29 julio 2022

De Álvaro Cunqueiro: QUIEN PASÓ POR TUS OJOS, AMIGA...

 QUIEN PASÓ POR TUS OJOS, AMIGA...

QUIEN pasó por tus ojos, amiga, 
dejó una mirada de amor perdida. 
En tus ojos.

Dejó de amor perdida una mirada 
por tus ojos quien pasó, amada. 
En tus ojos.

Ceniza llevas en los ojos, amiga, 
de aquella mirada de amor perdida. 
En tus ojos.

Rescoldo en los ojos llevas, amada, 
que no miraste a quien te miraba. 
En tus ojos.

ANTOLOGIA POETICA
(TEXTO BILINGÜE)
Selección, Prólogo y Traducción de César Antonio Molina

Hinojo

JBM

28 julio 2022

De JORGE GALÁN: MINIATURA ASOMBROSA

MINIATURA ASOMBROSA
Alguien puso semillas en mi mano
treinta árboles mañana,
un bosque cincuenta años más tarde.
Aves encontrarán el sur en esos árboles
y lobos encontrarán cobijo
y las hormigas crecerán como un cuerpo
entre las raíces ciegas y soñolientas
y alguna vez una casa y otra casa
construirán esas maderas
y el invierno bajará en sedimentos
y el otoño con su total hastío
pondrá sus pies pesados
sobre los troncos gruesos y no los vencerá.
Nada hará que se quiebren.
Y dentro de cien años cien hombres
serán hombres felices amando a sus mujeres
bajo esos techos amplios,
un perfume de bosque flotará todavía
en los hijos que lleguen,
el mundo será el mundo y la noche la noche
las lechuzas de entonces tendrán ojos más grandes
y comerán gorriones lo mismo que alacranes
y el ratón será mínimo como un insecto extraño,
su pálida pelambre lo volverá invisible
de noviembre a febrero, y no tendrá enemigo
ni el águila ni el hombre, si acaso, la serpiente.
Treinta árboles mañana,
flores malvas y rojas creciendo en ese bosque…
Ayer, unas semillas que alguien puso en mi mano
y que yo lancé al cielo.

JORGE GALÁN
San Salvador (El Salvador, 1973)

Hinojo

JBM

27 julio 2022

De Álvaro Cunqueiro, EL CABALLERO, LA MUERTE Y EL DIABLO

 EL CABALLERO, LA MUERTE Y EL DIABLO

Antes de llegar a las ruinas del puente viejo, el río se parte en dos brazos: uno angosto y profundo y otro ancho y lodanero. Entre ambos, una lengua de arena negruzca y piedra rodada hace de isla. Cabe el pilar del puente que se asienta en ella vegeta un tejo, un solitario antiguo y rugoso, en cuyo tronco retorcido se abren grietas negras y húmedas. En abril le brotan hojas verdinegras, y en los meses de estío, bajo el entramado de su corona puntiaguda, se goza de una sombra fresca.

Paréceme que el tejo pasa ya de los mil años, a juzgar por la guinda que presenta. Entre sus raíces medran herbazas y pan del diablo, que forman, con los mazorros de espadaña colorada y las matas de cardosa, toda la flora de la isla. En invierno, cuando el río va creciendo, visitan la isla los busardos, que gustan de grandes y pausados vuelos y que por veces recuerdan los mascatos atlánticos, cuando se dejan caer desde las grises nubes a las oscuras aguas del Osar para tronzar con su pico de hierro la presa apetecida. A la isla le llaman la Salgueira. El puente lo quebraron los años, que se llevaron los arcos, ayudados de las riadas. Sólo quedaban, siendo yo rapaz, dos en extraño equilibrio y tres o cuatro muñones de pilares. Los viajeros que no querían bajar hasta Candás, cruzaban el río en la barca: una chalana remendada, despintada, sin nombre y que, no obstante, por ser la primera barca que vi sobre el agua, me parecía una hermosura. El barquero se pasaba las horas en la taberna de la Cruz; esperando viajes, la mano en el vaso, dormitaba siempre. Era un hombre a la vez melancólico y fantástico. Le llamaban Felipe de Amancia. De sus labios supe estas historias que hoy cuento. Hacíamos siesta juntos en la Salgueira, por los calores de agosto, a la sombra del tejo y al acuno del cantar del río.


Álvaro Cunqueiro

Flores del año mil y pico de ave

Mariposa

mariposa

26 julio 2022

De Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana la primera serranilla

Serranilla I

I

Serranillas de Moncayo,

Dios vos dé buen año entero,

pues de muy torpe lacayo

faríades caballero.

II

5Ya se pasaba el verano,

al tiempo que uno se apaña,

con la ropa a la tajaña,

encima de Vozmediano;

vi serrana sin argayo

10andar al pie del otero

más clara que sale en Mayo

el alba ni su lucero.

III

Díjele: Dios nos mantenga,

serrana de buen donaire.

15Respondió como en desgaire:

¡Ay!, que en hora buena venga

aquel que para San Payo

desta irá mi prisionero.

Y vino a mí, como un rayo,

20diciendo: Preso, montero.

IV

Díjele: Non me matedes,

serrana, sin ser oído;

pues yo no soy del partido

de esos por quien vos lo avedes,

25aunque me vedes tal sayo,

en Agreda soy frontero

y no me llaman Pelayo,

aunque me vedes señero.

V

Desque oyó lo que decía

30dijo: Perdonad, amigo;

mas folgad ora conmigo,

y dejad la montería.

A este zurrón que trayo

quered ser mi parcionero,

35pues me falleció Mingayo,

que era conmigo ovejero.

FINIDA

Entre Torellas y el Payo

pasaremos el Febrero.

Díjele: De tal ensayo,

40serrana, soy placentero.


Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana

Serranillas, canciones y decires

Mariposa

mariposa

25 julio 2022

De Cunqueiro. Las historias gallegas


REINALDO Novo era cazador de nutrias. Curtía las pieles y las iba a vender a Lugo a un tal Yáñez. Pero teniendo nutria fresca la comía asada, después de dejarla un par de días en adobo, con ajo, pimentón, vinagre y laurel. Y en tazas de barro guardaba la grasa de la nutria, que era remedio excelente para el reuma, y también servía para frotar con ella el pecho de los catarrosos, y aun de los tísicos. Reinaldo, al tiempo que cazador de nutrias, era meteorólogo y predecía en enero el tiempo para todo el año, por el sistema tan conocido por muchos labriegos gallegos de as sortes e resortes. La mayor satisfacción que podía dársele a Reinaldo Novo, era mostrarle el Repertorio Zaragozano o el Gaiteiro de Lugo, con los temporales corregidos por las predicciones de Reinaldo. Donde don Mariano del Castillo, en el Zaragozano, decía lluvias, los parciales de Reinaldo tachaban y ponían soleado. Algunos le llevaban cualquiera de estos almanaques, el Zaragozano o el Gaiteiro, y por siete pesetas, con su clara y grande letra, Reinaldo corregía. Un día en el que intentaba sujetar por la cabeza, con una horquilla de madera una nutria que había caído en el cepo, resbaló y la nutria lo mordió en una pantorrilla. Nunca más curó de los dientes de la nutria. Andaba con la pierna vendada y secaba la mordedura de la nutria con polvos de regaliz. Era pequeño, ancho, cerrado de barba, muy ligero, casi felino de movimientos, y tenía el gesto de llevar la mano derecha al entrecejo mientras miraba para ti con sus pequeños ojos negros. Cuando le preguntaban por qué hacía ese gesto con la mano, respondía que lo había aprendido de los cazadores del Canadá, a los que había visto en una película en un cine de La Coruña.
Cuando ya andaba por los cincuenta, descubrió que el lobo sabía que el rayo solía, en el monte, buscar un árbol. Así que si había tormenta, el lobo salía a descampado y se tumbaba pegado al suelo. Por eso, si en la sierra de la Corda alguna vez en sus caminatas de cazador había encontrado zorros y jabalíes muertos por la chispa, nunca había encontrado un lobo, como él decía «electrizado». Contaba que un día de San Pedro, a las tres de la tarde, caminando hacia Montouto, vio un lobo tumbado junto a una leira de centeno. Reinaldo se acercaba pero el lobo no se movía. Reinaldo no llevaba escopeta, y pensó que quizás dándose cuenta de esto el lobo, se dejaba estar. Era un hermoso día de sol, pero de pronto, Reinaldo se dio cuenta de que surcaban bajas, aparecidas súbitamente, unas nubes negras, que ya estaban encima mismo de él y del lobo, y surgían de ellas fulguras terribles seguidas de espantosos truenos. Reinaldo contaba que el lobo hizo una seña, y el cazador se tumbó panza abajo a su lado, y allí se dejó estar golpeado por el granizo hasta que cesó la tormenta. Vuelta la calma, el lobo se levantó y se fue. Reinaldo también se levantó e hizo con la mano derecha el gesto de los cazadores del Canadá.
—Usted, don Álvaro, —me decía—, lo cree o no lo cree, pero el lobo, antes de meterse en la fraga, se subió a una peña y respondió con el mismo gesto, sólo que él lo hizo levantando la mano izquierda. ¡Sería zurdo!

Álvaro Cunqueiro
Las historias gallegas

Mariposa

 mariposa

24 julio 2022

La hierba del verano

LA HIERBA DEL VERANO

Cuando sólo está instruida del relente de la misericordiosa noche del verano, y sólo un tímido rocío la ha tocado, con sus dedos de cristal tan puro, o con sus pestañas de Medusa ¡cuan consoladora y dulce 
la hierba que te acoge!

Entonces, no necesitas otro amor, otra creencia, otro título, y ni siquiera es necesario que esa hierba sea eterna. Mañana será arrojada al horno como heno, pero has acariciado su textura tan verde y femenina, la has entregado tus pesares, y eso te basta.

José Jiménez Lozano
El Tiempo de Eurídice


Mariposa

 mariposa

22 julio 2022

De Pierre Louÿs en Las canciones de Bilitis: El río del bosque

 EL RÍO DEL BOSQUE

Me he bañado sola en el río del bosque Y seguramente asusté a las náyades porque apenas podía adivinarlas, muy lejos, bajo las aguas oscuras.

Las llamé. Para parecerme a ellas trencé tras de mi nuca lirios negros como mis cabellos con racimos de amarillos alhelíes.

Con una larga hierba acuática me hice un cinturón verde, y para vérmelo agachando la cabeza aplastaba mis senos.

Volví a llamarlas: «¡Náyades! ¡Náyades! ¡Sed buenas, jugad conmigo!». Pero las náyades son transparentes y pudiera ser que sin saberlo hubiera acariciado sus leves brazos.


Pierre Louÿs 
Las canciones de Bilitis

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

21 julio 2022

De Pierre Louÿs en Las canciones de Bilitis: Las flores

 LAS FLORES

Ninfas del bosque y de las fuentes, amigas bienhechoras, aquí estoy. No os escondáis, venid a ayudarme que no puedo con tantas flores, como he recogido.

Voy a buscar por todo el bosque una pobre hamadriada de erguidos brazos y en sus cabellos color de hoja prenderé mi rosa más crecida.

Mirad: he cortado tantas flores que no podré llevármelas si no me hacéis un ramo. Si os negáis, ¡cuidaros!

Ayer vi a la que entre vosotras tiene el cabello anaranjado encelada como una bestezuela con el sátiro Lamprosates y denunciaré a la impúdica.


Pierre Louÿs 
Las canciones de Bilitis

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

20 julio 2022

De Pierre Louÿs en Las canciones de Bilitis: La lluvia

 LA LLUVIA

Una fina lluvia ha empapado todo, calmadamente y en silencio. Todavía chispea. Saldré bajo los árboles. Descalza, para no mancharme las sandalias.

En primavera la lluvia es deliciosa. Las ramas cargadas de húmedas flores exhalan un perfume que me atolondra. Brilla al sol la delicada piel de las cortezas.

¡Ay! ¡Qué de flores en el suelo! Tened piedad de las flores caídas. No las barráis mezclándolas con el barro. Conservadlas para las abejas.

Los escarabajos y las babosas cruzan el sendero sorteando los charcos. No quiero pisarles, ni espantar a ese lagarto dorado que se despereza guiñando los ojos.


Pierre Louÿs 
Las canciones de Bilitis

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

19 julio 2022

De Pierre Louÿs en Las canciones de Bilitis: El paseante

 EL PASEANTE

Cuando estaba sentada al atardecer a la puerta de mi casa, acertó a pasar un joven. Me miró, volví la cabeza. Me habló, no le respondí.

Quiso acercárseme. Cogí una hoz apoyada en el muro y le habría hendido la cara si avanza un paso más.

Entonces, reculando un poco, sonrió y soplando hacia mí en el hueco de su mano, me dijo: «Recibe este beso». Y grité, y lloré tanto que acudió mi madre.

Agitada, creyendo que me había picado un escorpión. Yo lloraba: «Me ha besado». Y mi madre, me besó también llevándome en sus brazos.


Pierre Louÿs 
Las canciones de Bilitis

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

18 julio 2022

De Pierre Louÿs en Las canciones de Bilitis: Palabras maternas

 PALABRAS MATERNAS
Mi madre me baña en la oscuridad, me viste a pleno sol y me peina en la luz; pero si salgo al claro de luna, ata mi ceñidor con doble nudo.
Me dice: «Juega con las vírgenes, danza con los niños; no curiosees por la ventana; elude la palabra de los muchachos y desconfía del consejo de las viudas».
«Un atardecer, lo mismo que a todas, uno cualquiera, rodeado de sonoros tímpanos y enamoradas flautas, vendrá a buscarte».
«Esa tarde me dejarás al marcharte Bilitis tres calabazas de hiel: una para la mañana, una para el mediodía y la tercera, la más amarga, la tercera para los días feriados».

Pierre Louÿs 
Las canciones de Bilitis

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

17 julio 2022

de Pierre Louÿs: Las canciones de Bilitis

 EL ÁRBOL
Me quité las ropas para trepar a un árbol; mis muslos desnudos abrazaban la corteza tersa y húmeda; mis sandalias caminaban sobre las ramas.
En la copa, pero aún bajo las hojas ya cubierto del calor, cabalgué sobre una rama horquillada balanceando mis pies en el vacío.
Había llovido. Caían gotas de agua y escurrían por mi piel. Tenía las manos manchadas de musgo y los dedos de los pies enrojecidos por las flores pisoteadas.
Sentía vibrar al hermoso árbol cuando le atravesaba el viento; entonces apretaba las piernas y posaba mis labios abiertos sobre la peluda nuca de un ramo.

Pierre Louÿs 
Las canciones de Bilitis

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

16 julio 2022

De Antonio Machado, Horizonte

XVII
(HORIZONTE)

En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas, sobre el llano.

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba, arrojando el grave soñar en la llanura…
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.

Antonio Machado
Soledades (1899-1903)

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

14 julio 2022

de Stefan Zweig: Mendel el de los libros

 Es obvio que en el café Gluck —cuya fama se unió para nosotros aún más a su cátedra imperceptible que a la figura que le daba nombre, el eminente músico Christoph Willibald Gluck, compositor de Alcestes y de Ifigenia— se le tenía en muy alta consideración. Formaba parte del inventario, igual que la vieja caja registradora de madera de cerezo, los dos billares mal remendados o la cafetera de cobre. Protegían su mesa como si fuera un santuario, pues cada vez que aparecían sus numerosos clientes e informadores eran instados amablemente por el personal a hacer alguna consumición, de modo que la mayor parte de su margen de ganancia fluía en realidad hacia la voluminosa cartera de cuero que Deubler, el jefe de camareros, llevaba en torno a las caderas. Por ello Mendel gozaba de múltiples privilegios. El teléfono para él era gratis. Le llevaban el correo y le hacían los recados. La buena mujer encargada de los aseos le cepillaba el abrigo, le cosía los botones y cada semana le llevaba un pequeño hatillo a lavar. Sólo a él le traían de la vecina casa de huéspedes el almuerzo de mediodía, y cada mañana el señor Standhartner, el propietario, venía en persona hasta su mesa y le saludaba. Por cierto que la mayoría de las veces sin que Jakob Mendel, enfrascado en sus libros, se diera cuenta. Entraba cada mañana a las siete y media en punto, y sólo abandonaba el local cuando se apagaban las luces. Jamás hablaba con los demás parroquianos. No leía periódico alguno. No reparaba en modificación alguna. Y cuando el señor Standhartner le preguntó cortésmente en una ocasión si no leía mejor con la luz eléctrica que antes bajo el pálido y vacilante resplandor de las lámparas de gas, él levantó la vista y, asombrado, contempló las bombillas. Aquel cambio, a pesar del bullicio y del martilleo de una instalación que había durado varios días, le había pasado por completo desapercibido. A través de los dos orificios redondos de las gafas, a través de aquellas lentes resplandecientes y succionantes, únicamente se filtraban en su cerebro los millares de infusorios negros de las letras. Todo lo demás que pudiera ocurrir a su alrededor fluía junto a él como un ruido sordo. En realidad, había pasado más de treinta años, es decir, toda la parte consciente de su vida, leyendo en aquella mesa cuadrada, comparando, calculando, en un estado de somnolencia constante que tan sólo interrumpía para irse a dormir.
Por eso, cuando vi la mesa de mármol de Jakob Mendel, aquella fuente de oráculos, vacía como una losa sepulcral, dormitando en aquella habitación, me sobrevino una especie de terror. Sólo entonces, al cabo de los años, comprendí cuánto es lo que desaparece con semejantes seres humanos. En primer lugar, porque todo lo que es único resulta día a día más valioso en un mundo como el nuestro, que de manera irremediable se va volviendo cada vez más uniforme. Y además, llevado por un hondo presentimiento, el joven inexperto que fui había sentido un gran aprecio por Jakob Mendel. Gracias a él me había acercado por vez primera al enorme misterio de que todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura. Que una vida pura en el espíritu, una abstracción completa a partir de una única idea, aún pueda producirse hoy en día, un enajenamiento no menor que el de un yogui indio o el de un monje medieval en su celda, y además en un café iluminado con luz eléctrica y junto a una cabina de teléfono… Este ejemplo me lo dio, cuando yo era joven, aquel pequeño prendero de libros por completo anónimo más que cualquiera de nuestros poetas contemporáneos. Y, sin embargo, había sido capaz de olvidarle. Por supuesto, en los años de la guerra y entregado a la propia obra de una manera similar a la suya. Pero entonces, delante de aquella mesa vacía, sentí una especie de vergüenza frente a él, y al mismo tiempo una curiosidad renovada.

Stefan Zweig
Mendel el de los libros (1929)

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

13 julio 2022

De Pedro Salinas. ¡Si me llamaras, si, si me llamaras!

¡Si me llamaras, sí,

si me llamaras!

Lo dejaría todo,

todo lo tiraría:

los precios, los catálogos,

el azul del océano en los mapas,

los días y sus noches,

los telegramas viejos

y un amor.

Tú, que no eres mi amor,

¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:

telescopios abajo,

desde la estrella,

por espejos, por túneles,

por los años bisiestos

puede venir. No sé por dónde.

Desde el prodigio, siempre.

Porque si tú me llamas

—¡si me llamaras, sí, si me llamaras!—

será desde un milagro,

incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,

nunca

desde la voz que dice: «No te vayas.»


Pedro Salinas
LA VOZ A TI DEBIDA (1933)



El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

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12 julio 2022

Cuando Abraham se llamaba Abram

Térah fabricaba y vendía ídolos de barro. Una vez tuvo que salir y dejó el taller al cuidado de su hijo Abraham.

Entró un anciano y pidió un ídolo.

—¿Cuántos años tiene? —le preguntó Abraham.

—Noventa y uno —contestó el anciano.

—Entonces, ¿cómo es que puede adorar una figurilla de barro que fue hecha hace tan sólo unas horas?

El anciano se marchó sin llevarse nada. Vinieron otros clientes. A todos Abraham les preguntaba la edad que tenían y cómo podían rendir culto a algo recién fabricado. Y todos se iban con las manos vacías.

Al caer la tarde acudió al taller una viejecita con una bolsa de harina, que puso delante de una de las figuras. Era demasiado pobre para poder comprarla y venía a adorarla al taller. Entonces, Abraham tuvo una idea. Cogió un hacha y rompió en pedazos todas las figuras, dejando sólo la más grande. Luego puso el hacha en manos de ésta y colocó la harina delante de ella.

—¡Qué desastre! —exclamó Térah a su regreso—. ¿Cómo ha ocurrido?

—Los ídolos se pelearon por la comida —explicó Abraham—. Éste, que es el más fuerte, rompió a los más pequeños para quedarse con la bolsa de harina.

—¡Mientes! —dijo Térah—. Lo has hecho tú. Estos ídolos son sólo figuras de barro; no se mueven, no tienen vida.

—Es cierto —replicó Abraham—. Pero en este caso, ¿por qué los adoras sin son simples cacharros?


Miguel Ángel Moreno

Cuentos de judíos

Cuentos y leyendas populares

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

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11 julio 2022

Ave Fénix

 Es de todos conocido que Adán y Eva comieron la fruta del árbol prohibido y por eso tuvieron que abandonar el paraíso y sufrir la enfermedad y la muerte. Pero alguien podría preguntar: ¿Qué ocurrió con los animales que habitaban el edén? ¿Qué culpa tuvieron ellos para padecer igual que los humanos?
Y es que pocos saben que Eva, después de haber probado la fruta, quiso compartir la experiencia con los demás habitantes del jardín. Y fue dando trocitos de manzana a los animales que vivían allí. De esta forma, los mamíferos, los reptiles, los peces, los insectos y las aves fueron probando lo desconocido. Todos menos uno, el Ave Fénix. Este sabio pájaro no quiso desobedecer a su Creador y se negó a comer la fruta prohibida.
Por eso es el único ser vivo que no muere nunca. Cada mil años se quema en el fuego que surge de él mismo, y renace de nuevo de sus cenizas, eternamente joven.
 
Miguel Ángel Moreno
Cuentos de judíos
Cuentos y leyendas populares

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10 julio 2022

De Pedro Salinas

 Posesión de tu nombre,
sola que tú permites,
felicidad, alma sin cuerpo.
Dentro de mí te llevo
porque digo tu nombre,
felicidad, dentro del pecho.
«Ven»: y tú llegas quedo;
«vete»: y rápida huyes.
Tu presencia y tu ausencia
sombra son una de otra,
sombras me dan y quitan.
(¡Y mis brazos abiertos!)
Pero tu cuerpo nunca,
pero tus labios nunca,
felicidad, alma sin cuerpo, sombra pura.
 
Pedro Salinas
PRESAGIOS
(1923)

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

El hombre del saco de castañas y su terrible, horrible, espantoso episodio en una mansión donde no vio a nadie y estaba llena de entes

09 julio 2022

De Juan Ramón Jiménez

Paisaje dulce; está el campo
todo cubierto de niebla;
ya se han ido lentamente
los rebaños a la aldea.

Es un paisaje sin voces,
triste paisaje que sueña,
con sus álamos de humo
y sus brumosas riberas.

Voy por el camino antiguo
lleno de ramaje y yerba,
sin pisadas, con aroma
de cosas vagas y viejas.

Paisaje velado y lánguido
de bruma, nostalgia y pena:
cielo gris, árboles secos,
agua parada, voz muerta.

Sobre los álamos blancos
de la dormida ribera,
una luna rosa y triste
va subiendo entre la niebla.

Arias tristes, ed. Centenario,
«Arias otoñales», IV, p. 66


Juan Ramón Jiménez
Antología general


Selección
Francisco López Estrada
María Teresa López García-Berdoy

Digitalis purpurea

flores y plantas

Caballo