Y así fue como Ihsma'él iba tomando ojeriza a Is’hac y no quería ya nunca que el niño fuera tras él. Le dejaba encerrado en una cuadra con los cabritillos, o salía de la casa a ocultas, sin que el niño le viera, y, entonces, Is’hac quedaba desolado. O si no podía evitar que el niño le acompañara, porque Abram y su madre, Agar, le obligaban a ello, le decía continuamente:
—No sabes nada, chaval. No conoces el mundo.
—Sí sé —decía ya Is'hac.
—¡Tú, qué vas a saber! ¿Oyes el cuco? —preguntaba Ihsma'él.
—Sí.
—¿Lo ves?
—Sí.
—¿Quieres uno?
—Sí.
E Ihsma'él cazó un cuco y le dijo a Is'hac:
—¿A que huele muy bien? ¿A que huele mejor que los perfumes de tu madre? Guárdatelo bien entre la ropa.
E Is’hac lo guardó mucho tiempo en su túnica, hasta que el cuco se escapó, cuando Ihsma'él lo asustó para que volase, e Is’hac volvió a su casa con sus ropas oliendo a cuco. Como a muerto. De manera que Sara lloró mucho ese día, porque el niño olía a cadáver, y volvió a regañar a Ihsma’él y pidió a Abram y a Agar, de nuevo, que corrigieran a Ihsma’él. Y éstos le mostraron unos juncos trenzados con los que le azotarían, si trataba así a Isaacillo.
—Pues que no me busque, ni vaya conmigo. Sólo es un pequeñajo, que no sabe nada de la vida —dijo Ihsma’él.
Sara de Ur
José Jiménez Lozano
No hay comentarios:
Publicar un comentario