30 abril 2021

30 de abril (El treinta de abril).

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. «Es el Príncipe de los poetas de Francia», repetía con fatuidad. «En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas».

El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno.

—Lo evoco —dijo con una animación algo inexplicable— en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines…

Jorge Luis Borges
El Aleph

El Aleph narra el descubrimiento del personaje Borges de un objeto de objetos en la casa de su antigua amada Beatriz Viterbo. Esta esfera de dos a tres centímetros de diámetro en el sótano de una vieja casa en la calle Garay, Buenos Aires, es el espejo y centro de todas las cosas, en el cual todo confluye y se refleja, a la vez y sin sobreposición. La cantidad de alusiones es innumerable; bien podría ser el propio universo, como dice el narrador, pero también alude a la biblioteca, y, se dice, de forma irónica al Canto general de Neruda. Además recuerda, tanto en Carlos Argentino Daneri y en Beatriz Viterbo como en el descenso al sótano, a la Divina Comedia de Dante. (WIKIPEDIA)

Crimum asiaticum

Crimum asiaticum

29 abril 2021

29 de abril

El Retiro, el simbolismo del Ángel Caído y otros misterios
El Real Sitio del Buen Retiro fue edificado en el siglo XVII bajo el reinado de Felipe IV, para disfrutar de un lugar tranquilo, cómodo y bello donde poder retirarse cuando el monarca lo creyera oportuno. En 1630 se realizaron las primeras obras. Poseía palacio y jardines. Actualmente sólo quedan estos últimos. Consta de ciento cuarenta y tres hectáreas11 y posee varias entradas, como las de la calle de Alcalá, la puerta de la plaza de la Independencia y la de la calle de Alfonso XII (llamada también Puerta del Angel Caído). Si entramos por esta última atravesaremos un paseo que nos conducirá directamente al monumento dedicado a Luzbel, el Ángel Caído. Esta estatua fue inaugurada el 29 de abril de 1880 y aunque se dice que, por su temática, es única en el mundo, en realidad existe otra en la localidad de Tandapi (Ecuador).
La fuente fue diseñada por José Urioste y es obra del escultor madrileño Ricardo Bellver. Resultó premiada en la Exposición Nacional de 1870 y posteriormente fue adquirida por el Ministerio de Fomento.
Luzbel es el único personaje que aparece en el monumento, a excepción de la serpiente, que representa el pecado de la soberbia y que puede contemplarse enroscada en su brazo, pierna y torso. De esta forma lo inmoviliza. Los entendidos en arte afirman que la originalidad del Ángel Caído se encuentra en que Luzbel aparece solo.
Desde el punto de vista esotérico, Luzbel o Lucifer simboliza el conocimiento de lo arcano. Del griego proviene precisamente el nombre y su significado: el encargado de portar la luz. Lucifer se asocia al mito griego de Prometeo, que sustrajo el fuego de los dioses para acercarlo a los hombres.
Manuel Seral Coca, profesor de ocultismo en Barcelona, se refiere a este personaje del siguiente modo: «[...] Lucifer, o hacedor de Luz, es, en cambio, el impulsor ígneo en contraposición a la congelación y cristalización de Satán. Es la fuerza primordial que nos hace evolucionar, que nos empuja a lo alto. Es la fuerza generadora tanto en el sentido más primario como en el sentido de fuerza que impulsa la creatividad y la genialidad [...]».
En un principio estuvo colocada en este lugar la ermita de San Antonio de los Portugueses y posteriormente se situó aquí la Fábrica de Porcelana «de la China», para acabar convirtiéndose en el emplazamiento del Ángel Caído.

GUIA DEL MADRID MAGICO
Clara Tahoces

Madrid es una ciudad en la que se entremezclan grandes contrastes. De las prisas y el bullicio de la Gran Vía podemos trasladarnos al recogimiento y al silencio del Retiro en un día lluvioso, pero no por ello menos apetecible. De todo esto son conscientes tanto madrileños «gatos» como aquellos que lo son de adopción y que, por circunstancias de sus vidas, tuvieron que desplazarse a la capital. Estos últimos no ignoran que Madrid puede tornarse tanto hostil y hasta ermitaña como destaparnos su cara amable y hospitalaria. Los cambios se producen en un abrir y cerrar de ojos, con pasar de un barrio a otro, cruzando de una calle a la siguiente...

Crimum asiaticum

Crimum asiaticum

28 abril 2021

28 de abril

El sábado por la mañana, el 28 de abril, fue la última vez que escribí. Han pasado tres días desde entonces tan colmados de sucesos, de cosas increíbles, de imágenes, miedos, sensaciones, que no sé por dónde empezar, qué decir. Estamos con el agua al cuello, hundiéndonos cada vez más profundamente. El minuto de vida está encareciéndose. La tormenta está pasando por encima de nosotros. Hojas trémulas en el vórtice del torbellino, no sabemos adónde nos arrastrará.

Una eternidad ha sido el tiempo transcurrido desde el sábado. Hoy es martes y Primero de Mayo, y sigue habiendo guerra. Estoy sentada en el sillón, en la habitación que da a la calle. Ante mí tengo al señor Pauli echado en la cama, el realquilado de la viuda a quien han dado la baja en las milicias del Volkssturm. Apareció el sábado por la tarde por sorpresa, con un pedazo de 16 libras de mantequilla envuelto en una toalla bajo el brazo. Ahora está enfermo, tiene neuralgia.

El viento silba a través de las ventanas tapadas míseramente con cartón, tira violentamente de los trozos sueltos haciéndolos martillear, y deja penetrar la luz del día como si se tratara de la luz de una antorcha. Tan pronto hay luz como oscuridad en la habitación; hace un frío de muerte. Me he envuelto en una manta de lana y escribo con los dedos entumecidos por el frío, mientras el señor Pauli duerme y la viuda pulula por la casa buscando velas.

De fuera nos llegan sonidos rusos. Iván habla con sus rocines. Con los caballos son mucho más amables que con nosotros. Sus voces adquieren entonces acentos cálidos. Con los animales hablan en un tono verdaderamente humano. A veces ascienden vahos con olor a caballo. Tintineo de cadenas. En algún lugar hay alguien tocando el acordeón.

Echo un vistazo a través de los jirones de cartón de las ventanas. Abajo hay un campamento. En las aceras hay caballos, carros, cubos para abrevar, cajas con heno y avena, bostas de caballo aplastadas, boñigas de vaca. En el portón de enfrente hay una hoguera pequeña alimentada con sillas destrozadas. Hay Ivanes con chaquetones acolchados de algodón alrededor de la hoguera.

Me tiemblan las manos. Tengo los pies como el hielo. Anoche, una granada alemana hizo pedazos los últimos cristales que nos quedaban en casa. Ahora la vivienda está por completo a merced del viento del este. Menos mal que no estamos en enero.

Nos movemos con toda celeridad de un lado a otro entre las paredes agujereadas, escuchamos atemorizadas los sonidos que vienen del exterior, apretamos los dientes con cada sonido. La puerta trasera, rota y sin bloquear desde hace tiempo, está abierta. Continuamente pasan hombres corriendo por la cocina, por el pasillo y las dos habitaciones. Hace media hora entró un desconocido, muy terco, que me quería para él. Lo echaron. Gritó en tono amenazador: «Volveré».

¿Qué significa violación? Cuando escuché esa palabra en voz alta el viernes por la noche en el refugio, me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Ahora ya puedo pensar en su significado, la puedo escribir sin que me tiemblen las manos. La pronuncio para mí, para acostumbrarme a su sonido. Suena a lo más extremo imaginable, pero no lo es sin embargo.

ANÓNIMA

Para enterarse de lo que en realidad ocurrió en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, hay que preguntárselo a las mujeres. Y es que, entre las ruinas, los hombres demostraron ser el «sexo más débil». Así lo ve la autora de este libro, que vivió el final de la guerra en Berlín. Sus observaciones aparecieron publicadas por primera vez en Norteamérica en 1954, gracias a Kurt W. Marek, crítico y periodista, a quien la autora confió el manuscrito. Anagrama recoge, además del epílogo de Marek, una introducción de Hans Magnus Enzensberger. En este documento único no se ilustra lo singular sino lo que les tocó vivir a millones de mujeres: primero la supervivencia entre los escombros, sin agua, sin gas, sin electricidad, acuciadas por el hambre, el miedo y el asco, y, posteriormente, tras la batalla de Berlín, por la venganza de los vencedores.

Pentas lanceolata de las rubiceae

Pentas lanceolata de las rubiceae

27 abril 2021

27 de Abril

El cañón del fuerte de Belvedere anunció el mediodía. Los trabajadores de la Empresa Badolati rodeaban a Del Buono, que se disponía a subir a la calesa, mientras el ingeniero le estrechaba la mano: un acontecimiento de esos que entran en la Historia sin que nos percatemos en tanto que los presenciamos. Siempre ocurre así: sólo al día siguiente comprendemos su significado, al leer los diarios; o lo aprendemos años más tarde, en los libros. Son las fechas que marcan victorias. Pasará medio siglo, estaremos muertos y enterrados, y entre tanto las cosas pueden haber dado un paso hacia atrás; pero aquella fecha perdura. Es un pilar que sostiene aunque sobrevenga un terremoto. Como la caída del Gran Duque. ¿Acaso hemos estado mejor, después que entró Víctor Manuel? De todos modos, el 27 de Abril de 1859 fue un gran día: el decano tenía entonces veinte años y lo recordaba. «¡Qué día, muchachos!». Él se encontraba en lo alto de un andamio, por el lado del Gelsomino, y al atardecer, mientras volvía a su casa, se enteró de que Canapone había huido. Como el 20 de Setiembre, cuando le tomaron Roma al Papa, al mismo Papa de quien se había cantado:

Bajó del cielo un ángel
Que Pío Nono se llama…

¿Qué habían ganado los florentinos? Al traslado de la Capital, sucedió la Década de la Carestía. Pero aquel 20 de Setiembre Italia había alcanzado su unidad. Y la noche de San Silvestre de 1900, hacía menos de tres años. Hasta la madrugada la gente llenó las hosterías y las calles; por las ventanas fueron arrojados los trastos viejos y las ollas rotas que, en otro fin de año, habrían sido mandadas a arreglar; bailaban en todas partes, los muchachos y los ricos iban disfrazados como si fuera Carnaval; se hicieron luminarias y fuegos de artificio, y el día siguiente fue un Primero de Año cualquiera; los que habían bebido más de lo normal, se despertaron con la cabeza pesada y el estómago estragado. Todos advirtieron que hacía mucho frío y que las paredes estaban húmedas. Pero de todos modos había sido una noche que, para bien o para mal, sólo los biznietos podrían revivir a su vez. Cien años antes, dijeron los diarios, estaba Napoleón, Marx todavía tenía que nacer y la locomotora no había sido inventada aún: era como decir que, en otros cien años, el mundo podría ser socialista y todos los hombres volarían. He aquí que hoy, en Florencia, por primera vez, un jefe de sindicato había entrado en un lugar de trabajo con el beneplácito de los patrones, se había sentado ante la misma mesa que ellos, y el más humano y cortés de los patrones, «el menos verdugo», le había estrechado la mano.

Por eso era una gran fecha.

Después, el ingeniero y Del Buono, como estaba establecido en los pactos, asistieron a la reconciliación. Metello abrazó a Olindo y los soldados y los agentes se marcharon; Crispi se preparaba para irse a otra obra. Y una vez que también se hubo marchado Del Buono, los obreros, esperando que fuera la una para reanudar el trabajo, vaciaron sus bolsillos y compraron dos fiascos de vino: a la sombra de los andamios, cada uno se fortalecía el estómago con pan y tortilla, pan y uvas, o pan solo. Los peones ya preparaban la mezcla; Nardini, Metello y el ingeniero subieron a los andamios, para ver si las semanas de abandono habían causado desperfectos: encontraron que debían cambiarse algunas pasarelas y clavar algunas barandillas. Nada serio, cosas que podían arreglarse durante el trabajo normal.
Vasco Patrolini
Metello

El nuevo realismo que Vasco Pratolini presenta en sus novelas tiene un acento muy personal, testimonio de ellos son Crónicas de pobres amantes, Un héroe de nuestro tiempo y El barrio. Estos libros son los más importantes de su primera etapa. La segunda está señalada por la obra que presentamos ahora, Metello, que ha obtenido el Premio Viareggio de 1955, y que es una de las novelas de mayor relieve aparecidas en Italia en los últimos años. Después de las búsquedas y realizaciones en sentido neorrealista, la crítica concuerda en considerar a Metello como la primera piedra de un pleno realismo italiano.
Esta novela inicia el ciclo Una historia italiana, que pretende dar un reflejo vasto, hondo y esencial de la vida italiana en el período de 1875 a 1945 aproximadamente. Sobre este fondo histórico, compuesto con la delicadeza y el equilibrio propios de Pratolini, se destacan, netamente delineadas, las vicisitudes de un hombre que aspira a ser el prototipo del trabajador italiano. Este planateamiento no debe sin embargo sugerir una obra de concepción limitada o de carácter polémico. A lo que Pratolini aspira es a la representación integral del hombre por medio de una obra plenamente artística.

Pentas lanceolata de las rubiceae

Pentas lanceolata de las rubiceae

26 abril 2021

26 de abril,

El 26 de abril, el juez Guy intercedió en favor de un traficante de drogas dos veces condenado, Tyrone Perry, cuando se le interrogaba como testigo, y posible sospechoso, de un asesinato cometido en la residencia del señor Perry. El juez Guy se presentó en la Sala 527 de la Jefatura de Policía y conminó a los agentes de la Brigada de Homicidios que llevaban el interrogatorio, a que dejasen en libertad al testigo porque «en este momento hablo como presidente del Tribunal». Cuando el sargento general Hunter cuestionó la ortodoxia de aquello, el juez Guy le agarró del brazo y le empujó contra una mesa. El señor Hunter formuló su protesta por aquel trato y el juez Guy dijo ante testigos: «Le empujo porque me da la gana. Está ante mi tribunal y como abra la boca le condeno por desacato». Y el juez Guy salió luego de Jefatura junto con el señor Perry.

Otra declaración describe un incidente en que el demandado mostró una actitud improcedente en un letrado, vejando a un agente de policía. El demandado había presidido un caso de asesinato, en el que uno de los tres acusados era Marcelle Bonnie. Los cargos contra la señorita Bonnie fueron desestimados en la vista preliminar.

Hablando de la próxima celebración del juicio con el sargento Wendell Robinson, de la Sección de Homicidios, el juez Guy le reveló que había conocido a la señorita Bonnie en un bar y había pasado la noche con ella. Añadió que «era una tía buena y de lo mejorcito que había visto follando».

Al sargento Robinson le sorprendió desagradablemente que un juez se jactara de haber compartido actos sexuales con una persona acusada de asesinato. En consecuencia redactó un informe sobre el incidente, que entregó a sus superiores.

El demandado conoció la existencia de dicho informe y demostró su carácter vengativo esforzándose de forma incorrecta y grosera en deteriorar la credibilidad de Robinson, al que se refirió ante testigos calificándolo de «Tío Tom lameculos que quiere hacerse pasar por blanco porque tiene la piel clara».

Elmore Leonard
Ciudad salvaje

Alvin Guy es una de las personas más detestadas por los abogados, fiscales, delincuentes y policías de Detroit. Juez de raza negra, corrupto y brutal, Guy forma parte del Tribunal de la Magistratura de la ciudad hasta que la comisión de deontología profesional le separa del cargo. Poco tiempo después su cadáver aparece acribillado a balazos dentro de su automóvil. A escasa distancia de allí es encontrada muerta, de tres disparos, una mujer. Ambos crímenes guardan inquietantes semejanzas…

Raymond Cruz, teniente de la Sección de Homicidios de la Policía de Detroit, se hace cargo del caso. Las primeras investigaciones apuntan inequívocamente hacia Clement Mansell, un conocido delincuente que mantiene una vieja cuenta pendiente con el teniente Cruz. A partir de entonces se entabla entre ambos hombres un duelo a muerte. Cruz somete a estrecha vigilancia a Clement y su novia, una joven atractiva. Pero Clement es muy hábil y sabe eludir las pruebas que lo inculpan. El elemento decisivo para la resolución del caso es el arma homicida, una pistola Walter del 38, que Clement se ha encargado de hacer desaparecer en los ambientes del hampa…


Pentas lanceolata de las rubiceae

Pentas lanceolata de las rubiceae

25 abril 2021

25 de abril

Zarparon el 25 de abril de 1818. El muelle estaba abigarrado de rostros. De pronto apareció Eleanor Porden, que venía a desearle al asombrado John mucha suerte. Le soltó un poema larguísimo, al término del cual el propio Polo Norte empezaba a hablarle directamente declarándose vencido. Ahora ya lo sabía: ella lo apreciaba de veras. Eleanor se quedó boquiabierta ante las largas sierras para cortar el hielo y el aparato con el que pretendían desalar el agua de mar. Se volvía loca por la investigación, el mesmerismo y los fenómenos eléctricos, y suplicó a John que se fijara sobre todo si en la región polar el aire tenía un magnetismo mayor y en cuáles eran los efectos que producía en las reacciones de simpatía entre la gente. Al despedirse se le echó al cuello. Su voz era toda gorjeos. John no pudo por menos que estrecharla por la cintura con agrado. ¡Pero no debía tenerla abrazada tanto tiempo! ¡Y no tan fuerte! Se dio cuenta de que corría el peligro de que resultara raro tanto a ella como a todos los demás, y se retiró a toda prisa a seguir con sus cálculos de rumbo y esas cosas tan importantes. Luego zarparon. Los narcisos estaban en flor. La costa estaba totalmente amarilla, como si la hubieran pintado.

El agua salía directamente a chorros, y no daban abasto. Para que la dotación de la Trent estuviera al completo faltaba una sexta parte de los hombres. Y todos se pasaban la mitad de las guardias dándole a la bomba.

Por mucho que se esforzó, en Lerwick no encontró ni la vía de agua ni un solo voluntario con el que reforzar la tripulación. Los habitantes de las Shetland vivían de la navegación y la captura de ballenas, así que ya sabían lo que quería decir que un barco diera con la quilla fuera del agua y fuera inspeccionado pulgada a pulgada. Cuando les decían que se trataba sólo de ajustar mejor las planchas de cobre, sonreían con disimulo. Nadie quería enrolarse en un barco que hiciera agua. John empezó a temer seriamente que aquel agujero invisible en el casco pudiera escamotearle su Polo Norte.

Buchan pensaba seriamente en alistar a los marineros que faltaban dictando una orden perentoria, pero como ahora eso no era legal, le dijo a John:

—¡Usted verá, señor Franklin!

Cuando éste se vio a solas con su primer oficial, Beechey se puso a escrutar el horizonte con sus ojos grises y comentó:

—La tripulación aguanta. Es buena. Tres o cuatro marineros a la fuerza que carezcan de la moral necesaria son peores que nada.

—Gracias —murmuró John aturdido.

Lo bueno de Beechey era que expresaba su opinión cuando la necesitaban.

El marinero Spink, de Grimsby, sabía contar más historias que tres plazas de pueblo juntas, y sobre todo había dado la vuelta a medio mundo. A los doce años le habían obligado a enrolarse en un barco. Luego había viajado con Lapenotiére a bordo de la pequeña Pickle, hasta caer prisionero en manos de los franceses. Pero logró evadirse en compañía de un tal Hewson, y en su huida habían recorrido toda Europa hasta llegar a Trieste. Contaba que había un zapatero alsaciano cuyas botas alargaban los pasos, y que gracias a eso habían podido andar dos veces más deprisa de lo que lo hacía un francés. Contaba también que las mujeres de la Selva Negra llevaban unas sayas de fiesta que parecían tiendas de campaña, y que debajo podían esconderse dos o tres fugitivos de Bonaparte. Y que en Baviera, en plena tempestad, habían atravesado en barca el lago Gemse, llevando sólo un remo, y que luego, en la aldea de pescadores que había en la orilla oriental, se zamparon un asado ternísimo con una albóndiga mágica, gracias a la cual pudieron caminar quince días seguidos sin parar ni comer un solo bocado. Tan cierto como que se llamaba Spink.

Todos corrieron a cubierta. Habían divisado un narval. Se veía perfectamente cómo sobresalía el cuerno. Era un mal presagio. Sólo había otro peor: que la campana del barco empezara a sonar sola. Pero esto no había sucedido nunca, o por lo menos no había habido nadie que lo contara, pues inmediatamente se hundían los barcos sin que se salvara ni una rata.

Nadie se perdía palabra. Para colmo, en pleno mar Polar, más allá de la barrera de hielo, les aguardaban muchos otros seres de proporciones gigantescas. El Almirantazgo ya contaba con que, cuando se fundiera el casquete glacial, bajaran hacia el sur y se metieran en las rutas comerciales del Atlántico, tragándose alguno que otro barco. Por mucho que ninguno de los marineros de la Trent fuera supersticioso…, no podía haber nadie totalmente libre de temor.

Sten Nadolny
El Descubrimiento de la lentitud

La batalla de Copenhague en 1801, el cabo de Buena Esperanza, Australia, Tasmania y la batalla de Trafalgar son parte del escenario donde se desarrolló la vida de John Franklin (1786-1847), y el preámbulo del acontecimiento que le convertiría en un mito de la historia naval, la llegada al Ártico, de donde nunca regresaría y donde se perdió su rastro para siempre.

Justicia carnea

Justicia carnea

24 abril 2021

24 de abril

Caballeros que no habían trabajado nunca e iban vestidos con lujosos trajes tenían que suplir a los menestrales y agricultores enfermos. Muchos de ellos no buscaban riquezas. Habían hecho el viaje a las tierras del Gran Kan para realizar hazañas en países orientales, como los paladines de las novelas caballerescas… ¡Y cuando soñaban con ser héroes de epopeya, se veían convertidos en trabajadores manuales, semejantes a los que habían considerado siempre en Europa como de un rango inferior!…

Al mismo tiempo Colón deseaba continuar sus viajes marítimos. Se hallaba cerca de Cuba, que era, según él, la punta avanzada de Asia. Lo mejor para sacar a la colonia de su incierta situación era que él fuera animosamente en busca del Gran Kan, navegando hacia Poniente. Tal vez sólo le separaban unas cuantas singladuras de los grandes puertos de Asia. Y dejando otra vez la ciudad bajo el gobierno de su hermano Diego, se embarcó el 24 de Abril, llevando con él a Juan de la Cosa, el célebre piloto, que le había seguido igualmente en este segundo viaje. Costeando la península llamada Cuba daría indudablemente con el famoso Catay.

Para evitar las enfermedades de Isabela, asegurando al mismo tiempo su dominio sobre la isla, ordenó que se esparciesen por el interior todas las tropas. Alonso de Ojeda; con cincuenta hombres, debía guarnecer el fuerte de Santo Tomás. El resto del ejército, mandado por don Pedro Margarit, correría la provincia de Cibao y luego toda la Española. Y se lanzó a navegar, dejando en Isabela a su hermano, que no obstante ser extremadamente devoto, vivía en guerra abierta con el padre Boil. Margarit, por su parte, consideró inútil el paseo militar por la isla, prefiriendo instalarse en los pueblos de la dulce Vega Real, donde los soldados empegaron a desmoralizarse, llevando una vida de voluptuosidades y violencias. Hasta dejaron de formar un cuerpo compacto y se dividieron en partidas, que corrían a su gusto el país en busca de oro.

Vicente Blasco Ibáñez
El caballero de la Virgen

El caballero de la Virgen es el sobrenombre dado a Alonso de Ojeda, prototipo de los descubridores españoles de América, cuya vida se narra en esta obra.

Justicia carnea

Justicia carnea

23 abril 2021

23 de abril

Hay muy pocas tumbas interesantes en el moderno Madrid, ya que las mejores, en San Gerónimo y San Martín, fueron destruidas por los invasores. Herrera, el arquitecto, fue enterrado en San Nicolás; Lope de Vega en San Sebastián: murió el 27 de agosto de 1637, en el número 11 de la calle de Francos. Velázquez, que murió el 7 de agosto de 1660, fue enterrado en San Juan. Este edificio fue demolido en 1811, en tiempo de los franceses, y las cenizas de Velázquez fueron esparcidas a los cuatro vientos, lo mismo que había ocurrido con las de Murillo. También fueron esparcidas de esta manera las de Cervantes: murió el 23 de abril de 1616, en la calle de León, número 20, Manzana 228, y fue enterrado en las Trinitarias Descalzas, calle del Humilladero, y cuando las monjas se trasladaron a la calle de Cantarranas, el solar fue olvidado, y sus restos están ahora abandonados, sin honores. En este convento profesaron las hijas de Cervantes y Lope de Vega.

España, después de haber negado el pan a Cervantes cuando vivía, le ha dado recientemente una piedra; se le ha levantado un monumento en la Plaza de Santa Catalina, con una estatua modelada por Antonio Sola, de Barcelona, y vaciada en bronce por un prusiano llamado Hofgarten. Está vestido a la antigua usanza española, y esconde bajo su capa el brazo mutilado en Lepanto, cosa que nunca hizo en vida, ya que constituía el gran honor de su existencia. Los relieves del pedestal muestran las aventuras de Don Quijote y fueron diseñados por un cierto Piguer; el costo fue sufragado con la recaudación de la Bula de Cruzada, y, de esta manera, Cervantes, que cuando vivía fue rescatado de Argel por los monjes de la Merced, debe ahora a un fondo religioso este tardío monumento. La calle en que vivía tiene ahora el nombre de calle de Cervantes.

Los huesos de Calderón de la Barca fueron trasladados el 19 de abril de 1841 del convento de La Calatrava y enterrados en el Campo Santo de San Andrés.

Richard Ford
Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Madrid
Manual para viajeros por España y lectores en casa - 3

Existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama que con los años ha ido ganando el que ofrecemos ahora, por primera vez en castellano, al público español. El «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa» constituye la segunda entrega de lo que será la edición completa del famoso manual de Ford («Manual para viajeros por España y lectores en casa»), publicado por primera vez en Londres en 1845.

Bajo el discreto título de «Manual» se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.

Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su presente obra es más que un libro de viajes y más que un fresco impresionante y vivísimo de la España romántica: por sus extraordinarias dotes de escritor ha pasado a ocupar un sitio en la historia de la literatura inglesa.

La presente edición se acompaña de numerosas reproducciones de dibujos del propio Richard Ford y de grabados de David Roberts.


Justicia carnea

Justicia carnea

22 abril 2021

22 de abril

EN cada puerto que visitábamos explotaban las reyertas, y como Paita, situado a doscientas leguas al noroeste de El Callao, es uno de los mejores puertos de la costa peruana, en él ocurrió nuestra mejor reyerta. Estaba yo durmiendo una siesta poco después de nuestra llegada temprano por la tarde del 22 de abril, cuando inflamados juramentos y gritos resonaron por el pasadizo y adormilado reconocí la voz del coronel:

—¡Mil pestes y furias os lleven, chivo tonsurado! ¿Cómo os atrevéis a meter vuestro largo hocico en mis asuntos? ¿Qué os importa a quién envío a dónde y para qué? Yo soy el coronel y en cuestiones militares, quien decide, dirige y hace lo que se le antoje, y sólo a la aprobación del general me someto.

Una respuesta dulce y urbana cuyo sentido no pude captar fue interrumpida bruscamente por una nueva andanada de imprecaciones.

—¿De modo que el sargento fue a consultaros? ¿Dijo que temía cometer un pecado mortal si obedecía mis órdenes? ¡Sí que lo cometió! Cuando le eche mano, lo juro por Dios Todopoderoso, lo desollaré como a una raya; y en cuanto a vos ¿cómo os atrevéis a traicionar el secreto de confesión para sembrar cizaña entre yo y mis sargentos? ¡Por el cielo, os trincharé como a un capón, padre de sodomitas!

—¡Paz, paz, hijo mío! —exclamó el otro con voz semejante a un balido. Y luego—: ¡Corréis peligro! ¿No os importa nada vuestra alma inmortal?

—¡Dios mío! —me dije ya del todo despierto—. Ése debe de ser el vicario.

Me arrojé de la litera desnudo con excepción de una ligera camisa y me apresuré a llamar a la gran cabina.

—Rápido, por amor de Dios, don Álvaro —rogué—. Salid al pasillo en seguida para evitar derramamiento de sangre o algo todavía peor.

El general, que se hacía recortar la barba y rezaba el rosario a la vez, se me quedó mirando boquiabierto.

—¡Vaya, si no es Andresito —dijo— con las faldas de la camisa al aire! Muchacho, pareces el virtuoso José huyendo de la mujer de Putifar.

Doña Mariana irrumpió en una sonora carcajada:

—Le hacéis al pobre desdichado demasiado honor, cuñado. Por la expresión de su cara, diría que Putifar lo ha atrapado in fraganti y lo corre con el cuchillo del castrador.

Avergonzado y confuso, cogí una tela de damasco que cubría una mesa y me la até en torno a la cintura con una muda súplica de perdón a doña Mariana.

—Rápido, don Álvaro —repetí—, no hay tiempo que perder. El coronel está a punto de convertir en mártir al padre Juan.

Él se puso en pie de un salto con la toalla del barbero todavía en torno al cuello y me siguió a la puerta, a la que llegamos justo a tiempo. El coronel, con el puño alzado y la cara encendida, avanzaba por el pasadizo hacia nosotros. El vicario, con su cruz de plata en alto, retrocedía delante de él, paso a paso, reiterando:

—¡Largo, pecador, largo!

Cuando la puerta se abrió de un golpe, el buen padre cayó en mis brazos casi desmayado de terror. Lo arrastré a la cabina y lo senté contra una cómoda, dejando que don Álvaro le hiciera frente al coronel.

Robert Graves
Las islas de la imprudencia

Graves se centra en esta ocasión en la expedición encabezada por Álvaro de Mendaña (cuyo propósito era descubrir Australia y colonizar las islas de los Mares del Sur) y en el hallazgo de las islas Marquesas y las Salomón. Al margen de la pugna entre la armada británica y la española, uno de los temas mejor reflejados en la novela es la audacia y valentía de los hombres de mar de la época, y lo que singulariza esta expedición es que, a la muerte de Mendaña, quien se hizo cargo de la expedición fue una mujer extraordinaria que apenas ha dejado huella en la historia, Ysabel de Barreto. De nuevo, Graves ha recuperado un episodio oculto de la historia que sobre todo deleitará al lector español.

Justicia carnea

Justicia carnea

21 abril 2021

21 de abril

Testigo y actor de esta transfiguración, Pedro el Venerable no dejó de seguir a Abelardo con esa mirada atenta que puso en él desde el comienzo de su historia. No obstante, ¡cuántas cosas apremiantes le reclamaban! Los años 1140-1141, ven la realización de una de sus obras más importantes: la traducción del Corán. Un rasgo característico de la personalidad de Pedro el Venerable es la atención que presta a los que profesan creencias diferentes: hizo traducir el Talmud y fue el primero que se preocupó en conocer mejor y en dar a conocer a sus contemporáneos las doctrinas del Islam. Gracias a su esfuerzo se podrá, más tarde, prescribir a todos los predicadores de la cruzada que lean primero el Corán. Y hay que esperar a nuestra época para volver a encontrar una preocupación parecida por el mutuo conocimiento. No descuidó nada a fin de que esta empresa se llevara a cabo en las mejores condiciones: para la traducción reunió a un verdadero equipo que comprendía dos clérigos doctos, uno de ellos inglés, Roberto de Ketene, el otro vino de Carintia, Hermann el Dálmata, a los que unió un mozárabe, Pedro de Toledo, y un sarraceno llamado Mohamed; por último, confió a un excelente latinista, Pedro de Poitiers, la rectificación y coordinación de la traducción latina. En el prefacio, dirigiéndose a los musulmanes, decía que les acometía no con las armas, sino con palabras; no con la fuerza, sino con argumentos; no con el odio, sino con el amor.

Semejante manera de ver las cosas podía dar lugar a afinidades con Pedro Abelardo. ¿No consistió uno de los temas familiares del filósofo en hacer llegar hasta los paganos el beneficio de la Redención? Los filósofos de la Antigüedad griega o latina, Séneca, Epicúreo, Pitágoras, Platón dieron testimonio de ello por la integridad de sus vidas. Las sibilas —por lo menos esto es creencia general en su tiempo— predijeron el nacimiento del Salvador y, por consiguiente, conocieron, de un cierto modo, el misterio de la Encarnación. Abelardo, en sus obras, habla incluso de los brahmanes, de los que hace un elogio inesperado, pues todavía en su época había un conocimiento por lo menos difuso de sus creencias. ¿No se lee, en la Imagen del mundo, de Honorio de Autun, que entre los sabios del Extremo Oriente algunos «se echan al fuego por amor a la vida del más allá»?

Lo cierto es que la terminación de esta gran obra de la traducción del Corán, así como las exigencias de la Orden, obligaban a Pedro el Venerable a ausentarse a menudo de la casa madre. Durante su abaciado fundó, por lo menos, trescientos catorce monasterios nuevos, elevando a dos mil el número de casas que dependían de Cluny. Esta actividad no le impedía prestar la atención más vigilante, la más delicadamente personal a Pedro Abelardo.

Este último reanudó sus trabajos. Sin duda corrigió en Cluny su obra de Dialéctica, dedicada a sus sobrinos, y en la que se puede comprobar, según los manuscritos, que la recomenzó y modificó varias veces. Asimismo escribió, o acabó, su testamento intelectual y espiritual: el largo poema en dísticos que lega a su hijo Astrolabio. Probablemente fue también en Cluny donde escribió el Comentario sobre los seis días, Expositio in Hexaemeron, que dejó inacabado. La obra la escribió a petición de Eloísa, según atestigua el prefacio en el que —es un detalle que hay que señalar— Abelardo se dirige a ella en los mismos términos que empleó cuando le dedicó la Apología: «Mi hermana Eloísa, a quien quise en el siglo y quiero ahora aún más en Cristo». Abelardo comenta para ella el primer capítulo entero del Génesis, pero la obra se detiene bruscamente, sin terminarla, y se cree que en el momento que dejó la pluma él mismo había recorrido el ciclo de sus seis días.

Sus últimos meses los pasó atormentado por una enfermedad identificada por la medicina moderna. Ello decidió a Pedro el Venerable a asignarle un retiro en un clima más sedante y una atmósfera más tranquila que la de Cluny, donde el gran número de monjes, las idas y venidas de los visitantes podían turbar su reposo.

«Pensé —dice— asegurarle un retiro en Saint-Marcel-de-Chalon, a orillas del Saona, a causa de la salubridad del clima, que forma casi la parte más bella de Borgoña».

El priorato de Saint-Marcel, situado a orillas del Saona, tenía un origen ilustre: se fundó allí un convento en los tiempos merovingios, el año 584, y fue la primera fundación que se hizo tomando por modelo la institución de Saint-Maurice-d’Agaune, en la que resonaba lo que se llamaba la laus perennis, la alabanza perpetua; el oficio se cantaba noche y día, sin interrupción, por los monjes divididos, a dicho efecto, en tres coros, cada uno de los cuales relevaba al precedente durante el transcurso del día. Esta práctica apareció en la Iglesia de Oriente a principios del siglo V y se instauró por primera vez en el antiguo monasterio del cantón de Vaud; se esparció durante los disturbios e invasiones que marcan el fin de la remota Edad Media.

Por consiguiente, fue en Saint-Marcel-de-Chalon, en ese lugar de la «alabanza perpetua», donde Pedro Abelardo pasó los últimos momentos de su vida. «Allí, volviendo a sus antiguos estudios todo lo que su salud le permitía, estaba siempre inclinado sobre los libros y, como San Gregorio el Grande, no podía dejar pasar un instante sin orar, leer, escribir o dictar. En el ejercicio de estas divinas ocupaciones le encontró el Visitante anunciado por el Evangelio».

Así se terminaba en la paz esta existencia atormentada, el 21 de abril de 1142; Abelardo tenía sesenta y tres años o alrededor de ellos.

Régine Pernoud
Eloísa y Abelardo

Eloísa y Abelardo, de Régine Pernoud, es un estudio rigurosamente histórico, una realísima historia de amor entre dos criaturas excepcionales, insaciables en su pasión, a las que el destino separó trágicamente. Hubieron de renunciar el uno al otro, pero nos dejaron unas cartas que no parecen de la edad de Tristán e Iseo. El protagonista masculino, Pedro Abelardo —1079-1142— tiene plaza y comentario en las historias de la filosofía. Por su libro Sic et Non (1122) se le ha considerado padre del método escolástico. Para otros es un iluminista anticipado. Abelardo resulta una de las más agudas y espoleadoras mentes de la cultura occidental, como prueba su participación en el problema de los universales. Pero su mayor fama la alcanzó por sus amores con Eloísa, mujer de llama y de razón, protagonista de un amor con todas sus consecuencias, de heroína moderna. Eloísa es un milagro de criatura en cualquier tiempo, bella e inteligente, precursora y mártir. Eloísa es el amor que lo da todo: el honor ante los demás —la opinión que juzga sin tener los datos—, la libertad en una juventud de veinte años. Al cabo de los siglos, Eloísa es la grandeza de Abelardo. Pasión y filosofía, fe y razón campean por las páginas de Eloísa y Abelardo, que tiene como escenario principal un siglo en que la Universidad de París era el gran centro cultural de Occidente.

Iresine herbstii 'Aureoreticulata'

Iresine herbstii 'Aureoreticulata'

20 abril 2021

20 de abril

El llamado por los medios de comunicación «Incidente del conejo asesino» fue un suceso más bien cómico que involucró a un conejo de pantano y al entonces presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter el 20 de abril de 1979, que había salido a pescar solo por una zona pantanosa de Plains, Georgia, su ciudad natal, cuando un conejo de pantano se aproximó a su barca «bufando amenazante, con dientes centelleantes y las ventanas de la nariz dilatadas, directo hacia el presidente», tratando desesperadamente de subir a la embarcación, lo cual hizo que Carter se viese obligado a defenderse de la terrible alimaña sacudiéndole con un remo. Al volver a la oficina, el personal dudó de la historia del presidente, afirmando que los conejos no nadan y, que si lo hicieran, nunca se aproximarían a una persona de forma amenazadora. Sin embargo, para fortuna de Carter, un fotógrafo de la Casa Blanca había capturado con su cámara el incidente. El 28 de agosto de 1979, la secretaria de prensa Jody Powell mencionó el suceso al corresponsal de Associated Press Brooks Jackson, quien, al día siguiente, lo filtró. La historia, titulada «El presidente, atacado por un conejo» salió en la portada de The Washington Post, a pesar de la negativa de la Casa Blanca a hacer públicas las fotografías. En lugar de éstas, el periódico publicó una caricatura que hacía una analogía con la película Tiburón. La Casa Blanca no hizo públicas las fotografías hasta el gobierno de Ronald Reagan, momento en que el incidente volvió a convertirse en tema de debate. El incidente del conejo asesino se convirtió en artillería para aquellos que tachaban la presidencia de Carter de desafortunada y débil. Incluso los republicanos lo utilizaron para mofarse de Carter durante la campaña electoral de 1980.

Gregorio Doval
Casualidades, coincidencias y serendipias de la historia

Sorpréndase con las casualidades que abundan en la historia, los descubrimientos realizados por azar, todas las chiripas, las carambolas en las que ha intervenido la suerte, las coincidencias más inverosímiles que han provocado consecuencias inesperadas…
Conozca el descubrimiento azaroso de la sacarina y las predicciones relacionadas con el hundimiento del Titanic. Sorpréndase con las obras literarias que anticiparon desastres, naufragios y hasta casos de canibalismo.
El autor nos adentra en las casualidades, coincidencias y serendipias que han conformado nuestra historia.

Iresine herbstii 'Aureoreticulata'

Iresine herbstii 'Aureoreticulata'

19 abril 2021

19 de abril

Claud había escrito para decirle a Flora que probablemente la invitación llegaría alrededor del 19 de abril. Así que la mañana de aquel día 19 bajó a la cocina a desayunar con una agradable sensación de nerviosismo no exento de esperanza.

Eran las ocho y media de la mañana. La señora Beetle había terminado de fregar el suelo y estaba sacudiendo el felpudo en el patio, inundado de sol. (A Flora siempre le sorprendió ver que el sol pudiera brillar en el patio de Cold Comfort; tenía la sensación de que el ambiente de la casona era suficiente para cortocircuitar los rayos justo en el exterior de los muros).

—¡Buenos días! —graznó la señora Beetle, tras lo cual añadió que se las arreglarían bastante bien con que lo fueran sólo un poco.

Flora aceptó los saludos con una sonrisa, y cruzó la cocina hasta la alacena para coger su pequeña tetera verde (un regalo de la señora Smiling) y la lata de té chino. Se asomó para echar un vistazo al patio y se alegró al ver que ninguno de los varones Starkadder rondaba por allí. Elfine había salido a dar un paseo. Judith probablemente estaba llorando desesperada sobre su cama, mirando con ojos plomizos el techo en el que las primeras moscas del año estaban comenzando a dar vueltas y a zumbar monótonamente.

De repente, el toro bramó con su mugido áspero y granate. Flora se quedó quieta, con la tetera en la mano, y miró pensativamente al otro lado del patio, hacia el establo.

—Señora Beetle —dijo con severidad—, creo que habría que sacar al toro de ahí. ¿Podría ayudarme? ¿Le dan miedo los toros?

—Sí —dijo la señora Beetle—. Me dan miedo los toros. Así que mejor que no lo saque de ahí, señorita, a no ser que quiera que me quede aquí hasta la medianoche. Ni por todo el oro del mundo, señorita Poste: no saldría aunque eso me matara.

—Podemos sacarlo por la puerta con la horca, o como se llame eso —sugirió Flora, señalando la herramienta que permanecía colgada por dos ganchos al lado del establo.

—No, señorita —dijo la señora Beetle.

—Bueno, pues abriré la cancela e intentaré que salga —dijo Flora, que tenía un miedo horroroso de los toros, y de las vacas también, en realidad—. Usted agítele el delantal para que salga, señora Beetle, y grite.

—Sí, señorita. Subiré y me asomaré por la ventana de su habitación —dijo la señora Beetle—, y le gritaré al toro desde allí. El sonido llegará mejor desde la ventana…

Y se metió para dentro como un rayo antes de que Flora pudiera detenerla. Unos instantes después Flora la oyó gritar y chillar desde la ventana que había en el piso superior de la casona.

—¡Vamos, señorita Poste, ya estoy aquí!

Flora estaba bastante asustada. La situación parecía haberse desarrollado mucho más deprisa de lo que ella misma habría podido imaginar. Estaba sencillamente aterrorizada. Se quedó allí, paseando inútilmente de un lado para otro con la tetera en la mano, e intentando recordar todo lo que había leído a propósito de los toros. Atacaban a las cosas rojas. Bueno, al menos no la embestiría a ella: aquella mañana iba de verde. También había leído que eran bestias de tendencias salvajes, especialmente en primavera (estaban a mediados de abril, y los árboles estaban ya verdeando). Te podían cornear…

Gran Negocio volvió a mugir. Era un sonido áspero y lúgubre; pudo distinguir antiguos lamentos y bramidos podridos en aquellos mugidos. Flora cruzó el patio y empujó la cancela que daba a los anchos campos frente a la granja, y la ató para que permaneciera abierta. Entonces descolgó la horca o comoquiera que se llamase aquel artefacto, y, situándose a una cómoda distancia del establo, retiró el tranco con la herramienta, y vio cómo el portón se balanceaba lentamente y se abría.

Y entonces apareció Gran Negocio. La cosa fue bastante menos espectacular de lo que Flora había supuesto. Durante unos instantes el toro permaneció allí, un tanto desconcertado por la luz, balanceando su gran cabezota como un estúpido. Flora no se movió.

—¡Eeeeeh, eeeeh, toro! ¡Vamos, vamos, pedazo de animal! —chilló la señora Beetle.

El toro avanzó por el patio, aún con la cabeza gacha, y cruzó la cancela. Flora lo siguió con precaución, con la horca en ristre. La señora Beetle le gritó que por el amor de Dios que tuviera cuidado. En un momento dado, Gran Negocio se volvió hacia ella, y Flora hizo un movimiento resuelto con la horca. Entonces, para su alivio, el toro cruzó la cancela de la granja y se adentró en el prado; entonces ella cerró la cancela y la atrancó antes de que el animal tuviera siquiera tiempo de darse la vuelta.

Stella Gibbons
La hija de Robert Poste

Brutalmente divertida, dotada de un ingenio irreverente, narra la historia de Flora Poste, una joven que, tras haber recibido una educación «cara, deportiva y larga», se queda huérfana y acaba siendo acogida por sus parientes, los rústicos y asilvestrados Starkadder, en la bucólica granja de Cold Comfort Farm, en plena Inglaterra profunda.

Una vez allí, Flora tendrá ocasión de intimar con toda una galería de extraños y taciturnos personajes: Amos, llamado por Dios; Seth, dominado por el despertar de su prominente sexualidad; Meriam, la chica que se queda preñada cada año «cuando florece la parravirgen»; o la tía Ada Doom, la solitaria matriarca, ya entrada en años, que en una ocasión «vio algo sucio en la leñera». Flora, entonces, decide poner orden en la vida de Cold Comfort Farm, y allí empezará su desgracia.

Begonia x hybrida 'Griphon',

Begonia x hybrida 'Griphon'

18 abril 2021

18 de abril, dieciocho de abril,

En la mañana del dieciocho de abril, Yaafar sabiamente decidió que no podía permitirse más bajas, y se retiró hasta las posiciones de Semna, mientras las tropas descansaban. Siendo viejo amigo de colegio del comandante turco, le envió una carta con bandera blanca, intimándolo a rendirse. La réplica fue que nada le gustaría más, pero que tenía órdenes de resistir hasta el último cartucho. Yaafar le ofreció un respiro, para que agotaran sus últimas reservas, pero los turcos siguieron vacilando hasta que Yemal Pachá pudo reunir tropas de Amman, reocupar Yerdún e introducir un convoy con alimentos y municiones en la ciudad sitiada. El ferrocarril permaneció sin funcionar durante semanas.

Inmediatamente tomé un coche para ir a reunirme con Dawnay. Me sentía incómodo sabiendo que era la primera intervención de un regular en una batalla de guerrillas, con un arma tan complicada como el carro blindado. Dawnay, además, no era arabista, y ni Peake, su experto en camellos, ni Marshall, su doctor, lo hablaban con fluidez. Sus tropas eran mixtas, compuestas por británicos, egipcios y beduinos. Los dos últimos componentes sentían mutua antipatía. Así que llegué a su campamento, situado al norte de Tell Shahm, pasada la medianoche, y me ofrecí, delicadamente, como intérprete.

Afortunadamente, me recibió bien, y me llevó a dar una vuelta por sus líneas. Un hermoso espectáculo. Los carros se hallaban aparcados en formación geométrica; los carros blindados por un lado, y los centinelas y piquetes por otro, con sus ametralladoras dispuestas. Hasta los árabes ocupaban una posición táctica tras la colina, como formación de apoyo, pero fuera de la vista y de la escucha; con ciertas artes mágicas, el jerife Hazaa y yo conseguimos retenerlos donde se les colocó. En la punta de la lengua se me quedó decir que lo único que faltaba allí era el enemigo.

T. E. Lawrence
Lawrence de Arabia
Los siete pilares de la sabiduría

Los siete pilares de la sabiduría es el último libro de Thomas Edward Lawrence, donde relata su experiencia militar y humana durante la guerra de británicos, franceses y árabes contra turcos y alemanes, durante la Primera Guerra Mundial.

Begonia x hybrida 'Griphon'

Begonia x hybrida 'Griphon'

17 abril 2021

17 de abril

Abril

S. Martinho de Anta, 17 de abril de 1938. ¡Este Trás-os-Montes de mi alma! Es pasar el Marão y sentirse uno en el paraíso. O, al menos, puede uno ver a Nuestro Señor Jesucristo en carne y hueso, y viajar con él en el coche de línea. Va conduciendo el Gaiteras. Y Jesucristo, que va a actuar en Sabrosa, saca el billete en Taboada y se sienta a mi lado. Lleva el pelo largo como un poeta, y ya le queda poco. Sujeta la caja del maquillaje sobre las rodillas va muy serio. En Constantim se baja para beber un vaso de tinto y tener así sangre por la noche en el Calvario. Todo tal y como viene en los Evangelios, que dicen: ésta es mi sangre.

¡Y que todavía haya algunos por ahí, por del país, que se las den de librepensadores!

MIGUEL TORGA
Diario (1932-1987)

El primer volumen de los diarios de Miguel Torga, que recoge una amplia y significativa selección, abarca los años transcurridos entre 1932 y 1987 y constituye un testimonio excepcional del devenir de la historia y la cultura contemporáneas.
La selección recoge reflexiones sobre grandes hechos históricos y culturales, la experiencia como médico y sus primeros pasos como escritor, su estrecha relación con España -un portugués hispánico, así se definió el autor de La creación del mundo- y América...
Espejo en el que su autor se mira, reflexión sobre la realidad externa y el paisaje interior, libro de viajes, colección de poemas, todo eso y más es este diario excepcional en el que el hombre y el escritor van dando cuenta ante sí y ante los demás de una intimidad compartida.

Miguel Torga, seudónimo de Adolfo Correia da Rocha (São Martinho de Anta, Trás-os-Montes, 12 de agosto de 1907-Coímbra, 17 de enero de 1995), fue un novelista, articulista y poeta portugués. Asimismo destacan sus Diarios​ y su largo libro de memorias, La creación del mundo.

Philodendron bipinnatifidum, güembé

Philodendron bipinnatifidum, güembé

16 abril 2021

16 de abril

16 de abril

Alejandro Sierra nos cuenta que por este tiempo, en los meses de abril y mayo, se queda horas mirando el cielo a la espera del paso de las grullas que vienen del sur y viajan hasta Siberia. De pronto, nos dice, se oye a lo lejos un graznido metálico y tumultuoso, y a los pocos minutos aparecen ellas, como reinas de Saba, volando en forma de delta, como una ciudad imposible. También nos habla de las cigüeñas que regresan para la fiesta de san Blas y se las puede ver recién ubicadas en los techos y en los campanarios.

Elvira, que como él goza del paso de las estaciones, queda entusiasmada en la conversación, mientras yo miro con admiración a este amigo, que como los grandes intelectuales españoles, nunca abandona el cable a tierra; la abstracción en ellos mantiene los filamentos arraigados.

En España, aún las reuniones con intelectuales suelen comenzar y terminar tomando algo en un bar, y en las casas, con alguna partida de «mus».

Acá las ideas no se abstraen de las cosas que nombran, muy diferente a Francia y su intento de claridad. Elvira me recuerda que para Heidegger el arte está hecho de tierra y mundo; la tierra, mientras es inconquistable, guarda en su oscuridad la posibilidad de la vida, como el vientre de la madre. Cerrada, oscura, pero fecunda.

Pienso en el corazón del hombre, en eso que aún hoy a mis noventa años permanece incomprensible para mí. Y no hablo del inconsciente, hablo de algo más misterioso, más allá de cualquier conocimiento. Como si el origen de la vida se nos escapara como se nos van los sueños cuando los queremos despertar; o al menos se cubrieran para defenderse de nuestra pretenciosa abstracción.

Busco lo que escribí en la década de los cincuenta, en Hombres y engranajes, y que se ha cumplido, trágicamente.

La deshumanización es el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre masa, ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Éste es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa.

¿Cómo saltar de este mecanismo en que está encerrada gran parte de la humanidad, que se expande junto a las guerras y a esa aplastante tragedia que es «el pensamiento único»? Es utópico, sí, pero es la pregunta que debiéramos hacernos a toda hora.

Ernesto Sàbato
España en los diarios de mi vejez

La experiencia de Ernesto Sàbato por España durante los dos últimos viajes es el eje vertebrador de este cuaderno de bitácoras intimo y vital. Sàbato emprende el viaje a principios del 2002, cuando la Argentina parecía derrumbarse para siempre. Entonces, fiel a su estilo, a sus obsesiones y a su situación personal, su mirada se hace más aguda y su reflexión necesaria. Estas páginas permiten visitar a un Sàbato más cercano y viajar en su compañía.

Éste libro que se lee con el deleite de quien sacia la sed. Un texto hecho de pinceladas de infancia, de lecturas, de anécdotas que constituyen el perfecto retrato del artista, de reflexiones sobre la creación literaria o la vejez y el olvido, sobre temas eternos y actuales —desde la doble naturaleza del hombre hasta la globalización, la migración, la marginación y la injusticia—, o de comparaciones entre la Argentina y España, agudas y cariñosas, pero siempre llenas de contrastes.

«España en los diarios de mi vejez es a la vez un documento de gran dignidad moral y un texto literario de arte supremo, que arroja particular vislumbre sobre un mundo en descomposición; en este sentido, la alianza entre rotundidad expresiva, emotividad, y lucidez ética lo convierte en un testimonio de enorme valor intelectual.» PERE GIMFERRER


Philodendron bipinnatifidum, güembé

Philodendron bipinnatifidum, güembé

15 abril 2021

15 de abril

Estudiaban los médicos, en los capítulos de sus libros, disculpas para sus disparates. Palpaban con sus ojos mi estado deplorable y sus errores. Conocían las burlas que, de sus recetas, sus aforismos y sus discursos, les hacía mi naturaleza y mi dolor, y, con todos estos desengaños, jamás los oí confesar su ignorancia. Avergonzábanse a ratos de ver sus cabezas peores que la mía, y de que ya no encontraban apariencias, astucias ni gestos con que esconder su rubor y su incertidumbre. Hallaban cerrados todos los pasos de sus persuasiones y escapatorias con las evidencias y mentises con que los rechazaba mi figura y mi tolerancia; y, en fin, su mayor desconsuelo era no poder echar la culpa de mi postración a mis desórdenes ni a mis rebeldías, pues fui tan majadero en abrazar sus votos y sus emplastos, que consentí que me aplicasen los que con justa causa presumía que me serían inútiles y aun quizá dañosos. Mi debilidad y mi tormento continuaban, cada día con rigor más implacable, pero como ellos no habían acabado de decirle a mi cuerpo todo lo que habían estudiado en la Universidad, no quisieron dejarme descansar hasta concluir con todos sus aforismos y recetas, las que me iban embocando, ya en bebidas, ya en lavatorios, ya en emplastos, y en las demás diferencias de martirios con que acometen a los enfermos miserables. Las gentes del pueblo, unas de piadosas, otras de aficionadas, y las más poseídas de la curiosidad de ver la lastimosa y exquisita duración de mi dolencia, me visitaban y consolaban, y todas me echaron encima sus remedios, sus gracias, sus reliquias y sus oraciones. Acudieron a verme otros cinco doctores que había en Salamanca, algunos cirujanos y unos pocos de exorcismeros y, gracias a Dios, todos me trabajaron a pasto y labor, porque para todos había campo abierto en mi docilidad y resistencia. Lo que unos y otros leían o soñaban de noche, me lo echaban a cuestas por la mañana, y así siguió la cura hasta el día veinte de agosto, que les cortó los aceros la apoplejía, que yo temí y había pronosticado en el primer informe y confesión, que hice a los primeros doctores, de mis males. Quédome por ahora apoplético, y mientras le digo al lector los medios con que la piedad de Dios me restituyó al sentido y movimiento, referiré antes, con la verdad y sencillez que procuro, las demás medicinas, brebajes y sajas con que me ayudaron, pues aun le faltan que saber muchas más perrerías de las que ejecutaron conmigo.

En el discurso del tiempo que hay desde el día 15 de abril, que empezaron los médicos a rebutirme de pócimas y a sajarme a sangrías, sanguijuelas y cantáridas, hasta el día 20 de agosto, que me pusieron en el accidente de la apoplejía, me iban encajando, entre los dichos venenos y lanzadas, los rejonazos siguientes. En el día 4 de mayo se hizo un extraordinario consejo de guerra contra mi atenazada humanidad, al que concurrieron seis médicos, dos cirujanos y un conjurador, que tenía voto en estas juntas, y por toda la comunidad salí condenado a diez ventosas todas las noches, las que se habían de plantar en mis lomos, costillas, muslos y piernas; así se ejecutó, durando su repetición hasta el día diez o doce de junio, que por cuenta matemática salen trescientas y doce ventosas a lo menos, porque desde el día 4 de mayo, hasta el día doce de junio, van treinta y nueve días; con que multiplique el curioso ocho a lo menos por treinta y nueve, verá lo que le sale en el cociente. Es verdad que descansé algunas noches, pero por los días de descanso doy en data las ventosas que me echaban más de las ocho, pues muchas veces me espetaron diez y doce; y si me detuviera a contar con rigor aritmético, había de sacar a mi favor otro par de docenas, pero por la medida menor no le quitaré una de las trescientas y doce. Fui jeringado ochenta y cuatro veces con los caldos de la cabeza de carnero, con girapliega, catalicón, sal, tabaco, agua del pozo y otras porquerías, que la parte que las recibía las arrojó de asco muchas veces. Los estregones y fregaduras que aguanté, sin las que van siempre reatadas a las ventosas, serían, a buen ojo, ciento y cincuenta. Recibí los pediluvios de Jorge Baglivio siete veces; y, por fin, se ordenó otra junta entre los mismos comensales para condenarme a las unciones, y aunque los más de los votos fueron contra mí, yo me rebelé, haciéndoles el cargo que mi mal no había hablado palabra alguna por donde se le conociese ser francés, ni constaba por mi confesión haber tenido malos tratos con ninguna persona de esta nación ni con otra alguna de España que hubiese comerciado con estas gentes ni con estos males. Viendo mi resistencia, los doctores prorrumpieron contra mi escusa en estas malditas palabras: «Señor, ¿no hemos de hacer algo? Hasta ahora nadie se ha curado sin medicinas. Sujétese Vmd., pena de que perderá la vida y le llevará el diablo». ¡Quisiera no ser nacido cuando escuché tan terribles necedades y tan bárbara persecución! ¿No hemos de hacer algo? ¿Pues qué, es nada treinta y siete purgas, trescientas y doce ventosas, ochenta y cuatro ayudas, y haberme dejado el pellejo como un cribo, cubierto de los desgarrones y las roturas de las sangrías, sanguijuelas y cantáridas? Vive Dios, que todo el poder del infierno y toda la rabia de los diablos no pudiera haber hecho más crueldades con los que cogen en sus abismos, ¡y me salen ahora con que no hemos de hacer algo! Confieso que me dejé irritar de la expresión hosca y desabrida, y que sólo el disimulo con que se deben recibir los desvaríos de los enfermos pudo también salvar el mal modo de mis respuestas; ya les pedí perdón, ya me lo aplicaron, con que no tengo más que pedir.

Por no descaer de su ciencia y de su negocio, toman estos hombres el empeño de perseguir a los que cogen en las camas, hasta dar en tierra con sus cuerpos. Nunca aciertan a desviarse de su confianza y erronia. Unos se dejan gobernar de la necia fe que dieron a sus aforismos; otros, de la vana credulidad de sus experimentos, sostenida en cuatro ejemplares, que si los examinan con juicio, hallarán que son triunfos más ciertos de la naturaleza que de su arte, su conocimiento o de su astucia; y muchos son sobrecogidos de alguna ambición que les tapa la boca para no hablar con el desengaño que nos manda la buena civilidad de la honradez. Afirmo que puede ser codicia, terquedad, presunción, estudio, maña, experiencia y rectitud presumida, la continuación y la porfiada multitud de sus medicamentos; por lo que soy de sentir (si valen algo para aconsejar mi vejez y mis atisbos) que a las primeras visitas se le paguen con adelantamiento sus pasos y estaciones que éste es el único medio de salir menos mal y quedar mejor todos los interlocutores de las enfermedades: porque el doctor recibe desde luego sus propinas sin cansancio, sin pasar por los sofiones y las burlas que le hacen las medicinas y las dolencias, sin oír los gritos, relaciones y argumentos de los postrados y los asistentes, y sin tener que buscar disculpas a sus desaciertos, sus ignorancias, inobediencias de las aplicaciones y rebeldías de los achaques; el enfermo logra de este modo unas vacaciones tan útiles, que en ellas está muchas veces la cobranza de su descanso y su salud, y si se muere, muere a lo menos con más quietud, con más comodidad y más limpieza; y finalmente, sus domésticos y agregados logran los gastos de su entierro en el ahorro de la botica, que es una cantidad muy suficiente para surtir mucha porción de lo que se engulle en el mortuorio y se desparrama entre los sacristanes, monaguillos, campanilleros y otros tagarotes de calavernario.

Diego de Torres Villarroel
Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor Diego de Torres Villarroel

Es la obra inaugural de la novela autobiográfica, un cambio radical para las letras hispánicas del siglo XVIII y, por ello, una obra capital de la literatura española y la obra maestra de este autor.
Fue acogida por el público como un relato picaresco, en la tradición de la picaresca barroca, aunque con un protagonista burgués, pero no deja de ser una simple autobiografía hecha a base de recuerdos y totalmente ajena al espíritu de coherencia y sentido de las novelas picarescas de la época barroca (Guzmán de Alfarache o El Buscón).
La vida ajetreada de Torres de Villarroeal tiene todo el sabor de una novela picaresca. En los seis «trozos» de que consta, que corresponden cada uno a una década, nos expone con desenfadado estilo los episodios más divertidos de su agitada y pintoresca vida. Da cuenta de su infancia, su juventud aventurera, el ascenso a la cátedra salmantina, el disfrute de su fama literaria, la protección recibida de la Duquesa de Alba y su ordenamiento sacerdotal en 1746.
Su estilo estuvo influenciado por el arte de Quevedo, no obstante su buen humor dista mucho del amargo pesimismo de don Francisco de Quevedo. Esta obra de Villarroeal tiene un inapreciable valor como descripción de la decadencia española en la primera mitad del siglo XVIII: Padeció entonces la España una obscuridad tan afrentosa que en estudio alguno, colegio ni universidad de sus ciudades, había un hombre que pudiese encender un candil para buscar los elementos de esas ciencias…
Como dijo Blanco Aguinaga en su Historia social de la literatura española:
«En resumen: la Vida es la autobiografía de un pequeño burgués advenedizo que logra un éxito sin precedente a través de ingeniosidades, explotando la credulidad del vulgo y sus supersticiones, en las cuales él no cree. Afirma que los fantasmas y otros seres sobrenaturales solo le producen hilaridad: Las brujas, las hechiceras, los duendes, y sus relaciones, historias y chistes me arrullan, en entretienen y me sacan al semblante una burlona risa. […] En la galería de los pequeños burgueses sin burguesía figura este contradictorio perdulario salmantino que anticipa al escritor del siglo XIX, pendiente de los gustos y modas de sus lectores».

Canistrum fragans

Canistrum fragans

14 abril 2021

14 de abril

Y ahí estaba, a los pies del Primer Magistrado, aquel Surgidero de la Verónica donde, en tarja puesta junto a una puerta, se inscribía la fecha de su nacimiento y donde Doña Hermenegilda hubiese largado las quejas de sus cuatro partos bajo los tules de un mosquitero azul como el palomar de afuera… Y ésa era la Villa que caería en manos de las tropas gubernamentales, intacta, sin herida de obús, por capitulación de casi todos los oficiales infidentes, un histórico 14 de abril… Encontrándose abandonado por sus hombres de mayor confianza, sin patrón de barco o goleta que quisiera cargar con él, el General Ataúlfo Galván se encerró en el viejo Castillo de San Lorenzo; construido por orden de Felipe II en un peñón de roca y dienteperro que angostaba la entrada del puerto. Y ahí desembarcó a media tarde, el día de la rendición, el Primer Magistrado, seguido del Coronel Hoffmann, el Doctor Peralta, y una docena de soldados. El vencido esperaba, silencioso, en medio del patio de honor. Sus labios se movían extrañamente, sin que los acompañara la voz, como queriendo emitir palabras que no sonaban. Con un pañuelo a cuadros trataba de secarse un sudor bajado del quepis —tan lloviznoso que se le pintaba en gotas obscuras sobre el paño de la guerrera. El Presidente se detuvo, mirándolo largamente, como midiéndole la estatura. Y, de pronto, seco, tajante: «¡Que lo truenen!». Ataúlfo Galván cayó de rodillas: —«No… No… Eso, no… Plomo, no… Por tu mamacita… No… Por la santa Doña Hermenegilda, que tanto me quería… Tú no puedes hacerme eso… Tú fuiste como mi padre… Más que un padre… Déjame hablar… Me entenderás… Fui engañado… Escúchame… Por tu mamacita»… —«¡Que lo truenen!». Fue arrastrado, gimiendo, llorando, implorando, hacia la muralla del fondo. Hoffmann formó el pelotón. Incapaz de tenerse en pie, el vencido se adosó a la pared; el lomo le resbaló lentamente sobre la piedra, quedando sentado, de botas adelante, bizcas las punteras, con las manos mal apoyadas en el piso. Los cañones de los fusiles siguieron su descenso, deteniéndose en la justa inclinación. —«¡Apunten!». La orden reafirmó la posición de tiro ya adoptada. —«No… No… Un sacerdote… La confesión… Soy cristiano»… —«¡Fuego!… Culatas al suelo. Tiro de gracia, porque era lo correcto. Alboroto de gaviotas. Brevísimo silencio». —«Arrójenlo al mar» —dijo el Primer Magistrado—: «Los tiburones harán el resto».

Alejo Carpentier
El recurso del método

El recurso del método es una obra compleja, escrita en un lenguaje suntuoso, montada sobre un monólogo, que en su momento tuvo una acogida muy entusiasta por parte del público y la crítica, como lo demuestran sus numerosas ediciones, que ya pasan de treinta sin contar los idiomas extranjeros. La mayoría de los críticos reconoció que era un logro apreciable, una novela histórica y política entre cuyas virtudes estaban la paródica autenticidad del mundo narrado, la actualidad de su propuesta y su nivel de experimentación formal. El título de la novela hace alusión al pensamiento cartesiano. Esta es una de las obras cumbres del subgénero narrativo que podría denominarse «novela de dictador», suma o amalgama de varios dictadores de América Latina, como el cubano Machado, el guatemalteco Estrada Cabrera, el mexicano Porfirio Díaz o el venezolano Guzmán Blanco, el personaje central de la trama es soez y aparentemente ilustrado, corrupto, incapaz y de bajísimo vuelo histórico, es una de las creaciones más memorables del autor y un emblema perfecto de una figura histórica que aún hoy hace sentir su peso en Latinoamérica.

Aechmea 'Blue Tango'

Aechmea 'Blue Tango'

13 abril 2021

13 de abril

Los tártaros avanzaron en hordas innumerables, cuyo número no podría dar aunque era por lo menos diez mil. Una patrulla avanzó en reconocimiento de nuestras líneas y atravesó el terreno frente a nosotros. Al advertir que estaban a distancia de tiro, nuestro jefe ordenó que las dos alas avanzaran con suma rapidez y les hicieran una descarga cruzada, lo cual se efectuó de inmediato. Se alejaron entonces a todo galope, probablemente para informar a los otros de la recepción que acababa de serles brindada; y no me cabe duda de que ese saludo les enfrió notablemente la sangre, pues el ejército hizo alto como para deliberar, y dando después media vuelta abandonó su designio y no supimos más de él. Es de imaginar la alegría que nos causó semejante retirada, ya que nos habíamos sentido muy poco seguros de nuestras probabilidades contra un número tan abrumador de enemigos.

Dos días después arribamos a la ciudad de Naun o Naum. Agradecimos al gobernador el cuidado que había tenido de nosotros e hicimos una colecta por valor de unas cien coronas que repartimos entre los soldados que nos habían escoltado, quedándonos todo un día en el lugar. Se trataba de una guarnición donde se concentraban novecientos hombres y la razón de tal defensa era que antaño las fronteras moscovitas se encontraban mucho más cercanas al fuerte que en la actualidad. Parece que los rusos abandonaron más tarde aquellos territorios en una extensión de doscientas millas al oeste de Naun por considerarlos desolados e impropios para los cultivos, fuera de que su alejamiento los tornaba difíciles de defender; conviene decir aquí que aún nos hallábamos a más de dos mil millas de la Moscovia propiamente dicha.

Siguiendo el viaje, cruzamos varios grandes ríos y dos horrorosos desiertos, uno de los cuales insumió dieciséis días de viaje, mereciendo como he dicho que se llamara la Tierra de Nadie. El 13 de abril llegamos por fin a las fronteras del dominio moscovita. Creo que la primera ciudad, pueblo o fortaleza —como quiera llamársele— perteneciente al zar de Moscovia era el llamado Argunsk, en la orilla izquierda del río Argun.

No pude menos de manifestar la profunda satisfacción que me causaba haber llegado por fin a un país de cristianos o, por lo menos, a un país gobernado por cristianos. Cierto que en mi opinión apenas merecen los moscovitas tal denominación, aunque pretendan serlo y a su manera se muestren sumamente devotos.

Saludé entonces al bravo comerciante escocés de quien he hablado más arriba y tomándole la mano exclamé:

—¡Bendito sea el Señor! ¡Por fin estamos otra vez entre cristianos!

Sonriéndose, me contestó:

—No os regocijéis tan pronto, compatriota. Estos moscovitas son una rara especie de cristianos. Ya veréis que aparte del nombre, pasarán varios meses de viaje sin que descubráis el espíritu del cristianismo en esta tierra.

—De todas maneras —observé—, mejor es eso que el paganismo y la adoración de demonios.

—Os diré —declaró mi compañero— que exceptuando a los soldados rusos de las guarniciones, así como algunos habitantes de las ciudades que encontraremos de paso, todo el resto del país en una extensión superior a mil millas en redondo está poblado por los más ignorantes y peores paganos imaginables.

Daniel Defoe
Robinson Crusoe

Robinson Crusoe naufraga y acaba en una isla desierta. Allí tendrá que hacer uso de su inteligencia y perspicacia para defenderse de los peligros que esconde el lugar, deshabitado solo en apariencia. Publicada en 1719, está considerado uno de los clásicos más leídos de todos los tiempos, y en rigor, se trata de la primera de las grandes novelas inglesas, un texto fundacional. Además de un libro de aventuras, lleno de inolvidables personajes, Robinson Crusoe es una de las primeras reflexiones narrativas sobre la soledad, la sociedad y las relaciones humanas.

Dichorisandra thyrsiflora o Jengibre azul

Dichorisandra thyrsiflora o Jengibre azul

12 abril 2021

12 de abril

AZAÑA NO QUERÍA QUE FUERAN A LAS MUNICIPALES

En febrero, el Gobierno Berenguer, que había fracasado en el intento de celebrar elecciones generales en vista de que todos los partidos dijeron que no acudirían a ellas, fue sustituido por el del almirante Aznar. Se celebró el Consejo de Guerra contra los líderes republicanos que fueron absueltos.

No hay por qué insistir sobre algo que ha sido contado tantas veces. Incluso por los propios protagonistas.

Lo chocante —eso todavía no nos lo ha explicado nadie— es por qué razón los mismos que se habían negado a acudir a las elecciones generales por no fiarse de un Gobierno al que consideraban ilegítimo, decidieran acudir a las municipales convocadas por otro Gobierno, muy semejante.

Con motivo de la apertura de la campaña electoral hubo que restablecer las garantías constitucionales. Se suprimió la censura de Prensa, se abrió el Ateneo, empezaron a darse mítines, se llenaron los periódicos de fotografías de los capitanes Galán y García Hernández. En fin, que la marea subió enormemente en muy pocos días.

Muchos republicanos pensaban que aquella euforia iba a terminar peor que la primera intentona. Salir derrotados en unas elecciones, aunque quede el recurso de decir que han sido falseadas, es peor para una causa cualquiera que someterse ante la fuerza. Bueno, en realidad no es peor, pero sí es menos airoso.

El escondite de Azaña, siempre tenido en secreto, era menos hermético. De vez en cuando, en un sitio o en otro, le visitaba algún amigo:

—¿Qué dice don Manuel de esto de las elecciones? —pregunté un día en secreto a un amigo de quien me constaba que había estado con él en casa de Amos Salvador o en no sé qué sitio.

—Pues… qué quieres que diga… Le parece de todo punto ridículo que el Presidente del Gobierno de la República se conforme con un puesto de concejal por el Distrito de Chamberí y se exponga a que encima le derroten…

En efecto, don Niceto Alcalá Zamora se presentaba por el distrito de Chamberí, el suyo. Se había hecho un frente llamado Conjunción Republicano-Socialista y todos los grandes líderes —Besteiro, Largo Caballero, Andrés Saborit—, así como otros destacados socialistas y republicanos, a excepción de los que estaban escondidos o en el extranjero —Lerroux, Prieto, Azaña— figuraban en las candidaturas de Madrid.

Todos los taxis de Madrid, de Barcelona, de Valencia, de Sevilla y muchos coches particulares, entre ellos algunos de gran lujo, salieron a la calle llevando en todos los cristales letreros rojos que decían en letras negras muy gruesas: «Conjunción Republicano-Socialista». Nada más. Pero ya era bastante para dar una impresión de fuerza arrolladora.

—Azaña dice que el Gobierno no puede ser tan tonto como para dejarse ganar estas elecciones.

El domingo, 12 de abril, por la mañana estuvimos dando una vuelta por Madrid. Nos llevó un ateneísta que tenía coche.

—Ha dicho el doctor Cárceles, ese viejecito que conoció la otra República, que Cuatro Caminos parecía el cantón de Cartagena en sus mejores días.

—Oye, pues es una comparación como para no llegar hasta allí. Por lo menos, démonos prisa. No vaya a ser que lleguemos antes de que hayan empezado los cañonazos —dijo Luis de Tapia, que no era pesimista como Azaña, pero tenía gracia y reaccionaba con viveza cuando oía alguna tontería como la del cantón de Cartagena.

A pesar de todo, bastaba ir por cualquier colegio electoral para sacar la impresión de que todo el mundo votaba republicano.

Un ateneísta dijo al mediodía que él no había votado.

—Pues dese usted prisa. Porque si esto sigue así, antes de las cuatro meterán los caballos de la Guardia de Seguridad en los colegios electorales. Yo, del Gobierno, haría eso o tomaría esta noche el tren para Hendaya. Son las dos soluciones incruentas que le quedan.

Josefina Carabias
Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel

Retrato humano y cordial de un hombre con ideas que tropezó con la amarga realidad de España.

Ahora, en el centenario del nacimiento de Manuel Azaña, la aportación testimonial de este expresivo libro es particularmente valiosa. Josefina Carabias lo conoció en el Ateneo de Madrid, en 1930, cuando él no era todavía un político importante, ni ella se había convertido aún en pionera del periodismo femenino.

Azaña, en el tiempo en que era, simplemente, don Manuel, hizo muchas confidencias a Josefina Carabias. Pero ella nunca difundió lo que sabía, porque no estaba autorizada.

Dio prioridad a su lealtad como amiga, sacrificando su condición de periodista. Sin embargo, según declara en el libro, se propuso no llevarse nada a la tumba, y contarlo todo cuando a él ya no pudiera importarle. Es particularmente emocionante y significativo que esta haya sido su obra póstuma, el brillante colofón de una vida dedicada a informar con honestidad e ingenio. En este libro, reconstrucción evocativa de un momento crucial de nuestra historia, aparecen muchas figuras interesantes: Valle-Inclán, Largo Caballero, Prieto, Miguel Maura… Es como verlos de nuevo en la calle, en el Congreso, en el Ateneo, en los cafés… o veraneando en El Escorial.

EN ESTE OTOÑO

 EN ESTE OTOÑO ¡Oh, Dios, somos tan frágiles! Una sombra de pájaro volando es más tiempo que los días que vivimos; una candela en medio del ...