más allá de la margen opuesta se divisaba un campo de trigo, verde y todavía fresco.
Las emanaciones de las flores y de la jugosa hierba embalsamaban la atmósfera.
A lo lejos se oía cantar al cuco, y Néstor, tendido de espaldas bajo el árbol, contó los años que le quedaban de vida.
Las alondras revoloteaban por los aires por encima del prado.
Una liebre, sorprendida por la yeguada, huyó a todo escape, se agazapó luego detrás de una mata y enderezó las orejas.
Vaska se durmió con la cabeza entre las hierbas.
Las yeguas, aprovechándose de su libertad, se desparramaron en todas direcciones. Las más viejas eligieron un sitio tranquilo dónde pacer sin que nada las molestase; pero ya no pacían: se limitaban a despuntar los tallos de la mejor hierba y a comérselos con marcada satisfacción.
Toda la yeguada fue dirigiéndose insensiblemente hacia el mismo lado.
Y volvió a encontrarse otra vez la vieja Juldiba al frente de sus compañeras, sirviéndoles de guía.
La joven Muchka, que había parido por primera vez, no cesaba de relinchar, jugando con su retoño.
La joven Atlasnaia, de piel fina como el satén, jugueteaba con la hierba bajando la cabeza de manera que el tupé le cubriese los ojos y la cara.
Arrancaba tallos de hierba, echándolos hacia arriba y golpeando el suelo con el casco.
Un potrillo de los mayores había inventado un juego nuevo para él, que consistía en correr alrededor de su madre, con la cola levantada en forma de penacho, y hacia ya su vigésimasexta vuelta sin descansar. Su madre pacía tranquilamente siguiéndole con el rabillo del ojo.
Otro de los potros más pequeños, negro y de cabeza voluminosa, con el tupé erizado entre ambas orejas y con la cola inclinada hacia el sitio donde estaba su madre, seguía con mirada entontecida las carreras de su camarada, como si tratara de explicarse a qué conducían aquellos alardes de resistencia. Otros potrillos parecían espantados.
Algunos, sordos al llamamiento de sus madres, corrían en dirección opuesta a ellas, relinchando con toda la fuerza de sus jóvenes pulmones.
Otros se divertían revolcándose en la hierba.
Los más fuertes imitaban a los caballos y pacían.
Dos yeguas preñadas se alejaron moviendo con trabajo sus patas y paciendo silenciosamente. Su estado inspiraba respeto a la yeguada; nadie se hubiera atrevido a molestarles.
Si alguna de las yeguas jóvenes, más atrevida que las demás, se les acercaba, era suficiente un movimiento de cola o de oreja para llamarlas al orden y mostrarles la inconveniencia de su conducta.
Los potrillos de un año, juzgándose ya demasiado grandes para mantenerse al nivel de los más pequeños, pacían con aire serio, encorvando sus graciosos cuellos y meneando sus nacientes colas a imitación de los mayores, y se revolcaban o se rascaban el lomo como éstos, uno contra otro.
El grupo más alegre era el de las yeguas de dos a tres años.
Éstas se paseaban todas juntas como las señoritas, y se mantenían apartadas de las demás.
Se agrupaban apoyando sus cabezas en el cuello de las otras, resoplando y saltando: de pronto empezaban a dar brincos con la cola levantada y rompían al galope unas en torno a las otras.
La más hermosa y la más traviesa del grupo era una alazana.
Todas las demás imitaban sus juegos y la seguían a todas partes.
Era la que daba el tono a la reunión.
Estaba aquel día extraordinariamente alegre y dispuesta a divertirse.
Fue la que por la mañana enturbió el agua que bebía pacíficamente el caballo pío. Luego, aparentando asustarse, partió como un rayo, seguida de todo el grupo, y no fue poco el trabajo que le costó a Vaska hacerlas volver a aquella parte del prado.
Después de pastar, una vez satisfecha, se revolcó en la hierba, y, cansada de aquel juego, se dedicó tenazmente a molestar y a provocar a las yeguas viejas, corriendo por delante de ellas.
Asustó a un potrillo que estaba mamando con gran seriedad y se divirtió persiguiéndole y haciendo como si quisiera morderle. La madre, asustada, dejó de pacer. El pequeño empezó a relinchar quejumbrosamente; pero la traviesa alazana no le hizo daño, y contenta por haber distraído a sus compañeras que la miraban con interés, se alejó como si no hubiese hecho nada.
Después se le ocurrió trastornarle el juicio a un caballo gris que se veía a lo lejos, montado por un aldeano.
Se detuvo. Dirigió en torno suyo una mirada arrogante, volvió de lado su linda cabeza, se sacudió y lanzó un relincho dulce y apasionado.
Aquel relincho tenía la expresión de la ternura y de la tristeza unidas.
En él se adivinaban promesas de amor y deseos no satisfechos.
«El cuco llama a su amada en la selva; las flores se envían el polen en alas de la brisa; las codornices se requiebran de amores al pie de los erguidos juncos, y yo, que soy joven y hermosa, no he conocido aún el amor».
Esto es lo que quería decir aquel relincho que conmovió los aires y llegó hasta el caballo gris.
Éste enderezó las orejas y se detuvo.
El jinete le dio un latigazo, pero el caballo, sugestionado y conmovido por el eco de aquella voz dulce y apasionada, no se movió y respondió al relincho de la yegua.
El jinete se enojó, y fue tan terrible el golpe que dio con ambos talones en los ijares del corcel, que éste se vio forzado a interrumpir su canción y a proseguir su camino.
Pero a la joven yegua le enterneció la canción, y estuvo escuchando durante mucho tiempo el eco de la respuesta interrumpida, los pasos del caballo y las imprecaciones del jinete.
Si sólo la voz de la joven alazana hizo que el caballo gris olvidara sus deberes, ¿qué hubiera sucedido si éste hubiese visto lo hermosa que era ella, el fuego que centelleaba en sus ojos, la dilatación de sus narices y el estremecimiento de su cuerpo?

Lev Tolstói
Cuentos populares (Historia de un caballo)

 

Vendedora de arena, Barcelona

La Ilustración española y americana, 1870, ©BNE

27 marzo 2022

Sobre el cuco - Un cuco empezó a llamar en un soto, con apatía, casi inquisitivamente: el sonido se hinchó como una cúpula

La lluvia aún caía ligeramente, pero, con la elusiva premura de un ángel, ya había aparecido un arco iris. Con lánguida admiración de sí mismo, verde rosado y con un fulgor purpúreo en su borde interior, pendía suspendido sobre el campo segado, encima y delante de un bosque distante, a través del cual dejaba ver una trémula porción. Aisladas flechas de lluvia que habían perdido el ritmo, el peso y la capacidad de producir algún sonido, caían al azar, aquí y allí, bajo el sol. En el cielo lavado por la lluvia, desde detrás de una nube negra, una nube de seductora blancura se estaba liberando y brillaba con todo el esplendor de una moldura monstruosamente complicada.

«Vaya, vaya, se acabó», dijo en voz baja y emergió de debajo del nutrido grupo de álamos situado en la resbaladiza y arcillosa carretera zemskaya (rural) —¡y qué justa esta designación!— que descendía hasta una hondonada, y reunía allí todos sus surcos en un barranco apaisado, lleno hasta el borde de espeso café crème.

¡Amado mío! ¡Dibujo de tintes elíseos! Una vez, en Ordos, mi padre trepó a una colina después de una tormenta e inadvertidamente entró en la base de un arco iris —¡el más raro de los sucesos!—, encontrándose en un aire coloreado, en un juego de luces como en el paraíso. Dio un paso más y abandonó el paraíso.

El arco iris ya se estaba desvaneciendo. La lluvia había cesado del todo, hacía un calor asfixiante, un tábano de ojos satinados se posó en su manga. Un cuco empezó a llamar en un soto, con apatía, casi inquisitivamente: el sonido se hinchó como una cúpula y, nuevamente como una cúpula, incapaz de encontrar una solución. Era probable que el pobre y rechoncho pájaro hubiera volado lejos, pues todo se repitió desde el principio al estilo de un reflejo reducido (buscaba, quién sabe, un lugar para el mejor y más triste efecto). Una mariposa enorme, de vuelo plano, negra y azulada con una franja blanca, describió un arco sobrenaturalmente suave, se posó en la tierra húmeda, plegó las alas y con ello desapareció. Ésta es de la clase que de vez en cuando te trae, jadeando, un muchacho campesino, aprisionándola en su gorra con ambas manos. Ésta es de la clase que se eleva desde los lentos cascos del dócil caballito del médico, cuando éste, sosteniendo en el regazo las riendas casi superfluas, o las ata a la barra delantera, se dirige pensativamente hacia el hospital por el umbroso camino. Pero hay ocasiones en que uno se tropieza con cuatro alas blancas y negras, con reverso color de ladrillo, diseminadas como naipes por la senda del bosque: el resto lo ha devorado un pájaro desconocido.

Vladimir Nabokov
La dádiva

El Berlín de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nostálgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero también una inagotable fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero también lo es el padre de Fiodor, entomólogo errabundo. ¿Quién ignora la pasión por la entomología de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripción de una librería rusa en Berlín se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocación de Nabokov: su amor por la literatura rusa.

Catedral de la Habana

La Ilustración española y americana, 1870, ©BNE

26 marzo 2022

Sobre el cuco - Canta ahora el primer cuco del año. Antes quería que parara

Pastor. Canta ahora el primer cuco del año.
Antes quería que parara.
Cabrero. Ni aves
ni bestias hacen hoy que quiera nada,
anciano como soy, salvo morir,
y eso va contra Dios y sus designios.
Que quiera el joven. ¿Qué te trae aquí?
Nunca hasta hoy nos hemos encontrado
donde mis cabras triscan en la hierba
o saltan por las piedras.
Pastor. Busco ovejas
descarriadas, pues algo me afligió
y las dejé marchar. Pensé hacer versos,
pues el verso disipa la aflicción
y hace que la luz vuelva a ser dulce,
mas, puesto cada verso en su lugar,
el suyo abandonaron las ovejas.
Cabrero. De sobra sé lo que apartara
a tan buen pastor de su cuidado.
Pastor. Aquel que era el mejor en todo juego
y rústicas labores, y de todos
el más cortés con la vejez morosa
y la rápida juventud, ha muerto.
Cabrero. El mozo que me trae la empanada
trajo la noticia.
Pastor. Apartó el cayado
y murió en la gran guerra allende el mar.
Cabrero. A menudo tocaba el caramillo
en mis cerros, y era su soledad,
lo que sonaba, un júbilo de piedra,
en sus dedos.
Pastor. Lo supe por su madre,
y su hato pacía ante la puerta.
Cabrero. ¿Cómo aguanta su pena? No hay pastor
que no diga su nombre con ternura,
recordando favores. ¿Cómo puedo,
yo que sin cabras aún ni pastizales
nueva acogida y viejas enseñanzas
recibí ante su fuego hasta esfumarse
las frías ráfagas, sino hablar de ella
antes que sus retoños y su esposa?
Pastor. Se mueve por la casa, erguida y calma,
del arcón de la ropa a la despensa,
o bien se asoma al prado o al pastizal
y ve a sus jornaleros, cual si aún
siguiera entre los vivos su querido,
mas por su nieto ahora; nada cambia
salvo aquello que he visto por su rostro
observando los juegos de pastores
en la siega, sin su hijo.
Cabrero. Canta tú.
Yo también he rimado mis ensueños,
mas el joven ansía destacarse,
y hasta entonces no espera ni hace nada.
Mas los viejos cabreros y sus cabras,
si en todo lo demás les aventaja
el joven, son maestros de la espera.

Despacho de billetes en la estación del Mediodía, 1870

 La Ilustración española y americana, 1870, ©BNE

25 marzo 2022

Sobre el cuco - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire

 Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.

Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.

Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.

A pocos pasos jugueteaban las urracas.

Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.

En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.

Natalia era absorbente y atrevida. Entraba en el cuarto de Laura y la abrazaba y la besaba. Después salía a la terraza seguida de Troll y se marchaba por el campo cantando, y volvía al poco rato. Era turbulenta y muy difícil de vigilar. Era verano y paseaban al anochecer y algunas veces a la luz de la luna por los alrededores.

Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio

La Esfera, 1914, Ilustraciones de Echea

La Esfera, 1914, Ilustraciones de Echea
La Esfera, 1914, Ilustraciones de Echea

24 marzo 2022

Sobre el cuco - desde los árboles del bosque, llegaba el canto apagado y repetitivo del cuco

Ya se había hecho completamente de día. La luz terrible, inquisitorial, había acabado inundándolo todo, haciendo desaparecer el bosque encantado y la magia nocturna y revelando un panorama más parecido a un campo de batalla, de hierba pisoteada, botellas vacías, vasos rotos, sillas volcadas, prendas perdidas y toda clase de desagradables residuos humanos. Bajo el despiadado resplandor del sol, incluso las carpas parecían sucias y desaliñadas. Los mirlos, tordos, herrerillos, golondrinas, reyezuelos, petirrojos, estorninos y demás pájaros cantaban con fuerza, las palomas zureaban y los grajos graznaban, y, ahora más potente, desde los árboles del bosque, llegaba el canto apagado y repetitivo del cuco. No obstante, la música de baile continuaba, aunque ahora al aire libre, bajo el cielo azul y despejado, pero entre el estruendo que armaban las aves sonaba mermada e irreal. Se estaba formando una cola para el desayuno, pero gran cantidad de gente parecía incapaz de dejar de bailar, como poseídas por un éxtasis o un deseo frenético de prolongar el hechizo y postergar el sufrimiento venidero: los remordimientos, el pesar, la esperanza empañada, los sueños hechos añicos y los horribles problemas cotidianos. A Gull le habría gustado desayunar algo. La idea de unos huevos con beicon parecía de pronto de lo más atractiva, pero no le apetecía hacer cola solo, y tenía la necesidad más fuerte e inmediata de sentarse, o mejor de tumbarse. Decidió descansar un rato y volver más tarde a por algo de comer, cuando la aglomeración fuera menor. El césped profanado, cubierto de basura, estaba asimismo salpicado, aquí y allí, de personas tumbadas, en su mayoría varones, algunos profundamente dormidos. Mientras los esquivaba, Gulliver pasó, aunque sin reconocerlo, junto al chal de cachemira de Tamar, ahora convertido en un guiñapo manchado después de que alguien lo hubiera usado para reparar un desastre provocado por una botella de vino tinto. Una tenue niebla pendía sobre el Cherwell. Pasó bajo la galería y salió al bosque. El bosque se había declarado, por motivos ecológicos y de seguridad, vedado a los asistentes al baile. Sin embargo, presumiblemente desde antes de que este concluyera, los guardas con sombrero hongo se habían esfumado y entonces infinidad de parejas se habían animado a dar un paseo entre los árboles. A lo lejos, en claros verdes y brumosos, vagaban los ciervos mientras los conejos corrían impetuosos en una y otra dirección. Gulliver avanzó tambaleándose un pequeño trecho, respirando el aire de primera hora de la mañana, delicioso, fresco y cargado de olores ribereños, y disfrutando de la hierba sin pisar. Se sentó debajo de un árbol y, entonces, se quedó dormido.
 
Iris Murdoch
El libro y la hermandad

 

Joaquín Sorolla

Joaquín Sorolla

23 marzo 2022

Sobre el cuco . Se escuchaban los espantosos trinos de unos pájaros desconocidos y, desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco

Una mujer abordó de pronto a Gulliver.
Después de comerse casi todos los sándwiches de pepino, se había sentido milagrosamente mejor, todo rastro de borrachera se había esfumado al mismo tiempo que crecía dentro de él un frenético deseo de bailar. Deambuló no en busca de Tamar (se había olvidado de ella) sino de alguna chica cuya pareja se hubiera desmayado y yaciera debajo de algún seto presa de un sopor etílico. Sin embargo, las chicas, aunque estuvieran en un estado lamentable o borrachas como cubas, seguían llevando a sus parejas a remolque. El amanecer se abría paso; la tenue luz que no se había apagado del todo durante la noche volvía a ser la fuerte luz del día. Se escuchaban los espantosos trinos de unos pájaros desconocidos y, desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco. En su intento desesperado de que la noche no acabara nunca, Gull fue a parar a la carpa del grupo pop, donde, pese a que la luz comenzaba a atravesar la lona, seguía reinando la oscuridad salpicada de luces parpadeantes y el ruido. El grupo ya se había ido y era un equipo de sonido el que reproducía sus canciones. Las cabriolas, más parecidas a acrobacias que a un simple baile, habían llegado a su fase más salvaje. Una suerte de desesperación se adueñó de los jóvenes cuando olfatearon el aire matutino. Los chicos se habían librado de sus chaquetas; algunos también de sus camisas. Las chicas se habían remangado los vestidos y bajado un poco las cremalleras. Tras la formalidad previa, el nuevo «atuendo» parecía de una elegancia desenfadada. Mirándose entre sí, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas, las parejas brincaban, se agachaban, giraban, hacían muecas, meneaban los brazos, las piernas, componiendo una imagen, pensó Gulliver, más propia del Inferno de Dante que de una juventud despreocupada presa del gozo primaveral.
—¡Hola, Gull! ¡Baila conmigo! ¡Llevo bailando sola una hora por lo menos!
Era Lily Boyne.
Sus frágiles brazos lo apresaron, le rodearon la cintura, y juntos se sumergieron girando y revoloteando en el torbellino ensordecedor.
Gulliver había escuchado comentarios sobre Lily de boca de «los otros», pero ella nunca había despertado su interés, salvo, fugazmente, la vez en que oyó a alguien decir que era una cocotte.
 
Iris Murdoch
El libro y la hermandad

 

1857, grabado, El Museo universal, Alcázar de Don Pedro en Toledo

1857, grabado, El Museo universal, Alcázar de Don Pedro en Toledo

22 marzo 2022

Sobre el cuco - Un cuco cantó en el huerto

 Mientras Olive escribía sus cuentos, Violet daba clase a los pequeños en la hierba. Hacía un día cálido y luminoso. Los criados estaban terminando de recoger lo que quedaba de la fiesta. Violet se había instalado en una combada butaca de mimbre, con la cesta de labor a su lado, y zurcía calcetines, tensándolos sobre una seta de madera, que habían pintado como una falsa oronja, de color escarlata con verrugas blancas. Phyllis, Hedda y Florian se dedicaban a «estudiar la naturaleza» con una colección de flores y hojas que habían recogido. Tom, Dorothy, Griselda y Charles se habían tumbado en la hierba, medio leyendo, medio escuchando, medio conversando sin mucho entusiasmo. Se suponía que Tom estaba estudiando latín. Robin dormitaba a la sombra en su cochecito. Un cuco cantó en el huerto. Violet les dijo que escucharan.

—En junio cambió de canto —dijo. «Cu», cantó el cuco lacónicamente. Violet les habló de los cucos—: No construyen nidos. Los toman prestados. Ponen los huevos disimuladamente en los nidos de otros pájaros, entre los demás huevos. La madre cuco escoge a la madre adoptiva con mucho cuidado y aprovecha para poner los huevos cuando la madre adoptiva ha ido a por comida. Y luego esta, tal vez un mosquitero musical, o un escribano, alimenta al polluelo extraño como si fuese suyo, incluso cuando crece hasta hacerse mucho más grande que ella y cuando apenas cabe ya en el nido, él la llama pidiendo comida y ella responde…

—¿Y qué les pasa a los hijos verdaderos? —preguntó Hedda.

—Tal vez se marchen antes —respondió vagamente Violet.

—Los echa fuera del nido —dijo Dorothy—. Lo sabes muy bien. Me lo enseñó Barnet, el guarda forestal. Echa los otros huevos fuera del nido, y se rompen contra el suelo, y lo mismo hace con los polluelos. Empieza a dar vueltas y vueltas y los empuja con los hombros hasta echarlos abajo. Los he visto en el suelo. Y a pesar de todo los padres siguen alimentándolo. ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que no es su hijo?

—Es sorprendente lo mucho que ignoran los padres —repuso Violet—. Es sorprendente cuántos animales no conocen a sus verdaderos padres. Igual que el patito feo de Hans Andersen, que en realidad era un cisne. La madre naturaleza quiere que el polluelo de cuco sobreviva y vuele con los demás cucos a África. Y cuida de él.

—Pero no cuida de los mosquiteros musicales —replicó Dorothy—. Si yo fuese el mosquitero lo dejaría morir de hambre.

—No —objetó Violet—. Harías lo que es natural, que consiste en dar de comer a quien pide comida. No es tan fácil decidir quiénes son tus verdaderos hijos.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Dorothy, sentándose.

—Nada —respondió Violet desdiciéndose. Luego, casi sotto voce, le dijo a la seta donde zurcía los calcetines—. ¿Quién es la verdadera madre de un niño? ¿La que le da de comer, lo lava y llega a conocer todas sus manías, o la que lo deja en un nido ajeno para que se las arregle como pueda…?

Dorothy adivinó lo que pensaba Violet, igual que antes había adivinado lo que pensaba Philip. No era la primera vez que Violet hablaba de aquel modo. Respondió, recurriendo a la ayuda de la ciencia:

—Es solo el instinto natural. El de los cucos y el de los mosquiteros.

—Es la bondad que hay en el fondo de las cosas —objetó Violet. Apuñaló el calcetín con una aguja.

—Hay muchos que no son los verdaderos padres de sus hijos, y otros que ignoran quiénes son sus verdaderos padres, se oye decir constantemente… —dijo Charles en voz baja pero audible.

—No deberías prestar crédito a esas habladurías —repuso Violet con fuerzas renovadas—. Y la gente no debería decirlas.

—No tengo la culpa de tener oídos —replicó Charles.

Hedda cogió sus muñequitos del zapato.

—Estos no tienen ni padre ni madre, solo un zapato. Son míos y yo cuidaré de ellos.

La situación resultaba bastante incómoda. Tom se sumergió en su latín. Griselda le propuso a Dorothy ir a dar un paseo por el bosque. Charles se ofreció a acompañarlas, y Tom también.

«Cu», dijo el cuco en el bosque. «Cu-cú, cu-cú».

—Es curioso —observó Dorothy— que, cuando llega el momento de volar a África, sepa que es un cuco y vuele con los demás cucos. Quisiera saber qué es lo que cree ser él. No puede verse a sí mismo.

A. S. Byatt

El libro de los niños

El libro de los niños transcurre durante el lento y destellante crepúsculo victoriano, esa apasionante época que va desde el final del siglo XIX hasta la primera guerra mundial. La protagonista de la novela es Olive Wellwood, una famosa escritora de libros infantiles. Ella y su numerosa familia viven en una casa de campo formando una especie de sociedad dedicada al culto del arte, la literatura, la conversación y la política. Cuando el hijo mayor de Olive sorprende a otro niño, de origen humilde, en una sala del Museo Victoria and Albert de Londres, dibujando un famoso candelabro, la vida de esas familias empezará a cambiar. El niño será adoptado por los Wellwood e ingresará así en un mundo deslumbrante, lleno de inquietantes misterios y fulgurantes deslumbramientos.

Sellos, monedas, autógrafos de Juan II, El Museo universal, 1857

Sellos, monedas, autógrafos de Juan II, El Museo universal, 1857,

21 marzo 2022

Sobre el cuco - Aunque se equivoca un 10 por ciento de las veces, normalmente una hembra de cuco pone sus huevos en el mismo tipo de nido que su madre, su abuela materna, su bisabuela materna y así sucesivamente.

Los cucos o cuclillos parásitos son una rareza, y una rareza fascinante desde el punto de vista del Libro Genético de los Muertos. Como es bien sabido, son criados por padres adoptivos de una especie que no es la suya. Nunca crían a sus propios hijos. No todos son criados por la misma especie adoptiva. En Inglaterra, algunos son criados por bisbitas comunes (Anthus pratensis), otros por carriceros comunes (Acrocephalus scirpaceus), menos por petirrojos (Erithacus rubecula) y otras especies, pero la mayoría es criada por acentores comunes (Prunella modularis). Sucede que el principal especialista británico en acentores comunes y autor de Dunnock Behaviour and Social Evolution [Comportamiento y evolución social del acentor común] (1992) es también el principal investigador actual de la biología del cuco: Nicholas Davies, de la Universidad de Cambridge. Basaré mi relato en la obra de Davies y su colega Michael Brooke, porque se presta especialmente bien a la metáfora de la «experiencia» de mundos ancestrales. A menos que se diga lo contrario, me referiré al cuco o cuclillo común, Cuculus canorus.

Cincinato, cuando le fueron a separar del arado para que dictase leyes

Cincinato, cuando le fueron a separar del arado para que dictase leyes

20 marzo 2022

Sobre el cuco - Los pollos de cuco comen insectos o gusanos

Bisbitas comunes, carriceros comunes y lavanderas blancas enlutadas son, según esta manera de verlo, viejos enemigos de sus gentes respectivos de cuclillos. Ha habido mucho tiempo para que ambos bandos hayan acumulado una gran cantidad de armamento. Los huéspedes han desarrollado ojos penetrantes para los huevos impostores, y los cucos poseen disfraces para sus huevos igual de astutos. Los petirrojos son un caso intermedio. Sus cucos ponen huevos que se parecen algo a los de petirrojo, pero no mucho. Quizá la carrera armamentista entre petirrojos y el gens petirrojo de los cucos es de una antigüedad intermedia. Según esta hipótesis, los cromosomas Y de los cucos de petirrojo tienen cierta experiencia, pero su descripción de ambientes ancestrales recientes (de petirrojo) es todavía superficial y está contaminada por las descripciones previas de otras especies «experimentadas» previamente.
Davies y Brooke realizaron experimentos colocando deliberadamente huevos suplementarios de varios tipos en nidos pertenecientes a distintas especies de aves. Querían saber qué especie aceptaría, o rechazaría, los huevos extraños. Su hipótesis era que que las especies que han sostenido una larga carrera armamentista con los cucos tendrían más posibilidades, como consecuencia de su «experiencia» genética, de rechazar los huevos extraños. Una manera de comprobarlo era buscar especies que ni siquiera fueran adecuadas como huéspedes para los cucos. Los pollos de cuco comen insectos o gusanos. Las especies que alimentan a sus pollos con semillas, o las que anidan en agujeros que las hembras de cuco no pueden alcanzar, nunca han corrido el riesgo de ser parasitadas por los cuclillos. Davies y Brooke predijeron que estas aves no se preocuparían si se introducían experimentalmente huevos extraños en sus nidos. Y así sucedió. En cambio, las especies que son adecuadas para los cucos, como los pinzones vulgares (Fringilla coelebs), los zorzales comunes (Turdus philomelos) y los mirlos comunes (Turdus merula), mostraron una tendencia más fuerte a rechazar los huevos experimentales que Davies y Brooke, haciendo de cucos, depositaron en sus nidos. Los papamoscas son potencialmente vulnerables porque dan de comer a sus pollos una dieta apta para los cucos. Pero mientras que los papamoscas grises (Muscícapa striata) hacen nidos abiertos y accesibles, los papamoscas cerrojillos (Ficedula hypoleuca) anidan en agujeros demasiado pequeños para las hembras de cuco. Naturalmente, cuando los experimentadores pusieron huevos extraños en sus nidos, los papamoscas cerrojillos, con sus acervos genéticos «inexpertos», aceptaron los huevos extraños sin rechistar; los papamoscas grises, en cambio, los rechazaron, lo que sugiere que sus acervos genéticos estaban al tanto de la amenaza del cuco desde hacía tiempo.

Puerta del Sol en Toledo, 1857

Puerta del Sol en Toledo

19 marzo 2022

Sobre el cuco - Los cucos son seres notables y muy instructivos

Pero otra vez volvemos a mirar la vida desde el punto de vista del organismo individual más que desde el de sus genes. Cuando hablábamos de tremátodos y caracoles, nos acostumbramos a la idea de que los genes de un parásito podrían tener efectos fenotípicos sobre el cuerpo del huésped, exactamente de la misma manera que los genes de cualquier animal ejercen efectos fenotípicos sobre su «propio» cuerpo. Demostramos que la mera idea de un cuerpo «propio» era un supuesto intencionado. En un sentido, todos los genes de un cuerpo son genes «parásitos», los llamemos o no a todos ellos genes «propios» del cuerpo. Los cucos salieron a colación como ejemplo de parásitos que no viven en el interior del cuerpo de sus huéspedes. Manipulan a éstos en gran medida del mismo modo que los parásitos internos y, como hemos visto, dichas manipulaciones pueden ser tan poderosas e irresistibles como cualquier hormona o droga interna. Como en el caso de los endoparásitos, deberíamos repetir todo el tema en términos de genes y fenotipos extendidos.

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

 Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

18 marzo 2022

Sobre el cuco - Es fácil sentir simpatía hacia los padres adoptivos, embaucados para incubar los huevos del cuco

Los parásitos tampoco necesitan vivir dentro de los huéspedes: sus genes pueden expresarse en éstos y a distancia. El polluelo de cuco no vive dentro de petirrojos u otros pájaros, no chupa su sangre ni devora sus tejidos, pero no tenemos inconveniente en clasificarlo como parásito. Las adaptaciones del cuco para manipular el comportamiento de los padres adoptivos puede considerarse una acción fenotípica extendida a distancia por parte de los genes del cuco.

Es fácil sentir simpatía hacia los padres adoptivos, embaucados para incubar los huevos del cuco. Los coleccionistas humanos de huevos también han sido engañados por el gran parecido de los huevos del cuco a los de la especie parasitada (diferentes razas de hembras de cuco se especializan en diferentes especies huéspedes). Lo que resulta difícil de entender es la conducta que, más avanzada la estación, presentan los padres adoptivos hacia los jóvenes cucos, casi ya cubiertos del todo por plumas. Estos son mucho más grandes que sus «padres»; a veces incluso de manera grotesca. Estoy viendo la fotografía de un acentor común adulto, tan pequeño en comparación con su monstruoso hijo adoptivo que tiene que subirse a su espalda para poder alimentarle. Aquí sentimos menos simpatía por el huésped. Nos maravillamos ante su estupidez, de su credulidad. Cualquier tonto sería capaz de ver que hay algo que no funciona con un hijo como este.

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857
Érase una vez que se era y estaba quien estuviera con ganas de contar una conseja: Hombre ilustre de la ilustre ciudad de Tarragona cuando agasajaba a un señor más importante que él y con libertad para arrugar su ceño fue en pleno convite atacado por mil ratas que parece ser que sí las hubo o había por aquél entonces en aquel lugar. De la actitud de las dueñas y damas no quisieron hablar pajes, ¡cómo sería el griterío y alboroto! El personaje principesco del arrugado ceño conminolo a librar batalla contra las ratas y hasta su total exterminio él no volvería a traspasar el umbral de su morada. Empleó a todos los sus criados, lacayos, pobres de pedir y chicos del hospicio en el empeño y extermino de los voraces roedores. Sin resultado. ¡Un gran fracaso! El cuñado de un primo del canónigo racionero le habló del mayor experto en el exterminio masivo de ratas. Era un gatazo enorme huido de la tierra de los francos porque estaba cansado de comer todos los días corteza de queso y que se hallaba en poder de su primo en el campo, por allá. Hizólo venir al gato y este siendo sólo no daba abasto con tanta rata, porque como ratas corrían. El gato pensó y pensó y decidió morirse y se murió. Muerto su enemigo mortal los ratones y ratas decidieron enterrarlo en solemne funeral y duelo y todas juntitas acudieron a comprobar el hecho y cuando todas reunidas llevaban al buen gatazo a enterrar, pidió el gato por una de sus restantes vidas y húbose de despertar y no me digáis amigos la gran matanza, la colosal matanza, la matanza ratil total. Mas o menos el rico agradecido pidió al primo del canónigo racionero que le enviase al canónigo fabriquero para que a su cuenta ordenara la perpetuación de la memoria de los hechos del gato emigrado al que no le gustaban nada nada las cortezas del queso francés. Parece ser que se encuentra en el cimacio. (MMV)

17 marzo 2022

Sobre el cuco - entonces el cuclillo, sobre cada árbol, se burla de los hombres casados

La Primavera

I

Cuando las margaritas multicolores y las violetas azules,

las cardaminas blancas como la plata,

y los cucos en capullo, de color amarillo,

esmaltan con delicia las praderas,

entonces el cuclillo, sobre cada árbol,

se burla de los hombres casados, pues canta:

¡Cu-cu!

¡Cu-cu! ¡Cu-cu! ¡Palabra terrible,

a los oídos de un esposo, desapacible!

II

Cuando los pastores modulan sobre una caña de avena,

y las alegres alondras despiertan a los labradores;

cuando las tórtolas, las cornejas y las grullas se aparean,

y las muchachas tienden al sol sus refajos de estío,

entonces el cuclillo, sobre cada árbol,

se burla de los hombres casados, pues canta:

¡Cu-cu!

¡Cu-cu! ¡Cu-cu! ¡Palabra terrible,

a los oídos de un esposo, desapacible!


William Shakespeare
Trabajos de amor perdidos

Grabados antiguos: Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

 Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

16 marzo 2022

Sobre el cuco - A lo lejos se oía cantar al cuco, y Néstor, tendido de espaldas bajo el árbol, contó los años que le quedaban de vida.

El sol se había elevado por encima de los árboles y bailaba con sus brillantes rayos la pradera y el río.
El rocío iba desapareciendo poco a poco; ya sólo se veían algunas notas esparcidas aquí y allá; los vapores de la mañana se desvanecían y únicamente se levantaba algún que otro jirón de niebla tenue en las orillas del río.
Ligeras nubecillas se agrupaban como nevados copos, y la calma reinaba en el espacio.
Más allá de la margen opuesta se divisaba un campo de trigo, verde y todavía fresco.
Las emanaciones de las flores y de la jugosa hierba embalsamaban la atmósfera.
A lo lejos se oía cantar al cuco, y Néstor, tendido de espaldas bajo el árbol, contó los años que le quedaban de vida.
Las alondras revoloteaban por los aires por encima del prado.
Una liebre, sorprendida por la yeguada, huyó a todo escape, se agazapó luego detrás de una mata y enderezó las orejas.
Vaska se durmió con la cabeza entre las hierbas.
Las yeguas, aprovechándose de su libertad, se desparramaron en todas direcciones. Las más viejas eligieron un sitio tranquilo dónde pacer sin que nada las molestase; pero ya no pacían: se limitaban a despuntar los tallos de la mejor hierba y a comérselos con marcada satisfacción.
Toda la yeguada fue dirigiéndose insensiblemente hacia el mismo lado.
Y volvió a encontrarse otra vez la vieja Juldiba al frente de sus compañeras, sirviéndoles de guía.
La joven Muchka, que había parido por primera vez, no cesaba de relinchar, jugando con su retoño.
La joven Atlasnaia, de piel fina como el satén, jugueteaba con la hierba bajando la cabeza de manera que el tupé le cubriese los ojos y la cara.
Arrancaba tallos de hierba, echándolos hacia arriba y golpeando el suelo con el casco.
Un potrillo de los mayores había inventado un juego nuevo para él, que consistía en correr alrededor de su madre, con la cola levantada en forma de penacho, y hacia ya su vigesimosexta vuelta sin descansar. Su madre pacía tranquilamente siguiéndole con el rabillo del ojo.
Otro de los potros más pequeños, negro y de cabeza voluminosa, con el tupé erizado entre ambas orejas y con la cola inclinada hacia el sitio donde estaba su madre, seguía con mirada entontecida las carreras de su camarada, como si tratara de explicarse a qué conducían aquellos alardes de resistencia. Otros potrillos parecían espantados.
Algunos, sordos al llamamiento de sus madres, corrían en dirección opuesta a ellas, relinchando con toda la fuerza de sus jóvenes pulmones.
Otros se divertían revolcándose en la hierba.
Los más fuertes imitaban a los caballos y pacían.
Dos yeguas preñadas se alejaron moviendo con trabajo sus patas y paciendo silenciosamente. Su estado inspiraba respeto a la yeguada; nadie se hubiera atrevido a molestarles.
Si alguna de las yeguas jóvenes, más atrevida que las demás, se les acercaba, era suficiente un movimiento de cola o de oreja para llamarlas al orden y mostrarles la inconveniencia de su conducta.
Los potrillos de un año, juzgándose ya demasiado grandes para mantenerse al nivel de los más pequeños, pacían con aire serio, encorvando sus graciosos cuellos y meneando sus nacientes colas a imitación de los mayores, y se revolcaban o se rascaban el lomo como éstos, uno contra otro.
El grupo más alegre era el de las yeguas de dos a tres años.
Éstas se paseaban todas juntas como las señoritas, y se mantenían apartadas de las demás.
Se agrupaban apoyando sus cabezas en el cuello de las otras, resoplando y saltando: de pronto empezaban a dar brincos con la cola levantada y rompían al galope unas en torno a las otras.
La más hermosa y la más traviesa del grupo era una alazana.
Todas las demás imitaban sus juegos y la seguían a todas partes.
Era la que daba el tono a la reunión.
Estaba aquel día extraordinariamente alegre y dispuesta a divertirse.
Fue la que por la mañana enturbió el agua que bebía pacíficamente el caballo pío. Luego, aparentando asustarse, partió como un rayo, seguida de todo el grupo, y no fue poco el trabajo que le costó a Vaska hacerlas volver a aquella parte del prado.
Después de pastar, una vez satisfecha, se revolcó en la hierba, y, cansada de aquel juego, se dedicó tenazmente a molestar y a provocar a las yeguas viejas, corriendo por delante de ellas.
Asustó a un potrillo que estaba mamando con gran seriedad y se divirtió persiguiéndole y haciendo como si quisiera morderle. La madre, asustada, dejó de pacer. El pequeño empezó a relinchar quejumbrosamente; pero la traviesa alazana no le hizo daño, y contenta por haber distraído a sus compañeras que la miraban con interés, se alejó como si no hubiese hecho nada.
Después se le ocurrió trastornarle el juicio a un caballo gris que se veía a lo lejos, montado por un aldeano.
Se detuvo. Dirigió en torno suyo una mirada arrogante, volvió de lado su linda cabeza, se sacudió y lanzó un relincho dulce y apasionado.
Aquel relincho tenía la expresión de la ternura y de la tristeza unidas.
En él se adivinaban promesas de amor y deseos no satisfechos.
«El cuco llama a su amada en la selva; las flores se envían el polen en alas de la brisa; las codornices se requiebran de autores al pie de los erguidos juncos, y yo, que soy joven y hermosa, no he conocido aún el amor».
Esto es lo que quería decir aquel relincho que conmovió los aires y llegó hasta el caballo gris.
Éste enderezó las orejas y se detuvo.
El jinete le dio un latigazo, pero el caballo, sugestionado y conmovido por el eco de aquella voz dulce y apasionada, no se movió y respondió al relincho de la yegua.
El jinete se enojó, y fue tan terrible el golpe que dio con ambos talones en los ijares del corcel, que éste se vio forzado a interrumpir su canción y a proseguir su camino.
Pero a la joven yegua le enterneció la canción, y estuvo escuchando durante mucho tiempo el eco de la respuesta interrumpida, los pasos del caballo y las imprecaciones del jinete.
Si sólo la voz de la joven alazana hizo que el caballo gris olvidara sus deberes, ¿Qué hubiera sucedido si éste hubiese visto lo hermosa que era ella, el fuego que centelleaba en sus ojos, la dilatación de sus narices y el estremecimiento de su cuerpo?
Pero la locuela no era amiga de preocuparse demasiado.
Cuando la voz del caballo gris se hubo extinguido a lo lejos, relinchó en tono burlón, escarbó la tierra con sus lindos cascos y al ver, no lejos de ella, al viejo caballo pío que dormía pacíficamente, corrió hacia él para despertarlo y provocarlo.
El pobre caballo era el blanco, la víctima de la juventud caballar, que le hacía sufrir más aún que los hombres; y sin embargo, ni a aquélla ni a éstos les había hecho jamás daño alguno.
Los hombres le necesitaban, pero ¿por qué los caballos no le dejaban en paz?
Eso fue algo que nunca pudo comprender.

Lev Tolstói
Cuentos populares

Grabados antiguos: Castillo de Vilasar, El Museo Universal, 1857

Castillo de Vilasar, El Museo Universal, 1857,

15 marzo 2022

Sobre el cuco - todo cuco tiene a sus espaldas una línea ininterrumpida de antepasados que nunca jamás fracasaron a la hora de engañar a sus padres adoptivos

Krebs y yo identificamos una serie de asimetrías que podrían provocar que un bando dedicase más recursos económicos a la carrera armamentista que el otro. Uno de estos desequilibrios lo bautizamos como «principio de la vida o la cena». El nombre está inspirado en esa fábula de Esopo en la que el conejo corre más que el zorro porque el conejo corre para salvar la vida mientras que el zorro sólo corre para asegurarse la cena. Existe una asimetría en cuanto al costo del fracaso. En la carrera armamentista entre los cucos y sus anfitriones, todo cuco tiene a sus espaldas una línea ininterrumpida de antepasados que nunca jamás fracasaron a la hora de engañar a sus padres adoptivos. En cambio, un individuo de la especie anfitriona tiene a sus espaldas muchos antepasados que nunca se toparon con un cuco y muchos otros que se toparon con uno y resultaron engañados por él. Muchos genes responsables de la incapacidad de detectar y matar cucos se han transmitido con éxito de generación en generación en la especie anfitriona, mientras que los genes que provocan que los cucos fracasen a la hora de engañar a sus anfitriones han tenido una trayectoria generacional mucho más azarosa. Esta asimetría en materia de riesgo fomenta otra: la de los recursos destinados a la carrera de armamentos y no a otros aspectos de la economía biológica. Por expresar de otro modo esta cuestión tan importante, el coste del fracaso es más elevado para los cucos que para sus anfitriones. Esto provoca asimetrías en cuanto a la forma como ambas partes equilibran sus exigencias en materia de tiempo y de otros recursos económicos.

Richard Dawkins
El cuento del antepasado

Con su incomparable ingenio, claridad e inteligencia, Richard Dawkins, uno de los biólogos evolutivos más famosos del mundo, ha iniciado a un sinfín de lectores en las maravillas de la ciencia mediante libros como El gen egoísta. Ahora, en El cuento del antepasado, Dawkins nos brinda una obra maestra: un emocionante viaje marcha atrás a través de la evolución. El autor imagina que todas las especies de la tierra emprenden un viaje simultáneo de regreso al pasado, algo así como un peregrinaje a sus orígenes. A lo largo del viaje, el biólogo cuenta una serie de historias entretenidas y perspicaces que ayudan a entender temas como la diversificación de las especies, la selección sexual y la extinción. El cuento del antepasado es una lección imprescindible sobre la evolución y, al mismo tiempo, una lectura fascinante.
«En este extenso libro, Dawkins, el famoso biólogo evolutivo, nos ofrece un elocuente tratado sobre la evolución que no soslaya ni los últimos descubrimientos ni sus provocativas opiniones».

Grabados antiguos: 1869 - El regreso de una cacería

 1869 - El regreso de una cacería.

14 marzo 2022

Sobre el cuco - El cuco gris de clara canción.

 Cruzamos la habitación hasta llegar a la puerta y la abrí, deteniéndonos en el umbral para mirar el panorama del exterior. El aire frío llegó hasta nosotros, penetrante. Estaba más oscuro, pero la última luz del día persistía con un brillo que parecía salir de la misma nieve. El blanco manto sin hollar se extendía hasta el punto en que las dos grandes acacias, cargadas y medio dibujadas contra la negrura, señalaban el final del césped y enmarcaban el panorama de colinas ahora invisibles en que se plegaban las perdidas aldeas de siderita de Sibford Gower y Sibford Ferris. La nieve caía calladamente y a plomo de un cielo sin viento, y por la puerta abierta percibíamos su enfático silencio. Estábamos encerrados, como en una tumba. En ese momento, oscuramente emborronado como en un dibujo chino, un mirlo que se dirigía a su nido se movió repentinamente al abrigo de un arbusto, giró la cabeza hacia nosotros y después se alejó rápidamente volando bajo sobre la nieve. A la luz crepuscular de la tarde vimos sus ojos y su pico naranja.
«El mirlo de tan negro color,
Con el pico anaranjado» murmuró Alexander.
—Lo citas demasiado oportunamente, hermano.
—¿Demasiado oportunamente?
—¿No recuerdas el resto?
—No.
«El malvis de notas tan puras,
El chochín de pequeñas plumas,
El pinzón, la alondra y el gorrión,
El cuco gris de clara canción.
Cuyas notas plenas en muchos hombres dejan huella
Y no osan desoír su llamada».
Alexander guardó silencio durante unos momentos. Después dijo:
—¿Has sido fiel a Antonia?
La pregunta me cogió por sorpresa. No obstante, contesté en seguida:
—Claro que sí.
Alexander suspiró. La luz entraba en el salón y proyectaba en el aire que se oscurecía un cono de oro por el que los copos de nieve, ya grises y apenas visibles, se filtraban para convertirse, durante unos momentos, antes de posarse, en oropel. De la ventana colgaba la rama de acebo que Rosemary trenzaba laboriosamente todas las navidades, como le había enseñado mi madre, adornaba con bolas de colores y naranjas y pájaros de larga cola, velas y muérdago, y en ese momento, vi a mi hermana subirse a una silla para encender las velas. Parpadearon y en seguida la llama se elevó con un fuerte brillo al balancearse el viejo y ambiguo símbolo con la brisa que siempre ronda esas altas ventanas victorianas que no encajan bien.
—¿Por qué «claro»? —dijo Alexander.
En ese momento oímos el tintineo del piano. Rosemary empezaba a tocar un villancico. Era Once in Roy al David’s City.
 
Iris Murdoch
La cabeza cortada
 
«La cabeza cortada» tiene tono de farsa y trata de un sexteto amoroso, o de un hexágono, según si a uno le parece que estas formaciones se parecen más a grupos musicales o a figuras geométricas, y según si le parece que sus miembros son más como intérpretes o más como lados de una misma cosa. Martin ama a su esposa, Antonia, y a su amante, Georgie. Un día, Antonia le cuenta que es amante de Anderson, y que se quiere casar con él, aunque no quiere salirse del todo de su actual matrimonio.
Se forma entonces un trío entre Martin, Antonia y Anderson. Luego Antonia se entera de la infidelidad de Martin, y se forma un amago de cuarteto con el trío anterior más Georgie. Martin se enamora a continuación de Honor, la hermana de Anderson, y la encuentra en la cama con Anderson, quien decide dejar a Antonia para seguir en su incesto. Georgie conoce al hermano de Martin, Alexander, y se compromete con él. Pero Alexander está enamorado de su cuñada, Antonia, de quien ha sido amante en secreto durante años.

Arquitecturas y otras imágenes en blanco y negro

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13 marzo 2022

Sobre el cuco - Cuando caminas por la noche y aspiras el olor del heno cortado, mientras escuchas al cuco en el bosque y observas el movimiento de las estrellas, tu corazón

 Hay una edad, recuérdalo, lector, en la que sonríes vagamente, como si en el aire flotaran besos; tienes el corazón henchido de una brisa perfumada, la sangre late acalorada en tus venas, burbujea dentro de ellas como el vino en una copa de cristal; te despiertas más feliz y más rico que la víspera, más palpitante, más emocionado; dulces fluidos ascienden y descienden en tu interior y te recorren deliciosamente con un calor embriagador. Los árboles flexionan sus copas en el viento con suaves torsiones, las hojas se agitan las unas contra las otras como si hablasen entre ellas, las nubes se deslizan y despejan el cielo, en el que brilla la luna y, desde las alturas, se contempla a sí misma en el río. Cuando caminas por la noche y aspiras el olor del heno cortado, mientras escuchas al cuco en el bosque y observas el movimiento de las estrellas, tu corazón —¿no es cierto? —, tu corazón es más puro, está más empapado de aire, de luz y de azul que el horizonte apacible, donde la tierra acaricia al cielo con un beso tranquilo. ¡Oh! ¡Qué perfumados son los cabellos de las mujeres! ¡Qué dulce es la piel de sus manos, qué penetrante su mirada! Pero aquellos ya no eran los primeros deslumbramientos de la infancia, recuerdos perturbadores de los sueños de la noche anterior. Por el contrario, estaba entrando en una vida real, en la que tenía mi lugar, en una armonía inmensa en la que mi corazón cantaba un himno y vibraba grandiosamente. Degustaba con fruición este fascinante crecimiento, y el despertar de mis sentidos incrementaba aún más mi satisfacción. Por fin despertaba de un largo sueño, como el primer hombre de la Creación, y veía frente a mí a un ser semejante a mí mismo, pero dotado de diferencias que establecían entre nosotros una vertiginosa atracción. Y al mismo tiempo sentía por esta nueva forma una emoción desconocida, que llenaba de orgullo mi pensamiento, mientras el sol brillaba más puro, las flores despedían un perfume más embriagador que nunca y la sombra era más dulce y más amable.
 
Gustave Flaubert
Noviembre

Imágenes en blanco y negro

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12 marzo 2022

Sobre el cuco - en la misma dirección resonaron las notas del canto de un cuco, especial de aquellas islas.

 En una de aquellas requisas notó una cosa que le preocupó. Iba a volverse al campamento, cuando oyó volar y chillar entre la espesura a varios pájaros, entre ellos algunos de los llamados tamo, que remontaron el vuelo.
Otro cualquiera no hubiese hecho caso de ello; pero el malabar se alarmó. Aquellos volátiles, que no son de la familia de los nocturnos, debían de haberse asustado de algo cuando en la mitad de la noche abandonaron sus nidos.
—Puede haber sido algún animal el que los ha obligado a huir, o quizás una serpiente-murmuró; —pero también puede serla presencia de un hombre.
Se replegó prudentemente hacia el campamento, que, como hemos dicho, estaba en una gran espesura de plátanos silvestres, y se puso a escuchar.
Trascurrieron algunos minutos, y en la misma dirección resonaron las notas del canto de un cuco, especial de aquellas islas.
—¡Cantar de noche! —murmuró el malabar—. Esto no es natural. ¡También ése se ha asustado!
Se inclinó sobre Will, y le despertó sacudiéndole con fuerza.
—¡Preparémonos para irnos, señor! —le dijo—. ¡Ya volveremos después para completar nuestras provisiones!
—¿Qué, nos amenaza algo? —preguntó el contramaestre.
—Tengo la seguridad de que los isleños han descubierto nuestro campamento, y la prudencia aconseja que nos embarquemos. El Nizam puede aparecer de un momento a otro, y los isleños comunicarían a su comandante la presencia de un hombre blanco en estas costas.
—¡Despierta a todos!
 
Emilio Salgari
La Perla Roja

Arquitecturas y otras imágenes en blanco y negro

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11 marzo 2022

Sobre el cuco - Cuando volvieron a alejarse, el mosquito, el cuco y los cañones retomaron su trío.

Desde Bar-Le-Duc nos dirigimos hacia el noreste y, a medida que vamos adentrándonos en el bosque de Commercy, empezamos a escuchar de nuevo la Voz del Frente. Aquél era el día más cálido y sosegado de mayo, y, en el claro en que nos detuvimos para almorzar, el familiar sonido de los cañones se apoderó del silencio del mediodía con un estruendo descomunal. En los intervalos entre explosión y explosión no se oía nada, con la única excepción del zumbido de los mosquitos que volaban bajo la húmeda luz del sol, y de la llamada del cuco, como de dríade, que nos llegaba desde profundidades más frondosas. Vimos, al final del sendero, cómo pasaban unos soldados de caballería con sus ropas de un ya muy raído azul, y los flancos de sus caballos brillantes como castañas maduras. Se detuvieron a charlar y aceptaron unos cigarrillos. Cuando volvieron a alejarse, el mosquito, el cuco y los cañones retomaron su trío.

Edith Wharton
De Dunkerque a Belfort
Francia combatiente

Arquitecturas y otras imágenes en blanco y negro

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10 marzo 2022

Sobre el cuco - uno no sabe si maravillarse más por la perfección de los instintos del cuco, o por la falta de tales instintos por parte de sus anfitriones

No es menor el estupor ante el comportamiento del cuco que, a la luz de nuestra moral humana, nos parece dotado de una astucia perversa. En lugar de construir un nido, la hembra pone un huevo en el nido de un pájaro más pequeño; a menudo (no siempre) la pareja propietaria del nido no se percata de la intrusión, incuba el huevo extraño junto a los propios y el pequeño cuco sale del cascarón. Recién nacido, todavía implume y ciego, posee ya una sensibilidad y una intolerancia específicas: no soporta otros huevos a su alrededor. Se revuelve, se esfuerza, empuja, hasta arrojar al suelo todos los huevos de sus hermanos putativos.
Sus dos «padres» lo alimentarán afanosamente durante días y días, hasta que el pollito sea sensiblemente más grande que ellos. Parece una historia sacada de un mal folletín, y uno no sabe si maravillarse más por la perfección de los instintos del cuco, o por la falta de tales instintos por parte de sus anfitriones involuntarios: pero hasta en los juegos de la naturaleza tiene que haber un ganador y un perdedor. Resumiendo, los pájaros, al igual que otros animales, no saben hacer todas las cosas que hacemos nosotros, pero saben hacer otras que nosotros no sabemos hacer, o al menos no igual de bien, o solamente con la ayuda de instrumentos.

Primo Levi
El oficio ajeno

Arquitecturas y otras imágenes en blanco y negro

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09 marzo 2022

Sobre el cuco - ¿Y de la pérfida astucia del cuco, asesino de sus hermanastros recién salido del huevo?

Hay que respetar a los animales porque «Dios considera buenas todas las criaturas», «las alimenta y las protege»: ¿Cómo ignorar las pacientes y crueles emboscadas de las arañas, la refinada cirugía con la que ciertas avispas paralizan a una oruga, depositan en su interior un único huevo y van a morirse a otra parte, dejando que la larva devore poco a poco al huésped aún vivo? ¿Es posible sostener que también en estos casos Dios «prepara (a los animales) un lugar para el reposo»? ¿Qué decir de los felinos, espléndidas máquinas de matar? ¿Y de la pérfida astucia del cuco, asesino de sus hermanastros recién salido del huevo? No puede de ningún modo decirse que estas criaturas sean «malas», pero es necesario admitir que las categorías morales, el bien y el mal, no sirven para los subhumanos. La gigantesca y sanguinaria competición que nació con la primera célula, y que aún tiene lugar a nuestro alrededor, está fuera, o por debajo, de nuestros criterios de comportamiento.

Hay que respetar a los animales, pero por otros motivos. No porque sean «buenos» y útiles para nosotros (no todos lo son), sino porque una norma escrita en nosotros, y reconocida por todas las religiones y legislaciones, nos intima a no crear dolor, ni en nosotros ni en ninguna otra criatura capaz de percibirlo. «Arcano es todo excepto nuestro dolor»; las certezas del laico son pocas, pero la primera es esta: es admisible sufrir (y hacer sufrir) únicamente si se evita así un mayor sufrimiento a sí mismo o a los demás.

Primo Levi
El oficio ajeno

Caballo