Desde Bar-Le-Duc
nos dirigimos hacia el noreste y, a medida que vamos adentrándonos en el bosque
de Commercy, empezamos a escuchar de nuevo la Voz del Frente. Aquél era el día
más cálido y sosegado de mayo, y, en el claro en que nos detuvimos para
almorzar, el familiar sonido de los cañones se apoderó del silencio del
mediodía con un estruendo descomunal. En los intervalos entre explosión y
explosión no se oía nada, con la única excepción del zumbido de los mosquitos
que volaban bajo la húmeda luz del sol, y de la llamada del cuco, como de dríade, que
nos llegaba desde profundidades más frondosas. Vimos, al final del sendero, cómo
pasaban unos soldados de caballería con sus ropas de un ya muy raído azul, y
los flancos de sus caballos brillantes como castañas maduras. Se detuvieron a
charlar y aceptaron unos cigarrillos. Cuando volvieron a alejarse, el mosquito,
el cuco y
los cañones retomaron su trío.
Edith Wharton
De Dunkerque a Belfort
Francia combatiente
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