27 septiembre 2008

Licencia de Rey

EL REY
Por cuanto por parte de vos, doña Catalina de Salazar, viuda de Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue fecha relación que el dicho Miguel de Cervantes había dejado compuesto un libro intitulado Los trabajos de Persiles, en que había puesto mucho estudio y trabajo, y nos suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir, y privilegio por veinte años, o como la nuestra merced fuese, lo cual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron las diligencias que la premática por nos últimamente fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien. Por lo cual os damos licencia y facultad para que por tiempo de diez años, primeros siguientes que corran y se cuenten desde el día de la fecha della, vos o la persona que vuestro poder hubiere, y no otro alguno, podáis imprimir y vender el dicho libro, que desuso se hace mención, por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Gerónimo Núñez de León, nuestro escribano de Cámara, de los que en él residen, con que, antes que se venda, lo traigáis ante ellos juntamente con el dicho original, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, y traigáis fee en pública forma en cómo por corretor por nos nombrado se vio y corrigió la dicha impresión por su original. Y mandamos al impresor que imprimiere el dicho libro, no imprima el principio y primer pliego, ni entregue más de un solo libro con el original al autor, o persona a cuya costa se imprimiere, y no otro alguno, para efeto de la dicha correción y tasa, hasta que primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo. Y, estando así, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho libro, principio y primer pliego, en el cual seguidamente se ponga esta licencia y privilegio, y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen. Y mandamos que, durante el tiempo de los dichos diez años, persona alguna, sin vuestra licencia, no le pueda imprimir ni vender, so pena que, el que lo imprimiere, haya perdido y pierda todos y cualesquier libros, moldes y aparejos que del dicho libro tuviere; y más, incurra en pena de cincuenta mil maravedís, la cual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidentes y oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa y Corte, y Chancillerías, y a todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros jueces y justicias cualesquier, de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula, y contra su tenor y forma no vayan ni pasen en manera alguna. Fecha en San Lorenzo, a veinte y cuatro días del mes de setiembre de mil y seiscientos y diez y seis años.
YO, EL REY.
Por mandado del Rey nuestro señor:
Pedro de Contreras.

...y una maravilla visigoda del siglo VII

Santa Comba de Bande
interior de santa Comba de Bande
Santa Comba de Bande


Nombre: Iglesia de Santa Comba de Bande
También se le ha llamado: San Trocado de Bande o Santa Comba de San Trocado
Santa Comba es Santa Coloma (Sancte Columbe virginis et martiris)
San Trocado es San Torcuato
Emplazamiento: Santa Comba, en Bande (Orense) Comunidad Autonoma de Galicia
En la comarca de La Baixa Limia y a orillas del rio Limia
Estilo arquitectónico: Visigodo Siglo VII
Declarada Monumento Nacional en 1921
Historia
No hay constancia exacta de la fecha de construcción, seguramente su construcción es posterior a la conquista del Reino Suevo por parte de los visigodos, y se constituiria como un monasterio bajo la advocación de Santa Comba.

Santa Comba de Bande es una iglesia, de las llamadas de tipo monacal, es decir una iglesia o pequeño monasterio que situado cerca de los caminos la habitaba una pequeña comunidad de monjes, cuyo cometido era proporcionar auxilio tanto espiritual (sacramentos) como material a caminantes y peregrinos. La distribución de los espacios asi parece indicarlo, las habitaciones que habían al lado del porche, eran los lugares donde se protegian los peregrinos y las estancias adosadas a la iglesia, cuya única entrada era por el interior de la iglesia, parece indicar que eran para el servicio de los monjes. MAS INFORMACIÓN

22 septiembre 2008

Cascais: Boca do Inferno

boca do inferno
Boca do inferno
boca do inferno
boca do inferno
boca do inferno
Ni las autoridades portuguesas ni, por supuesto, el gobierno de Su Majestad, que envió a Lisboa una patrulla de hombres de Scotland Yard, quedaron conformes con la teoría del suicidio. Se interrogó a todos los que tenían relación con Crowley; Pessoa se convierte en el principal sospechoso. Un registro en la casa del poeta arrojó resultados que apoyaban la teoría del crimen pasional después de que los agentes de Scotland Yard encontraran en su estudio un poema que, según escribió en su informe el oficial de la investigación, era un “...certero y milimétrico mapa sentimental de las abigarradas y malévolas motivaciones que han empujado al señor Fernando Pessoa a cometer tan terrible crimen”. AQUÍ SIGUE.:

18 septiembre 2008

Carminum I, 11 («Carpe diem»)

No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el dia de hoy. Captúralo.
Horacio (Quintus Horatius Flaccus)

Cisnes

familia de cisnes
cisnes

17 septiembre 2008

Iglesia de Luanco: interior

iglesia de Luanco. Gozón
luanco

Cartas desde mi molino - 2 -: La diligencia de Beaucaire

Era el día de mi llegada aquí. Había tomado la diligencia de Beaucaire, una gran carraca vieja que no tiene que recorrer mucho camino para volverse a casa, pero que se pasea despacio a todo lo largo de la carretera para darse pisto, por la noche, de que viene de muy lejos. Íbamos cinco en la baca, sin contar el conductor.
En primer término un guarda de Camargue, hombrecillo rechoncho y velludo, trascendiendo a montaraz, con ojos saltones inyectados de sangre y con aretes de plata en las orejas, después dos boquereuses, un panadero y su yerno, ambos muy rojos, con mucho jadeo, pero de magníficos perfiles, dos medallas romanas con la efigie de Vitelio. Por último, en la delantera y junto al conductor, un hombre... no, un gorro, un enorme gorro de piel de conejo, quien no decía cosa mayor y miraba el camino con aspecto de tristeza.
Todas aquellas gentes conocíanse entre sí y hablaban de sus asuntos en voz alta, con mucha libertad. El camargués contaba que volvía de Nimes, citado por el juez de instrucción con motivo de un garrotazo dado a un pastor. En Camargue tienen sangre viva. ¿Pues y en Beaucaire? ¿No querían degollarse nuestros dos boquereuses a propósito de la Virgen Santísima? Parece ser que el panadero era de una parroquia dedicada de mucho tiempo atrás a Nuestra Señora, a la que los provenzales llaman la Buena Madre y que lleva en brazos al Niño Jesús; el yerno, por el contrario, cantaba ante el facistol de una iglesia nuevecita consagrada a la Inmaculada Concepción, esa hermosa imagen risueña a la cual representase con los brazos colgantes y brotando rayos de luz las manos. De ahí procedía la inquina.
Era de ver cómo se trataban esos dos buenos católicos y cómo ponían a sus celestiales patronas:
–¡Bonita está tu Inmaculada!
–¡Pues anda, que tu Santa Madre!
–¡Buenas las tomó la tuya en Palestina!
–¡Y la tuya, fea! ¿Quién sabe lo que habrá hecho? Pregúntaselo si no a San José.
Para creerse en el puerto de Nápoles, no faltaba más que ver relucir las facas, y a fe mía, creo que en efecto la teológica disputa hubiera parado en ello, a no haber intervenido el conductor.
–Dejadnos en paz con vuestras vírgenes –dijo riéndose a los boquereuses –todo eso son chismes de mujeres, y los hombres no deben meterse en ellos.
Al concluir hizo restallar la tralla con un mohín escéptico que afilió al parecer suyo todo el mundo.
La discusión había terminado, pero, disparado ya el panadero, tenía necesidad de descargarse con alguien, y dirigiéndose al infeliz del gorro, silencioso y triste en su rincón, le dijo con aire truanesco:
–¿Y tu mujer, amolador? ¿Por qué parroquia está? Es de suponer que esta frase tendría una intención muy cómica, puesto que en la baca todo el mundo soltó el trapo a reír. El amolador no se reía.
Viendo esto, el panadero dirigióse a mí.
–¿No conoce usted, caballero, a la mujer de éste? ¡Vaya con la picaruela de la feligresa! No hay dos como ella en Beaucaire.
Redobláronse las risas. El amolador no se movió, y se limitó a decir en voz baja, sin levantar la cabeza: –Cállate, panadero.
Pero a ese demonio de panadero no le daba la gana de callarse, y prosiguió más terne:
–¡Córcholis! No puede quejarse el camarada de tener una mujer así. No hay medio de aburrirse con ella un momento. ¡Figúrese usted! Una hermosa que se hace raptar cada seis meses, siempre tendrá algo que contar a la vuelta. Es lo mismo. ¡Bonito hogar doméstico! Imagínese usted, señor, que no llevaban un año de matrimonio, cuando ¡paf! va la mujer y se larga a España con un vendedor de chocolate. El marido se queda solito en la casa llorando y bebiendo. Estaba como loco. Al cabo de algún tiempo volvió al país la hermosa, vestida de española, con una pandereta de sonajas. Todos le decíamos:
–Escóndete, te va a matar.
Que si quieres, ¡matar! Se reunieron muy tranquilos, y ella le ha enseñado a tocar la pandereta.
Hubo una nueva explosión de risas. Sin levantar la cabeza, volvió a murmurar otra vez el amolador desde su rincón:
–Cállate, panadero.
El panadero no hizo caso, y continuó:
–¿Creerá usted, señor, que tal vez a su regreso de España se estuvo quieta la hermosa? ¡Quiá! ¡Que si quieres! ¡Su marido había tomado aquello tan a buenas! Eso le dio ganas de volver a las andadas. Después del español, hubo un oficial, luego un marinero del Ródano, más tarde un músico, después, ¡qué sé yo! Y lo bueno, que cada vez la misma comedia. La mujer se las lía, el marido llora que se las pela, vuelve ella, consuélase él. Y siempre se la llevan, y siempre la recobra. ¡Ya ve usted si tendrá paciencia ese marido! Debe también decirse que la amoladora es descaradamente guapa... un verdadero bocado de cardenal, pizpireta, muy nona, bien formada Y además blanca de piel y con ojos de color de avellana que siempre miran a los hombres riéndose. ¡A fe, parisiense mío, que si alguna vez pasa usted por Beaucaire!...
–¡Oh, calla, panadero, te lo suplico! –exclamó una vez más el pobre amolador con voz desgarradora.
En ese momento detúvose la diligencia. Estábamos en la masía de los Anglores. Allí se apearon los dos boquereuses, y juro a ustedes que no los retuve. ¡Farsante de panadero! Estaba ya dentro del patio del cortijo, y aún se le oía reír.
Cuando salió la gente, pareció quedarse vacía la baca. El camargués habíase quedado en Arlés el conductor iba a pie por la carretera, junto a los caballos. El amolador y yo, cada cual en su respectivo rincón, nos quedamos solos allá arriba, sin chistar.
Hacía calor, abrasaba el cuero de la baca. Por momentos sentí cerrárseme los ojos y que la cabeza se me ponía pesada, pero, imposible dormir. Continuaba sin cesar zumbándome en los oídos aquel «cállate, te lo suplico», tan tétrico y tan dulce. Tampoco dormía el pobre hombre. Desde atrás veía yo estremecerse sus cuadrados hombros, y su mano (una mano paliducha y vasta) temblar sobre el respaldo de la banqueta, como la mano de un viejo.
Lloraba.
–Ya está usted en casi, señor parisiense –me gritó de pronto el cochero, y con la fusta apuntaba a mi verde colina, con el molino clavado en la cúspide como una gran mariposa.
Me apresuré a bajar. De paso junto al amolador, intenté mirar más abajo de su gorro, hubiese querido verlo antes de partir. Como si hubiera comprendido mi pensamiento, el infeliz levantó bruscamente la cabeza, y clavando la vista en mis ojos, me dijo con voz sorda:
–Míreme bien, amigo, y si cualquier día de estos oye usted decir que ha ocurrido una desgracia en Beaucaire, podrá decir usted que conoce al autor de ella.
Era su rostro apagado y triste, con ojos pequeños y mustios.
Si en los ojos tenía lágrimas, en aquella voz había odio. ¡El odio es la cólera de los débiles! Si yo fuese la amoladora, no las tendría todas conmigo.

Alfonso Daudet en 'Cartas desde mi molino'