No es menor el estupor ante el comportamiento del cuco que, a la luz de nuestra moral humana, nos parece dotado de una astucia perversa. En lugar de construir un nido, la hembra pone un huevo en el nido de un pájaro más pequeño; a menudo (no siempre) la pareja propietaria del nido no se percata de la intrusión, incuba el huevo extraño junto a los propios y el pequeño cuco sale del cascarón. Recién nacido, todavía implume y ciego, posee ya una sensibilidad y una intolerancia específicas: no soporta otros huevos a su alrededor. Se revuelve, se esfuerza, empuja, hasta arrojar al suelo todos los huevos de sus hermanos putativos.
Sus dos «padres» lo alimentarán afanosamente durante días y días, hasta que el pollito sea sensiblemente más grande que ellos. Parece una historia sacada de un mal folletín, y uno no sabe si maravillarse más por la perfección de los instintos del cuco, o por la falta de tales instintos por parte de sus anfitriones involuntarios: pero hasta en los juegos de la naturaleza tiene que haber un ganador y un perdedor. Resumiendo, los pájaros, al igual que otros animales, no saben hacer todas las cosas que hacemos nosotros, pero saben hacer otras que nosotros no sabemos hacer, o al menos no igual de bien, o solamente con la ayuda de instrumentos.
Primo Levi
El oficio ajeno