Los parásitos tampoco necesitan vivir dentro de los huéspedes: sus genes pueden expresarse en éstos y a distancia. El polluelo de cuco no vive dentro de petirrojos u otros pájaros, no chupa su sangre ni devora sus tejidos, pero no tenemos inconveniente en clasificarlo como parásito. Las adaptaciones del cuco para manipular el comportamiento de los padres adoptivos puede considerarse una acción fenotípica extendida a distancia por parte de los genes del cuco.
Es fácil sentir simpatía hacia los padres adoptivos, embaucados para incubar los huevos del cuco. Los coleccionistas humanos de huevos también han sido engañados por el gran parecido de los huevos del cuco a los de la especie parasitada (diferentes razas de hembras de cuco se especializan en diferentes especies huéspedes). Lo que resulta difícil de entender es la conducta que, más avanzada la estación, presentan los padres adoptivos hacia los jóvenes cucos, casi ya cubiertos del todo por plumas. Estos son mucho más grandes que sus «padres»; a veces incluso de manera grotesca. Estoy viendo la fotografía de un acentor común adulto, tan pequeño en comparación con su monstruoso hijo adoptivo que tiene que subirse a su espalda para poder alimentarle. Aquí sentimos menos simpatía por el huésped. Nos maravillamos ante su estupidez, de su credulidad. Cualquier tonto sería capaz de ver que hay algo que no funciona con un hijo como este.
Creo que los polluelos de cuco deben hacer algo más que simplemente «embaucar» a sus huéspedes, algo más que pretender ser lo que no son. Parece que actúan sobre el sistema nervioso del huésped como una droga que provoca hábito. No resulta tan difícil de comprender, incluso para quienes no tienen experiencia con estas drogas. Un hombre puede excitarse, e incluso tener una erección, a causa de la fotografía impresa de un cuerpo femenino. No se le ha «embaucado» haciéndole creer que el modelo impreso es realmente una mujer. Sabe que únicamente está mirando tinta sobre un papel, pero su sistema nervioso responde como lo haría ante una mujer real. Podemos encontrar irresistible la atracción de un miembro concreto del sexo opuesto, aunque el mejor juicio de nuestra conciencia nos diga que la relación con esa persona no interesa a largo plazo. Lo mismo puede suceder con la atracción irresistible de determinados alimentos nocivos. Es probable que el acentor no sea consciente de sus intereses a largo plazo; así que resulta más fácil entender que su sistema nervioso pueda encontrar irresistibles ciertos tipos de estimulación.
El fondo rojo del pico abierto de un polluelo de cuco resulta tan tentador que no es extraño que los ornitólogos observen un pájaro alimentando a uno de ellos que está en un nido ¡que no es el suyo! Puede darse el caso de un pájaro en vuelo hacia su nido llevando comida para sus polluelos. De pronto, ve la enorme mancha roja de la boca de un polluelo de cuco en el nido de cualquier otra especie. Se desvía hasta allí y deposita en la boca del parásito el alimento que iba destinado a sus propios hijos. La «teoría de la irresistibilidad» cuadra perfectamente con los puntos de vista de antiguos ornitólogos alemanes, que afirmaban que los padres adoptivos se comportaban como «adictos» y que los nidos con cucos eran su «vicio». Hay que admitir que este tipo de lenguaje no disfruta demasiado de los favores de algunos experimentadores modernos. Pero no hay duda de que si suponemos que la boca abierta del cuco constituye un poderoso superestímulo parecido a una droga, resulta mucho más fácil explicar el hecho. Es mucho más sencillo sentir lástima por el comportamiento del diminuto padre adoptivo encaramado al dorso del hijo. No es estúpido. «Embaucado» no es la palabra correcta. Es que su sistema nervioso está siendo controlado de manera tan irresistible como si fuera un indefenso drogadicto, o como si el cuco fuera un científico colocando electrodos en su cerebro.
Pero aun sintiendo más simpatía personal hacia los manipulados progenitores adoptivos, seguiremos preguntándonos por qué la selección natural permitió a los cucos semejante comportamiento. ¿Por qué no han desarrollado los sistemas nerviosos de los huéspedes resistencia hacia la droga de la garganta roja? Puede que la selección no haya tenido todavía tiempo de obrar. Quizás los cucos han comenzado a parasitar a sus huéspedes actuales hace pocos siglos, y dentro de otros pocos se verán obligados a hacerlo con otras especies. Existen pruebas que apoyan esta teoría. Pero no puedo por menos de sentir que debe haber algo más.
En la «carrera armamentista» evolutiva entre cucos y las especies hospedantes hay algo así como una deslealtad incorporada cuyo resultado es un coste desigual de los fracasos. Cada polluelo de cuco desciende de una larga línea de otros ancestrales, cada uno de los cuales debe haber logrado manipular a sus padres adoptivos. Cualquiera de ellos que perdiera, aunque fuera de modo transitorio, el dominio sobre su huésped habría muerto. Pero cada padre adoptivo desciende de una larga línea de antepasados, muchos de los cuales no vieron un cuco en su vida. Y aquellos que tuvieron uno en el nido pudieron sucumbir o sobrevivir y criar a la siguiente temporada una nueva nidada. Lo importante es que existe una asimetría en el coste del fracaso. Los genes para el fracaso ante el sometimiento a esclavitud por un cuco pueden transmitirse fácilmente de una generación a otra de petirrojos o acentores comunes. Los genes para el fracaso al esclavizar a padres adoptivos no pueden transmitirse a lo largo de las generaciones de cucos. Esto es lo que quiero decir con «deslealtad incorporada» y «asimetría en el coste del fracaso». Todo esto se resume en una de las fábulas de Esopo: «El conejo corre más deprisa que el zorro porque lo hace para salvar su vida, mientras que el zorro sólo corre detrás de la comida». Mi colega John Krebs y yo lo hemos designado con el nombre de «principio de vida/comida».
Debido al principio de vida/comida, los animales pueden comportarse a veces de un modo que no redunde en su propio interés, al ser manipulados por otro. En realidad, y en cierto sentido, sí están actuando por su propio bien: lo esencial del principio de vida/comida es que teóricamente podrían resistir la manipulación, pero que hacerlo sería demasiado costoso. Quizás para resistir la manipulación del cuco se necesiten unos ojos o un cerebro más grandes, lo que supondría costes adicionales. Los rivales con tendencia genética a resistir la manipulación tendrían menos éxito a la hora de transmitir sus genes, debido al coste económico de su resistencia.
Richard Dawkins
El gen egoísta
Las bases biológicas de nuestra conducta
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