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21 marzo 2022

Sobre el cuco - Aunque se equivoca un 10 por ciento de las veces, normalmente una hembra de cuco pone sus huevos en el mismo tipo de nido que su madre, su abuela materna, su bisabuela materna y así sucesivamente.

Los cucos o cuclillos parásitos son una rareza, y una rareza fascinante desde el punto de vista del Libro Genético de los Muertos. Como es bien sabido, son criados por padres adoptivos de una especie que no es la suya. Nunca crían a sus propios hijos. No todos son criados por la misma especie adoptiva. En Inglaterra, algunos son criados por bisbitas comunes (Anthus pratensis), otros por carriceros comunes (Acrocephalus scirpaceus), menos por petirrojos (Erithacus rubecula) y otras especies, pero la mayoría es criada por acentores comunes (Prunella modularis). Sucede que el principal especialista británico en acentores comunes y autor de Dunnock Behaviour and Social Evolution [Comportamiento y evolución social del acentor común] (1992) es también el principal investigador actual de la biología del cuco: Nicholas Davies, de la Universidad de Cambridge. Basaré mi relato en la obra de Davies y su colega Michael Brooke, porque se presta especialmente bien a la metáfora de la «experiencia» de mundos ancestrales. A menos que se diga lo contrario, me referiré al cuco o cuclillo común, Cuculus canorus.

15 febrero 2022

Sobre el cuco (36) - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

 Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.

Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.

Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.

A pocos pasos jugueteaban las urracas.

Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.

En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.


Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio

19 enero 2022

Sobre el cuco (9) - El valle estaba tan lleno de forjas y refinerías como un bosquecillo está lleno de cucos en mayo.

La granjera acudió a la puerta con un niño en brazos; se protegió los ojos contra el sol, se inclinó para recoger una brizna de romero y se alejó por el huerto. El viejo podenco, en el barril que le servía de caseta, lanzó algunos ladridos para demostrar que se quedaba al cuidado de la casa vacía. Puck empujó la puerta del jardín, que chirrió al abrirse.
—¿Te maravilla que ame este rincón? —preguntó Hal, en un soplo de voz—. ¿Qué puede saber la gente de la ciudad acerca del carácter de las casas o de la tierra?
Se sentaron en fila sobre el viejo banco de roble desbastado del jardín de los Tilos, y contemplaron luego, sobre la otra vertiente del valle cruzada por el arroyo, las sinuosidades de la Forja cubiertas de helechos tras la cabaña de Hobden. El anciano tocaba un fagot en su jardín, cerca de las colmenas. Antes de que el ruido causado por el golpe de la podadera llegase a sus perezosos oídos, había transcurrido un segundo.
—¡Dios! —exclamó Hal—. Ahí donde se encuentra ese viejo compadre hallábase en otro tiempo la Forja de Abajo, la fundición del maestro John Collins. ¡Cuántas noches me ha sobresaltado el martilleo de su macho! ¡Bum, bum! ¡Bum, bum! Si el viento procedía del Este, podía oír a la forja del maestro Tom Collins contestar a su hermano: ¡Bom, bom! ¡Bom, bom! Y a medio camino entre ambas, los martillos de Sir John Pelham en Brightling, formaban parte del coro como una escolanía, y decían: «Hic, haec, hoc! Hic, haec, hoc!», hasta que me quedaba dormido. Sí. El valle estaba tan lleno de forjas y refinerías como un bosquecillo está lleno de cucos en mayo. ¡Y todo esto lo ha cubierto ahora la hierba!
—¿Qué se forjaba entonces? —preguntó Dan.
—Cañones para las naves del rey… y para otras. Culebrinas y cañones, principalmente. Cuando las armas habían sido fundidas aparecían los oficiales del rey, requisaban nuestros bueyes de labor y arrastraban las piezas hasta la costa. ¡Mirad! He aquí a uno de los primeros y más orgullosos artesanos del mar.
Hojeó su cuaderno y mostró la cabeza de un hombre joven. Debajo estaba escrito: «Sebastianus».
—Vino de parte del rey a encargar en casa del maestro John Collins veinte culebrinas (¡qué miserables eran esos pequeños cañones!), para equipar los buques que partían de expedición. Así lo dibujé, sentado ante nuestro fuego, hablándole a mamá de las nuevas tierras que descubriría al otro lado del mundo. ¡Y a fe que las descubrió! ¡Esta nariz está hecha para hender los mares desconocidos! Se llama Cabot. Era un muchacho de Bristol, extranjero a medias. Me merecía mucho crédito. Me ayudó mucho en la construcción de mi iglesia.
—Yo creía que era Sir Andrew Barton —dijo Dan.
—¡Oh, no empecemos a construir la casa por el tejado! —contestó Hal—. Fue Sebastián Cabot el primero que me facilitó la tarea. Yo había venido aquí para servir a Dios como buen artesano, pero también para mostrar a los míos qué gran artista era. Les importaba un ardite (y yo me lo merecía) tanto mi arte como mi grandeza. ¿Qué diablo, decían, me había metido en la cabeza que me preocupara del viejo San Bernabé? La iglesia quedó en ruinas desde la peste negra, y ruinosa había de quedar; y yo hubiera podido ahorcarme en las cuerdas de mis andamios. Nobles y plebeyos, grandes y pequeños (los Hayes, los Fowles, los Fenners y los Collins), ni uno faltaba a la llamada contra mí. Sólo Sir John Pelham, en Brightling, me aconsejó honradamente. Pero ¿cómo hubiera podido hacerlo? ¿Le pediría al maestro Collins su carro de madera para transportar los cabrios? Los bueyes habían partido para Lewes en busca de cal. ¿Me prometería un juego de ganchos o de tirantes de hierro para el techo? No llegaba nunca, pero cuando lo hacía llegaba agrietado y fibroso. Y así todo. Nadie decía nada, pero nada se hacía si yo no estaba allí vigilándolo, e incluso entonces todo se hacía mal. Yo creí que todo el país estaba embrujado.

Rudyard Kipling
Puck de la colina de Pook


18 enero 2022

Sobre el cuco (8) - Sí, estaremos muy contentos cuando veamos a la Vieja soltar al cuco de su cesto dando permiso a la primavera para que vuelva a Inglaterra.

 Se produjo un rumor sobre sus cabezas. Un faisán, que se había desviado después de haber sido herido, cayó cerca de ellos como una granada, arrastrando un montón de hojas en su caída.

Flora y Loco se lanzaron sobre él, y cuando los niños hubieron apartado a los perros y alisado el plumaje del ave, vieron que Kadmiel había desaparecido.
Bien dijo Puck tranquilamente¿Qué tenéis que decir a eso? Weland dio la espada; la espada dio el tesoro y el tesoro ha dado la ley. Es tan natural como que crezca un roble.
No comprendo. ¿Acaso no sabíél que se trataba del antiguo tesoro de Sir Richard? preguntó Dan¿Y por qué Sir Richard y Hugh lo dejaron allí? Y, y
No te preocupes dijo alegremente Una. Esto nos permitirá ir y venir, ver y saber de nuevo. ¿No es verdad, Puck?
Sí, tal vez de nuevo repuso Puck¡Brrr! ¡Qué frío hace! Es tarde. Corramos a vuestra casa.
Lanzáronse por el resguardado valle. El sol casi se había ocultado tras la Carraca de los Cerezos. El terreno pisoteado por el ganado estaba helado ya por las orillas, y el viento del Norte, que acababa de levantarse, lanzaba sobre ellos la noche desde detrás de las colinas. Corrían velozmente, cruzando los parduscos prados, y cuando se detuvieron, jadeantes, entre las nubecillas de vapor que exhalaba su aliento, las hojas muertas se elevaban tras ellos en torbellinos. Hojas de Roble, de Espino y de Fresno; y había tantas en aquel chubasco de finales de otoño como para hacer desaparecer mil recuerdos en un olvido mágico.
Llegaron, pues, corriendo, al arroyo que se deslizaba entre el césped, preguntándose por qué Flora y Loco habían abandonado al zorro en el hoyo del camino.
El viejo Hobden acababa de dar fin a un trabajo en su seto. Distinguieron su blusa blanca en el crepúsculo, mientras ataba los desperdicios en haces.
¡Ea, Maese Dan! Me parece que el invierno ha llegado exclamó¡Maldita estación! Ahora, hasta la feria de los Cucos de Heffle. Sí, estaremos muy contentos cuando veamos a la Vieja soltar al cuco de su cesto dando permiso a la primavera para que vuelva a Inglaterra.
Oyeron un estrépito, un rumor de pasos, un chapoteo, como si una vieja vaca caminara pesadamente ante sus narices.
Hobden, disgustado, corrió hacia el esguazo.
El buey de Gleason quiere todavía correr a Robin por toda la hacienda. ¡Oh, mire Maese Dan, sus huellas, tan grandes como zanjas! A veces se creería que es un hombre o
Una voz profunda gruñó al otro lado del arroyo:
Me asombra ver en qué se cambia el manto
de Puck, cuando lo vuelve del revés
o cuando lo iluminan fuegos fatuos
Entonces, los niños entraron cantando a dos voces Adiós, premios y hadas. No se acordaron de que no le habían dado las buenas noches a Puck.

Rudyard Kipling
Puck de la colina de Pook

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...