28 febrero 2022

Sobre el cuco (49) - Cuclillo (Narijira es el segundo hombre)

 Esto era una vez que el hijo de un Emperador, el príncipe Kaia, se enamoró de una mujer y la colmó de favores. Esta mujer tenía otro galán alrededor. Y finalmente había un tercer hombre que creía que era suya solamente. Este tercer hombre vino a saber de la existencia de los otros dos, y le envió a ella un dibujo de un cuclillo con el siguiente poema:
 
Pájaro cuclillo,
muchos son los pueblos
donde tú cantas.
Quisiera olvidarte,
y sólo en ti pienso.
Ella, para arreglar el percance, repuso:
El pájaro cuco
que lleva la fama,
cantando llora
tu olvido y tus dudas
sobre mis andanzas.
Esto ocurría en junio. El joven respondió:
Ay, pájaro cuco
de muchas andanzas,
yo te querré
con tal que en mi pueblo
oiga tu cantar.
 
Anónimo. 
Cantares de Ise.

 

De paseo por los arenales

las gracias

27 febrero 2022

Sobre el cuco (48) - Esta es la estación que el cuco prefiere y yo también

ESTACIONES
I
Esta es la estación que el cuco prefiere
y yo también,
cuando caen con la luvia las hojas del castaño
y ya vuelan las crías
y el pequeño ruiseñor como nunca se oye
fuera de sus albergues descansan los viajeros
y vienen las muchachas con vestidos de seda
con el norte y el sur sueñan los ciudadanos
como lo hago yo.
II
Esta es la estación que rehúye el pastor
como lo hago yo
cuando gotean las hayas en tibia penumbra
y se juega y se trilla
y trémula en el cerro palpita la corriente
y abajo en la pradera los arroyos se anegan
y cuelgan en fila las gotas en las verjas
y en bandadas los grajos regresan a su casa
como lo hago yo.

Thomas Hardy.
Weathers.
Estaciones

WEATHERS
I
This is the weather the cuckoo likes
And so do I;
When showers betumble the chestnut spikes
And nestlings fly:
And the little brown nightingale bills his best,
And they sit outside at "The Travellers' Rest',
And maids come forth sprig muslin drest,
And citizens dream of the south and west,
And so do I.
II
This is the weather the shepherd shuns,
And so do I;
When beeches drip in browns and duns,
And thresh, and ply;
And hill-hid tides throb, throe on throe,
And meadow rivulets overflow,
And drops on gate-bars hang in a row,
And rooks in families homeward go
And so do I.
 
(Edición bilingüe de Ángel Rupérez)

Pescadores de navajas

 Pescadores de navajas

25 febrero 2022

Sobre el cuco (46) - desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco. En su intento desesperado de que la noche no acabara nunca

 El amanecer se abría paso; la tenue luz que no se había apagado del todo durante la noche volvía a ser la fuerte luz del día. y, desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco. En su intento desesperado de que la noche no acabara nunca, Gull fue a parar a la carpa del grupo pop, donde, pese a que la luz comenzaba a atravesar la lona, seguía reinando la oscuridad salpicada de luces parpadeantes y el ruido. El grupo ya se había ido y era un equipo de sonido el que reproducía sus canciones. Las cabriolas, más parecidas a acrobacias que a un simple baile, habían llegado a su fase más salvaje. Una suerte de desesperación se adueñó de los jóvenes cuando olfatearon el aire matutino. Los chicos se habían librado de sus chaquetas; algunos también de sus camisas. Las chicas se habían remangado los vestidos y bajado un poco las cremalleras. Tras la formalidad previa, el nuevo «atuendo» parecía de una elegancia desenfadada. Mirándose entre sí, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas, las parejas brincaban, se agachaban, giraban, hacían muecas, meneaban los brazos, las piernas, componiendo una imagen, pensó Gulliver, más propia del Inferno de Dante que de una juventud despreocupada presa del gozo primaveral.

—¡Hola, Gull! ¡Baila conmigo! ¡Llevo bailando sola una hora por lo menos!
Era Lily Boyne.
Sus frágiles brazos lo apresaron, le rodearon la cintura, y juntos se sumergieron girando y revoloteando en el torbellino ensordecedor.

Iris Murdoch. 
El libro y la hermandad.

Calles de Ribadesella

Calles de Ribadesella

24 febrero 2022

Sobre el cuco (45) - ahora más potente, desde los árboles del bosque, llegaba el canto apagado y repetitivo del cuco

 Ya se había hecho completamente de día. La luz terrible, inquisitorial, había acabado inundándolo todo, haciendo desaparecer el bosque encantado y la magia nocturna y revelando un panorama más parecido a un campo de batalla, de hierba pisoteada, botellas vacías, vasos rotos, sillas volcadas, prendas perdidas y toda clase de desagradables residuos humanos. Bajo el despiadado resplandor del sol, incluso las carpas parecían sucias y desaliñadas. Los mirlos, tordos, herrerillos, golondrinas, reyezuelos, petirrojos, estorninos y demás pájaros cantaban con fuerza, las palomas zureaban y los grajos graznaban, y, ahora más potente, desde los árboles del bosque, llegaba el canto apagado y repetitivo del cuco. No obstante, la música de baile continuaba, aunque ahora al aire libre, bajo el cielo azul y despejado, pero entre el estruendo que armaban las aves sonaba mermada e irreal. Se estaba formando una cola para el desayuno, pero gran cantidad de gente parecía incapaz de dejar de bailar, como poseídas por un éxtasis o un deseo frenético de prolongar el hechizo y postergar el sufrimiento venidero: los remordimientos, el pesar, la esperanza empañada, los sueños hechos añicos y los horribles problemas cotidianos. A Gull le habría gustado desayunar algo. La idea de unos huevos con beicon parecía de pronto de lo más atractiva, pero no le apetecía hacer cola solo, y tenía la necesidad más fuerte e inmediata de sentarse, o mejor de tumbarse. Decidió descansar un rato y volver más tarde a por algo de comer, cuando la aglomeración fuera menor. El césped profanado, cubierto de basura, estaba asimismo salpicado, aquí y allí, de personas tumbadas, en su mayoría varones, algunos profundamente dormidos. Mientras los esquivaba, Gulliver pasó, aunque sin reconocerlo, junto al chal de cachemira de Tamar, ahora convertido en un guiñapo manchado después de que alguien lo hubiera usado para reparar un desastre provocado por una botella de vino tinto. Una tenue niebla pendía sobre el Cherwell. Pasó bajo la galería y salió al bosque. El bosque se había declarado, por motivos ecológicos y de seguridad, vedado a los asistentes al baile. Sin embargo, presumiblemente desde antes de que este concluyera, los guardas con sombrero hongo se habían esfumado y entonces infinidad de parejas se habían animado a dar un paseo entre los árboles. A lo lejos, en claros verdes y brumosos, vagaban los ciervos mientras los conejos corrían impetuosos en una y otra dirección. Gulliver avanzó tambaleándose un pequeño trecho, respirando el aire de primera hora de la mañana, delicioso, fresco y cargado de olores ribereños, y disfrutando de la hierba sin pisar. Se sentó debajo de un árbol y, entonces, se quedó dormido.

Tamar al fin había encontrado a Conrad. Se sentó un rato en una silla bajo una de las carpas y echó una cabezada. Cuando se despertó, había salido el sol y era un día radiante. La luz era espantosa.


Iris Murdoch. 

El libro y la hermandad.

Calles de Ribadesella

Calles de Ribadesella

23 febrero 2022

Sobre el cuco (44) - Bajaron las escaleras, cruzaron el claustro y caminaron bajo la cálida luz del sol, rodeados por el ensordecedor coro de aves y el fuerte canto del cuco

Gerard dijo enérgicamente:
—Hora de irse. Dejaré un sobre para el asistente de Levsquit.
A Rose le habría gustado volver a Londres con Gerard, pero había llevado su coche, en parte porque Gerard había dicho que iba a llevar a Jenkin, y en parte porque ella quería tener la opción de irse antes si se hubiera sentido cansada. Recogió el abrigo, que había dejado en el dormitorio de Levsquit. Hicieron una limpieza rápida y superficial de la estancia, sin poner verdadero empeño. Bajaron las escaleras, cruzaron el claustro y caminaron bajo la cálida luz del sol, rodeados por el ensordecedor coro de aves y el fuerte canto del cuco.
Gulliver estaba teniendo un sueño maravilloso. Una chica preciosa, de ojos negros, enormes y oscuros, pestañas largas y espesas, y boca húmeda y sensual, se inclinaba hacia él. Sintió su aliento cálido y dulce cuando los suaves labios de la chica tocaron su mejilla y su boca. Se despertó. Había una cara junto a la suya, y unos ojos negros y preciosos le devolvían la mirada. Un ciervo que se había topado con aquel bulto ovillado al pie de un árbol le había acercado su hocico negro y húmedo. Gulliver se incorporó de golpe. El ciervo retrocedió, le dedicó una última mirada y se alejó con un trote digno. Gulliver se frotó la cara, que el ciervo había humedecido con su hocico. Se puso en pie. Se encontraba fatal, y su aspecto era el fiel reflejo del malestar que sentía. Echó a caminar. Estaba tan mareado que veía luces brillantes danzando a su alrededor y una especie de jeroglíficos negros cuando miraba hacia los lados.

Iris Murdoch.
El libro y la hermandad.

Calles de Ribadesella

Calles de Ribadesella

22 febrero 2022

Sobre el cuco (43) - De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado

 Suelo comer y cenar en el zaguán, en una mesa pequeña, cerca de los hombres que vuelven del trabajo del campo. Estos lo hacen por orden: los mayorales de mula y muleros, sentados; los chicos que llaman burreros, de pie. Rezamos todos al empezar y al concluir de comer.

No pinto, no escribo, no hago nada, afortunadamente. De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado.

¡Cuánta vida y cuánta vida en germen se ocultará en estas noches! —se me ocurre pensar. Los pájaros reposarán en las ramas, las abejas en sus colmenas; las hormigas, las arañas, los insectos todos, en sus agujeros. Y mientras estos reposan, el sapo, despierto, lanzará su nota aflautada y dulce en el espacio; el cuco, su voz apacible y tranquila; el ruiseñor, su canto regio; y en tanto la tierra, para los ojos de los hombres, oscura y sin vida, se agitará, estremeciéndose en continua germinación, y en las aguas pantanosas de las balsas y en las aguas veloces de las acequias brotarán y se multiplicarán miríadas de seres.

Y, al mismo tiempo de esta germinación eterna, ¡qué terrible mortandad! ¡Qué bárbara lucha por la vida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay que lamentar nada. Vivir y vivir…, esa es la cuestión.


Pío Baroja. 

Camino de perfección. 
Pasión mística. 
La Vida Fantástica - 2.

Calles de Ribadesella

 Calles de Ribadesella

21 febrero 2022

Sobre el cuco (42) - Unos grillos amenizaban la soledad y un cuco lanzaba su voz irónica entre los árboles.

—¿Este es el camino de Navarra?—Sí.
La muchacha iba hasta un caserío llamado Herburu, y yo fui con ella.
Encontré a un aduanero francés, a quien le dije me indicara el camino de España. Me miró con desconfianza y me mostró un sendero.
Siguiéndolo, llegué a un bosque bastante cerrado, con una venta, la venta de Inzola. Estaba en territorio español. Pedí en la venta que me pusieran algo de comer, y con un gran trozo de pan, de chorizo y de queso y una botella de vino, me senté en la hierba, en un prado. Brillaban las margaritas y las flores del brezo; una serpentaria mostraba su mazorca roja entre lo verde. Corría allá un vientecillo del mar fresco y agradable; el cielo estaba muy azul; en Francia se veía la llanura y la costa; hacia España, un laberinto de montes ceñudos y sombríos. Unos grillos amenizaban la soledad y un cuco lanzaba su voz irónica entre los árboles.
Devoré mis provisiones, y después dirigí un toast elocuente a la vieja España de Don Quijote, y del Cid, y de San Ignacio de Loyola. Añadí a Loyola, para probarme a mí mismo, que este Amadís de Gaula, católico y papista, no sólo no irritaba mis sentimientos de protestante de raza, sino que veía en él un hermoso manantial de energía y de tesón. Después de este toast hice mi segunda libación brindando por las damas españolas, los caballeros, las majas, los toreadores, los gitanos, los corchetes, los alguaciles y los alcaldes, y, sobre todo, por la bella entre las bellas, Mary la de Biriatu. Como me quedaba más vino en la botella y no era desagradable, tuve que brindar por el mar, por el cielo azul, y hasta por la Cosa en sí, y me quedé un momento dormido.

Pío Baroja
La ruta del aventurero
EL VIAJE SIN OBJETO
Memorias de un hombre de acción - 6

Calles de Ribadesella

Calles de Ribadesella

20 febrero 2022

Sobre el cuco (41) - mientras el cuco canta como si jugara al escondite a lo lejos

EL PASTOR
Sentado, con mi cayado blanco entre las manos, miro los valles y el mar, y cuido de mis corderos, que se esparcen por los prados, mientras el cuco canta como si jugara al escondite a lo lejos. A veces toco en el caramillo canciones sencillas y me parece que los mismos montes bailan al son de mis tocatas. No conozco nada de cuanto ocurre alrededor de mí; no sé cómo se vive, ni siquiera en los pueblos que tengo frente a mi vista. Así, que cuando veo a las grullas, que en otoño marchan a la retaguardia de la emigración de las aves, tan altas Como las mismas nubes, formando un triángulo y lanzando gritos penetrantes, me pregunto: «¿De dónde vendrán? ¿Adónde irán?» Y sin saber si son buenos o malos los países de donde vienen y adonde van, miro a esos pájaros con envidia.

Pío Baroja
La leyenda de Jaun de Alzate
Tierra vasca - 4

Calles de Ribadesella

Calles de Ribadesella

19 febrero 2022

Sobre el cuco (40) - el cuco cantaba de día, y el ruiseñor encantaba la noche

 En la primavera eran las rosas de todas clases las que aromatizaban el ambiente, en verano los claveles, los jazmines y la flor de azahar; en invierno, los musgos y los líquenes.

Durante el otoño, había un vaho de humedad que se mezclaba con el olor acre de los arrayanes y el perfume exquisito de los cipreses, que era, sobre todo de noche, embriagador.

En la primavera la vida agitaba el parque; bandadas de gorriones y de jilgueros levantaban el vuelo entre las ramas; se oían mil ruidos confusos; aleteos de pájaros, zumbido de moscones y de insectos. Las mariposas palpitaban en el aire transparente; los lagartos se deslizaban entre las piedras; cruzaban al sol los cardenales y las tórtolas; el cuco cantaba de día, y el ruiseñor encantaba la noche.


Pío Baroja
El laberinto de las sirenas
El mar - 2

Calles de Madrid

calles de Madrid

18 febrero 2022

Sobre el cuco (39) - En la primavera es el cuco, como la voz de un niño burlón jugando entre las matas al escondite

Desde las ventanas altas de la galería, abiertas por encima de la muralla, se veía, en verano, el cielo uniformemente azul; en otoño, las nubes fantásticas de oro y de sangre del crepúsculo; en invierno, el horizonte gris y a veces amenazador y las turbonadas de viento con polvo y con hojas secas. En primavera los montes aparecían con las manchas verde-oscuras de los matorrales; en verano algunas flores silvestres: digitales rojas, retamas amarillas, alteas blancas se mostraban en los ribazos; en otoño y en invierno los pocos campos de alrededor se teñían del amarillo y del pardo de las plantas agostadas.
El suntuoso cortejo de las estaciones tiene siempre su carácter y su pompa; cada una de ellas, para el que sabe oírlas, canta su canción peculiar y típica e inconfundible: el día de primavera es la melodía joven, fresca y alada; el de otoño, el adagio melancólico y lánguido; el de invierno el recitativo rudo, poderoso y amenazador. La tarde de verano, con el cielo azul espléndido, la tierra seca, el paisaje con aire tembloroso de ingravidez y de irrealidad, es el himno violento y estridente en honor de las divinidades pánicas.
Esta canción peculiar de cada estación del año posee siempre muchas notas, muchos tonos, muchos matices.
En la primavera es el cuco, como la voz de un niño burlón jugando entre las matas al escondite; la alondra, en el aire, como una saeta de luz; la perdiz, rechoncha, con las patas rojas, que se pavonea coquetona; el seto verde, la flor en el almendro y la nube blanca en el cielo, de un azul de sueño.
En el verano es el calor, que resuena en el oído como un caracol sonoro; el trigal amarillento, con sus amapolas rojas y sus acianos azules; el grillo, que chirría en la tarde pesada y monótona, y la estrella que parpadea con más fulgor en la noche.
En otoño son las bandadas de grullas por el cielo gris, en forma de triángulo, gritando su adiós de despedida a las tierras frías, abandonadas; los pájaros, emigrantes, de colores; las avutardas voluminosas, con sus alas blancas, y los graznidos de los cuervos a lo lejos.
En invierno, el águila o el buitre sobre los cabezos de los montes cubiertos de nieve, y los gorriones aleteando cerca de los cristales, buscando la comida y un asilo contra el frío…
Para alguna de aquellas monjas de espíritu poético y soñador, el convento debía tener sus encantos.

Pío Baroja
La venta de Mirambel
Memorias de un hombre de acción - 20

Calles de Madrid, boca de metro

Calles de Madrid, boca de metro

17 febrero 2022

Sobre el cuco (38) - el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite

 El misticismo de Javier se armonizaba con el campo y el cielo y con la noche llena de estrellas. Le gustaba también ver desde lejos, desde algún monte, su amigo el mar. Tanto como salir de su casa, le agradaba quedarse en ella y acercarse una noche al pabellón de la huerta y oír la canción misteriosa del río próximo.

En la primavera se alejaba más. Veía las peñas desnudas, los barrancos sombríos, los tajos cortados a pico y los vallecitos verdes oscuros con árboles verdes claros. Los caminos del monte estaban llenos de brezos, de digitales y de zarzamoras y los prados cuajados de flores.

Se sentaba en el campo. Cualquier cosa le bastaba para distraerse: las nubes que cruzaban por el cielo, la variedad de hierbas, el tordo que cantaba entre las ramas y el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite. En los arroyos contemplaba las chipas, los peces diminutos que trazaban líneas brillantes en el agua; en los charcos, los renacuajos, y en la tierra pedregosa veía las evoluciones sabias de las hormigas, de las arañas y de los abejorros.

Esta época era de grandes trabajos en las huertas. En la suya, en todos los rincones donde la tapia estaba al descubierto, había puesto o mandado poner enredaderas, madreselvas, viña virgen o glicina.

—¡Pero si quita sitio para las alcachofas! —le decía Domingo el hortelano.

—No importa, la cuestión es que esté bonito.

A la tía Paula, aficionada a tomar un poco de sidra en la comida, la gustaba tener una barrica en casa. Como no tenían manzana bastante, compraban jugo sin fermentar y llenaban una bordelesa grande con él para dejarla en la cueva y a la primavera siguiente la comenzaban. También solían hacer una sidra ligera llamada en el país pitharra.

Pronto, en la bodega, hubo botellas de buenos vinos y de licores, algunos jamones y tarros con dulce. Las manzanas se extendían sobre una alfombra de hierba y las calabazas, las judías, las cebollas y patatas se amontonaban en el desván. Al final del invierno y al principio de la primavera la tía Paula hacía acopio de huevos, cuando estaban baratos, y los guardaba en tinajas sumergidos en agua de cal. Después, en el rincón de la huerta, pusieron un gallinero.


Pío Baroja
El cura de Monleón

La juventud perdida - 2

Calles de Madrid

Calles de Madrid

16 febrero 2022

Sobre el cuco (37) - había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio

Martín Shagua tenía ideas extrañas: creía que los caseríos estaban demasiado próximos el uno del otro y que siempre sería conveniente que hubiese por lo menos una legua de distancia entre ellos.Martín era algo creyente en el totemismo, porque, de oírse llamar ratón, pensaba que tenía algo de este roedor. Refería varios casos de fraternidad animal.
—Una vez —contó— me encontré con un tejón (azkonarrua) en medio del monte y fuimos los dos marchando en muy buena armonía, y antes de dejarle se despidió de mí saludándome muy cariñosamente.
Otra vez, en el campo, había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio, e inmediatamente se le presentó la sombra de un hombre, erguida, con la señal de la pedrada en la cabeza, y le dijo:
—¡Te arrepentirás de lo que has hecho, ratón!; y él, de sentimiento, estuvo inquieto unos días.
Martín Shagua era también buscador de tesoros; tenía un aparato fantástico inventado por él, con un nivel y una brújula que llamaba armona (imán) y lo que marcaba la brújula lo señalaba con una cruz en el campo. Después cavaba allí. Según él, se habían encontrado tesoros por aquellos barrancos y en cuevas entre dos piedras.
Shagua hablaba también de las lamias. Hacía ya mucho tiempo, según contaba, un pastorcito de un caserío próximo, que iba al monte con sus ovejas, vio en una campa verde a una lamia rubia y sonrosada, con una hermosa mata de cabellos destrenzados, montada en un carnero. Hablaron los dos, se enamoraron y decidieron casarse. El pastorcito, al volver del monte, contó el encuentro a su madre y esta, más suspicaz, le dijo:
—Antes de comprometerte, mira cómo esa mujer tiene los pies. No vaya a ser una lamia.
El pastorcito, al día siguiente, subió a la campa y vio a la muchacha sentada sobre el carnero, como la vez anterior. Se estaba peinando con un peine de oro.
—Vamos a correr por estos prados —le dijo él.
—Yo te seguiré montada en mi carnero.
Entonces el pastor, desconfiado, levantó con el palo el extremo de la falda de la muchacha y vio que tenía el pie como los gansos, con membranas entre los dedos.
El pastor, entristecido, volvió a su casa y murió de pena. Cuando se verificó su entierro, la lamia fue en el cortejo hasta la iglesia, y al llegar a la puerta, se escapó y ya no se la vio.
—¿Pero tú crees eso? —le preguntó Javier.
—¿Por qué no? Otras cosas tan difíciles de creer se cuentan y se creen.

Pío Baroja
El cura de Monleón
La juventud perdida - 2

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

15 febrero 2022

Sobre el cuco (36) - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

 Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.

Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.

Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.

A pocos pasos jugueteaban las urracas.

Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.

En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.


Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

14 febrero 2022

Sobre el cuco (35) - yo me levanté e imité el cuco

Bajaron sin prisa desde los montes a la vallina. Antes de iniciar la bajada, en lo más alto de los pastizales, por donde va el camino real, Ulises se detuvo a contemplar la casa y las tierras de Penélope. Las miró como parte corporal de ésta, con amor, y se prometió recorrerlas paso a paso para poder poner estampas a las palabras de Penélope cuando en Ítaca le contase memorias, acaso añorante. Quería saber de qué fuente bebía, y en qué cerezo las cerezas más dulces.—¿La conociste hace mucho tiempo? —preguntó Pretextos.
—No. Fue hoy la mirada primera.
—¡Ah, un pronto de asombro! ¡Me gusta a mí eso! En Esmirna estuve en una comedia en la que una muchacha llamada Felisa veía desembarcar a un corredor de medía legua vallas, que traía una cinta azul por la frente, y a la hermosa se le caía de las manos un florero que estaba limpiando. El atleta, sorprendido, levantaba la cabeza y dejaba allí el corazón. Ya se pone en los papeles de la comedia, al margen: «Un pronto de asombro». A ella querían casarla con un pregonero de edictos imperiales, que era viudo, pero sacaba un sobresueldo con una parada que tenía, con garañón calabrés, y siempre estaba en la farsa alabando el garañón, que si era muy humano, y muchos maridos debían tomar apuntes de miramientos, y que no se mareara desde Catania a Famagusta de Chipre, que era donde pasaba la pieza. Cuando se representó por segunda vez, entrando el viudo a tratar las bodas, y ponía en la mesa una bolsa con dinero, y la Felisa estaba dentro de un armario abrazando a su corredor, y el armario estaba abierto por detrás con arte, para que el público viera las caricias, yo me levanté e imité el cuco. Fui muy aplaudido y el teniente veneciano que presidía me mandó vino y pastelillos de nuez.
Pretextos humedecía con la gorda lengua el labio roto, e imitaba el cuclillo de mayo.
—¡Cu-cóo! ¡Cu-cóo!
Con ellos, con el frío hocico pegado a sus espaldas, bajó desde la montaña la niebla, pisando lentamente los pastizales y los trebolares, y deshilándose en las retorcidas ramas de los olivos. Allá abajo, en un abierto, estaba la polis, dorada por el sol poniente: el mar era una verdiclara túnica ondeante. Ulises le señaló a Pretextos aquel hermosísimo campo de luz.

Álvaro Cunqueiro
Las mocedades de Ulises

Córdoba, tres días de un octubre

Córdoba, tres días de un octubre

13 febrero 2022

Sobre el cuco (34) - Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques

 CAMINABAN sin prisa hacia Florencia, contando con llegar a la ciudad del Arno la víspera de San Juan, que es cuando se corren los caballos y se hacen muestras de doma. Exigía también su pausa la yegua Artemisa, que Fanto montaba, porque los muchos años le ponían un espasmo en la mano de cabalgar. Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques. El cavalière Capovilla le iba explicando a su pupilo las batallas que se dieron antaño en aquellas colinas, campos y vados, las más entre güelfos y gibelinos, con marchas y contramarchas, trompetería y banderas al viento, y le contaba de las familias que vivían en los almenados castillos, casi todas visitadas alguna vez por el crimen.

—Aquella torre fue de los Bracciaforte —contaba el signor Capovilla, indicándole a Fanto una que en un espolón sobre el río se alzaba octogonal, rodeado de una docena de pequeñas casas cuyos rojos tejados asomaban por entre las copas de los cipreses—, que eran los más avaros de los toscanos, siempre buscando donde meter el oro que atesoraban, que no lo vieran ni el sol ni la luna, y uno de ellos, llamado Latino Bracciaforte dal Piccino, porque no lo heredase un primo que tenía, que era su único pariente, se aconsejó con un médico judío que purgaba en Siena en menguante contra la doctrina de Padua, y por receta de este puso en polvo todo el oro de la familia, y cuatro veces al día, bebía una ración de él con leche de cabra, y el messer Isaac de Siena le fabricara un compuesto sutil que no dejaba salir el oro del cuerpo, ni por orina ni por mayores, que quedaba chapándole las interioridades. El día en que tomó la última onza áurea, murió ser Latino de repente, y el primo, que era un Montefosco de Malapredda, que son todos tuertos del derecho y zurdos, desde una abuela galicosa que tuvieron, tuvo el soplo de la muerte (hay quien dice que por un cuervo que amaestrara de correo), y se presentó en la torre con un esquilador que tenía un juego de raspadores catalanes comprados en la feria de Tortosa, y ambos se encerraron con el cadáver en una cuadra, y al cabo de dos días dieron por terminado el raspado del estómago y del trípodo, limpiándolas del oro allí acumulado, que estaba dispuesto como escamas de pez, y fundido dio siete libras genovesas. Relucían los lingotes, pero hedían como si fuese excremento humano y hubo que fundirlos varias veces, y el Montefosco se pasaba las mañanas lavándolos con lirio de Pisa y aguas de anís, para que los banqueros florentinos no descubriesen que aquel era el oro del último Bracciaforte.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que tendía sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arruinado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mostraba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lecciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los písanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas arriba, y los písanos se fueron al vado y clavaron estacas en el río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capitán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en escabeche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra. Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el laurel. El vinagre del escabeche que llevaba el signor Ubaldo debía ser de ese que en Roma llaman por mal nombre leche del nipote del Papa.

VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

Calle de las Flores

Córdoba, tres días de un octubre

12 febrero 2022

Sobre el cuco (33) - imaginando marchas al amanecer, el cuco a la siniestra.

 GATAMELATTA: «La gata melosa», un famoso condottiero de los que inventaron, en la Italia del Quinientos, el arte militar. Mandaba pintar de oro los genitales de su caballo, y como le molestaban las moscas, andaba siempre seguido de un paje que llevaba un sombrero embadurnado con miel, al que aquellas acudían, dejándolo a él tranquilo, imaginando marchas al amanecer, el cuco a la siniestra.


VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Índice onomástico
Álvaro Cunqueiro

Calle de las Flores

Córdoba, tres días de un octubre

11 febrero 2022

Sobre el cuco (32) - en Carpi, donde nos saludó el cuco

 VERO dei Pranzi se dirigió hacia donde tenían los suyos atado a un roble a Fanto Fantini della Gherardesca, y durante largo rato contempló a este en silencio. Vero se había puesto sus mejores ropas, con cintas de colores en la esclavina, y llevaba tras él a uno de sus pajes, dándole aire en la amolletada y colorada nuca. Era casi enano, mofletudo de rostro, estrecho de frente bajo la que, pasando un selvático bosque de cejas, se hundían unos ojos negros que las más de las veces miraban coléricos. Los brazos, en demasía largos, le llegaban hasta las rodillas, balanceándolos al andar, con lo cual parecía que marchaba tordeando un borracho. Le hacían zapatos de tacón doble en Bolonia, y para dar más alto, usaba además sombrero de pico con plumas, una moda que trajo a Italia aquel inglés Giovanni Acutto. Que anduvo con Catalina de Siena en las batallas que devolvieron el papa a Roma desde su palacio de Aviñón. Vero dei Pranzi era un capitán de reconocida dureza, cruel en los saqueos, generoso con sus soldados, sufriendo con ellos la aspereza del campo, pero sin ahorrarles la muerte. Vero mismo podía exhibir una docena larga de cicatrices. Se decía que estaba casado en tres lugares diferentes. Andaría por los cuarenta años. Los suyos habían entrado, nocturnos, en una granja, a robar un ternero para asarlo en el campo, que era dos días después la fiesta de San Crisógono de Aquilea, que es santo a la jineta, y tropezaron con Fanto, que iba secreto a Borgo San Sepolcro, y dormía a pierna suelta. Nito había llevado, en Lionfante, al can Remo, a que le curasen unas anginas en Parma, y el capitán estaba solo, que dejara su gente en Rávena, en cuarteles de invierno venecianos. Fanto amaba pasar, cuando podía, en su ciudad natal los últimos días del otoño, no regresando a sus tropas hasta que cataba el vino nuevo.

—Corren por ahí noticias, amigo Fanto —dijo Vero al prisionero—, de que has hecho dos canciones, una en la que alabas la hermosura de tu dama en un campo, en mayo, despidiéndote para la guerra, y otra en la que comparas tu vida con las hojas del bosque en otoño, que el viento lleva de aquí para allá. Busca en tu memoria la primavera pasada, porque otra ya no verás. ¿Por dónde andabas?

Fanto recordó, y sonrió.

—Por Adria, cabalgando por caminos entre cerezos, pasando el río de Julieta por vados en cuyas orillas florecía el manzano, cargando en Copparo contra los señores de Guastalla, y haciendo paces por Venecia en el claro de una robleda, en Carpi, donde nos saludó el cuco. Florecían las viñas, y los prados de Viadana eran una alfombra verde bordada en oro y carmesí.

—No verás otra, Fanto. Tengo para ti en los montes más allá del Paso della Cisa, una torre cuadrada. Antes, pasaba a sus pies un río que iba tumultuoso al Secchia, pero lo desviaron los duques de Módena para hacer leguas abajo, y a media jornada de su ciudad, un jardín de septiembre. La torre se llama Aquilasola. Y habiéndose ido el agua, todo el país es de tierra arenisca donde no nace una hierba. No volverás a ver verde en tu vida. Ya no hay prados en la vallina, y han muerto los chopos de la ribera. ¡Tierra rojiza, arenisca, tierra y solamente tierra! Te dejaremos allí con víveres para un mes. Oveja salpresa, claro, y un jarro de agua que administrarás prudentemente.

Vero rió, rieron los suyos.

—Las propias ratas abandonaron Aquilasola, Fanto, por ir a cualquier lugar de fuentes.


VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

10 febrero 2022

Sobre el cuco (31) - Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.

 El campamento dormía. Dormía quizá desde hacía siglos, esperando el regreso de César. Seguiría durmiendo mientras él no dijese que había regresado. Acaso conviniese dejar pasar el otoño y el invierno, y esperar a la primavera. Entonces, desde el podio, situado a nueve pasos de su tienda, a la sombra de las águilas, César, armado de hierro, de nostalgia y de gloria, diría: «¡Ahora son los idus de abril!». Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.


EL AÑO DEL COMETA CON LA BATALLA DE LOS CUATRO REYES
AUDIENCIA CON JULIO CÉSAR. FINAL
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

09 febrero 2022

Sobre el cuco (30) - —¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés.

 CERDEIRA DO MARCO

JOSÉ Onega Viador, conocido por Cerdeira do Marco, pasó toda la vida deseando tener un loro hablador. Cerdeira era un casi albino, esmirriado, friolento, metido debajo de un sombrero negro de ala ancha. Casara con una de las herederas de Sirmunde, la señora Eugenia, alta, pechugona, blanca. Parece ser que hubiera un desliz en el tiempo de varear las castañas, y por ello se hizo tal boda. Cuando murió la señora Eugenia y Cerdeira se encontró dueño del capital, decidió que habían llegado los días de comprar el loro. Además, que no le habían quedado hijos del matrimonio. En Lugo le dieron la dirección de una casa de Barcelona que mandaba, de puerta a puerta, loros, papagayos y toda clase de aves exóticas. Cerdeira escribió pidiendo precios, y le contestaron que precisamente en aquel momento tenían dos loros que hablaban francés, y que los vendían a buen precio, ya el par, ya por pieza. Le mandaban a Cerdeira la fotografía en colores de los dos loritos, y un folleto sobre la cría de estas aves, alimentación, enfermedades más propias, etc. Uno de los loros se llamaba Briand y el otro Calumet, y eran haitianos. Cerdeira fue a consultarse con Domingo de Moure, agrimensor y capador de cerdos, con licencia por León. Cerdeira se inclinaba por Briand, pero Domingo prefería a Calumet.

—¡Tiene levantada la cabeza! ¡Parece más honrado!

—¡Tira algo a soberbio! —apuntaba Cerdeira.

—¡En un forastero no está mal mirado! —sentenció Domingo.

Cerdeira se vino a razones y compró el loro Calumet. Llegó a Lugo sin novedad por La Camerana. Era pequeño, muy inquieto y en un ojo tenía una nube roja. No bien lo sacaron de la caja comenzó a saludar:

—Bon jour, mesdames et messieurs! Mon biscuit, s’il vous plait!

—Biscuit es bizcocho —dijo el maestro del Marco, que estaba presente y era alicantino.

—¡Está aviado! —comentó Cerdeira—. ¿No le serán lo mismo unas sopas en vino con azúcar?

—Voulez-vous une soupe de vin sucre? —le preguntaba el alicantino al loro.

—Landru aupoteau! —se puso a gritar este.

El maestro le explicó a Cerdeira quien fuera Landru. Después, con Domingo de Moure, discutieron cómo ir acostumbrando el loro a la cocina gallega y que se dejase de bizcocho. Calumet estaba calladito, y de vez en cuando se buscaba los piojos con el pico. Aquella jornada le dieron una galleta María mojada en leche y medio melocotón en almíbar.

—¡Sale algo caro este Calumet! —dijo Cerdeira.

El loro durmió en su percha, que la hiciera el propio Cerdeira, quien carpinteaba algo. Antes de apagar la luz, Cerdeira se quedó a solas con el loro y le advirtió:

—¡Yo soy José Onega, tu amo!

—Bon soir, papa! —le respondió Calumet.

A Cerdeira le hizo gracia lo de papá. Soñó que aprendía francés y hablaba con el loro, y este le contaba de su familia, de cómo eran la América Central y Barcelona. Pero, a la mañana siguiente, cuando Cerdeira fue a darle los buenos días al loro, este había desaparecido. Me lo contaba el propio Cerdeira:

—¡Ni rastro del loro!

Durante muchos días, mañana, tarde y noche, Cerdeira buscó a Calumet por la robleda de Eirís, por los castañares de Vilega, en las casas de los vecinos. ¡Nada! Y Cerdeira no sabía consolarse de aquella pérdida. Pasaron dos, tres años, y todavía se recordaba de Calumet.

—¡Qué pronto se había dado cuenta de que yo era su amo! Bon soir, papa!

Y se echaba a llorar. Compró un diccionario francés-español por si Calumet volvía. Un día fue Cerdeira a Lugo, y se sentó donde dicen Vilares a esperar el autobús, a la sombra de unos álamos. Levantó la cabeza porque muy cerca cantaba el cuco.

—¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés. ¡No me explico bien, quizás! Cantaba con el acento mismo de Calumet. ¿Andaría por allí? ¿Dicen algo los libros de si puede haber cría de loro y cuca?

Cerdeira nunca se consoló, repito, de la pérdida de Calumet. Cada vez aparecía más sumergido debajo del sombrero negro. Andaba con el diccionario franco-español debajo del brazo. Pescó una pulmonía y murió. Sus sobrinos me regalaron el diccionario, dentro del cual estaba la fotografía de Calumet que le mandaran de Barcelona a Cerdeira, un loro con la cabeza levantada, y encima de ella un letrero que decía On parte frangais.


SEMBLANZAS Y NARRACIONES BREVES
Álvaro Cunqueiro

Un rincón cordobés

 Córdoba, tres días de un octubre

08 febrero 2022

Sobre el cuco (29) - y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño

 SEBASTIÁN DE CORNIDE

TRABAJABA en Barcelona en un taller de carrocerías y habiéndose comprado una chaqueta azul y pantalón gris, amén de media docena de corbatas se echó una novia murciana que se llamaba Fuensanta. Sebastián era alto y más bien flaco, y la novia era pequeña y regordeta. Era muy cariñosa y calladita, y siempre le estaba pidiendo a Sebastián que le contase algo. Sebastián era también más bien callado, y pocas cosas tenía que contar como no fuese de su aldea de Cornide, de su hermano cazador, de ir a bañarse en verano al río, de las vacas, de la feria de Monterroso, del pulpo, de un loco que había en Beade y que escupía lagartijas, y de las siembras y las cosechas, y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño. La murciana, por esto de la imitación de los pájaros por parte de Sebastián, andaba diciendo que tenía un novio músico. Lo que más sorprendía a Fuensanta de la aldea de Cornide, es que no hubiese sandías y no se fabricase allí el pimentón. Fuensanta, escuchándole a Sebastián como se preparaba el pulpo, sugirió que si ellos, ya casados, montaban un negocio de pimentón en Cornide, que surtían a Galicia toda y se harían ricos. Tanto pensaron en el pimentón y en lo solazadamente que vivirían, y lo que viajarían en vacaciones, y tanto se abrazaban y besaban cuando descubrían una nueva ventaja del asunto pimentonero, que tuvieron un niño. El niño nació cuando le habían mandado a Fuensanta desde su Murcia natal un catálogo de pimientos con las instrucciones para su cultivo. El niño nació con una mancha en la mejilla derecha. Una mancha rojiza, del tamaño de un duro, y en forma de pimiento morrón.

Sebastián dudó entre casarse o no con Fuensanta, porque él quería regresar a su aldea, que estaba cansado de Barcelona y unos tíos suyos lo llamaban ofreciéndole la herencia, y ella no estaba dispuesta a venir a Galicia si no se montaba la fábrica de pimentón. Una manía como otra cualquiera. Sebastián considerando lo de la mancha de la mejilla derecha del niño, dijo que no era bueno que el crío creciese sin padre. Hubo boda, con mucha asistencia de murcianos, y mucha guitarra y canciones. Sebastián pasaba la mayor parte de su tiempo libre intentando convencer a Fuensanta de que lo mejor era que se fuesen a vivir a Cornide, y que ya allí verían si se daban los pimientos, y si era rentable el fabricar pimentón. Y al fin decidió la Fuensanta. A la murciana le gustó Cornide, que está en un alto, y por eso allí no podía haber inundaciones del Segura, que tanto le asustaron de niña en su pueblo de Murcia. Plantó pimientos, que no se dieron muy bien, y con lo que sabía del arte de hacer pimentón, logró así como media libra para el consumo doméstico. La murciana tenía una cierta disposición para el dibujo, y con lápices de colores dibujó y coloreó una especie de etiquetas, con las que envolvió el bote en el que guardó el pimentón casero. La etiqueta decía: «Pimentón dulce de Cornide. Marca El Niño del Pimiento». Y rodeado por el letrero, apareció el hijo, con su carita redonda, y en la mejilla derecha un pimentón rojo que llegaba desde la oreja hasta el mentón. En la fiesta del patrón, sacaba el bote a la mesa, y la murciana era muy felicitada.


LAS HISTORIAS GALLEGAS
Álvaro Cunqueiro

En las calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

07 febrero 2022

Sobre el cuco (28) - De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco

 Suelo comer y cenar en el zaguán, en una mesa pequeña, cerca de los hombres que vuelven del trabajo del campo. Estos lo hacen por orden: los mayorales de mula y muleros, sentados; los chicos que llaman burreros, de pie. Rezamos todos al empezar y al concluir de comer.

No pinto, no escribo, no hago nada, afortunadamente. De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado.

¡Cuánta vida y cuánta vida en germen se ocultará en estas noches! —se me ocurre pensar. Los pájaros reposarán en las ramas, las abejas en sus colmenas; las hormigas, las arañas, los insectos todos, en sus agujeros. Y mientras estos reposan, el sapo, despierto, lanzará su nota aflautada y dulce en el espacio; el cuco, su voz apacible y tranquila; el ruiseñor, su canto regio; y en tanto la tierra, para los ojos de los hombres, oscura y sin vida, se agitará, estremeciéndose en continua germinación, y en las aguas pantanosas de las balsas y en las aguas veloces de las acequias brotarán y se multiplicarán miríadas de seres.

Y, al mismo tiempo de esta germinación eterna, ¡qué terrible mortandad! ¡Qué bárbara lucha por la vida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay que lamentar nada. Vivir y vivir…, esa es la cuestión.


Pío Baroja. 

Camino de perfección. 
Pasión mística. 
La Vida Fantástica - 2.

En las calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

06 febrero 2022

Sobre el cuco (27) - el cuco cantaba en un castañar, y el criado interrogábale burlonamente:—Buen cuco-rey, dime los años que viviré.

ÁDEGA, la dueña y el criado se volvían al Pazo de Brandeso. Les amaneció en lo alto del monte. El viento trajo a sus oídos como salutación de una vida aldeana, devota y feliz, la voz de los viejos campanarios, que parecía bañarse en el rocío y en los aromas de las eras. A la espalda quedaba el mar, negro y tormentoso en su confín, blanco de espuma en la playa. Su voz ululante y fiera parecía una blasfemia bajo la gloria del amanecer. En el valle flotaba ligera neblina, el cuco cantaba en un castañar, y el criado interrogábale burlonamente:—Buen cuco-rey, dime los años que viviré.
El pájaro callaba como si atendiese, y luego oculto en las ramas, dejaba oír su voz: el aldeano iba contando:
—Uno, dos, tres… ¡Pocos años son! ¡Mira si te has engañado, buen cuco-rey!
El pájaro callaba de nuevo, y después de largo silencio, cantaba muchas veces. El aldeano hablábale:
—¿Ves como te habías engañado?…
Y mientras atravesaron el castañar, siguió la plática con el pájaro. Ádega caminaba suspirante: las violetas de sus pupilas estaban llenas de rocío como las flores del campo, y la luz de la mañana, que temblaba en ellas, parecía una oración. La dueña, viéndola absorta, murmuró en voz baja al oído del criado:
—¿Tú reparaste?…
El criado abrió los ojos sin comprender. La dueña puso todavía más misterio en su voz:
—¿No has reparado cosa ninguna cuando sacamos del mar a la rapaza? La verdad, odiaría condenarme por una calumnia, mas paréceme que la rapaza está preñada…
Y velozmente, con escrúpulos de beata, trazó una cruz sobre su boca sin dientes. En el fondo del valle seguía sonando el repique alegre, bautismal, campesino, de aquellas viejas campanas, que de noche, a la luz de la luna, miran volar a las brujas, y que cantan de día, a la luz del sol, las glorias celestiales. ¡Campanas de San Berísimo de Céltigos! ¡Campanas de San Gundián y de Brandeso! ¡Campanas de Gondomar y de Lestrove!… ¡Adiós!

FLOR DE SANTIDAD: HISTORIA MILENARIA.
Ramón María del Valle-Inclán

De Córdoba

 Córdoba, tres días de un octubre

05 febrero 2022

Sobre el cuco (26) - Era como el cuco que «cuando junio llega, ronco se queda»

—Error, trágico error —dijo de nuevo, reanudando, a grandes zancadas, sus paseos por la terraza.
Pero ¡de qué manera tan sorprendente había cambiado su tono de voz! Era como el cuco que «cuando junio llega, ronco se queda»; se diría que estaba ensayando, que buscaba, indeciso, una nueva frase para un estado de ánimo diferente, aunque, como sólo disponía de aquella, la utilizaba, pese a estar desvencijada. Pero sonó ridícula —«Error, trágico error»—, dicha así, casi como pregunta, sin convencimiento, melodiosamente. La señora Ramsay no pudo por menos de sonreír y, muy pronto, como era inevitable, yendo y viniendo por la terraza, el señor Ramsay siguió canturreándola hasta prescindir de ella y callarse.
Estaba otra vez a salvo, devuelto a su intimidad. Se detuvo para encender la pipa, lanzó una ojeada a su mujer y a su hijo en el hueco de la ventana y, como alguien que levanta los ojos del libro mientras viaja en un tren expreso y ve una granja, un árbol o un caserío como si se tratara de una ilustración, de la confirmación de algo leído en la página impresa a la que después regresa, enriquecido y satisfecho, de la misma manera, sin distinguir en realidad ni a su hijo ni a su mujer, le enriqueció y le satisfizo verlos, dando el espaldarazo a sus esfuerzos por llegar a una rigurosa comprensión del problema al que destinaba en aquel momento las energías de su espléndida mente.

Virginia Woolf
Al faro

Movida por la inquietud de explorar el análisis de la conciencia en busca de una realidad más auténtica y esencial, Virginia Woolf encontró en la amalgama de sentimientos, pensamientos y emociones que es la subjetividad el material idóneo para alumbrar una de las obras que sin duda más han contribuido a forjar la sensibilidad contemporánea. Basada en los recuerdos infantiles de los veranos que la autora pasó en la costa de Cornualles y centrada en la figura de una mujer, la señora Ramsay, Al faro (1927) gira en torno al tema de la inexorabilidad del paso del tiempo y a la contraposición entre el orden y el caos.

De Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

04 febrero 2022

Sobre el cuco (25) - El señor Maquiavelo, además de encontrar el cuco cantando en el camino de Blois

Papel de Armenia
Haciendo juego con no se sabe qué engaños, en qué estancias de la imaginación, se encuentra uno un día aficionado a un lugar que no conoce, a una nación lejana, a un país que no visitó, y se hace su amigo, y pone pasión en seguirles su peripecia, y se banderiza con ellos, poniéndose en partidario, en «hincha», o, como dicen en Italia, en tifoso. Yo soy parcialísimo de mil lejanas cosas, y a mí mismo me sorprendo viéndome metido en políticas ajenas, incluso con violencia y levantando ánimo. El señor Maquiavelo, además de encontrar el cuco cantando en el camino de Blois, en sus embajadas francesas topaba con aquellos fuorusciti, exiliados de las señorías, ciudades y estados de Italia, y se sorprendía él, que llevaba la política calentándole la sangre, del fuego de las opiniones y de la invención incansable y exasperada de arbitrios sobre noticias inventadas, rumores que van y vienen, nacidos del mismo inquieto y desasosegado ser del desterrado. Pues con decir que tengo, para algunas políticas lejanas y foráneas peripecias, el espíritu extremoso, incansable discurseador y hasta vindicativo de los fuorusciti —literalmente, «los salidos de fuera»—, está dicho todo. Y a lo mejor no más que porque me gusta un nombre de rey, de reino, de partido, de ciudad, o me sorprendió una historia que pasó allí, o porque tal rey o Roque vienen en una canción. Desde niño amo a Armenia. Y cuando supe que había perfumado papel de Armenia, lo compré para quemarlo, y todo era preguntarme a mí mismo si Mousch, si Erivan olían a papel de Armenia; en alguna novela de Tolstoi, queman papel de Armenia en una casa, deshabitada durante mucho tiempo: novela o cuento, no recuerdo ahora. Amé a Armenia, y desde los Césares de Roma poniendo y quitando rey, hasta el general Antranik de la guerra del 14, el matador de turcos, y los tashnaks, yo me sabía la aventura armenia mejor que la lista de los reyes godos. Incluso soy erudito, aunque me está mal el decirlo, en algunas cuestiones armenias, sobre si los armenios son frigios o no, como los antiguos troyanos, o sobre San Gregorio el iluminador, que en una fotografía de un icono de Erzorum que tengo ahora ante mí, tanto se parece a Saijo Rubio. Pero, naturalmente, siempre tras la figuración histórica, tras el cúmulo de imaginaciones poéticas y sentimentales, está una Armenia real, están unos armenios de carne y hueso, y no iba a dejar de preguntarme cómo serán. Los he encontrado como los amaba en los libros de William Saroyan, ese armenio nacido en América del Norte y que escribe en inglés. Y he visto que todo aquel largo y paciente amor que les tenía a Armenia y a los armenios, no había sido perdido. He sido recompensado, ahora, por los armenios de Saroyan.
Quizás los armenios de las historias de Saroyan, si hemos de creer las últimas noticias, sean los únicos armenios que a estas alturas estén vivos. El tío de Saroyan, plantador de granados, y aquel otro, Sarkis de nombre, que dejó la aldea de Guikis, en Armenia, el año 1908, y se fue para Nueva York, y el barbero Aram, que tiene su peluquería en calle Mariposa de no sé que ciudad de California, y cuyo tío, aquel pobre Misak, que amaba a todo el género humano, que amaba los pájaros y los peces y hasta las fieras de la selva, murió porque un tigre cerró su boca cuando el pobre Misak tenía la cabeza dentro; en un circo, en Teherán, sucedió esto. Y el camarero de la cervecería de Rostof. Cuando leía cómo Saroyan entró en la cervecería de Rostof y reconoció en el camarero a un armenio, un paisano, yo hubiera querido ser armenio y entrar con Saroyan, y reconocer al paisano emigrado y resucitar en él la tierra, la raza, la lengua, el pasado y el destino. «¡Aquel oscuro armenio de Moush! Me hacía bien el verlo. Dijo el armenio de Moush: ¡Vaya, vaya, vaya! Lentamente lo decía, con alegría, con deliberada lentitud. Sus gestos armenios, ¡significaban tanto! El golpear con sus manos en las rodillas, el reír a gritos. Y el blasfemar. Burlarse del mundo y de sus grandes ideas. Las palabras armenias, la mirada, el gesto, la sonrisa, y a través de esto, fulminantemente, la resurrección de la raza, fuera del tiempo y de nuevo fuerte, pese a los años pasados, y a las ciudades que habían sido destruidas, padres, hermanos, hijos muertos, lugares olvidados, sueños violados, corazones vivientes entenebrecidos por el odio… Que las grandes potencias intenten destruir a los armenios. A ver si lo consiguen. Echadlos de su casa al desierto, sin pan, sin agua. Quemad las casas, las iglesias. A ver si no vuelven a vivir, a reír, si toda la entera raza no vuelve a vivir cuando dos de ellos se encuentren en una cervecería, y rían, y hablen en su lengua y beban…» Nosotros los gallegos, tenemos nuestras gentes dispersas por el mundo. Entrar en Rostof en una cervecería y encontrar un gallego, o irse a cortar el pelo en una ciudad de California a una peluquería de la calle Mariposa, y que el barbero fuere gallego. Digo eso para que se pueda ver mejor cuan entrañablemente amigos se me han hecho ahora, con Saroyan, los armenios. Ya no he de contentarme con el obispo don Mártir que vino a Compostela, ni con el rey Aartos, que tenía un caballo volador, ni como Garam, el que casó con doncella tártara, y ésta era muda, y el príncipe le enseñó a hablar por hilos de colores… Ya Armenia me es más que una provincia de humo azulado, más que el humo perfumado del papel de Armenia en una habitación, en una casa de aldea, una tarde de otoño. El humo del papel de Armenia lo es de las lejanas cabañas de Armenia, de Guiki, de Moush de Merián.

NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

03 febrero 2022

Sobre el cuco (24) - del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año

 El cuco en Armagh

Un domingo, yendo a visitar en Mondoñedo a un alfarero amigo mío —muy conocido por Vendaval, que es nombre de viento como es sabido, el ventus validus, el viento poderoso, según dijeron latinos— del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año. ¡Voz amarga, pero anunciadora del tiempo alegre! Y pudo ocurrírseme que salía el agorero a saludarme, porque quizás era un cuco visitante de pasados años, que me conocía de paseos de otro tiempo. En el fondo de mi corazón agradecí al Señor aquella caricia sonora, nacida en verde rama de aliso o de abedul. Y ya en Vigo, sentándome en mi mesa en el «Faro de Vigo», abrí una revista inglesa en la que tropecé con un reportaje sobre Armagh, la ciudad capital eclesiástica de Irlanda, la ciudad de las dos catedrales y los dos arzobispos, cabeza del Ulster, y sede de San Patricio, el evangelizador de gaélicos. Y en dicho reportaje aprendí que Armagh tiene su nombre en Ard Macha, es decir, la Colina de Macha. Y Macha era el onomástico de una reina que allí se estableció en el siglo V, y desde entonces, y durante varias centurias, Armagh fue en arpas, en libros santos encuadernados en plata, la residencia de los nobles reyes del Ulster, ricos en yeguas negras, en hebillas de oro y en escudos redondos. Y cuentan las historias erínicas que cuando la reina Macha abandonó el bosque donde vivía con los suyos para ir a reinar a la colina que habría de llevar su nombre, e main Macha, a su diestra fueron volando, compañeros, los cucos que anunciaban abril a la isla toda. Y desde entonces, siempre hay cuco primaveral en Armagh y nadie duda de que el que canta ahora desciende por línea directa de los cucos amigos de la reina trashumante. Cuando el deán Swift vivía en Armagh con la familia Acheson, y paseaba con su amigo el doctor Jenny, éste le explicaba al autor de los Viajes de Gulliver el efecto sedante que el canto de cuco ejerce sobre los nervios primaverales. El doctor Jenny, teólogo e hidroterapeuta, reconocía a cada cuco por su acento, y podía afirmar, sin lugar a dudas, que el que estaba cantando en aquel momento era un nuevo barítono del bosque, acabado de llegar a Armagh… La mayoría de los clientes del doctor Jenny eran viudas de oficiales ingleses, afectadas de nubes de calor en el pecho y en el rostro. Con baños alternados fríos y calientes, y canto de cuco, el doctor las dejaba para segundas nupcias o para un tranquilo servicio en las obras parroquiales. Que cada cual reacciona a su manera.
No hace falta decir lo que me gustaría ir un día de abril o mayo a Armagh a escuchar el cuco en los árboles que rodean cualquiera de las dos catedrales. ¡Cucos con el acento mismo de Ossian, el sonoro mago, bardo y cabalgador…! Hay que suponer que los cucos de Armagh no distinguirán de catedral, la católica y la protestante. Las dos se llaman de San Patricio. Los protestantes se establecieron en la antigua, famosa por su cripta del siglo IX, donde está enterrado Brian Boru, el gran héroe, más fuerte que Sansón, vencedor de normandos en la batalla de Clontarf, en el 1014. Hubo la muerte Brian Boru porque se quedó admirado de la destreza de un danés, que, caído en el verde campo, tendió el arco y le disparó una flecha emplumada. Fue tan gracioso el gesto, venía la flecha tan ondeante de cola, que Brian Boru siguió su viaje, asombrado, sin percatarse de que venía a hacer nido en su indomable corazón… Y si los cucos no distinguen de catedral, es de suponer que no los haya entre ellos católicos y protestantes, sino cucos simplemente, avecillas libres en el bosque, augurando viajes y bodas. Lo mismo que en mi valle natal, oscuros mánticos de oscura pluma.
Quede, con estas líneas escritas a vuela pluma, saludado el cuco que me saludó, viéndome entrar al obrador de Vendaval.

NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro

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