29 junio 2022

Cuando yo era el niñodiós

CUANDO YO ERA EL NIÑODIÓS

Cuando yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, lijeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.
Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niñodiós y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.
¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niñodiós huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niñodiós en mi Moguer, este pueblo!

Leyenda, «Nubes sobre Moguer» 1896-1902, 1, p. 7

Libélula

 en el estanque

28 junio 2022

Booz dormido por Víctor Hugo

 Booz se había acostado, rendido de fatiga; todo el día había trabajado sus tierras y luego preparado su lecho en el lugar de siempre; Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo. Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada; y, aunque rico, era justo; no había lodo en el agua de su molino; ni infierno en el fuego de su fragua. Su barba era plateada como arroyo de abril. Su gavilla no era avara ni tenía odio; cuando veía pasar alguna pobre espigadora: "Dejar caer a propósito espigas" -decía. Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados, vestido de cándida probidad y lino blanco; y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas, del lado de los pobres se derramaban. Booz era buen amo y fiel pariente; aunque ahorrador, era generoso; las mujeres le miraban más que a un joven, pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande. El anciano que vuelve hacia la fuente primera, entra en los días eternos y sale de los días cambiantes; se ve llama en los ojos de los jóvenes, pero en el ojo del anciano se ve luz.

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Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos. Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas, los segadores acostados formaban grupos oscuros: y esto ocurría en tiempos muy antiguos. Las tribus de Israel tenían por jefe un juez; la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto por las huellas de los pies del gigante que veía, estaba mojada aún y blanda del diluvio.
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Así como dormía Jacob, como dormía Judith, Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada; entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo por encima de su cabeza, fue bajando un sueño. Y ese sueño era tal que Booz vio un roble que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul; una raza trepaba como una larga cadena; un rey cantaba abajo, arriba moría un dios. Y Booz murmuraba con la voz del alma: "¿Cómo podría ser que eso viniese de mí? la cifra de mis años ha pasado los ochenta, y no tengo hijos y ya no tengo mujer. Hace ya mucho que aquella con quien dormía, ¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro; y estamos todavía tan mezclados el uno al otro, ella semi viva, semi muerto yo. Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo? ¿Cómo podría ser que tenga hijos? Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes, el día sale de la noche como de una victoria; pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno; viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche, Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis, volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño; el cedro no siente una rosa en su base, y él no sentía una mujer a sus pies.
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Mientras dormía, Ruth, una Moabita, se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo, esperando no se sabe qué rayo desconocido cuando viniera del despertar la súbita luz. Booz no sabía que una mujer estaba ahí, y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella. Un fresco perfume salía de los ramos de asfódelos; los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá. La sombra era nupcial, augusta y solemne; allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban, a veces, se veía pasar en la noche, algo azul semejante a un ala. La respiración de Booz durmiendo se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo. Era un mes en que la naturaleza es dulce, y hay lirios en la cima de las colinas. Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra; Los cencerros del ganado palpitaban vagamente; una inmensa bondad caía del firmamento; era la hora tranquila en que los leones van a beber. Todo reposaba en Ur y en Jerimadet; los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío; el cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba, inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos, qué dios, qué segador del eterno verano, había dejado caer negligentemente al irse esa hoz de oro en los campos de estrellas.
1º de mayo de 1859

Cristo de Candás

 Cristo de Candás

27 junio 2022

LA ESPADA DE WELAND

 LA ESPADA DE WELAND
Los niños estaban en el teatro; representaban ante las Tres Vacas todo lo que recordaban de El sueño de una noche de verano. Su padre les había preparado un pequeño resumen de la gran obra de Shakespeare, y ellos lo habían repetido, con su madre y con él, hasta aprenderlo de memoria. Comenzaban allí donde Nick Bottom, el tejedor, aparece entre los arbustos con una cabeza de asno sobre los hombros, y encuentra dormida a Titania, Reina de las Hadas. De ahí saltaban al momento en que Bottom pide a tres pequeñas hadas que le rasquen la cabeza y le lleven miel, y deteníanse cuando Bottom se duerme en los brazos de Titania. Dan hacía los papeles de Puck y Nick Bottom, y también los de las tres hadas. Llevaba un casquete de tela de orejas puntiagudas, para representar a Puck, y una cabeza de asno de papel, procedente de uno de los navideños petardos con sorpresa —pero se rompía cuando no se tenía cuidado con ella—, para representar a Bottom. Una, en el papel de Titania, llevaba una guirnalda de ancolias y una rama de digital como varita.
El teatro se hallaba en una pradera llamada el Campo Largo. Un canalillo, que alimentaba a un molino situado a dos o tres prados de allí, rodeaba una de las esquinas, y, en medio de ellas, se encontraba un viejo Ruedo de hadas de yerba oscurecida, que hacía las veces de escena. Los bordes del canalillo, cubiertos de mimbres, de avellanos y de bolas de nieve, ofrecían cómodos rincones para esperar el instante de entrar en escena; y una persona mayor que había visto el lugar decía que el mismo Shakespeare no hubiese podido imaginar mejor cuadro para su obra. Con toda seguridad no se les hubiera permitido representar en la misma noche de San Juan, pero la víspera de esta fiesta habían bajado después del té; a la hora en que las sombras crecen, y habían llevado sus cenas: huevos duros, galletas «Bath Oliver» y sal en un paquete. Las Tres Vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban incesantemente y el sonido que producían al arrancar la yerba podía oírse hasta el límite del prado; el ruido del molino, al trabajar, imitaba el de los pasos de unos pies descalzos sobre la hierba. Un cuco, posado sobre el montante de una puerta, cantaba su entrecortada canción de junio: «cucú», mientras un martín pescador cruzaba afanoso la pradera entre el canalillo y el arroyo. El resto no era más que una especie de calma espesa y soñolienta, perfumada de ulmarias y de yerba seca.
La obra marchaba de maravilla. Dan se acordaba de todos sus papeles, —Puck, Bottom, y las tres hadas—, y Una no olvidaba una sola palabra del de Titania, incluso el difícil pasaje en que ella dice a las hadas que habrá que alimentar a Bottom con «albaricoques, higos maduros y zarzamoras», y donde todos los versos tenían la misma rima. Los dos estaban tan contentos que la representaron tres veces, de cabo a rabo, antes de sentarse en el centro del Ruedo para comerse los huevos y las galletas «Bath Oliver». Fue entonces cuando oyeron entre los chopos del ribazo un silbido que los sobresaltó bastante.
Los arbustos se abrieron. En el mismo lugar en que Dan había representado el personaje de Puck, vieron a un pequeño ser cetrino, de anchos hombros, orejas puntiagudas, nariz roma, ojos azules y separados y en cuyo conjunto una mueca sonriente hendía el rostro cubierto de manchas rojizas. Se protegió los ojos como si mirara a Quince, Snout, Bottom y los demás en trance de repetir Piramo y Tisbe, y con una voz profunda, como la de las Tres Vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:
¿Qué rústicos bribones aquí se pavonean
tan cerca de la cuna de nuestra Hada Reina?
Se detuvo y llevó una de sus manos tras su oreja, y con la mirada chispeante de malicia continuó:
¿Es esto una comedia? Yo seré espectador
y, si veo un motivo, seré también actor.
Los niños le miraron embobados. El hombrecillo —apenas llegaría al hombro de Dan— entró tranquilamente en el Ruedo.
—Ya he perdido un poco de práctica —dijo—, pero así es cómo se representa mi papel.
Los niños no habían cesado de mirarle, desde su sombrerillo azul oscuro, semejante a una flor de ancolia, hasta sus pies descalzos y velludos. Por último él se echó a reír.
—Os ruego que no me miréis así. No es ciertamente mi defecto. ¿Qué podíais esperar de otro? —dijo.
—Nosotros no esperamos nada —repuso Dan lentamente—. Este campo es nuestro.
—¿Sí? —dijo el visitante, sentándose—. Entonces, ¿por qué, gran Dios, representáis El sueño de una noche de verano tres veces seguidas en víspera de San Juan, en medio del Ruedo y al pie sí precisamente al pie de una de las más viejas colinas que poseo en la vieja Inglaterra? La colina de Pook; la colina de Puck; la colina de Puck; la colina de Pook. Está tan claro como el agua.
E indicó el declive de la colina de Pook, desnuda y cubierta de helechos, que desde el otro borde del canalillo ascendía hasta un sombrío bosque. Por encima de este terreno se elevaba unos quinientos pies, sin interrupción, hasta salir por fin en el vértice desnudo de la colina de Beacon, desde donde se veían las llanuras de Pevensey, el Canal y la mitad de las peladas lomas del Sur.
—¡Por el Roble, el Fresno y el Espino! —gritó, sin cesar de reírse—. Si esto hubiera ocurrido hace algunos siglos habríais visto a los habitantes de las colinas salir como abejas en junio.
—No sabíamos que hiciéramos nada malo —repuso Dan.
Pero el hombrecillo, estremecido de risa, dijo:
—¿Malo? Ciertamente, no, no es malo. Lo que acabáis de hacer, reyes, caballeros y sabios de tiempos pasados hubieran dado sus coronas, sus espuelas y sus libros por conseguirlo. Si Merlin en persona os hubiese ayudado, no hubiérais podido hacerlo mejor. ¡Habéis forzado las colinas…, forzado las colinas! En dos mil años, esto no había ocurrido.
—Nosotros…, nosotros no lo hemos hecho adrede —dijo Una.
—Seguramente no. Por esto lo habéis hecho. Desgraciadamente, hoy están vacías las colinas, y toda la gente que las habitaba se ha marchado. Yo soy el único que queda. Yo soy Puck, el más antiguo de los antiguos habitantes de Inglaterra, enteramente a vuestro servicio, si…, si es que os puede complacer tener relación conmigo. Si no tenéis nada más que decir, me iré en seguida.
Miró a los niños, y los niños le miraron durante un buen medio minuto. Sus ojos ya no chispeaban tanto. Estaban llenos de benevolencia, y una bondadosa sonrisa distendía sus labios.
Una le tendió la mano.
—No se marche —dijo—. Nosotros le queremos.
—¿Quiere una galleta «Bath Oliver»? —dijo Dan, ofreciéndole el grasiento envoltorio con los huevos.
—¡Por el Roble, El Fresno y el Espino! —dijo Puck, quitándose el sombrerillo azul—. También yo os quiero. Pon un poco de sal sobre la galleta, Dan, y comeré con vosotros. Eso os demostrará quien soy. Algunos de nosotros —continuó con la boca llena— no podía soportar la sal, o las herraduras sobre una puerta, o las bayas del fresno silvestre, o el agua corriente, o el hierro frío, o el sonido de las campanas de la iglesia. ¡Pero yo soy Puck!

El gorrión en el tejado

El gorrión en el tejado

26 junio 2022

Besos de Lesbia

 Quaeris, quot mihi basiationes
tuae, Lebia, sint satis superque.
quam magnus numerus Libyssae harenae
lasarpiciferis iacet Cyrenis,
oraclum Iouis inter aestuosi
et Bati ueteris sacrum sepulcrum,
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtios hominum uident amores:
tam te basia multa basiare
uesano satis et super Catullo est,
quae nec pernumerare curiosi
possint nec mala fascinare lingua.

Besos de Lesbia

Me preguntas, Lesbia, cuántos besos tuyos
serían suficientes para mí.
Tan gran número como las arenas de Libia
se extienden por Cirene, rica en laserpicio,
entre el oráculo del ardiente Júpiter
y el sepulcro sagrado del viejo Bato;
o tantos como estrellas ven, cuando calla la noche,
los furtivos amores de los hombres:
le bastaría al loco de Catulo
que tú le dieras tantos besos
que contar no pudieran los curiosos
ni con su perniciosa lengua aojarlos.

Cayo Valerio Catulo
Poesía completa
Traducción: Ramón Irigoyen

Paisaje con alambres de púas

cercado con telaraña

25 junio 2022

Del autobombo de las gallinas

 Unos cuantos gorriones se aproximan a compartir el grano que se ha echado a las gallinas, y éstas reaccionan vivamente, como cuando a un Estado le pisan su soberanía, Intentan alejar los a picotazos, pero no lo logran, porque los pájaros son más inteligentes y ligeros en sus movimientos, y, con que se aparten quince centímetros, ya se engullen buena porción de granos antes de que lleguen allí las gallinas. Estas deben de pensar que, además de ladrones, esos gorrioncillos tienen la cabeza a pájaros.
Tener la cabeza a pájaros es una expresión llena de polisemia, y su significado exacto en cada momento nos viene dado no sólo por el contexto, circunstancia o relativo, que decían los antiguos, sino por el tono mismo de la voz. El abanico de las significaciones puede ir desde la afirmación de que alguien no está en sus cabales, o es un fantasioso, hasta que vive en su propio mundo, y está como volando por ahí en galaxias que nos parecen extrañas. Pero, pensándolo bien, todos los que han hecho algo en este mundo, en todos los planos de cosas, desde la técnica hasta el arte y el pensamiento, o los meros inventos útiles que suponen hoy nuestra comodidad, tenían la cabeza a pájaros. Todo lo verdaderamente serio y profundo se ha hecho porque alguien ha volado y correteado allá en sus adentros con la libertad de un pájaro. Las gallinas odian a los pájaros, creo que fundamentalmente porque ellas no pueden volar, y quizás no tanto por la incapacidad física de sus alas como por su sobra de practicidad e inclinación a la comodidad y a la rutina. No sé si hay animal más lerdo que la gallina, pero, a la vez, con más sentido de la propaganda. Es suficiente comprobar el escándalo de autosatisfacción y de alabanza de su producto cuando pone un huevo, que es cosa que hacen todas las otras aves sin chistar, y con frecuencia productos más hermosos, los huevos azules sobre todo, que son mayor maravilla que una cúpula de una soberbia mezquita. Es como si las gallinas no tuvieran abuela o un medio de comunicación disponible, y se tienen que alabar ellas mismas; pero tampoco es caso de negarse a reconocer que los huevos de gallina son un excelentísimo producto. Se dijo que llegaron a Europa, a la vez que la consolación por la filosofía, como el alimento básico en proteínas que podían permitirse las gentes más pobres. Así que Anicius Manlius Severinus Boethius, magister officiorum, autor de la Consolatio philosophiae y reputado como introductor de las gallinas en nuestro viejo continente, tiene tanto derecho a ser recordado en las aulas, o en tiempos de aflicción, como cuando nos comemos un pincho bien dorado y calentito de tortilla.

José Jiménez Lozano
Los cuadernos de letra pequeña

Campos con lino

 en los campos de Valdemoro en primavera

24 junio 2022

De Lope de Vega - La mañana de san Juan, mozas - (La hermosura aborrecida. Parte VII.)

MÚSICOS
La mañana de San Juan, mozas,
vámonos a coger rosas.
UNO SOLO
Pues que tan clara amanece...
TODOS
Vamos a coger rosas.
UNO
Y todo el campo florece... 
TODOS
Vamos a coger rosas.
UNO
Aquí hay verbena olorosa.
TODOS
Vamos a coger rosas,
la mañana de San Juan, mozas.
Vamos a coger rosas. 
UNO
Adonde cantan las aves...
TODOS
Vamos a coger rosas.
UNO
Y corren fuentes suaves...
TODOS
Vamos a coger rosas.
UNO
Aquí convida la sombra.
TODOS
Vamos a coger rosas,
la mañana de San Juan, mozas,
vamos a coger rosas.

(La hermosura aborrecida. Parte VII.)

En mi infancia la noche de san Juan comenzaban mis vacaciones

 en los campos de Valdemoro en primavera

23 junio 2022

de Emily Dickinson

 El agua se aprende por la sed;
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros, por la nieve.
 
Emily Dickinson
El viento comenzó a mecer la hierba
 
 
…sus poemas «además de ser escritos, en principio, exclusivamente para la inmensa minoría de sí misma, fueron, a un tiempo, complicadísimos y simples, alegres y tristes, transparentes y enigmáticos. Son poemas que acompañan y ayudan a vivir a quien los lee, que enseñan a observar mejor, que obligan a ser más compasivo». Juan Marqués

Jardín con laguna

Jardín botánico en agosto

19 junio 2022

¡SI me llamaras, sí, si me llamaras! - La voz a ti debida de Pedro Salinas

¡SI me llamaras, sí,
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
—¡si me llamaras, sí, si me llamaras!—
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: «No te vayas».
HA sido, ocurrió, es verdad.

Pedro Salinas
La voz a ti debida

Papel de envolver

papel

18 junio 2022

CANTO DE AMOR AL REY SHU-SIN - (El mundo antiguo I. Selección de José Luis Martínez)

CANTO DE AMOR AL REY SHU-SIN
(c. 2500 a. C.)

Shu-sin reinó en Sumeria hacia 2510 a. C. y éste es acaso el primer canto de amor de la humanidad. Debió ser un rito de fecundidad o un ritual de matrimonio sagrado. La mujer que lo canta pudo ser una de las sacerdotisas de Inanna, diosa del amor y la procreación. Anticipa algo del tono del Cantar de los cantares bíblico.

Esposo, amado de mi corazón.
Grande es tu hermosura, dulce como la miel.
León, amado de mi corazón,
Grande es tu hermosura, dulce como la miel.
Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti;
Esposo, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara;
Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti;
León, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara.
Esposo, déjame que te acaricie;
Mi caricia amorosa es más suave que la miel.
En la cámara llena de miel,
Deja que gocemos de tu radiante hermosura;
León, déjame que te acaricie;
Mi caricia amorosa es más suave que la miel.
Esposo, tú has tomado tu placer conmigo;
Díselo a mi madre, y ella te ofrecerá golosinas;
A mi padre, y te colmará de regalos.
Tu alma, yo sé cómo alegrar tu alma;
Esposo, duerme en nuestra casa hasta el alba.
Tu corazón, yo sé cómo alegrar tu corazón;
León, durmamos en nuestra casa hasta el alba.
Tú, ya que me amas,
Dame, te lo ruego, tus caricias.
Mi señor dios, mi señor protector,
Mi Shu-Sin, que alegra el corazón de Enlil,
Dame, te lo ruego, tus caricias.
Tu sitio dulce como la miel,
te ruego que pongas tu mano encima de él,
Pon tu mano encima de él como sobre una capa-gishban,
Cierra en copa tu mano sobre él
como sobre una capa-gishban-sikin.


Este es un poema-balbale de Inanna.


Tablillas sumerias con escritura cuneiforme. 
Traducción Samuel Noah Kramer/Muazzeg Cig/Jaime Elías.

Campos con girasoles

 de viaje

17 junio 2022

EL DILUVIO SUMERIO - (El mundo antiguo I. Selección de José Luis Martínez)

 EL DILUVIO SUMERIO
Gilgamesh se dirigió al lejano Ut-Napishtim
en estos términos:
«Te admiro, Ut-Napishtim,
y en nada te veo diferente de mí;
verdaderamente, en nada te veo distinto de mí:
tienes un corazón valiente y dispuesto a la lucha
y descansas acostado de espaldas.
¿Cómo has podido presentarte ante la asamblea
de los dioses para pedir la inmortalidad?».
Ut-Napishtim contestó a Gilgamesh:
«Voy a revelarte, Gilgamesh, algo que se ha mantenido oculto,
un secreto de los dioses voy a contarte:
Shuruppak, una ciudad que tú conoces
y que se extiende a orillas del Éufrates,
era una ciudad antigua, como sus dioses,
cuando éstos decidieron desatar el diluvio.
Estaba allí Anu, el padre de los dioses,
el valiente Enlil, su consejero,
Ninurta, su heraldo,
Ennuge, cuidador de los regadíos.
Y también estaba presente Ninigiku-Ea,
que en nombre de los dioses dice a la choza de caña:
“¡Choza! ¡Choza! ¡Tabique! ¡Tabique!
¡Choza, escucha! ¡Tabique, presta atención!
¡Hombre de Shuruppak, hijo de Ubartutu,
derriba esta casa y construye una nave,
abandona las riquezas y busca la vida,
desprecia toda propiedad y mantén viva el alma!
Reúne en la nave la semilla de toda cosa viviente.
Que las dimensiones de la nave que has de construir
queden bien establecidas:
su longitud ha de ser igual que su anchura;
como a Apsu, dale un techo”.
Comprendí y dije a Ea, mi señor:
“Será una honra para mí, ¡oh señor!,
ejecutar lo que has ordenado,
¿pero qué diré a la ciudad, al pueblo, a los ancianos?”.
Ea abrió la boca y me contestó,
a mí, su humilde servidor:
“Les dirás lo siguiente:
‘He sabido que Enlil es mi enemigo,
y así no puedo vivir en nuestra ciudad
ni pisar el territorio de Enlil.
Por lo tanto, acudiré a las aguas profundas
para vivir con mi señor Ea.
Pero él os dará la abundancia:
los más escogidos pájaros, los más raros peces,
la tierra con sus ricas cosechas.
Quien, al crepúsculo, gobierna los cereales,
os mandará aludes de trigo’.
[Laguna]
Los pequeños se encargaron de acarrear betún,
mientras los mayores trajeron todo lo que era necesario.
Al quinto día, levantó el armazón
cuyo fondo era de un acre.
Diez docenas de codos de altura tenía cada uno de sus lados,
diez docenas de codos cada lado de la cuadrada cubierta.
Di forma a sus dos costados y los uní.
De seis cubiertas doté a la nave,
que quedó dividida en siete partes.
Dividí su planta en nueve partes.
Examiné las pértigas y me procuré abastecimientos.
Seis cargas de betún vertí en el horno,
y vertí en él también tres cargas de asfalto,
tres cargas de aceite trajeron en cestos los acarreadores,
además de la carga que consumieron los calafateadores
y de las dos que estibó el batelero.
Sacrifiqué bueyes para la gente
y degollé corderos cada día.
Mosto, vino rojo y aceite y vino blanco
di a los trabajadores, así como agua del río,
para que celebraran el día del Año Nuevo.
Al séptimo quedó terminada la nave.
La botadura fue muy difícil,
porque se tuvieron que secar las planchas de abajo y de arriba,
hasta que los dos tercios de la nave entraron en el agua.
Todo cuanto yo tenía fue subido a bordo.
Todo cuanto yo tenía de plata fue subido a bordo.
Todo cuanto yo tenía de oro fue subido a bordo.
Todo cuanto yo tenía de criaturas vivas fue subido a bordo.
Toda mi familia y parientes fueron subidos a bordo.
Los animales del campo, las bestias salvajes del campo
y todos los artesanos, dispuse que subieran a bordo.
Shamash había fijado la hora para mí:
“Cuando el que gobierna el tiempo nocturno
desate un gran aguacero,
sube a bordo y cierra la escotilla”.
Observé el estado del tiempo
y vi que amenazaba tormenta.

DE «LA EPOPEYA DE GILGAMESH»

(c. 2500 a. C.)

Un poema épico sumerio inicia la literatura conocida de la humanidad. Entre los millares de tablillas de arcilla con inscripciones cuneiformes, halladas en 1846 en la llamada biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, se encontraron algunas en lenguas acadia, babilónica y asiria, probables copias de otras sumerias del tercer milenio antes de Cristo, que contienen fragmentos de un poema de excepcional importancia: La epopeya de Gilgamesh. Sus protagonistas son héroes con problemas humanos: el tiempo y el poder, la amistad y el amor, la muerte y la inmortalidad, y cuyas hazañas van a influir sobre el Sansón bíblico y el Hércules helénico, y aun algunas de las empresas de Gilgamesh van a serle atribuidas a Alejandro Magno.

El primer fragmento seleccionado refiere el encuentro, la amistad y las luchas entre los héroes y el segundo es la narración del diluvio que prefigura el relato bíblico del Génesis.

Jardín botánico en abril

Jardín botánico en abril

16 junio 2022

LITERATURA un poema de Cristina Peri Rossi

 LITERATURA
«Todo lo conviertes en literatura»,
me reprochas
«todo, amores, viajes, paseos,
discusiones, todo lo conviertes en
literatura»,
me reprochas
 
estás exagerando
 
solo una mínima parte
tan mínima que a veces pienso
que no tiene importancia
y en todo caso
es mejor que la muerte
que todo lo convierte en polvo.

Cristina Peri Rossi - Habitación de hotel

 

Jardín botánico en abril

Jardín botánico en abril

13 junio 2022

¡Vamos, DON ANTONIO! - El viajero

(EL VIAJERO)
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó —la pobre loba— muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro,
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela henchida?
Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas…
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.



Lirios

 Jardín botánico en abril

11 junio 2022

DE Charles Dickens: Los papeles póstumos del Club Pickwick

—¿Qué tiempo tiene ese caballo, amigo? —preguntó Mr. Pickwick, frotándose la nariz con el chelín que había sacado para pagar el recorrido.
—Cuarenta y dos —replicó el cochero mirándole de través.
—¡Cómo! —exclamó Mr. Pickwick llevando su mano al cuaderno de apuntes.
El cochero reiteró su afirmación primera. Mr. Pickwick miró fijamente a la cara del cochero; pero en vista de que los rasgos de ésta permanecieron inmutables, se decidió a consignar el hecho.
—¿Y cuánto tiempo le tiene usted trabajando cada vez? —inquirió Mr. Pickwick, para ampliar la información.
—Dos o tres semanas —contestó el cochero.
—¡Semanas! —dijo asombrado Mr. Pickwick… y de nuevo salió el cuaderno de apuntes.
—Su casa está en Pentonwill, pero rara vez le llevamos allí, por lo flojo que está —observó el cochero con frialdad.
—¡Por lo flojo que está! —repitió vacilante Mr. Pickwick.
—En cuanto se desengancha se cae —prosiguió el cochero—; pero cuando está enganchado le tenemos bien tieso y le llevamos tan corto, que no es fácil que se caiga; y hemos puesto un par de ruedas tan anchas y hermosas, que en cuanto él se mueve echan tras él y no tiene más remedio que correr… no puede por menos.
Mr. Pickwick consignó en su cuaderno todas las palabras de esta información con propósito de comunicarlas al Club, como ejemplo singular de la tenacidad vital de los caballos bajo las más difíciles circunstancias. Apenas había terminado su anotación cuando llegaban a Golden Cross. Saltó el cochero y salió Mr. Pickwick del coche. Mr. Tupman, Mr. Snodgrass y Mr. Winkle, que se hallaban esperando impacientes la llegada de su ilustre jefe, le rodearon, dándole la bienvenida.
—Aquí tiene usted su servicio —dijo Mr. Pickwick, mostrando el chelín al cochero.
¡Cuál no sería el asombro de los doctos caballeros cuando aquel ente incomprensible arrojó la moneda al suelo y expresó con ademanes inequívocos su deseo de que se le permitiera luchar con Mr. Pickwick por la cantidad que se le adeudaba!
—Usted está loco —dijo Mr. Snodgrass.
—O borracho —añadió Mr. Winkle.
—O las dos cosas —resumió Mr. Tupman.
—¡Vamos, vamos! —gritó el cochero, haciendo ademán de combatir a puñetazos, marcando los movimientos como un péndulo—. ¡Vamos… con los cuatro!
—¡Aquí hay jarana! —gritaron media docena de cazurros—. Manos a la obra, Sam.
Y, vociferando alegremente, se agregaron al grupo.
—¿Qué es ello, Sam? —preguntó un caballerete con mangas de percal negro.
—¿Cómo que qué es ello? —replicó el cochero—. ¿Para qué quería mi número?
—Yo no quería su número —contestó Mr. Pickwick sin salir de su estupefacción.
—Entonces, ¿para qué lo ha tomado usted? —le interrogó el cochero.
—¡Pero si no lo he tomado! —gritó indignado Mr. Pickwick.
—¿Querréis creer —continuó el cochero, dirigiéndose al público—, querréis creer que un investigador va en un coche y no sólo apunta el número del cochero sino cada palabra que dice?
Un rayo de luz brilló en la mente de Mr. Pickwick: se trataba del cuaderno de notas.
—¿Pero hizo eso? —preguntó otro cochero.
—Claro que lo hizo —replicó el primero—. Y luego, a prevención de que yo le atacara, tiene tres testigos para declarar contra mí. Pero le voy a dar, aunque me cueste seis meses. ¡Vamos!
Y el cochero arrojó su sombrero al suelo, con notorio menosprecio de la prenda, arrancó los lentes a Mr. Pickwick y siguió el ataque con un puñetazo en la nariz a Mr. Pickwick, otro en un ojo a Mr. Snodgrass y, por variar, un tercero, en el vientre, a Mr. Tupman; luego empezó a maniobrar bailando en el arroyo; volvió a la acera y, por fin, extrajo del pecho de Mr. Winkle el poco aire que le quedaba; todo en media docena de segundos.


Charles Dickens
Los papeles póstumos del Club Pickwick

Jardín botánico en abril

 Jardín botánico en abril

10 junio 2022

CALABAZAS. PRIMER PREMIO, De P. G. Wodehouse: El castillo de Blandings

La custodia de la calabaza
El sol matinal descendía como una ducha dorada sobre el castillo de Blandings, iluminando con un tonificante resplandor sus muros cubiertos de hiedra, sus prados ondulantes, sus jardines, sus viviendas y sus dependencias, y aquellos de sus habitantes que en aquel momento pudieran estar tomando el aire. Bajaba sobre verdes extensiones de césped y amplias terrazas, y sobre nobles árboles y multicolores parterres. Caía sobre el desgastado asiento de los pantalones de Angus McAllister, jardinero en jefe del noveno conde de Emsworth, mientras inclinaba con recia testarudez escocesa su espalda para arrancar una babosa de sus sueños bajo la hoja de una lechuga. Caía sobre los blancos pantalones de franela del Honorable Freddie Threepwood, segundo hijo de lord Emsworth, que avanzaba a buen paso a través de los húmedos prados. Y también caía sobre el mismísimo lord Emsworth y sobre Beach, su fiel mayordomo, que se encontraban en la torrecilla que dominaba el ala oeste, el primero con un ojo aplicado a un potente telescopio y el segundo sosteniendo el sombrero que le habían enviado a buscar.
—Beach —dijo lord Emsworth.
—¿Milord?
—Me han estafado. Este maldito trasto no funciona.
—¿Su señoría no puede ver con claridad?
—No puedo ver absolutamente nada, maldita sea. Todo está negro.
El mayordomo era hombre observador.
—Acaso si yo quitase el tapón que hay en el extremo del instrumento, milord, cabría obtener unos resultados más satisfactorios.
—¿Eh? ¿Un tapón? ¿Hay un tapón? ¿O sea que es esto? Sáquelo, Beach.
—En seguida, milord.
—¡Ah!
Había satisfacción en la voz de lord Emsworth. Hizo girar y ajustó los mandos, y su satisfacción aumentó.
—Sí, esto ya está mejor. Es formidable. Beach, puedo ver una vaca.
—¿Sí, milord?
—Allá abajo, en los prados. Muy notable. Como si estuviera a un par de metros de distancia. Muy bien, Beach. Ya no le necesitaré.
—¿Y su sombrero, milord?
—Póngamelo en la cabeza.
—Muy bien, milord.

La Esfera, 1914, BNE

La Esfera, 1914, BNE,

09 junio 2022

De Walter Scott: El anticuario

Llame a un coche y permita que al coche lo llamen,
y que el hombre que lo llamó sea quien lo llame;
y que cuando lo llame, no llame sino
a un coche. ¡Coche! ¡Coche! ¡Oh, Dios, un coche!
Chrononhotonthologos

Aquella espléndida mañana de verano, a finales del siglo XVIII, un joven de aspecto gentil viajaba rumbo a Escocia nororiental; había adquirido un billete para uno de esos carruajes públicos que recorren la ruta entre Edimburgo y Queensferry, desde donde, como su propio nombre indica, y como bien saben todos mis lectores del norte, parte un ferry que cruza el estuario de Forth. Era un carruaje con cabida para seis pasajeros de corpulencia media, además de los polizones que el conductor podía recoger por el camino y que importunaban a aquellos que tenían plaza legalmente. Una anciana señora de rasgos angulosos expedía los billetes que daban derecho a un asiento en este incómodo vehículo. Llevaba los anteojos apoyados en una finísima nariz y vivía en una laigh shop, es decir, una especie de covachuela que comunicaba directamente con High Street a través de una estrecha y empinada escalera; allí vendía cinta, hilo, agujas, madejas de estambre, tejido de lino grueso y todo tipo de mercancías femeninas a quien mostrase valor y habilidad para descender a las profundidades de su morada sin darse de bruces o tropezar con alguno de los innumerables productos apilados a ambos lados de la bajada que indicaban la profesión de comerciante.

El programa manuscrito, colgado del tablón, anunciaba que la diligencia de Queensferry, o Hawes Fly, partiría a las doce en punto del martes, 15 de julio de 17…, garantizando así que los viajeros cruzarían el estuario de Forth durante la pleamar. Letra muerta, pues aunque sonaron las campanas de Saint Giles y repicaron las de Tron, ningún coche se presentó en el lugar acordado. Era cierto que solo se habían vendido dos billetes, y probablemente la señora de la mansión subterránea tuviera cierto acuerdo con su automedonte, que podría, en estos casos, contar con cierto margen para llenar los asientos vacantes; o el citado automedonte podría haber tenido que asistir a un funeral y haberse retrasado al tener que quitar los adornos fúnebres del vehículo; quizá se estuviera tomando un traguito de más con su amigo el mozo de cuadras; el caso es que no aparecía por ninguna parte.

Al joven caballero, que empezaba a sentir cierta impaciencia, se le unió un compañero en aquella insignificante miseria de la vida humana: la persona que había adquirido la otra plaza. Es fácil distinguir a un viajero de los demás ciudadanos. Las botas, el abrigo grande, el paraguas, el fardo en las manos, el sombrero que le cubre la frente resuelta, el paso firme y decidido, las respuestas parcas a los tranquilos saludos de sus conocidos son las señas que permiten al avezado viajero en correo o diligencia distinguir, de lejos, al compañero de un futuro viaje según se acerca al lugar del encuentro. Es entonces cuando, con sabiduría mundana, el primero en llegar se apresura a asegurarse el mejor asiento del coche y a hacer los arreglos más convenientes para su equipaje antes de que le alcance su competidor. Nuestro joven, dotado de poca prudencia, por no decir ninguna, y habiendo perdido además la prioridad de elección por culpa de la ausencia del carruaje, se entretuvo especulando sobre la ocupación y personalidad del individuo que acababa de llegar a la cochera.

Era un hombre de buen aspecto, de unos sesenta años, quizá mayor, pero su complexión fuerte y su paso firme indicaban que la edad no había minado su fuerza ni su salud. Tenía un semblante de auténtica casta escocesa, muy marcado, con rasgos algo duros y mirada astuta y penetrante y una expresión habituada a la gravedad, curtida, no obstante, por cierto humor irónico. Llevaba una peluca bien colocada y empolvada, coronada por un sombrero de ala ancha que le daba un aire profesional. Podría tratarse de un pastor, pero su aspecto era más el de un hombre de mundo que el de quien suele formar parte de la Iglesia de Escocia, y su primer exabrupto despejó cualquier duda.

Llegó a paso apresurado, lanzó una mirada alarmada al reloj de la iglesia, después al lugar donde debía estar el coche y exclamó:

—¡Por todos los diablos! ¡Al final llego tarde!

La Esfera, 1914, BNE

La Esfera, 1914, BNE

08 junio 2022

De François-René de Chateaubriand. Memorias

Hace cuatro años que, a mi regreso de Tierra Santa, compré cerca de la aldea de Aulnay, en las inmediaciones de Sceaux y de Châtenay, una casa de campo, oculta entre colinas cubiertas de bosques. El terreno desigual y arenoso perteneciente a esta casa no era sino un vergel salvaje en cuyo extremo había un barranco y una arboleda de castaños. Este reducido espacio me pareció adecuado para encerrar mis largas esperanzas; spatio brevi spem longam reseces. Los árboles que he plantado prosperan, son tan pequeños aún que les doy sombra cuando me interpongo entre ellos y el sol. Un día me devolverán esta sombra y protegerán los años de mi vejez como yo he protegido su juventud. Los he elegido, en lo posible, de cuantos climas he recorrido; me recuerdan mis viajes y alimentan en el fondo de mi corazón otras ilusiones.
Si alguna vez son repuestos en el trono los Borbones, lo único que les pediría, en recompensa por mi fidelidad, es que me hicieran lo bastante rico como para añadir a mi heredad la zona colindante de bosque que la rodea: ésta es mi ambición; quisiera aumentar en algunas fanegas mi paseo: aunque soy un caballero andante, tengo los gustos sedentarios de un monje: desde que vivo en este lugar de retiro, no creo haber puesto los pies más de tres veces fuera de mi recinto. Si mis pinos, mis abetos, mis alerces y mis cedros llegan alguna vez a ser lo que prometen, la Vallée-aux-Loups se convertirá en una verdadera cartuja. Cuando Voltaire nació en Châtenay, el 20 de febrero de 1694, ¿cuál era el aspecto del collado adonde había de retirarse, en 1807, el autor de El genio del Cristianismo?
Me gusta este lugar; ha reemplazado para mí los campos paternos; lo he pagado con el producto de mis sueños y desvelos; es al gran desierto de Atala al que debo el pequeño desierto de Aulnay; y para crearme este refugio, no he expoliado, como el colono americano, al indio de las Floridas. Tengo apego a mis árboles; les he dedicado elegías, sonetos, odas. No hay uno solo de ellos que yo no haya cuidado con mis propias manos, que no lo haya librado del gusano que ataca sus raíces, de la oruga adherida a su hoja; los conozco a todos por sus nombres como si fueran hijos míos: es mi familia, no tengo otra, espero morir en medio de ella.

François-René de Chateaubriand
Memorias de ultratumba

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán,

06 junio 2022

Nevermore de Paul Verlaine

 NEVERMORE
Oh recuerdo, recuerdo ¿Qué me quieres? Volaba
en el otoño el tordo por el átono aire,
y disparaba el sol un monótono rayo
sobre el bosque amarillo donde el cierzo resuena.
Ella y yo caminábamos a solas, entre sueños,
al viento el pensamiento y el cabello, y de pronto,
mirándome con ojos conmovidos, «¿Cuál fue
tu día más hermoso?», dijo su voz de oro,
su voz sonora y dulce, con fresco timbre angélico.
Mi discreta sonrisa respondió a su pregunta,
y le besé la blanca mano devotamente.
—¡Ah! Las flores primeras, ¡qué perfumes exhalan!
¡y con qué sortilegio resuena entre murmullos
el primer que sale de los labios queridos!
 
Paul Verlaine
Treinta y seis sonetos

 

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán,

05 junio 2022

LA HUELGA DE LAS MUJERES de Aristófanes. (El mundo antiguo II. Selección de José Luis Martínez)

 ARISTÓFANES
(c. 450-c. 385 a. C.)
Lisístrata
(Lisístrata, representada en 411: cansadas de las calamidades de la guerra, las mujeres griegas hacen una huelga sexual para forzar a sus hombres a hacer la paz)
LA HUELGA DE LAS MUJERES
LAMPITO.— ¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mujeres?
LISÍSTRATA.— Yo misma.
LAMPITO.— Pues ve diciendo qué quieres de nosotras.
CLEÓNICE.— Sí, por Zeus, amiguita: dinos qué afán te intriga.
LISÍSTRATA.— Ya lo diré, pero antes díganme a mí: una preguntita no más.
CLEÓNICE.— La que tú quieras.
LISÍSTRATA.— ¿No tienen deseos de los padres de sus hijos? ¡Lejos en el ejército! Bien lo sé yo: todas tienen un marido lejos.
CLEÓNICE.— ¡Ay, infeliz: el mío cinco meses hace… por allá por Tracia, guardándole la espalda a Eucrates!
MIRRINA.— ¡Y el mío siete meses en Pilos!
LAMPITO.— Y qué me dicen del mío: viene de cuando en cuando de su regimiento y más tarda en llegar que en volver a coger el escudo y largarse.
LISÍSTRATA.— ¡Pero tampoco queda chispa de amantes ocasionales! ¡Y con la traición de los de Milesia, ya ni el recurso queda de un consoladorcito de cuero, aunque sea de ocho dedos! Bueno, si hallo modo de poner fin a la guerra, ¿me ayudan o no?
MIRRINA.— Por las diosas dobles que sí. Yo aunque empeñe mi bata larga y me beba el mismo día el dinero.
CLEÓNICE.— Yo lo mismo, aunque me convierta en carpa y tenga que dar la mitad de mí misma.
LAMPITO.— A la cumbre misma del Taigeto me treparía con tal de ver la paz.
LISÍSTRATA.— Conste: lo digo. Ya no hay que andar con secretos. Las mujeres, si queremos que los varones hagan la paz tenemos que hacer una huelga…
CLEÓNICE.— ¿De qué, de qué…?
LISÍSTRATA.— Pero ¿la harán?
CLEÓNICE.— Cueste lo que cueste, hasta la vida.

La Esfera, 1914, BNE, Égloga, Yzquierdo Durán

La Esfera, 1914, BNE, Égloga, Yzquierdo Durán

04 junio 2022

Himno a la Tierra, madre de todos (Himno homérico XXX). (El mundo antiguo II. Selección de José Luis Martínez)

Himno a la Tierra, madre de todos

Cantaré a la Tierra, madre de todas las cosas, bien cimentada, antiquísima, que nutre sobre la tierra todos los seres que existen: cuantos seres se mueven en la tierra divina o en el mar y cuantos vuelan, todos se nutren de tus riquezas. De ti proceden los hombres que tienen muchos hijos y abundantes frutos, oh venerable; a ti te corresponde dar y quitar la vida a los mortales hombres. Feliz aquel a quien tú honras, benévola, en tu corazón, pues todo lo tiene en gran abundancia. Para los hombres tales la fértil tierra se carga de frutos, en el campo abunda el ganado, y la casa se les llena de bienes; ellos reinan, con leyes justas, en ciudades de hermosas mujeres, y una gran felicidad y riqueza los acompaña; sus hijos se vanaglorian con pueril alegría; las doncellas juegan y saltan, con ánimo alegre y en coros florecientes, sobre las blandas flores de la hierba. Tales son los que tú honras, venerada, pródiga diosa.

Salve, madre de los dioses, esposa del estrellado Cielo. Dame, benévola, por este canto una vida que sea grata a mi ánimo; mas yo me acordaré de ti y de otro canto.

Himno homérico,  XXX. Traducción: Luis Segalá Estalella.

La Esfera, 1914, BNE, Enrique Granados, Néstor

La Esfera, 1914, BNE, Enrique Granados, Néstor

03 junio 2022

Selección de textos. Hoy de la Teogonía de Hesíodo (El mundo antiguo II. Selección de José Luis Martínez)

 HESÍODO

(c. 700 a. C.)

LOS PRIMEROS DIOSES

Ante todo existió el Caos. Después la Tierra, de ancho pecho, morada perenne y segura de los seres vivientes, que surge del Tártaro tenebroso en las profundidades; y Eros, el más bello de los dioses inmortales, que quiebra los miembros, y que tanto a los dioses como a los mortales doma el corazón y la prudente voluntad.

Del Caos nacieron el Erebo y la negra Noche, y de la última, que quedó encinta por haber tenido amoroso consorcio con el Erebo, se originaron el Éter y el Día. La Tierra comenzó por parir un ser de igual extensión que ella, el Cielo Estrellado, con el fin de que la cubriese toda y fuera una morada segura y eterna para los bienaventurados dioses. También puso al mundo las altas montañas, gratos albergues de divinales Ninfas, que en ellas viven dentro de los bosques. Dio también a luz, pero sin el deseable amor, al estéril piélago de hinchadas olas, al Ponto; y más tarde, acoplándose con el Cielo, dio origen al Océano, de profundos remolinos, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Japeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemosine, a Febe, la de áurea corona, y a la amable Tetis. Posteriormente nació el taimado Cronos, que fue el más terrible de los hijos del Cielo, y que odió desde el principio a su prolífico padre.

Asimismo de la Tierra nacieron los Cíclopes, de corazón violento, Brontes, Astéropes y Arges, el de ánimo esforzado. Los tres eran semejantes a los dioses, pero con un ojo único en medio de la frente. Su vigor, su coraje y sus mañas pusiéronse de manifiesto en todas sus acciones. En el transcurso del tiempo habían de proporcionar el trueno a Zeus y forjarle el rayo.

De la Tierra y el Cielo nacieron aún tres hijos, grandes y fuertes, de nefando nombre: Cotto, Briareo y Gías. ¡Prole orgullosa! Cien brazos tenía cada uno de ellos; cien brazos invencibles, que se agitaban desde sus hombros; y, por cima de esos miembros, habíanles crecido cincuenta cabezas a cada uno. Temible era la poderosa fuerza que emergía de su enorme y proporcionada estatura.

Éstos son los más feroces de cuantos hijos procrearon la Tierra y el Cielo. Ya desde un principio se atrajeron el odio de su propio padre. Apenas puestos en el mundo, en vez de dejar que salieran a la luz, el Cielo los encerró en el seno de la Tierra, gozándose en su mala acción. La vasta Tierra, henchida de ellos, suspiraba interiormente, y al fin ideó una engañosa y pérfida trama. Produjo en seguida una especie de blanquizco acero, con el que construyó una gran falce, y la mostró a sus hijos, y con el corazón irritado hablóles de esta suerte, para darles ánimo: «¡Hijos míos y de un ser malvado! Si quisierais obedecerme, vengaríamos el ultraje criminal de un padre, aunque sea vuestro padre, ya que ha sido él el primero en maquinar acciones infames».

Así se expresó. Sintiéronse todos sobrecogidos por el terror, sin que ninguno osara desplegar los labios, hasta que el grande y taimado Cronos cobró ánimo y respondió a su madre veneranda de esta manera: «¡Madre! Yo prometo llevar a cabo lo que convenga, pues nada me importa nuestro padre de aborrecido nombre. Sí, él fue el primero en obrar indignamente».

Tal dijo, y la vasta Tierra sintió que su corazón se le colmaba de alegría. Acto seguido ocultó a Cronos, poniéndolo en acecho, con la hoz de agudos dientes en la mano, y le descubrió toda la trama. Vino el Cielo, seguido de la Noche, y envolvió a la Tierra, ávido de amor acercándose a ella y extendiéndose por todas partes. Entonces el hijo, desde el lugar en que se hallaba apostado, agarró a su padre con la mano izquierda, y empuñando con la derecha la grande hoz de afilados dientes, le cortó en un instante las partes pudendas y las arrojó detrás de sí, al azar. Mas no fue un vano despojo lo que soltó su mano. Porque las gotas de sangre que de aquél se derramaron las recibió la Tierra, la cual parió así en el transcurso de los años a las robustas Furias, a los enormes Gigantes, que vestían lustrosas armaduras y manejaban ingentes lanzas, y a las Ninfas llamadas Melias en la Tierra inmensa. Y las partes pudendas, que Cronos cortó con el acero y arrojó desde el continente al undoso ponto, fueron llevadas largo tiempo de acá por allá en la inmensa llanura del piélago, hasta que de la carne inmortal salió una blanca espuma y nació de ella una joven, que se dirigió primero a la sagrada Citera y luego a Chipre, situada en medio de las olas. Al salir del mar y tomar tierra allí la veneranda hermosa deidad, brotó la hierba doquier que ponía sus tiernas plantas. Dioses y hombres la llamaban Afrodita, porque brotó de la espuma; Citerea, la de hermosa diadema, porque se dirigió a Citera; Ciprigenia, porque nació en Chipre, la isla azotada por las olas, y Filomnedes, por haber surgido de las partes pudendas. Acompañábala Eros y seguíala el hermoso Deseo, cuando, poco después de nacer, se presentó por vez primera al concilio de los dioses. Y, desde un principio, como privilegio sólo a ella otorgado, tiene el honor, entre los hombres, y entre los inmortales, de presidir y regir los paliques de las doncellas, las sonrisas y las fullerías; y, además, los dulces placeres, el amor y la amable ternura.

El gran Cielo, increpando a los hijos que había engendrado, los apodó Titanes, porque, según él dijo, «tendieron» demasiado alto la mano para cometer un grave delito, que el futuro castigaría.

La Noche parió a la odiosa Muerte, a la negra Ker y al Destino. Como parió también al Sueño y a la multitud de Ensueños, sin que tal deidad, la tenebrosa Noche, se acostara con nadie; y, posteriormente a Momo, a la dolorosa Aflicción, a las Hespérides, que tienen a su cuidado las hermosas manzanas de oro y los árboles que las producen más allá del ilustre Océano. También engendró las Parcas y Keres, inexorables en la venganza, pues persiguen a los culpables, sean hombres o dioses, y no templan jamás su cólera terrible hasta lograr imponer cruel pena al que ha cometido falta grave. La perniciosa Noche parió asimismo a Némesis, azote de los mortales hombres; después de ésta, al Fraude, al Amor carnal, a la maldecida Vejez, y, por último, a Eris, la de corazón violento.

La aborrecible Eris alumbró, a su vez, al duro Trabajo, el Olvido, el Hambre, los lacrimosos dolores, las peleas, los combates, los asesinatos, las matanzas, las discusiones, las palabras falaces, las disputas, la ilegalidad con Ate, su compañera, a Horco, que es el que más daña a los terrestres mortales cuando perjuran voluntariamente.

El Ponto procreó al ingenuo y veraz Nereo, su hijo mayor, a quien llaman Anciano, porque es sincero y apacible, y no se olvida de las leyes, además de saber dar consejos inspirados en la justicia y en la benevolencia. Luego, uniéndose con la Tierra, engendró al gran Taumante, al valeroso Forcis, a Ceto, la de hermosas mejillas, y, finalmente, a Euribia, la que encierra en el pecho un corazón de acero…

Teogonía. Traducción: María Josefa Lecluyse y Enrique Palau.

La Esfera, 1914, BNE, Néstor

La Esfera, 1914, BNE, Néstor

02 junio 2022

Hoy... De Gustave Flaubert: La leyenda de San Julián el hospitalario

Los padres de Julián vivían en un castillo rodeado de bosques, en la ladera de una colina. Las cuatro torres de las esquinas remataban en techumbres puntiagudas cubiertas de escamas de plomo y la base de los muros se apoyaban en bloques de rocas que se despeñaban abruptamente hasta el fondo de los fosos.

El pavimento de los patios era regular como el enlosado de una iglesia. Largas gárgolas, figurando dragones con las fauces inclinadas hacia abajo, escupían hacía la cisterna el agua de las lluvias. Y en el resalto de las ventanas de todos los pisos crecía en un tiesto de barro pintado una albahaca o un heliotropo.

Un segundo cercado, hecho de estacas, protegía en primer lugar una huerta de árboles frutales, luego un cuadro donde las flores se combinaban formando cifras, después una enramada con glorietas para tomar el fresco, y un juego de mallo que servía para entretenimiento de los pajes. Al otro lado estaban la porqueriza, los establos, el horno de cocer el pan, el lagar y los graneros. En todo el contorno prosperaba un verde pastizal, cerrado por un seto de espinos. Se vivía en paz desde hacía tanto tiempo, que ya no se bajaba el rastrillo; los fosos estaban llenos de agua; las golondrinas hacían sus nidos en las hendiduras de las almenas; y el arquero, que se pasaba el día paseando por la cortina, en cuanto el sol pegaba demasiado, se metía en la atalaya y se quedaba dormido como un fraile.

En el interior, relucían los herrajes por doquier; en los aposentos, los tapices protegían del frío; y los armarios estaban rebosantes de ropa blanca, se apilaban en las bodegas los toneles de vino, las arcas de roble reventaban bajo el peso de los sacos de dinero.

En la sala de armas, entre estandartes y cabezas de animales feroces, se veían armas de todos los tiempos y de todos los países, desde las hondas de los amalecitas y los venablos de los garamantas hasta los chafarotes de los sarracenos y las cotas de mallas de los normandos.

En el gran asador de la cocina se podía ensartar un buey; la capilla era tan suntuosa como el oratorio de un monarca. Hasta había, en un lugar apartado, un baño a la romana; pero el buen caballero del castillo no lo usaba, porque le parecía cosa de idólatras.

Envuelto siempre en una pelliza de zorro, se paseaba por su casa, administraba la justicia en los litigios de sus vasallos, mediaba en las querellas de sus vecinos. En invierno, miraba caer los copos de nieve o hacía que le leyeran historias. Nada más comenzar el buen tiempo, se iba en su mula por las pequeñas veredas, a orillas de los trigales que verdeaban ya, y charlaba con los labriegos, dándoles consejos. Al cabo de muchas aventuras, había tomado por esposa a una doncella de alto linaje.

Era muy blanca, un poco altiva y seria. Los picos de su capirote rozaban el dintel de las puertas; la cola de su vestido de paño arrastraba tres pasos detrás de ella. Llevaba el gobierno de la casa como el de un monasterio; cada mañana distribuía el trabajo a los criados, vigilaba las mermeladas y los ungüentos, hilaba en la rueca o bordaba manteles de altar. A fuerza de rogar a Dios, le nació un hijo.

Su advenimiento se celebró con grandes festejos y con una comida que duró tres días y cuatro noches, con iluminación de antorchas, al son de las arpas y sobre alfombras de hojas. Se sirvieron las más raras especias, con gallinas grandes como corderos; por juego, de un pastel surgió un enano; y las escudillas no bastaban ya, pues la multitud aumentaba sin cesar, y hubo que beber en los olifantes y en los yelmos.

Caballo