30 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: Tom Sharpe, Vicios ancestrales

Lord Petrefact pulsó el timbre del brazo de su silla de ruedas y sonrió. No era una sonrisa encantadora, pero casi todos los que conocían bien al presidente del Grupo de Empresas Petrefact, que eran un grupo de desdichados poco numeroso, jamás esperaban de él sonrisas encantadoras. Incluso su Majestad la Reina, que, contra su juiciosa opinión, se dejó convencer por un nada escrupuloso primer ministro y acabó concediendo a Ronald Osprey Petrefact un título honorífico, pensó que su sonrisa era casi amenazadora. A los dignatarios de categoría inferior les reservaba sonrisas que iban desde lo reptilino hasta lo francamente sádico, según la importancia que él les diera, cosa que dependía exclusivamente de la utilidad temporal que tuvieran para él, o, en el caso de sus sonrisas más memorables, de que no le sirvieran absolutamente de nada.

En pocas palabras, la sonrisa de Lord Petrefact era simplemente la aguja indicadora de su barómetro mental, cuya escala jamás registraba tendencias más optimistas que tiempo bonancible, aunque por lo general anunciaba borrascas. Y desde que contrajo su enfermedad, causada por los esfuerzos combinados de uno de sus asesores financieros (que desprestigió sin querer unas acciones recientemente adquiridas por Lord Petrefact) y una ostra especialmente resentida, su sonrisa había adquirido una tendencia ladeada tan notable que, a veces, los que estaban sentados a uno de sus lados podían creer que, más que sonreír, estaba enseñando la dentadura postiza.

Pero esta mañana en particular casi rozaba la afabilidad. Se le había ocurrido, por decirlo con su metáfora preferida, una forma de matar dos pájaros de un tiro, y como uno de esos pájaros era un miembro de su familia, el plan le resultaba especialmente agradable. Al igual que muchos grandes hombres, Lord Petrefact detestaba a sus más próximos y queridos parientes, y su grado de proximidad, así como, en el caso de su hijo Frederick, su altísimo costo económico, estaban en proporción directa con la intensidad de su odio. Pero lo que se le había ocurrido no iba a servir solamente para dar la patada a su familia más inmediata. Los numerosos e infernalmente influyentes Petrefact que se encontraban esparcidos por el mundo se indignarían infinitamente, y como ellos le habían criticado siempre, a Lord Petrefact le proporcionaba un inmenso placer saborear por anticipado sus reacciones de furia.

Panizo

Setaria italica, Panizo

29 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: Flannery O’Connor, Los profetas

 El tío de Francis Marion Tarwater sólo llevaba muerto medio día cuando el muchacho llegó a estar demasiado borracho para terminar de cavar la tumba y un negro llamado Buford Munson, que había venido a por whisky, tuvo que terminarla y arrastrar el cuerpo desde la mesa de la cocina a la que todavía estaba sentado y enterrarlo de una manera cristiana y decente, con el signo del Salvador a la cabecera y suficientes cascotes por encima como para impedir que los perros lo desenterraran. Buford había llegado hacia el mediodía y, cuando se marchó al atardecer, Tarwater, el muchacho, aún seguía traspuesto.

El viejo había sido, o dicho que era, el tío abuelo de Tarwater y, hasta donde alcanzaban los recuerdos del niño, siempre habían vivido juntos. Su tío había dicho que, cuando le rescató y tomó la decisión de criarle, tenía setenta años; al morir, tenía ochenta y cuatro. Tarwater pensaba que esto hacía de él un chico de catorce. Su tío le había enseñado a escribir y leer, las cuatro reglas e historia, empezando por Adán expulsado del Paraíso, pasando por todos los presidentes hasta Herbert Hoover y profundizando luego en especulaciones sobre la Segunda Venida y el Día del Juicio. Además de darle una buena educación, le había rescatado de su otro único pariente, el sobrino del viejo Tarwater, un maestro, por entonces sin hijos, que pretendía educar a este hijo de su hermana muerta de acuerdo con sus ideas personales.

Cuáles eran estas ideas, el viejo estaba en situación de saberlo. Había vivido tres meses en casa del sobrino en nombre de lo que entonces pensó que era caridad, pero lo que decía haber descubierto no era caridad ni nada que de lejos se le pareciera. Todo el tiempo que había vivido allá, el sobrino lo había dedicado a estudiarle en secreto. El sobrino, que lo había acogido en nombre de la caridad, al mismo tiempo había estado introduciéndose en su alma por la puerta trasera, haciéndole preguntas que significaban más de una sola cosa, sembrando la casa de trampas y mirándole caer en ellas y, finalmente, sugiriendo la escritura de un estudio sobre su persona para una revista de maestros. La pestilencia de su comportamiento había llegado al cielo y el Señor en persona había rescatado al viejo. Le había enviado una visión airada, con instrucciones para escapar con el niño huérfano a la parte más remota del bosque y criarlo allí para su redención. El Señor le había asegurado una larga vida y él había arrebatado al niño de las mismas narices del maestro de escuela y se lo había llevado a Powderhead, donde tenía derecho a residir de por vida.

El viejo, que decía ser profeta, había enseñado al niño a esperar, él también, la llamada del Señor y a estar preparado para el día en que la escuchara. Le había instruido sobre los males que sobrevienen a los profetas, tanto sobre los que se originan en el mundo, que eran pura bagatela, como sobre los que proceden del Señor, en los que un profeta se inflama por entero, porque él había ardido completamente una y otra vez. Había aprendido por el fuego.

Había recibido la llamada en su primera juventud y había partido hacia la ciudad, para proclamar la destrucción que le esperaba a un mundo que había abandonado a su Salvador. En su furia, proclamaba que el mundo vería reventar al sol en sangre y fuego y, mientras él rabiaba y seguía a la espera, cada mañana, el sol, pleno y calmoso, salía, como si no fuera sólo el mundo sino el mismo Señor quien no hubiera alcanzado a escuchar el mensaje profético. Salía y se ponía, salía y se ponía, en un mundo que iba cambiando del verde al blanco, del verde al blanco y del verde al blanco otra vez. Salía y se ponía, y él desesperaba de ser escuchado por el Señor. Entonces, una mañana, para su regocijo, vio surgir del sol un dedo de fuego y, antes de que él pudiera darle la espalda, antes de que pudiera gritar, el dedo le había tocado, y la destrucción que tanto había esperado se abatió sobre su propio cerebro y sobre su propio cuerpo. Era su sangre, no la sangre del mundo, la que había ardido hasta quedar sus venas resecas.

Habiendo aprendido tanto de sus propios errores, estaba en situación de instruir a Tarwater —cuando el niño decidió escuchar— acerca de la dura servidumbre del Señor. El niño, que tenía sus propias ideas al respecto, le escuchaba con la impaciente convicción de que él no cometería error alguno cuando llegara el tiempo y el Señor le llamara.


Flannery O’Connor
Los profetas

Segunda novela de Flannery O’Connor, Los profetas constituye un análisis, de fuerza y belleza muy particulares, de las relaciones de poder entre tres hombres de una misma familia —un anciano profeta, granjero y fabricante de whisky ilegal, un adolescente iluminado y un maestro angustiado y pusilánime—, a través de la búsqueda fanática de la huella de Dios en la tierra. Perteneciente a la generación de Truman Capote, William Styron, Saul Bellow y John Salinger, Flannery O’Connor posee tal vez la escritura menos amanerada, el estilo más permanente y exquisito de todos ellos y una extraordinaria brillantez de narración.

Flores de altramuces

Lupinus albus

28 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: Isak Dinesen, Memorias de África

 Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.

La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era ni excesivo ni opulento; era el África destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica. Los árboles tenían un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a la de los árboles en Europa; no crecían en arco ni en cúpula, sino en capas horizontales, y su forma daba a los altos árboles solitarios un parecido con las palmeras, o un aire romántico y heroico, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenían una extraña apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. Las desnudas y retorcidas acacias crecían aquí y allá entre la hierba de las grandes praderas, y la hierba tenía un aroma como de tomillo y arrayán de los pantanos; en algunos lugares el olor era tan fuerte que escocía las narices. Todas las flores que encontrabas en las praderas o entre las trepadoras y lianas de los bosques nativos eran diminutas, como flores de las dunas; tan sólo en el mismísimo principio de las grandes lluvias crecía un cierto número de grandes y pesados lirios muy olorosos. Las panorámicas eran inmensamente vacías. Todo lo que se veía estaba hecho para la grandeza y la libertad, y poseía una inigualable nobleza.

Aciano

 centaurea cyanus o azulejo

27 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: de Alfred Döblin, BERLIN ALEXANDERPLATZ

 AQUÍ, al principio, Franz Biberkopf sale de la cárcel de Tegel adonde lo ha llevado su insensata vida anterior. Le cuesta echar raíces de nuevo en Berlín, pero finalmente lo consigue y se alegra de ello, y jura llevar una vida honrada.
A la ciudad con el 41
Estaba ante la puerta de la cárcel de Tegel y era libre. Ayer aún, en los campos de atrás, había rastrillado patatas con los otros, en uniforme de presidiario, pero ahora llevaba un abrigo de verano amarillo; ellos rastrillaban atrás, él estaba libre. Dejaba pasar un tranvía tras otro, apretaba la espalda contra el muro rojo y no se iba. El vigilante de la puerta pasó varias veces por delante, le indicó su tranvía, pero él no se fue. Había llegado el momento terrible (¿terrible, Franze, por qué terrible?), los cuatro años habían terminado. Las negras puertas de hierro, que desde hacía un año contemplaba con creciente aversión (aversión, por qué aversión) se habían cerrado a sus espaldas. Lo ponían otra vez en la calle. Dentro quedaban los otros, carpinteando, barnizando, seleccionando, encolando, les quedaban aún dos años, cinco. Él estaba en la parada del tranvía.
Empieza el castigo.
Se sacudió, tragó saliva. Se pisó un pie. Luego tomó carrerilla y subió al tranvía. En medio de la gente. En marcha. Al principio era como cuando uno está en el dentista, que coge la raíz con las tenazas y tira; el dolor aumenta, la cabeza está a punto de estallar. Volvió la cabeza atrás, hacia la pared roja, pero el tranvía volaba con él sobre los raíles y sólo su cabeza quedó mirando hacia la prisión. El tranvía tomó una curva, se interpusieron árboles, casas. Aparecieron calles animadas, la Seestrasse, subió y bajó gente. Dentro de él, algo gritaba horrorizado: cuidado, cuidado, ya empieza. La punta de la nariz se le helaba, algo temblaba en sus mejillas. «Zwölf Uhr Mittagszeitung», «B. Z»., «Die neuste Illustrirte», «Die Funkstunde neu». «Billetes, por favor». Los polis llevan ahora uniformes azules. Se bajó otra vez del tranvía sin ser notado, estaba entre personas. ¿Qué pasaba? Nada. Un poco de compostura, cerdo famélico, haz un esfuerzo o te parto la cara. Gentío, qué gentío. Cómo se agita. Mi sesera necesita engrase, seguro que está seca. ¿Qué era todo aquello? Tiendas de zapatos, tiendas de sombreros, lámparas eléctricas, tascas. La gente tiene que tener zapatos para poder correr tanto, también nosotros teníamos una zapatería, no hay que olvidarse. Cientos de cristales relucientes, déjalos que brillen, no te irán a dar miedo, te los puedes cargar, qué pasa con ellos, los acaban de limpiar. Estaban levantando el pavimento en la Rosenthaler Platz, caminó con los demás por los tablones. Uno se mezcla con los otros, todo se arregla, no notas nada, muchacho. En los escaparates había figuras con trajes, abrigos, con faldas, con medias y zapatos. Fuera todo se movía, pero… detrás… finada! ¡Nada… vivía! Aquello tenía rostros alegres, se reía, aguardaba en el islote del tráfico frente a Aschinger en grupos de dos o tres, fumaba cigarrillos, hojeaba periódicos. Estaba allí como las farolas… y… se quedaba cada vez más rígido. Formaba una unidad con las casas, todo blanco, todo de madera.
 
BERLIN ALEXANDERPLATZ
Alfred Döblin

Berlín Alexanderplatz aparece en 1929. Su éxito es extraordinario y, en pocos años, alcanza cuarenta y cinco ediciones y se traduce a varios idiomas. La novela se consideró una exaltación de Berlín, ciudad que el autor, por su profesión de médico, conocía muy bien. Los ojos de Döblin (y sus cuadernos) registran todos los detalles de la geografía berlinesa, pero como narrador omnisciente, Döblin interviene en la acción y comenta lo que ocurre. Fondo y forma se funde en un libro desconcertante y abierto a la interpretación.
Berlín Alexanderplatz se considera una «novela moderna» por muchos aspectos: no solamente por la ruptura con el carácter tradicional de héroe y con la estructura cronológica de relato, sino también por el uso de nuevas maneras de narrar (monólogos interiores, combinación de distintos niveles de lenguaje y puntos de vista…) y por el constante uso del collage intertextual (mezclando textos de canciones, titulares de los periódicos, transcripciones de sonidos, etc.).
La historia se sitúa en el barrio de clase obrera, Alexanderplatz, en el Berlín de los años 20, y empieza con la salida de la cárcel de Franz Biberkopf. Döblin describe su lucha y su desdicha al intentar buscar por los submundos de Berlín un futuro y su intención de convertirse en «un hombre nuevo».

De visita a una flor de salvia

 de visita

26 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: de Gerald Brenan, Al sur de Granada

 Fui a España por primera vez en septiembre de 1919. Acababan de licenciarme del ejército y buscaba una casa en la que pudiera vivir una temporada, lo más larga posible, con los ahorros de mi paga de oficial. Escasos eran mis estudios, ya que los conocimientos de la vida moderna que uno logra durante la enseñanza secundaria son muy pobres, y la guerra había dejado en mí el disgusto por las profesiones corrientes. Antes de decidir lo que iba a hacer, deseaba pasar unos años leyendo los libros que había reunido, inmerso en el modo de vida mediterráneo. No obstante, el hecho de que eligiese España en vez de Grecia o Italia no fue debido a ningún sentimiento especial hacia ella. Casi todo lo que sabía sobre ese país se reducía a que había sido neutral durante la guerra y, por tanto, imaginaba que la vida resultaría allí barata. Para mí esto era esencial, puesto que cuanto más consiguiera que me durara el dinero, más tiempo podría gozar del ocio.
Mis primeras impresiones tras desembarcar en La Coruña fueron descorazonadoras. Pasé unos cuantos días recorriendo Galicia y luego viajé a través de la meseta en un tren mixto que se detenía durante diez minutos en todas las estaciones. A medida que nos arrastrábamos por aquella infinita extensión amarilla me sentía penosamente sorprendido por la desnudez y la monotonía de la región. Ni un arbusto, ni un árbol, y las casas, construidas de adobe, eran del mismo color que la tierra. Si toda España iba a ser así, no veía posibilidad de establecerme en ella. Cuando llegué a Madrid comenzó a llover a cántaros. Además, caí en las garras de dos arpías, dueñas de una casa de huéspedes. Me exigían pagar cada comida por adelantado y no me quitaban ojo mientras comía, arrebatándome el plato antes de que hubiera terminado, para engullir ellas los restos en la cocina. Sus ojos tenían el brillo acerado de quien no ha comido durante un mes. Comenzó a llover otra vez en cuanto llegué a Granada. Vi la Alhambra a través de una llovizna persistente y me pareció vulgarmente presuntuosa y enlodada, como una gitana sentada bajo un seto empapado. ¿Así que este era el fabuloso palacio oriental de las postales?

Gerald Brenan
Al sur de Granada

Yegen es un pueblo alpujarreño, plácidamente recostado en una suave ladera rugosa, arañada por limpios regatos de aguas cantarinas, gratas al paladar. En él vivió Brenan varios años, entre 1920 y 1934, en busca de sí mismo, arrebatado por la sencilla espontaneidad de las gentes que lo pueblan. Las palabras, los gestos, los ruidos, el trajín, las creencias y costumbres de tipo folclórico, todo lo anota minuciosamente Brenan, lo contrasta, se documenta, se deja empapar día a día. El resultado es esta obra, un libro curioso en el cual admiramos tanto el primor con que están descritos los tipos y sus maneras, y el marco en que se mueven, como las originales interpretaciones que el autor hace de cuanto observa. Podemos decir que tenemos ante los ojos una valiosa monografía antropológica servida con un lenguaje transido de emociones. De ahí que el libro resulte incitante, tanto para quien busque la lectura placentera como para quienes pretendan una iniciación en el trabajo de campo antropológico.

Flores de moras

flores de moras

25 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: de José Manuel Caballero Bonald, Ágata ojo de gato

Llegaron desde más allá de los últimos montes y levantaron una hornachuela de brezo y arcilla en la ciénaga medio desecada por la sedimentación de los arrastres fluviales. Jamás entendió nadie por qué inconcebibles razones bajaron aquellos dos errabundos —o extraviados— colonos desde sus nativas costas normandas hasta unos paulares ribereños donde, si lograban escapar del paludismo o la pestilencia, sólo iban a poder malvivir de la difícil caza del gamo en el breñal o de la venenosa pesca del congrio en los caños pútridos. El caserío más próximo caía al otro lado de lo que fue laguna (y ya marisma) de Argónida, y era de gentes que acudían por temporadas al sanguinario arrimo de los mimbrales, mientras que más al sur, hacia los contrarios rumbos del delta primitivo, bullía la secta de las almadrabas, el mundo suntuoso y enigmático al que sólo se podía ingresar a través de navegaciones fraudulentas o pactos ilegítimos con los patrones de los atuneros.
Nadie supo de los normandos ni los vio bregar por la marisma hasta bastante después de su insólita llegada. Debieron de luchar a brazo partido contra la salvaje tiranía de los médanos y la bronca resistencia del terreno a dejarse engendrar. Una costra salina, compacta y tapizada de líquenes, que rompía en formas concoideas de pedernal al ser golpeada por el azadón, les fue metiendo en las entrañas como una progresiva réplica a aquella misma reciedumbre y a aquella misma crueldad. Con asnos cimarrones cazados a lazo y domesticados por hambre, fueron acumulando guano y tierra de aluvión sobre la marga que ya habían conseguido sacar a flote entre las brechas del salitre. No sembraron cereales ni legumbres ni plantas solanáceas (cuya cohabitación con el esquilmado subsuelo tampoco habría sido posible), sino momificadas simientes de hierbas salutíferas que habían traído con ellos, conservadas en viejos pomos de botica y como única hereditaria manda, desde sus bancales nórdicos. Arropadas en mantillo y recosidas con hilachas de agave, aquellas venerandas semillas de ajenjo y ruibarbo, sardonia y camomila, lúpulo y salicaria, germinaron muy luego en la extensión baldía y provisoriamente hurtada a la mordedura del nitro, contraviniendo por vez primera el código de una erosión iniciada desde que el río perdiera uno de sus prehistóricos brazos para ir soldando la isla oriental de la desembocadura con los arenales limítrofes. Nunca llegó a sospecharse, sin embargo, la finalidad o el presunto beneficio de aquellas delirantes plantaciones, vigiladas hasta el agotamiento durante meses y cuyas iniciales y precarias cosechas revirtieron en su totalidad al semillero destinado a una gradual ampliación de los bancales.

José Manuel Caballero Bonald
Ágata ojo de gato

Un enigmático extranjero llega a Argónida, territorio mítico tras el que se adivina la geografía del Coto de Doñana. La apropiación por parte del recién llegado y su familia de un tesoro que no les pertenece desencadenará una serie de acontecimientos que conducirá a los personajes hasta un destino fatal.
Ágata ojo de gato relata el proceso de colonización de un territorio salvaje y el modo en que la naturaleza impone su implacable venganza sobre quienes la han ofendido. El Coto de Doñana se convierte en el verdadero protagonista, y la fascinante variedad de su paisaje dota a la narración de una riqueza estilística y argumental desbordante. La peculiaridad de la prosa, caracterizada por un preciosismo envolvente, y la vocación de fábula hacen de esta novela una obra de gran singularidad y ambición.
Galardonada con el Premio de la Crítica en 1975, Ágata ojo de gato es, de toda su producción narrativa, la obra predilecta de José Manuel Caballero Bonald, un libro imprescindible en el panorama de la literatura española contemporánea.

Moras cultivadas

moras cultivadas Logan

24 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: de Ernesto Sabato, Abbadón el exterminador

 EN LA TARDE DEL 5 DE ENERO, de pie en el umbral del café de Guido y Junín, Bruno vio venir a Sabato, y cuando ya se disponía a hablarle sintió que un hecho inexplicable se produciría: a pesar de mantener la mirada en su dirección, Sabato siguió de largo, como si no lo hubiese visto. Era la primera vez que ocurría algo así y, considerando el tipo de relación que los unía, debía excluir la idea de un acto deliberado, consecuencia de algún grave malentendido.
Lo siguió con ojos atentos y vio cómo cruzaba la peligrosa esquina sin cuidarse para nada de los automóviles, sin esas miradas a los costados y esas vacilaciones que caracterizan a una persona despierta y consciente de los peligros.
La timidez de Bruno era tan acentuada que en rarísimas ocasiones se atrevía a telefonear. Pero, después de un largo tiempo sin encontrarlo en La Biela ni en el Roussillon, y cuando supo por los mozos que en todo ese período no había reaparecido, se decidió a llamar a su casa. «No se siente bien», le respondieron con vaguedad. «No, no saldría por un tiempo.» Bruno sabía que, en ocasiones durante meses, caía en lo que él llamaba «un pozo», pero nunca como hasta ese momento sintió que la expresión encerraba una temible verdad. Empezó a recordar algunos relatos que le había hecho sobre maleficios, sobre un tal Schneider, sobre desdoblamientos. Un gran desasosiego comenzó a apoderarse de su espíritu, como si en medio de un territorio desconocido cayera la noche y fuese necesario orientarse con la ayuda de pequeñas luces en lejanas chozas de gentes ignoradas, y por el resplandor de un incendio en remotos e inaccesibles lugares.

Ernesto Sabato
Abbadón el exterminador

En Abbadón el exterminador culmina y se abre aún a más vastas y terroríficas profundidades de abismo interior la trilogía iniciada en El túnel y proseguida en Sobre héroes y tumbas.
Desarrollando en su más abarcador registro la metáfora del «Informe sobre ciegos», la obra hace ingresar a su autor en el ámbito mismo de la escritura, lo incorpora a su corporeización fantasmal como personaje en una complejísima construcción técnica cuyo juego de perspectivas remite a la vez a la realidad extratextual de un tiempo de apocalipsis y a las simas anímicas donde bucea el poder visionario del acto creador.
Así, en la cúspide de su grandeza, esta vasta obra totalizadora culmina y comprende todo el arte sabatiano y la hondura de su indagación existencial.

Allium palentinum

Allium palentinum Losa & P Monts

23 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: P. G. Wodehouse, ¡Gracias, Jeeves!

 Me sentía un poco conturbado. No profundamente, pero sí un poco. Sentado en mi gabinete, acariciaba con indolencia las cuerdas de mi banjo —un instrumento al que había tomado últimamente gran afición— y, si bien no cabía decir que mi entrecejo se frunciese con gravedad, tampoco podía afirmarse lo contrario de un modo absoluto. Acaso la expresión «estaba pensativo» defina bien mi estado de ánimo en aquellos momentos. Me parecía notorio que se perfilaba ante mí una situación fecunda en embarazosas posibilidades.
—¿Sabe usted lo que pasa, Jeeves? —dije.
—No, señor.
—¿No sabe a quiénes vi anoche?
—No, señor.
—A J. Washburn Stoker y a su hija Paulina.
—¿Sí, señor?
—Puesto que los he visto, deben de estar en Londres.
—Así parece, señor.
—Es enojoso, ¿eh?
—Opino que, después de lo sucedido en Nueva York, quizá fuese desagradable para usted hablar a la señorita Stoker, señor. Pero creo que no es inevitable que se presente el caso.
Ponderé sus palabras.
—Cuando uno empieza a pensar en las cosas molestas que pueden ocurrir, el cerebro vacila y se pierde en una niebla, Jeeves. ¿Se da cuenta de que me es preciso no aparecer en el camino de esa muchacha?
—Sí, señor.
—¿Y evitar su presencia?
—Sí, señor.
Arranqué al banjo cinco notas de El viejo del río con cierto abandono. Las expresiones de Jeeves me habían serenado un tanto. Su razonamiento me parecía comprensible. Al fin y al cabo, Londres es una ciudad grande y, si uno no quiere, no tiene por qué encontrarse con la gente.

P. G. Wodehouse
¡Gracias, Jeeves!

Bertie Wooster es invitado a abandonar su domicilio por el administrador de su piso, ya que ninguno de sus vecinos puede aguantar ni un minuto más su horrible manera de tocar el banjo. Tampoco su fiel criado Jeeves que decide dejar de prestarle sus servicios, ya que su señor no parece dispuesto a abandonar tan torturante afición. Su amigo Chuffy / Lord Chuffnell le ofrece una residencia de su propiedad que acepta encantado.
De visita, en el domicilio de su amigo, se reencontrara con su exmayordomo, que ha sido contratado por éste, aprovechando la ocasión, y coincidirá también con unos viejos conocidos, entre ellos, Paulina, una bella y coqueta joven de la anduvo enamorado en el pasado. Paulina le confiesa a Wooster que siente gran interés por Lord Chuffnell y que piensa que es correspondida.
Después de una conversación, en la que Jeeves informa a su señor sobre los motivos por los que Chuffy no termina de dar el paso, ambos deciden unir sus fuerzas para conseguir que su amigo y la joven heredera se conviertan en pareja. A partir de aquí, el enredo está servido.

Adornos para jardín

adornos para jardín

22 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner

 Desde poco después de las dos hasta la puesta del sol de aquella apacible lenta y calurosa tarde muerta de septiembre permanecieron sentados en lo que la señorita Coldfield seguía llamando el despacho porque su padre lo había llamado así —una habitación oscura sofocante con las celosías cerradas y echados los cerrojos desde hacía cuarenta y tres veranos porque cuando ella era una niña alguien había tenido la creencia de que la luz y la ventilación atraían el calor y que la oscuridad era siempre más fría y que ésta (cuanto más caía el sol con toda su fuerza sobre aquel costado de la casa) se iluminaba con amarillos rayos horizontales a través de la celosía llena de motas de polvo que Quentin pensaba que eran escamas de la viejísima pintura reseca desprendidas hacia el interior desde la madera de las celosías decapadas como si el viento las hubiera arrastrado. Una guía de glicinas florecía por segunda vez aquel verano por entre un enrejado frente a la ventana, los gorriones entraban y salían de vez en cuando en frenéticos escarceos, produciendo un vivo rumor seco y polvoriento antes de alejarse; y frente a Quentin, la señorita Coldfield con su sempiterno luto que había llevado desde hacía ahora cuarenta y tres años, bien fuera por su hermana, padre o noesposo nadie lo sabía, sentada muy erguida en una rígida silla que era tan alta que sus piernas pendían rectas y verticales como si tuviera pantorrillas y tobillos de hierro, sin pegar en el suelo con ese aire de rabia impotente y estática que tienen los pies de los niños y hablando con esa áspera voz huraña y asustada hasta que al final toda atención cesaba y el sentido auditivo, la auto-conmiseración y el por largo tiempo ausente objeto de su fútil pero inexorable fracaso aparecía, como si fuera evocado por un indignado requerimiento, sereno, distraído e inofensivo, brotando del polvo paciente y soñador y victorioso.

William Faulkner
¡Absalón, Absalón!

William Faulkner es hoy aclamado universalmente como uno de los escritores más importantes del siglo XX. Convirtió su pequeño condado en Misisipi en un escenario apócrifo donde explorar virtudes y defectos de la sociedad, al tiempo que experimentaba con las posibilidades de la novela modernista. Su obra se caracteriza por esa estética rica que se arriesga en el empleo de recursos expresivos innovadores, que hereda de las tradiciones romántica y realista, y alcanza con “¡Absalón, Absalón!” el encumbramiento como obra maestra del modernismo americano.
“¡Absalón, Absalón!” es una obra enigmática, ambigua, y de una complejidad técnica extraordinaria. Cuatro narradores exploran las posibilidades de la aprehensión de la certeza y de la duda, de los límites del conocimiento humano, en una lucha por discernir la verdad a pesar de la ausencia de datos fundamentales para lograrlo. El amor, el racismo y el honor se combinan para construir una historia que acaba con las esperanzas del modelo idílico de la cultura de la plantación.

Fuchsia, Pendientes de la reina

 Fuchsia, Pendientes de la reina,

21 abril 2022

Sobre el comienzo de unos libros... Hoy: Jaroslav Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk

 —De modo que nos han matado a Fernando —dijo la sirvienta al señor Schwejk, el cual hacía años que, habiendo sido declarado tonto por la comisión médica militar, había abandonado el servicio y vivía de la venta de perros, feos monstruos de malas razas, falsificando sus árboles genealógicos.
Además de esta ocupación padecía reumatismo y ahora precisamente se frotaba la rodilla con linimento alcanforado.
—¿Qué Fernando, señora Müller? —preguntó Schwejk sin dejar de darse masajes en la rodilla—. Conozco a dos Fernandos. Uno es criado del droguero Pruscha y alguna vez se ha equivocado y ha bebido tinte para el pelo, y luego conozco también a Fernando Kokoschka, que anda recogiendo estiércol. El mundo no se pierde nada con ninguno de los dos.
—¡Pero señor! Ha sido al archiduque Fernando, al de Konopischt, al gordo y piadoso.
—¡Jesús María! —exclamó Schwejk—. ¡Qué curioso! Y ¿dónde le ha ocurrido eso al señor archiduque?
—En Sarajevo. Lo han matado con un revólver, señor. Fue allá en automóvil con la archiduquesa.
—¡Vaya, señora Müller! ¡En automóvil! Sí, un señor como él puede permitirse ese lujo y no piensa ni por un momento que un viaje así puede acabar en desgracia. Y además en Sarajevo, que es Bosnia, señora Müller. Seguro que lo han hecho los turcos. Es que no hubiéramos debido quitarles Bosnia y Herzegovina. Bueno, señora Müller: ¡de modo que el archiduque descansa en el seno divino! ¿Ha sufrido mucho?
—El archiduque se fue en seguida, señor. Ya sabe, un revólver no es ninguna broma. 

Jaroslav Hasek
Las aventuras del valeroso soldado Schwejk

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk es, tal vez, la obra de la literatura checa más conocida fuera del país, ya que al poco de ser publicada se tradujo a varios idiomas y fue objeto de adaptaciones teatrales y cinematográficas. Constituye una sátira mordaz y divertida contra lo absurdo de las guerras. Su protagonista, Schwejk, con astuto desamparo y ladina sandez, libra su guerra privada contra la maquinaria militar como un Sancho Panza de la Primera Guerra Mundial, y empleando la estupidez como refinamiento se transforma en un estratega capaz de desarmar a quien sea. En una serie de divertidos episodios y en el trato con sus múltiples y siempre limitados superiores, Schwejk cumple su deber de obediencia de tal manera que todas las órdenes llevan al absurdo y deja en ridículo a las autoridades reconocidas.

Fuchsia, Pendientes de la reina

Fuchsia, Pendientes de la reina,

20 abril 2022

Sobre el cuco - hasta que el cuco de la primavera con ajadas plumas provocó su piedad y traicionó su verdad.

LAMENTO POR PASIFAE
¡Sol agonizante, brilla tibio un poco más!
Mi ojo, empañado por las lágrimas, empañará el tuyo,
conjurándote a brillar y a no moverte.
Tú, sol, y yo hemos trabajado todo el mediodía
bajo una opresiva nube sin rocío—
un vellón dorado ahora por nuestra pena en común
porque ésta será una noche sin luna.
¡Sol agonizante, brilla tibio un poco más!
Ella no fue infiel: era muy mujer,
sonriendo con terrible imparcialidad,
soberana, con corazón sin igual, adorada por los hombres,
hasta que el cuco de la primavera con ajadas plumas
provocó su piedad y traicionó su verdad.
Fue entonces cuando ella, que brilló para todos, renunció a sí misma,
y ésta debe ser una noche sin luna.
¡Sol agonizante, brilla tibio un poco más!

Robert Graves
Cien poemas

Los poemas recopilados aquí constituyen una pequeña pero representativa selección de la obra de Robert Graves, extraída de su último volumen Collected Poems, publicado en Inglaterra en 1975. Graves ocupa una posición solitaria y única entre los poetas ingleses del siglo XX; durante más de sesenta años, como poeta practicante y dedicado a su labor, ha evitado todas las modas y movimientos poéticos y ha caminado siempre su propio camino, siguiendo la tradición inglesa del poema lírico clásico. Él es el individuo, el forastero casi, de la literatura inglesa contemporánea.
Sus libros de poemas, mucho más complejos que su obra narrativa, hacen de él uno de los grandes poetas en lengua inglesa de nuestro siglo. La selección de cien poemas que hoy ofrecemos ha sido realizada y traducida magistralmente por la también escritora Claribel Alegría (en colaboración con Darwin J. Flakoll), que tuvo la ventaja de ser vecina de Graves en el pueblecito de Deyá y de poder consultar con él y recabar su ayuda para mejor llevar a término su trabajo.


Cistus salviifolius o jara de hoja de salvia

 Cistus salviifolius o jara de hoja de salvia

19 abril 2022

Sobre el cuco - o un huevo de cuco en un nido de mirlos,

ÉPOCAS DE JURAMENTOS
Encontrar un tulipán
en medio de primaveras silvestres de túmulos silvestres,
o un huevo de cuco en un nido de mirlos,
o un hongo gigante, una cesta entera—
¡Las memorables proezas de la niñez!
Hace tiempo, junto a los terraplenes, excavando en la tierra,
mi vara sacó a luz una cuenta de ámbar romano…
Lo extraviado, lo extravagante, lo indescifrado
me atraía: para cuadros simples no tenía el ojo.
¿Juré obediencia entonces
a lo inusitado y no (como pensaba) a la verdad?—
¿Me convertí en virtuoso, y esto también,
más tarde, de cuadros simples, al cansarme
de unicornios y ponzoñas?
¿Olvidé cómo saludar con sencillez
ese cuadro especial, cómo conocer profundamente
el placer compartido por corazones rectos?
¿Y tiene esto que empezar de nuevo, con juramentos
sobre el libro verdadero, en el nombre verdadero,
tartamudeando ahora mi alabanza de ti,
como un muchacho que confiesa su primer amor?

Robert Graves
Cien poemas

Los poemas recopilados aquí constituyen una pequeña pero representativa selección de la obra de Robert Graves, extraída de su último volumen Collected Poems, publicado en Inglaterra en 1975. Graves ocupa una posición solitaria y única entre los poetas ingleses del siglo XX; durante más de sesenta años, como poeta practicante y dedicado a su labor, ha evitado todas las modas y movimientos poéticos y ha caminado siempre su propio camino, siguiendo la tradición inglesa del poema lírico clásico. Él es el individuo, el forastero casi, de la literatura inglesa contemporánea.
Sus libros de poemas, mucho más complejos que su obra narrativa, hacen de él uno de los grandes poetas en lengua inglesa de nuestro siglo. La selección de cien poemas que hoy ofrecemos ha sido realizada y traducida magistralmente por la también escritora Claribel Alegría (en colaboración con Darwin J. Flakoll), que tuvo la ventaja de ser vecina de Graves en el pueblecito de Deyá y de poder consultar con él y recabar su ayuda para mejor llevar a término su trabajo.

Bupleurum fruticosum, Adelfilla de las apiáceas

 Bupleurum fruticosum, Adelfilla de las apiáceas,

18 abril 2022

Sobre el cuco - A Atenea le fueron concedidas las de cuervo, garza y búho, y más tarde le quitó el cuco a Hera.

La mayoría de los jonios, cuando por primera vez reconocieron la autoridad de la Triple Diosa, habían permitido a sus hijos varones iniciarse en las hermandades secretas pelasgas que la asistían en su culto.
Los eolios habían hecho lo mismo. Cada hermandad tenía un demonio, encarnado en alguna bestia o pájaro cuya carne causaba la muerte al ingerirse, excepto en algunas ocasiones solemnes, y sus miembros se reunían regularmente para realizar danzas dedicadas al demonio, en las cuales imitaban el andar y las costumbres de la bestia o del pájaro sagrado y se disfrazaban con su cuero, o su pelo, o su plumaje. Su jefe representaba al demonio y recibía de él su inspiración. Algunas veces la elección de la hermandad la hacia la propia madre para su hijo antes de su nacimiento si algún animal le había llamado la atención, en sueños o despierta. Pero, por regla general, la hermandad comprendía a todos los miembros varones de media tribu. Así pues, los sátiros de Tesalia y los silenos de Fócide pertenecían a la hermandad de la Cabra; los centauros del Pelión a la del Caballo, algunos de los magnesios a la hermandad del Leopardo, los crisios de Fócide a la de la Foca y en Atenas había hombres-búho. Las mujeres tenían sociedades similares y la diosa no permitía a ninguna mujer que tomara un amante de su misma hermandad —de este modo un hombre-león podía tener relaciones con una mujer de la hermandad del Leopardo y una mujer-león con un hombre-leopardo, pero jamás un hombre-león con una mujer-león ni un hombre-leopardo con una mujer-leopardo—, una regla que sin duda tenía como finalidad unir las desparramadas tribus en una armonía de afectos, con el agradable ir y venir que esta costumbre imponía. Pero en prueba de que todos los demonios de las diferentes hermandades estaban sometidos a la Triple Diosa, todos los años se celebraba un holocausto en honor suyo: cada hermandad enviaba su animal macho sagrado, bien atado, al santuario más próximo para quemarlos allí todos juntos en una crepitante hoguera.
Los aqueos miraban con natural recelo a estos demonios por su lealtad a la Triple Diosa y por el promiscuo amor que infundían en sus adoradores. El rey Esténelo adoptó la política de suprimir cuantas sociedades pudiera y de someter el demonio de todas las que quedaban a algún miembro de la familia olímpica. Así pues, alegó que Zeus no sólo poseía su carácter de carnero por el hecho de haber sido adorado por pastores, sino que además podía perfectamente ser venerado como toro, águila, cisne, palomo y gran serpiente. A Hera se le permitió retener su poder sobre el león, el cuco, y el torcecuellos. A Apolo, que anteriormente había sido un demonio ratón, le concedieron las identidades de lobo, abeja, delfín y halcón. A Atenea le fueron concedidas las de cuervo, garza y búho, y más tarde le quitó el cuco a Hera. A Artemisa le dieron el pez, el ciervo, el perro y el oso. A Poseidón el caballo y el delfín.
A Hermes el lagarto y la serpiente pequeña. A Ares el jabalí, y así sucesivamente. Los pelasgos se encolerizaron cuando Poseidón se adjudicó el título de dios Caballo y, como protesta por este hecho, colocaron una efigie de la madre de Cabeza de Yegua llamada Yegua Furiosa en una de sus ciudades, pues el caballo proclama sin lugar a dudas la soberanía de la Triple Diosa por la luna que imprimen sus cascos. Estos y otros cambios desconcertantes en la religión griega, que incluían la inauguración de un nuevo calendario, fueron explicados a los visitantes congregados en Olimpia en un espectáculo solemne, organizado por los heraldos del dios Hermes, con el cual pusieron fin a la conferencia. Hubo una representación pantomímica de la castración, por mano de Zeus, de su supuesto padre Crono —después de lo cual felicitaron a Zeus coronándolo con ramas de olivo silvestre y tirándole hojas de manzanos—, de los matrimonios de Hera y Zeus, de Poseidón y Anfitrite y de Hefesto y Afrodita; de los renacimientos de Ares, Hefesto y Atenea; de la sumisión de las bestias y de los pájaros, nada uno ante su nuevo amo o señora —en resumen, de todas las novedades mitológicas que se habían acordado. Estas representaciones terminaron con una animada exhibición de los doce olímpicos sentados juntos a la mesa, llevando las vestiduras apropiadas a sus nuevas caracterizaciones y atributos. Cada deidad estaba representada por algún rey, sacerdote o sacerdotisa, y el papel de Zeus lo desempeñaba Esténelo de Micenas, que en una mano llevaba el áureo cetro de Perseo con cabeza de perro y en la otra el escudo de la aversión con una cara gorgónea.

Robert Graves
El vellocino de oro


Gloriosa Superba

Gloriosa Superba

17 abril 2022

Sobre el cuco - dejando los pastos alpinos hasta que vuelva a cantar el cuco de la primavera

Un valiente cazador fue el libertador de Suiza hace seiscientos años. Nació en el cantón de Uri. Se llamaba Guillermo Tell.
En medio de las altas montañas está el lago verde de los Cuatro Cantones; en sus aguas se reflejan las cumbres heladas y las vacas que pacen la yerba de sus orillas. Comienza el otoño.
Un pescador canta en su barca; los cazadores trepan por las escarpaduras veladas de nubes, y los pastores se alejan con sus ganados, dejando los pastos alpinos hasta que vuelva a cantar el cuco de la primavera.
Cuando pastores, cazadores y pescadores se encuentran junto al lago se estrechan las manos como hermanos en el trabajo y juntos lamentan el triste destino de su patria, sometida a la más vergonzosa esclavitud. El gobernador Gessler, que ejerce la tiranía en nombre del Emperador de Alemania, insulta a los pobres; pisotea a los humildes, atropella sus derechos, su hacienda y su honra. Y se ríe de los antiguos fueros del pueblo libre. ¡Ay del que se atreva a levantar los ojos delante de él! ¡Ay del que no se arrodille ante sus caprichos y ante la insolencia de sus servidores y amigos!
Pastores, cazadores y pescadores, hombres esforzados y humildes de las altas montañas nevadas, ven con desaliento cómo día tras día el yugo del tirano aprieta cada vez más el cuello de su patria. Y se estrechan tristemente las manos en esta oscura tarde de octubre a orillas del lago de los Cuatro Cantones.

Alejandro Casona
Flor de leyendas


Buddleja davidii y mariposa

Buddleja davidii y mariposa

16 abril 2022

Sobre el cuco - El cuco como el ruiseñor quieren atar la primavera,

EL CUCO COMO EL RUISEÑOR
quieren atar la primavera,
pero el verano portador
de ortiga y cardos no espera;
para mí al follaje ligero
de aquel árbol dio espesor,
por el que para el rapto más bello
dirigí el mirar de amor.
Tapó el tejado de color,
las rejas, los pilares salientes,
adonde mi ojo espía partió,
allí está mi eterno oriente.

1827

Johann Wolfgang von Goethe
La vida es buena
(Cien poemas)

Jara blanca

Jara blanca o cistus álbidus

15 abril 2022

Sobre el cuco - Tan sólo se oía, de vez en cuando, la voz de un cuco en los castaños.

 —¡Usted debe de saber de eso, señor Maia, que tiene experiencia con españolas!…

Alencar, que se había quedado atrás encendiendo un cigarro, curioso, quiso saber qué era aquello de las españolas. El maestro le puso al tanto del encuentro en el Nunes y de los furores de la Concha.

Ambos caminaban por una de las alamedas laterales, verde y fresca, sumida en una paz religiosa, como un claustro hecho de follaje. La explanada estaba desierta, la hierba que la cubría crecía libremente, punteada de margaritas blancas y de botones de oro que brillaban al sol. Las hojas no se movían. Por entre las ramas ligeras caían los haces dorados del sol. El azul del cielo parecía haber reculado a una distancia infinita, impregnado de aquel silencio luminoso. Tan sólo se oía, de vez en cuando, la voz de un cuco en los castaños.

Aquel edificio, con su gran verja que lindaba con la carretera, sus florones de piedra roídos por la lluvia, el pesado blasón rococó, las ventanas con telas de araña, las tejas rotas, semejaba estar dejándose morir voluntariamente en aquella verde soledad, a disgusto con el mundo tras la desaparición de los tricornios y los espadines, desde que los últimos miriñaques rozaran aquellas hierbas… Cruges le describía a Alencar la escena de Eusèbiozinho yendo a pedirle perdón a la Concha con una taza de café en la mano. Y a cada instante el poeta, con su gran sombrero panamá, se agachaba a coger florecillas silvestres.

Cuando pasaron bajo el arco triunfal, hallaron a Carlos sentado en uno de los bancos de piedra, fumándose un cigarrillo pensativamente. El palacete arrojaba allí la sombra de sus muros tristes. Del valle ascendía frescor, aire puro. Y abajo, en algún lugar, se oía el lloro de un salto de agua. Entonces el poeta, sentándose junto a su amigo, habló con desagrado de Eusèbiozinho. Si había una torpeza que él, Alencar, nunca había cometido, era la de hacer una escapadita a Sintra con meretrices… ¡Ni a Sintra ni a ninguna parte! ¡Pero mucho menos a Sintra! Siempre había profesado, y todo el mundo debería profesarla, la religión de aquellos árboles, el amor a aquellas sombras…

José María Eça de Queirós
Los Maia
Episodios de la vida romántica

Los Maia es una de las obras más conocidas del escritor portugués Eça de Queirós. Su primera edición se realizó en Oporto en 1888. La obra cuenta la historia de la familia Maia a lo largo de tres generaciones. Los Maia relata la historia del deterioro de una gran familia portuguesa a través de dos de sus miembros: el viejo Afonso de Maia, el patriarca y un hombre admirado y su nieto, el joven Carlos de Maia, idealista, diletante y romántico, representante de la elegancia finisecular y auténtico protagonista del relato. Al hilo del desprendimiento, de la conclusión del tiempo y de un modo de vida, los personajes viven su tiempo y su vida y la novela escenifica los ritos del amor (y del escondido sexo burgués del siglo XIX, de adúltero o de pago).

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857 (grabados y una historieta)

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857
Érase una vez que se era y estaba quien estuviera con ganas de contar una conseja: Hombre ilustre de la ilustre ciudad de Tarragona cuando agasajaba a un señor más importante que él y con libertad para arrugar su ceño fue en pleno convite atacado por mil ratas que parece ser que sí las hubo o había por aquél entonces en aquel lugar. De la actitud de las dueñas y damas no quisieron hablar pajes, ¡cómo sería el griterío y alboroto! El personaje principesco del arrugado ceño conminolo a librar batalla contra las ratas y hasta su total exterminio él no volvería a traspasar el umbral de su morada. Empleó a todos los sus criados, lacayos, pobres de pedir y chicos del hospicio en el empeño y extermino de los voraces roedores. Sin resultado. ¡Un gran fracaso! El cuñado de un primo del canónigo racionero le habló del mayor experto en el exterminio masivo de ratas. Era un gatazo enorme huido de la tierra de los francos porque estaba cansado de comer todos los días corteza de queso y que se hallaba en poder de su primo en el campo, por allá. Hízolo venir al gato y este siendo sólo no daba abasto con tanta rata, porque como ratas corrían. El gato pensó y pensó y decidió morirse y se murió. Muerto su enemigo mortal los ratones y ratas decidieron enterrarlo en solemne funeral y duelo y todas juntitas acudieron a comprobar el hecho y cuando todas reunidas llevaban al buen gatazo a enterrar, pidió el gato por una de sus restantes vidas y húbose de despertar y no me digáis amigos la gran matanza, la colosal matanza, la matanza ratil total. Mas o menos el rico agradecido pidió al primo del canónigo racionero que le enviase al canónigo fabriquero para que a su cuenta ordenara la perpetuación de la memoria de los hechos del gato emigrado al que no le gustaban nada nada las cortezas del queso francés. Parece ser que se encuentra en el cimacio. (MMV)

14 abril 2022

Sobre el cuco - no sólo cantasen las alondras, sino también los mirlos, los tordos, los pardillos y los cucos

»Zillah me trajo vino caliente y pan de especias y se mostró encantadora. Linton se sentó en la butaca y yo en una pequeña mecedora junto a la chimenea. Hablamos muy animadamente, nos reímos mucho y nos contamos muchas cosas. Estuvimos planeando los sitios adonde iríamos y las cosas que haríamos cuando llegara el verano. No te voy a repetir todo, porque te parecerían tonterías.

»Hubo un momento, con todo, en que estuvimos a punto de enfadarnos. Se puso a decir que la manera más grata de pasar un día caluroso de julio era tumbarse de la mañana a la noche en un ribazo lleno de brezos en medio del páramo, con las abejas zumbando como en sueños en torno a las flores, con las alondras cantando allá arriba sobre nuestras cabezas y el cielo resplandeciendo brillante y azul, imperturbable y sin nubes. Esa era su noción de la más perfecta y celestial felicidad. La mía, en cambio, era columpiarme en un árbol verde y susurrante bajo el soplo del viento del oeste y con las nubes brillantes y blancas agrupándose vertiginosamente allá en lo alto; y que no sólo cantasen las alondras, sino también los mirlos, los tordos, los pardillos y los cucos, exhalando música en derredor. Y el páramo viéndose a lo lejos recortado en frescos valles de sombra, cuando visto de cerca, en cambio, los cerros cubiertos de alta yerba parecen un oleaje movido por la brisa. Y bosques y aguas turbulentas, y el mundo entero despierto y estallando de salvaje alegría. Él quería verlo todo yaciendo en un éxtasis de paz. Yo lo quería todo centelleando, agitándose en una danza magnífica y jubilosa.

»Le dije que a su paraíso le faltaba media vida, y él me dijo que el mío sería un paraíso ebrio. Yo le contesté que en el suyo me moriría de sueño, y él que en el mío no podría respirar, y se fue poniendo cada vez más arisco. Al final acordamos que en cuanto llegara el buen tiempo probaríamos ambos paraísos. Luego nos dimos un beso e hicimos las paces.

»Al cabo de una hora de estar allí sentados sin hacer nada, me quedé mirando la espaciosa habitación con su suelo embaldosado sin alfombra, y pensé lo bien que se podría jugar allí si se apartara la mesa.

»Le dije a Linton que llamara a Zillah para que nos ayudase. Podíamos jugar a la gallina ciega y que ella tratara de pillarnos, como hacías tú, Ellen, ¿te acuerdas? Pero no quiso. Dijo que no le divertía.

Emily Brontë
Cumbres borrascosas

Como dijo Virginia Woolf, Emily Brontë era capaz de liberar la vida de su dependencia de los hechos; con un par de pinceladas podía retratar el espíritu de una cara de modo que no precisara cuerpo; al hablar del páramo, conseguía hacer que el viento soplara y el trueno rugiera. La magnífica traducción de Carmen Martín Gaite vierte al castellano toda la pasión y verdad poética contenidas en esta gran obra.

Cumbres borrascosas, que se convertiría en una de las novelas más indiscutibles del siglo XIX, tuvo una acogida decepcionante cuando se publicó en 1847, pues los lectores victorianos se sintieron incomodados por lo que consideraron una descripción demasiado cruda de pasiones sin control. Al igual que Jane Eyre, de la hermana de Emily, Charlotte Brontë, Cumbres borrascosas se basa en la tradición de novela gótica de finales del XVIII, con apariciones sobrenaturales, noches sin luna y efectos de misterio y terror. Pero la novela trasciende ampliamente el género gracias a sus penetrantes observaciones y a su complejidad, así como, por encima de todo, a sus inolvidables caracterizaciones. La trágica historia de amor entre la apasionada Catherine y el atormentado Heathcliff es sin duda uno de los romances más inolvidables de la literatura de todos los tiempos.

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857 (grabados)

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

13 abril 2022

Sobre el cuco - Durante uno de estos oyeron el canto lejano del cuco, y Effi contó las veces que repetía su reclamo.

 Sí, Effi se llevaba muy bien con Jahnke. Pero, pese a todos sus conocimientos sobre el lago Hertha, Escandinavia y Wisby, en el fondo era un hombre simple, y por tanto era inevitable que una mujer joven y solitaria como Effi prefiriese la conversación de Niemeyer. Durante el otoño pudieron hablar tranquilamente dando largos paseos por el parque, pero la llegada del invierno interrumpió sus agradables charlas, ya que a Effi no le apetecía en absoluto ir a la casa parroquial. La señora Niemeyer siempre había sido una mujer muy desagradable, pero ahora había adoptado una actitud de intolerancia moral difícilmente soportable, pese a que, en opinión de la comunidad de feligreses, no había sido ella ningún modelo de honestidad intachable.

Y con gran pesar por parte de Effi, esta interrupción se prolongó durante todo el invierno. Pero cuando a principios de abril los arbustos comenzaron a reverdecer y los senderos del parque se secaron, volvieron a retomar sus paseos.

Durante uno de estos oyeron el canto lejano del cuco, y Effi contó las veces que repetía su reclamo. Iba cogida del brazo de Niemeyer, y le dijo:

—¿Oye cantar al cuco? A él no puedo preguntárselo, pero dígame usted, amigo mío, ¿qué piensa de la vida?

—¡Ah, querida Effi, no me hagas estas preguntas tan transcendentes! Deberías consultar a un filósofo, o enviar un escrito a una universidad. ¿Qué pienso yo de la vida? Mucho y poco. A veces pienso que es lo más importante, a veces que vale demasiado poco.

—Eso está bien, amigo mío, me gusta. No necesito saber nada más.

Mientras tanto, habían llegado hasta el columpio. Effi se subió a él con la misma agilidad de cuando era una niña, y antes de que su viejo acompañante se hubiera repuesto de su momentáneo sobresalto, la joven ya se había colocado en cuclillas entre las dos cuerdas y, balanceando hábilmente su cuerpo adelante y atrás, había empezado a columpiarse. Al cabo de unos segundos ya volaba por los aires y, sosteniéndose con una sola mano, se quitó con la otra el pequeño pañolón de seda que le cubría el cuello y el pecho, y lo agitó en el aire, revoltosa y feliz. Luego empezó a balancearse más despacio, bajó de un salto y se cogió nuevamente del brazo de Niemeyer.

—¡Effi, sigues siendo la misma de siempre!

—Oh, no. Ya me gustaría, pero todo eso ha quedado muy atrás. Sólo he querido volver a probarlo otra vez. ¡Ah, qué hermoso ha sido, qué bien me he sentido! ¡Era como si volara hasta el cielo! Quién sabe si entraré en él. Dígamelo usted, amigo mío, usted debe saberlo. Por favor, por favor…

Theodor Fontane
Effi Briest

El ambiente plúmbeo y la rigidez moral que caracterizan a la aristocracia prusiana no logran someter la vitalidad de la joven Effi Briest, que cede a la tentación del adulterio sabiendo perdida su oportunidad de ser feliz. Su marido, el barón Von Innstetten, no se siente especialmente ofendido, pero no tendrá más remedio que hacer valer su autoridad por la presión de las normas sociales. Theodor Fontane se basó en un hecho real para retratar los conflictos de la recién creada nación alemana, tan dispuesta como reacia a asumir los nuevos modelos de subjetividad y progreso.
Este volumen recoge la fiel y canónica traducción que en su día realizara F. de Ocampo. Asimismo, al texto de Fontane lo precede la formidable introducción firmada por el Premio Nobel de Literatura Thomas Mann, declarado admirador de la obra del máximo representante del realismo alemán.

Flores de magnolia

Magnolia x loebneri 'Merrill'

12 abril 2022

Sobre el cuco - se decía que no arreglarían cuentas hasta que cantase el cuco

LA TIRA DE PIEL

Un hombre tenía dos hijos, uno de dieciocho años y el otro de dieciséis. Un día, el pequeño le dijo a su padre:

—Yo quiero dejar la casa para ir a servir.

El padre consintió y el muchacho se fue a ver dónde encontraba una casa para servir.

Cuando dio con un amo se ajustó para hacer de criado con él, pero el amo le hizo firmar un documento en el que se decía que no arreglarían cuentas hasta que cantase el cuco y, además, que aquel que se enfadara primero de los dos se tenía que dejar sacar una tira de piel de la nuca al pie.

El muchacho se fue a trabajar las tierras y al mediodía llegó una criada para darle de almorzar. Traía el almuerzo en un puchero y también llevaba un plato y le dijo que, de parte de su amo, que tenía que comer sin pasar la comida del puchero al plato y sin abrir el puchero. El muchacho, claro, dijo:

—Eso es imposible, así que se lleva usted el almuerzo a casa que ya hablaré yo con el amo.

La criada se lo llevó. Por la noche, cuando volvió a casa del amo, éste le preguntó:

—¿Se ha enfadado usted?

Y el muchacho respondió:

—No, no me he enfadado.

Y el amo lo mandó a dormir en el suelo, en un rincón.

Nazarenos

 muscari armeniacum

11 abril 2022

Sobre el cuco - por los ventosos pasos de montaña, mientras el cuco canta, los primeros brujos del otoño descienden

 LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO

Cuando el verano toca a su fin, los señores veraneantes se han ido y los lugares más bellos se quedan desiertos (pero en los bosques los cazadores disparan y por los ventosos pasos de montaña, mientras el cuco canta, los primeros brujos del otoño descienden ya con sus enigmáticos sacos a la espalda), puede ser que las grandes nubes de los atardeceres se reúnan, entre las cinco y media y las seis, para tentar a los pobres curas de aldea.

Precisamente a esa hora, don Antonio, joven coadjutor de la parroquia, enseña a los niños el catecismo en el oratorio que en el pasado fue gimnasio de los trabajadores. Aquí está él, de pie; allí, los bancos en los que se sientan los niños y, al fondo, el gran ventanal orientado al este a través del cual se ve el plácido y majestuoso Col Giana iluminado por el último sol.

—In nomine Patris et Filii et… —dice don Antonio—. Niños, hoy os hablaré del pecado. ¿Alguno de vosotros sabe qué es el pecado? Por ejemplo, tú, Vittorio, que no comprendo por qué siempre te sientas tan atrás… ¿Sabes decirme qué se entiende por pecado?

—Pecado… pecado… es cuando uno hace cosas feas.

—Sí, claro, más o menos es eso. Pero es más correcto decir que el pecado es ofender a Dios desobedeciendo alguna de sus leyes.

En Gijón

en Gijón

10 abril 2022

Sobre el cuco - Es la hora del crepúsculo susurros de lluvia, cantos del cuco.

PASEANDO JUNTO AL MONASTERIO DE LA FUENTE CLARA CERCA DEL ARROYO DE LAS ORQUÍDEAS, CUYAS AGUAS FLUYEN HACIA EL OESTE
Al pie de la montaña
los pequeños brotes de las orquídeas en el arroyo;
entre los pinos, un sendero de arena,
limpio, sin lodo.
Es la hora del crepúsculo
susurros de lluvia, cantos del cuco.
¿Quién dice que el hombre
no puede retornar a la infancia?
Si ante la puerta del monasterio
el agua del arroyo puede discurrir hacia el oeste,
no pretendas que unos albos cabellos
canten al gallo amarillo.
SEGÚN LA MELODÍA NIAN UN JIAO

Antología de la poesía china
SU SHI

SU SHI: Meishan (Sichuan), 1036-1101. Segundo nombre, Sisan; sobrenombre, Dongpo jushi («Eremita de la ladera este»). De familia de literatos, jinshi a los veinte años. Mandarín en provincias, en 1069 volvió a la corte. Se opuso a las reformas de Wang Anshi, y se vio obligado a solicitar el traslado lejos de la capital, a Hangzhou y luego a Huzhou. Involucrado en las luchas políticas de la corte, en 1079 fue encarcelado, y después degradado. Destinado en Huangzhou (Hubei), se hizo construir una casa en la ladera este (dongpo), de donde su sobrenombre. Al subir al trono el emperador Zhezong, retornó a la capital para desempeñar altos cargos. De nuevo en desgracia, volvió a ser degradado y enviado a provincias, y sólo un año antes de su muerte gozó una vez más del favor de la corte, bajo el emperador Huizong. De vasta erudición, compuso obras en prosa y en verso. Se le considera el escritor más destacado de la dinastía Song, y uno de los «Ocho grandes de las dinastías Tang y Song». Sus poemas del género ci representan la cumbre de dicho género. Su producción literaria se conserva en Siete antologías de Dongpo.

Modernismo en Gijón

en Gijón

09 abril 2022

Sobre el cuco - Nunca volví a escuchar al cuco como en la infancia en aquel monte.

 La casa en construcción de Castro de Elviña, donde fuimos a vivir en 1963, estaba en un lugar apartado y conocido por Monte da Nacha, lindante con un camino de tierra que llevaba al llamado Escorial y a la torre de emisión de Radio Coruña. Una de las primeras informaciones vecinales que recibí, con cierta turbación, fue que justo en aquella cumbre era donde daba la vuelta el viento. Un mérito que se atribuye a muchas cumbres, pero que en este caso, y no había más que oír el rumor hosco de los eucaliptos, era muy verosímil. Y no eran dos o tres voces las que lo afirmaban. Todo el mundo decía lo mismo: «¡Vais a vivir donde da la vuelta el viento!». Eso, lo de ver al viento dar la vuelta, fue algo que me tuvo ocupado y preocupado durante un tiempo. Y todavía más cuando mi padre proclamaba: «¡Aquí nunca llegará la ciudad!». Algo había de cierto. Las gaviotas coruñesas, incluso en la tempestad, daban siempre la vuelta allí, en aquel non plus ultra del altísimo poste radiofónico. Y lo mismo los estorninos, que hacían y deshacían viñetas súbitas en el cielo. Los cuervos, no. Los cuervos volaban, solitarios o en batallón desastrado, y de repente caían o remontaban hacia lo desconocido. Tenía simpatía por los cuervos. En la iglesia, siempre húmeda y fría, con los cuerpos petrificados por el contagio de las losas, había un momento en que revivíamos y era cuando el cura leía la parte del Génesis en el Antiguo Testamento, y en especial el episodio del Arca de Noé. Todos atentos a las manos del sacerdote, pues hacía el gesto mímico de soltar una paloma y un cuervo, con la misión de ser informadores meteorológicos después del diluvio. Regresaba la paloma con la rama de olivo, pero el predicador nada decía del cuervo. ¿Qué había sido de él? Normal que no volviese el cuervo. No había más que verlo allí, en nuestro monte. A su aire. La paloma es periodista. El cuervo, ese vagabundo, es poeta. Y el cuco. También el cuco seguía su viaje. Nunca volví a escuchar al cuco como en la infancia en aquel monte. Una de las veces que el abuelo carpintero rompió su silencio fue para decirme despacio, con la intención de que no me lo olvidase nunca, un proverbio destilado como un haiku: «Si el cuco no cantó en marzo o en abril, o el cuco está muerto o el fin está a venir». Había un gran peñasco que llevaba su nombre, el del cuco. Tenía su forma, un ave pétrea, alada, con el pico orientado hacia la línea del faro. Una gran piedra a punto de volar, ésa era la posición. Cada año, en marzo o en abril, pasaba el cuco. Subía hacia el norte desde algún lugar de África. Debía de haber una saga de cucos africanos que mantenían ese camino. Se notaba que la ruta no le era indiferente porque no pasaba sin más. Se recreaba en el cucar, que iba y venía en intensidad. Todo el deseo se concentraba entonces en la mirada, en el querer ver al cuco. A Zapateira, en aquel entonces, era un gran espacio de misterio, una tierra de nadie poblada para nosotros por los seres de la imaginación, que a veces nos visitaban en forma de zorros, conejos, martas, serpientes, búhos o lechuzas. Era también el primer lugar donde el cuco cucaba. No existía todavía ninguna carretera ni club de golf. Hasta que los hicieron, la carretera y el campo de golf. Y los veranos subía la comitiva motorizada de Franco. Todo el monte escudriñado por cientos de guardias. De repente, se ponían firmes en sus puestos de vigía. Pasaba el zumbido acorazado del Caudillo. Las compactas carrocerías negras, como catafalcos rodantes, con los vidrios ahumados. En aquel convoy de verano, nunca distinguimos ningún rostro. Con los años, se extendió la ocupación catastral y fue desapareciendo del monte la salvaje compañía. Quedaba el cielo. La imaginación de las nubes. El viento zarandeando a los cuervos. Los cuervos burlándose del viento.

Manuel Rivas
Las voces bajas

«Las voces bajas es la novela de la vida. Son las voces de los niños, las mujeres que hablan solas, los emigrantes, los muertos, los animales… Las voces de los que no quieren dominar y se alimentan de palabras y cuentos». Desde la primera página, late algo singular en Las voces bajas. Escrita al modo de una autobiografía, todo parece verdad y todo, imaginación. Es el efecto de una novela de la memoria encendida. El libro arranca en una geografía real donde la mirada de la infancia va descubriendo, con una mezcla de miedo, estupor y maravilla, lo que de extraordinario hay en la existencia de la gente corriente. Con el hilo conductor de María, la hermana mayor, magnética, la muchacha anarquista que siempre abría camino, esta novela es una construcción de humor y dolor, donde las palabras pelean y se abrazan con la vida. Al leer esta obra, un ojo llora y otro ríe. «No sabemos bien lo que la literatura es, pero sí que detectamos la boca de la literatura. Tiene la forma de un rumor. De un murmullo. Puede ser escandalosa, incontinente, enigmática, malhablada, balbuciente. Yo conocí muy pronto esa boca. En aquel momento era, ni más ni menos, la boca de mi madre hablando sola».

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08 abril 2022

Sobre el cuco - Llegaban las golondrinas y comenzaban a construir sus nidos, y no mucho después se dejaban oír el cuco y el ruiseñor.

VI. El calendario aldeano

El calendario de una aldea del sur de Europa se establece por los trabajos estacionales de la tierra y por los ritos y fiestas correspondientes. En mi aldea el calendario estaba particularmente colmado, ya que, como los inviernos eran relativamente suaves y el agua de regadío abundante, se cultivaba una gran variedad de productos. El año comenzaba con la recolección de la aceituna, y como esto era mayormente tarea de mujeres, los bosques de olivos se veían invadidos por alegres partidas de chicas y matronas con blancos pañuelos de cabeza y vestidos multicolores y acompañadas de los niños más pequeños. Las chicas trepaban a los árboles, y si algún hombre se aproximaba demasiado, se las avisaba a gritos y apremiaba a que bajasen, pues ninguna llevaba bragas. Recogían las aceitunas en unas mantas extendidas sobre el suelo, después las vertían en unos serones y las llevaban a la almazara. Allí, un burro, dando vueltas en la semioscuridad del reducido espacio inferior, tiraba de una piedra cónica, que, al macerar las aceitunas, hacía saltar un chorro de aceite que iba a parar a las tinajas.

Mientras las mujeres se entregaban a este quehacer, los hombres podaban las viñas y los árboles, tras lo cual venía la siembra de cebollas y ajos (los únicos cultivos para el mercado) y la sachadura de los cereales. A comienzos de mayo se hacía la siega de la cebada y poco después comenzaba, en la costa, la del trigo. Se extendía por la ladera de una forma gradual y alcanzaba nuestra aldea en julio (cada cien metros de altitud originaba una diferencia de cuatro días), pero en las fincas situadas en lo alto de la montaña no comenzaba hasta septiembre. La mies se segaba con una hoz curva y corta. El segador empuñaba en su mano izquierda un haz de tallos y los cortaba con la derecha por debajo de la espiga. La cosecha se recogía en cestones y se llevaba a lomos de burro hasta las eras. Si había luna, la cebada se segaba y recogía por la noche, ya que si se secaba demasiado los granos se caían.

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07 abril 2022

Sobre el cuco - Chirrían los picocruzados, alborotan los paros, se ríe el cuco, silba la oropéndola, resuena de continuo el celoso canto del pinzón, canta también con pena un pájaro raro: el picogordo.

 —Según dice el pope, la madre de Dios era hija de Yoakim y Anna.
—¿Por lo tanto, se llamaba María Yakímovna?
La abuela acaba por enfadarse; está ante mí y me mira severa, de frente, a la cara.
—Como vuelvas a pensar esas cosas, ¡te daré una buena azotaina!
Pero, un momento más tarde, me explica:
—¡La Santa Virgen existió siempre, antes que todo! De ella nació Dios, y después…
—¿Y Cristo, cómo nació?
La abuela, cerrados los ojos de turbación, calla.
—¿Cristo? Verás, verás…
Me doy cuenta de que he vencido, de que la he enredado en los misterios divinos, pero ello me produce desagrado.
Nos internamos cada vez más en el bosque, en la niebla azulenca, cortada por los rayos de oro del sol. En el cálido ambiente acogedor del bosque cobra aliento un murmullo singular, un murmullo soñador y que incita al ensueño. Chirrían los picocruzados, alborotan los paros, se ríe el cuco, silba la oropéndola, resuena de continuo el celoso canto del pinzón, canta también con pena un pájaro raro: el picogordo. Unas ranillas de esmeralda saltan de nuestros pies; entre unas raíces, alzada la cabeza de oro, guardándolas, yace una culebra. Sonora, parte piñones la ardilla, en las anchas ramas de los pinos se columbra por un instante su esponjosa cola; es increíble la cantidad de cosas que se ven, y se quisiera ver más todavía, adentrarse sin cesar.

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06 abril 2022

Sobre el cuco - RAMÍREZ.— No señora, que es un cuco. ¡El trovador!

MAGDALENA.— ¡Cielos!…
RAMÍREZ.— ¡Silbaron!…
MAGDALENA.— ¡Qué horror!
RAMÍREZ.— Temblor entróme al oírlo.
MAGDALENA.— Asomaos, por favor. (Se asoma al foro doña Ramírez)
¡Dios santo! ¿Será algún mirlo
o será un reventador?
¿Veis algo?
RAMÍREZ.— ¡Por más que ojeo!…
MAGDALENA.— Heme quedado de estuco,
doña Ramírez.
RAMÍREZ.— ¡Ya veo!
MAGDALENA.— ¿Y es un mirlo como creo?
RAMÍREZ.— No señora, que es un cuco.
¡El trovador!
MAGDALENA.— ¡Ah! ¡Por fin!
Idos.
RAMÍREZ.— Claro está señora.
¿Qué hago yo en este trajín?
MAGDALENA.— Aguardad sólo una hora.
RAMÍREZ.— Aunque sean dos. A mí… plin. (Al hacer mutis por el foro, se encuentra con don Mendo y le saluda ceremoniosamente. Vase)

La venganza de don Mendo
Pedro Muñoz Seca

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