31 marzo 2021

31 de Marzo

EN QUE SE DA NOTICIA DE LA MUERTE DEL REY

Agora sí que veo tan perdida mi causa como lo fue aquella armada invencible que mandaba el segundo Filipo a pelear contra Inglaterra.

En la madrugada de hoy, 31 de Marzo de 1621, ha tenido el triste fin que se esperaba la vida de S. M.

Con esto cambiaron próceres y magnates sus ascendencias y destinos, y mi pretensión quedará sin efecto, aunque bien pudiera el Señor disponer un milagro haciendo que en este revuelo viniera algún alma justiciera que no me dejara de la mano.

De poco han servido procesiones y rogativas por la salud del monarca, ni traer y llevar hasta Casarrubios el preciado cuerpo del glorioso San Isidro, que bien se ve que a Dios no convenía que se obrara prodigio alguno, que viendo en qué descuidadas manos estaba España, sin duda que pensó: «Mejor se está sin Rey.»

Y qué bien recelaba su augusto padre cuando, ya al borde del sepulcro y hecho una inmunda pestilencia, dijo viéndole tan mozo y tan débil:

—«Y como temo que me le han de gobernar…» que así ha sido.

Todo el tiempo que asentó en el trono no fué más que escarnio, juego y mofa de sus favoritos los duques de Lerma y de Uceda, y del ambicioso e intrigante P. Aliaga.

Por cierto que ahora cuéntanse cosas infamemente peregrinas del penúltimo, a quien pienso que Dios ha de acabar de mala muerte, por hijo desnaturalizado.

Su padre el Cardenal parece que había pensado en él para descansar de las trapacerías de su ministerio, y llevóle a palacio; pero el aprovechado vástago entróse de tal manera y tan presto en el ánima del monarca, que no tardó en desbancar al padre y hacelle la contra, y se dice que más de dos veces y en la misma regia cámara hubieron de sostener violentísimas escenas el padre y el hijo, en las que faltó poco para que dieran el monstruoso espectáculo de venir a las manos.

Al fin venció el de Uceda por entero en la voluntad del Rey, y salió desterrado para sus posesiones de Lerma el favorito en desgracia.

Diz que ayer noche, en un momento de lucidez, quiso el moribundo soberano reconciliarse con sus enemigos, para tener en ellos un montón más de rogativas por la bienaventuranza de su alma luego de que dejase este mundo pecador, y mandó que le llevasen una lista de todos cuantos padecían pena de destierro.

Hízose como mandaba, y el mismo Uceda escribió los nombres de todos, entre los que, por indicación del P. Aliaga, puso el de su progenitor.

Presentóles al Rey.

Este pidió una pluma, y conforme iba pasando los ojos por ellos, tachaba el renglón, dando así a entender que perdonaba al que fuese.

Pero he aquí que no había llegado a la mitad, cuando acometióle un desmayo y cayó de sus manos pluma y papel sin haber dado por finalizada la piadosa obra. Así es que los que estaban sin tachadura interpretóse falsamente que no habían merecido la gracia del monarca; el último nombre de todos era el del duque de Lerma.

Nunca creyera que pudiese haber en el mundo tan monstruosa enemiga con un padre, que aunque éste hiciere todo género de bellaquerías contra un hijo (caso que en esta ocasión dábase muy al contrario) jamás había de germinar la semilla del rencor en el pecho del ofendido, porque fuera (y así es en esta ocasión), como maldecir de su sangre y por ende no tenerse como bien nacido.

Diz que mañana trasladarán el cuerpo del Rey al panteón de El Escorial, y ya hoy han comenzado los preparativos, que no hay pie ni mano que sosiegue dentro del Alcázar.

Valiéndome de la amistad que hice con un secretario de sala, subí este mediodía a ver el cadáver y rogar a Dios porque le dé eterno descanso, aunque si tanto da en descansar allá en el cielo como acá en la tierra, no pienso que haya justo más reposado en toda la corte celestial.

Tiénenle puesto en la capilla, sobre un rico túmulo, al que bien pudiera aplicarse el magnífico soneto de Miguel de Cervantes.

Por la altura en que está no alcanza a verse el cuerpo; únicamente asoma un poco el perfil y las manos cruzadas sobre el pecho, en las que sustenta un primoroso crucifijo de antiguo marfil.

Todo el templo está cuajado de paños negros, y solamente alumbrado por los blandones que rodean el túmulo, los cuales están embutidos en maravillosos candelabros de plata labrada, de doce brazos cada uno.

Velan continuamente los monteros de Espinosa.

AA. VV.
La Voz de la Conseja Tomo II
Selección de las mejores novelas breves y cuentos de los más esclarecidos literatos
La Voz de la Conseja - 2

Emilio Carrere recibió el encargo de La Casa editorial V. H. de Sanz Calleja de preparar una antología de cuentistas modernos de habla castellana.

Quiso dar acogida «no sólo a los cuentistas españoles, sino también a los hermanos en lengua cervantina de las Repúblicas latinas de América. Tan españoles son como nosotros por la lengua, que es el espíritu, razón más fuerte esta del idioma que la geográfica», presentando todas las orientaciones y todos los estilos, con la intención de hacer lectores y libreros amantes del libro.

La obra fue editada en tres tomos, el segundo de los cuales incluye las siguientes obras:
Olor de santidad (Cuento premiado por el Circulo de Bellas Artes), de Bernardo Morales San Martín.
Así murió el conde, de Diego San José. (El texto extraído de esta novelita)
El rabión, de Concha Espina.
La fría mano del misterio, de Wenceslao Fernández-Flórez.
Tremielga, de José Ortega Munilla.
Noche servia, de Vicente Blasco Ibáñez.
Pruebas de amor, de Felipe Trigo.
Los anteojos de color, de José Echegaray.
Vida nueva, de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero.
El disfraz, de Álvaro Retana.
El rasgo de Pañizosa, de Gutiérrez Gamero.
Eucaristía, de Antonio de Hoyos y Vinent.
En la presente edición se han mantenido las normas ortográficas, gramaticales y tipográficas de la edición de 1918, a partir de la cual se ha realizado esta.


Calles de Gijón

Calles de Gijón

30 marzo 2021

30 de marzo

Poco a poco, fue saliendo a la luz la historia de Owsley. Aunque aparentaba menos, tenía treinta años, y un nombre en verdad sonoro: Augustus Owsley Stanley III. Su abuelo era senador de los Estados Unidos por Kentucky. Owsley, al parecer, había tenido problemas en su adolescencia; había ido de colegio en colegio hasta cursar secundaria en un instituto público, que abandonó después; consiguió, sin embargo, gracias a su talento para las ciencias, entrar en la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Virginia, pero lo dejó también, y acabó ingresando en la Universidad de California, en Berkeley, donde conoció a una guapa y hip estudiante de últimos años de Químicas llamada Melissa. Y abandonaron juntos la universidad y Owsley instaló su primer laboratorio de ácido en el número 1647 de Virginia Street, en Berkeley. El negocio fue viento en popa hasta la redada policial del 21 de febrero de 1965. Se libró de la cárcel, sin embargo, porque en California no existió ninguna ley que prohibiera la elaboración, ingestión o tenencia de LSD hasta octubre de 1966. Trasladó el negocio a Los Ángeles, al 2205 de Lafler Road, bautizó su empresa con el nombre de Baer Research Group y pagó 20.000 dólares en billetes de 100 a la Cycle Chemical Corporation por 500 gramos de ácido lisérgico monohidrato —elemento base del LSD—, que convertiría en un millón y medio de dosis de LSD a un precio al por mayor de entre uno y dos dólares la dosis. Y compró otros 300 gramos a la International Chemical and Nuclear Corporation. Su primer gran pedido llegó el 30 de marzo de 1965.

Tenía talento, el tal Owsley. Andando el tiempo produciría varios millones de dosis de LSD, en cápsulas y comprimidos. Grababa en ellos caprichosos distintivos que daban cuenta de su «fuerza». El más famoso entre los adictos era el Owsley blues, con la figura de Batman como emblema, que te «metía» 500 microgramos de superhéroe en el cerebro. Los adictos al ácido hablaban de los Owsley blues como viejos borrachos que hablaran de aquel célebre whisky —cuyo envejecimiento garantizaba el gobierno— producido antaño en la tierra natal de Owsley: el bourbon de Fairfax County, Virginia. Owsley fabricaba un ácido magnífico, decían los adictos. En el plano personal, no era un tipo que cayera precisamente simpático a los clientes o a los polis. Era… arrogante; era un sabihondo. Pero aquel pequeño y arrogante sabihondo hacía el ácido como es debido. De hecho el ácido de Owsley se hizo internacionalmente famoso. Cuando la ola del ácido llegó al Reino Unido, a finales de 1966 y principios de 1967, el guiño más hip que uno podía emplear en los medios «entendidos» era decir que tenía «ácido de Owsley». En el mundo del ácido, era el certificado de la bondad del producto, la garantía. Y confería un toque de distinción. Fue en estos medios adictos donde los… Beatles tomaron LSD por vez primera. Pero adelantémonos un poco en la historia: tiempo después de enrolarse con Kesey y los Bromistas, Owsley fundó un grupo musical llamado Grateful Dead. De la experiencia de los Grateful Dead con los Bromistas nacería el sonido conocido como acid-rock. Y sería éste el sonido elegido por los Beatles, tras su iniciación al ácido, para una famosa serie de álbumes que incluiría Revolver, Rubber soul y Sergeant Pepper’s Lonely Heart’s Club Band. A principios de 1967 los Beatles tuvieron una idea fabulosa. Se hicieron con un enorme autobús escolar y lo llenaron con treinta y nueve amigos y se lanzaron a recorrer la campiña inglesa, colgados hasta las cachas… Iban a… hacer una película. No una película cualquiera sino una película totalmente espontánea, con cámaras de mano, filmando las cosas como y cuando acontecían, ¡de forma absolutamente improvisada! Divirtiéndose, desvariando, volando en el instante, en un caos visionario… ¡Un verdadero ensueño! ¡Arte negro! ¡El caos! Acabaron con kilómetros y kilómetros de película, una monstruosidad, un embrollo del demonio, todo «movido» y desenfocado… ¡Feliz cuelgue! Película que ellos consideraron una total ruptura en el ámbito expresivo, al tiempo que un alarde comercial —emitido incluso por la televisión británica— que podría apreciarse también fuera del mundo esotérico de los adictos al ácido…

Tom Wolfe
Ponche de ácido lisérgico

Este es el mito fundacional de los hippies, la historia de Ken Kesey y los Alegres Bromistas.

Estamos en los años sesenta y Ken Kesey, el autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, ha reunido a su alrededor a los «bromistas», una desmadrada corte de jóvenes radicales embarcados en novísimos proyectos de vida. Recorren los Estados Unidos de costa a costa en un autobús que conduce Neal Cassady (el mítico Moriarty de En el camino, de Kerouac, amado por Allen Ginsberg y por algunos de los mejores espíritus de su generación), y celebran la vida, el éxtasis orgiástico, las drogas que abren las puertas de la percepción. Y tienen a las fuerzas del orden y al F.B.I. en los talones… La utilización de monólogos interiores, diálogos y múltiples puntos de vista, recursos todos ellos provenientes de la literatura de ficción, combinados con técnicas propias del periodismo, como la investigación exhaustiva, las entrevistas minuciosas, el gusto por «la exclusiva» y un ojo agudísimo para el detalle revelador, dan como resultado este espléndido Ponche de ácido lisérgico. Calificada por los críticos de obra maestra de la «novela de no ficción», es la mejor crónica que se ha escrito jamás sobre el épico viaje de Ken Kesey y sus compañeros, verdadero «núcleo duro» del movimiento hippie, y une al interés de una historia fascinante, contada con escrupulosa fidelidad, la seducción de una atmósfera y unos personajes reales dignos de las mejores ficciones de Updike o de Bellow.

Calles de Gijón

Calles de Gijón

29 marzo 2021

29 de marzo de 1815

Existe una escuela liberal, muy respetable, que no odia Waterloo. Nosotros no pertenecemos a ella. Para nosotros, Waterloo no es más que la fecha estupefacta de la libertad. Que tal águila haya salido de tal huevo, esto es ciertamente lo inesperado.

Waterloo, si se lo considera desde el punto de vista culminante de la cuestión, es intencionalmente una victoria contrarrevolucionaria. Es Europa contra Francia, es Petersburgo, Berlín y Viena contra París, es el statu quo contra la iniciativa, es el 14 de julio de 1789 atacado a través del 29 de marzo de 1815, es el zafarrancho de las monarquías contra el indomable motín francés. Apagar de una vez el volcán de este vasto pueblo, en erupción desde hace veintisiete años, tal era el sueño. Solidaridad de los Brunswick, de los Nassau, de los Romanoff, de los Hohenzollern, de los Habsburgo, con los Borbones. Waterloo lleva a la grupa el derecho divino. Es cierto que, habiendo sido despótico el Imperio, la realeza, por la reacción natural de las cosas, había de ser forzosamente liberal y que un orden constitucional, aunque forzoso, ha surgido de Waterloo, con gran pesar de los vencedores. Es que la revolución no puede ser verdaderamente vencida, y por ser providencial y absolutamente fatal, vuelve a aparecer siempre, antes de Waterloo, con Bonaparte, que derriba los tronos decrépitos, después de Waterloo, con Luis XVIII, que otorga y sufre a un mismo tiempo la Carta constitucional. Bonaparte pone un postillón en el trono de Nápoles, y un sargento en el trono de Suecia, empleando la desigualdad para mostrar la igualdad; Luis XVIII, en Saint-Ouen, rubrica la declaración de los derechos del hombre. ¿Queremos explicarnos lo que es la revolución? Llamémosla Progreso; y ¿queremos explicarnos lo que es el progreso? Llamémoslo Mañana. Mañana ejecuta su tarea irresistiblemente, y la ejecuta desde hoy. Llega siempre a su fin, de un modo extraordinario. Se vale de Wellington para hacer de Foy un orador, él que no era más que un soldado. Foy cae en Hougomont y se levanta en la tribuna. Así procede el progreso. No hay herramienta mala para este obrero. Ajusta a su trabajo divino, sin desconcertarse, al hombre que ha atravesado los Alpes, y al enfermo y vacilante anciano del tío Elisée. Se sirve del gotoso lo mismo que del conquistador; del conquistador exteriormente, del gotoso interiormente. Waterloo, al cortar radicalmente la demolición de los tronos europeos con la espada, no tiene otro efecto sino continuar por otro lado la obra revolucionaria. Concluyeron los militaristas y les llegó el turno a los pensadores. El siglo que Waterloo quería detener marchó por encima y prosiguió su camino. Esta victoria siniestra ha sido vencida por la libertad.

Victor Hugo
Los miserables
Tomo II - Cosette

Los miserables, una de las obras más célebres del siglo XIX, narra las vidas y las relaciones de una multitud de personajes durante un periodo de veinte años, mientras reflexiona sobre la naturaleza del bien y el mal, la historia de Francia, la arquitectura de París, la política, la ley, la ética, la justicia, la religión, las clases sociales y la naturaleza del amor romántico y familiar. Novela de luces y tinieblas, de caídas y revueltas, Los miserables posee la modernidad de las grandes obras de la literatura universal y es considerada como una defensa de los oprimidos en cualquier tiempo y lugar.

Esta segunda parte, aparecida por primera vez el 15 de mayo de 1862, se abre con la épica recreación de la batalla de Waterloo. Posteriormente, veremos a Cosette rescatada de las garras de la pareja Thénardier, así como los esfuerzos de Jean Valjean por eludir el acoso del policía Javert, que los llevarán a refugiarse donde menos se espera…

Asociación de dueños de vespas, vespinos y similares

Asociación de dueños de vespas, vespinos y similares

28 marzo 2021

28 de marzo

Madrid, 28 de marzo de 1939

Con la alegría de la luz del día, muchos de los que se habían refugiado durante años en la embajada salían, por fin, libres. Las tropas de Franco estaban tomando la ciudad. Allí se habían escondido Rafael Sánchez Mazas, Víctor de la Serna, Jose María Alfaro o hasta José Calvo Sotelo.

Cae el sol en el horizonte.

Al abrigo de la noche son otros los que entran ahora en la embajada del número 26 del paseo del Prado arropados por las sombras de la clandestinidad recién renacida. Antonio y Santiago estaban en el grupo de diecisiete republicanos perseguidos por el nuevo régimen. Escritores, artistas, abogados, médicos.

Pasan los meses.

Marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre…

Un cometa resplandeciente cruzó el cielo madrileño. Lo vieron desde las ventanas de la embajada.

Octubre.

—¿Recuerdas el aerolito que vimos? —pregunta Santiago.

—Sí —responde Antonio.

Hablan con frases cortas, con monosílabos. Viven en silencios largos, polisílabos. La derrota los engulle por dentro. La angustia los hunde desde fuera.

—Estas paredes nos asfixian —continuó Santiago—. Aquel aerolito que vimos hace unas noches era libre. Nosotros no.

—No —certificó Antonio.

—Tenemos que hacer algo para no embrutecernos —insistió Santiago. Él era artista y su interlocutor, escritor, pero Antonio ya no hablaba sino en versos que escribía recordando la eterna derrota, la sangre vertida, el sufrimiento de todos.

—¿Y si hiciéramos un periódico? —preguntó Santiago y, ante la mirada confusa de su amigo, añadió una explicación—: Para no embrutecernos, como te decía, para no volvernos locos.

Antonio asintió.

Lo llamaron El cometa en recuerdo a aquel aerolito libre que vieron surcando el cielo del Madrid de 1939.

Pero aquello no fue bastante.

Santiago Posteguillo
El séptimo círculo del infierno
Escritores malditos, escritoras olvidadas

El KGB, el régimen nazi, la Inquisición, las guerras, el FBI, el gobierno chino, el hambre, la pérdida de un ser querido, la enfermedad, el exilio, la censura… Muchos son, en efecto, los infiernos de la literatura a los que se han tenido que enfrentar escritores y escritoras de todos los tiempos.

¿Cuál es el séptimo círculo de este universo infernal? Para Kipling su infierno fue la muerte de su hija Josephine, y de ese infierno surgió una obra tan vital y esperanzadora como El libro de la selva. Para Imre Kertész su infierno fue ser víctima del holocausto, pero también del desprecio por parte de los suyos. Y de ahí salió Sin destino. Carson McCullers, la gran olvidada, la mejor autora estadounidense del siglo XX, menospreciada por ser mujer.

Con la elegancia y el tino literario de las obras que homenajea, de los autores y autoras que reivindica, navegando entre viajes, anécdotas, episodios y experiencias propias, Santiago Posteguillo consigue contagiarnos su amor por los libros y en especial por los autores cuyo genio y talento hizo que del infierno salieran con obras que aún hoy nos elevan a los altares.

Bajo la lluvia

bajo la lluvia

27 marzo 2021

27 de marzo

A principios de 1378 dio comienzo una conferencia de paz en Sarzana. El Papa se hizo representar por tres cardenales franceses; Florencia había mandado cinco embajadores. Venecia, Francia y Nápoles también habían mandado delegados; pero Bernabo Visconti acudió personalmente. Y antes que la conferencia pudiese arreglar nada llegó la noticia de que el Papa Gregorio había fallecido repentinamente el 27 de marzo. La conferencia se interrumpió sin que, al parecer, se hubiera avanzado nada en el camino de la paz.

Cuenta una crónica florentina que la noche del 27 de marzo los centinelas de la Porta San Frediano oyeron llamar a la puerta al tiempo que una voz gritaba: «¡Abrid inmediatamente al que trae paz!». Pero cuando abrieron las puertas y miraron no vieron a nadie. Sin embargo, la noticia se extendió por la ciudad: «Ha venido el ramo de olivo; se ha hecho la paz». Algunos creyeron que el invisible mensajero era un ángel de Dios; otros, que era el alma del Papa fallecido, arrepentida de su dureza contra los florentinos. No tardaría mucho en saber toda la Cristiandad que la muerte del Papa no había traído la paz al mundo cansado de guerra. Todo lo contrario…

El 8 de abril los cardenales eligieron Papa al arzobispo de Bari, Bartolommeo Prignani. El nuevo Pontífice tomó el nombre de Urbano, sexto de este nombre. Catalina lo había conocido en Aviñón siendo todavía arzobispo de Acerenza. En la corte de Aviñón, donde florecían libremente los vicios mundanos, la codicia, la soberbia, los placeres y la mentira, el viejo napolitano se había mostrado como una columna de piedad sólida. Ya era viejo; había nacido en 1318. Como vicecanciller papal había demostrado también que era un trabajador incansable y un magnífico administrador. De él podía esperar Catalina que intentara extirpar con mano férrea todas las malas hierbas que ahogaban a la Iglesia de Cristo en la tierra y llevar a cabo las reformas que tanto urgían. Pero quizá ahora tuviese ella sus dudas acerca de si él también sabría mostrarse conciliador allí donde fuese necesario. El prior de la cartuja de Gargona le escribió a Catalina: «Se dice que el nuevo Santo Padre es un hombre terrible, que asusta a la gente con sus palabras y sus obras. Parece tener confianza absoluta en Dios, y por eso no teme a ningún hombre, y cosa de todos es sabida que lucha por extirpar la simonía y el amor a la buena vida que ha regido en la Iglesia de Dios». Respecto a las perspectivas de paz, escribe el prior que el Santo Padre dice a todo el mundo que él desea la paz, pero tiene que ser una paz honrosa para la Iglesia. Él no pide dinero; pero si los florentinos quieren tener paz, tienen que ser absolutamente sinceros, sin mentiras. Es decir, para el nuevo Papa se trataba de valores espirituales, no temporales: lo que Catalina había pedido a su antecesor que tuviese presente. Urbano VI jamás se mostró codicioso de ganancias temporales. Pero respecto a los valores espirituales no opinaba exactamente igual que Catalina. Él exigió a los florentinos que se declarasen culpables y se humillasen hasta donde él quería.

Catalina seguía en Florencia. Había decidido no abandonar la ciudad hasta que se firmase la paz. Pero el partido güelfo, que estaba en el poder, seguía persiguiendo a sus enemigos públicos y privados. En vano Salvestro de Medici, que era uno de los jefes de los güelfos y gonfaloniere della Giustizia —abanderado de la justicia—, suplicó a sus compañeros de Gobierno que empleasen el poder con moderación y que se abstuviesen de arbitrariedades e injusticias. Todas las ilegalidades de que se hicieron reos todos los demás miembros del consejo llegaron a hacerse intolerables, y el 22 de julio se citó a la rebelión a sus paisanos. Los gremios empuñaron sus armas y tremolaron sus banderas, recibiendo la adhesión de la plebe enfurecida. Era la guerra civil.

Sigrid Undset
Santa Catalina de Siena

Biografía de Catalina de Siena, una de las tres doctoras que tiene la iglesia católica romana y personaje especialmente controvertido. A partir de datos aportados por otros biógrafos de Catalina, incluido los del algún coetáneo de ella, la premio Nobel de 1928 narra la vida de esta santa, desde su más tierna infancia hasta el momento de su muerte, con poco más de 30 años. Además introduce una serie de comentarios, no sólo sobre el personaje, sino sobre la época de la autora, que dan más interés a la obra pues nos permiten conocer el pensamiento de Sigrid Undset.

Undset escribe, más que una biografía, un panegírico de Catalina de Siena. La toma como ejemplo de actitud ante la vida y, a través de ella, nos va dando a conocer, de manera más o menos indirecta, su propia posición y las respuestas a ciertos problemas sociales. Hay que recordar que eran momentos en los que el socialismo y el liberalismo estaban disputándose la supremacía política.



Bajo la lluvia

 bajo la lluvia

26 marzo 2021

26 de marzo

«La señora de Henry Burrage lo espera en su casa el miércoles por la noche, 26 de marzo, a las nueve y media.» Gracias al hecho de tener una tarjeta con estas palabras escritas, Basil Ransom pudo presentarse la noche indicada en casa de una señora de la que nunca antes había oído hablar. La relación entre efecto y causa no será completa, sin embargo, mientras se omita que la tarjeta tenía escritas en la esquina inferior izquierda las palabras «Hablará Verena Tarrant». Ransom tenía la impresión (debido al aspecto y aun a la fragancia de la tarjeta impresa) de que la señora Burrage era un miembro de la alta sociedad y fue muy grande su sorpresa al verse introducido en aquel ambiente. Se preguntó qué era lo que podía haber inducido a una señora de tal categoría a enviarle aquella invitación; luego se dijo que indudablemente había sido la misma Verena quien se lo había sugerido. Fuera quien fuese la señora Burrage, seguramente le habría preguntado si deseaba que algunos de sus amigos estuvieran presentes y ella habría asentido y lo habría incluido en el grupo selecto. Ella habría podido darle a la señora Burrage su dirección pues él había escrito una breve carta a Monadnoc Place tan pronto como regresó de Boston, en la que nuevamente le agradecía a la señorita Tarrant las horas encantadoras que había pasado en Cambridge. Ella no había respondido a su carta, pero la tarjeta de la señora Burrage era una respuesta excelente. Semejante misiva exigía una respuesta, y como respuesta subió al tranvía que en la noche del 26 de marzo lo depositaría en la esquina siguiente a la residencia de la señora Burrage. Casi nunca asistía a reuniones nocturnas (se podía decir que no conocía a nadie que las organizara, aunque la señora Luna había tratado de introducirlo en sociedad), y tenía la seguridad de que en esta ocasión se trataba de una reunión que no tenía nada en común con los «ejercicios» nocturnos celebrados en casa de la señorita Birdseye; pero él hubiera tolerado de buena gana cualquier inconveniencia social con tal de poder ver a Verena Tarrant en una tribuna. Se trataba de una tribuna evidentemente privada y no pública, ya que la admisión se obtenía por invitación y no por la compra de un billete. Él llevaba en el bolsillo la suya, dispuesto a presentarla en la puerta. Me llevaría algún tiempo explicarle al lector la contradicción; pero el deseo de Basil Ransom de estar presente en una de las actuaciones regulares de Verena no disminuía por el hecho de detestar sus puntos de vista y considerar todo el asunto como una indudable perversión. Ahora la comprendía muy bien (desde el día de su visita a Cambridge); había visto que era una muchacha honesta y sencilla. Corría por sus venas una sangre extraña, mala, de conferenciante, y tenía una idea falsamente cómica sobre la capacidad de las jóvenes para dirigir movimientos; pero su entusiasmo era de la más pura especie, sus ilusiones tenían una fragancia, y en cuanto a la manía de exhibirse a sí misma, le había sido inoculada por personas que se aprovechaban de ella para alcanzar fines que a Basil Ransom solo le parecían demenciales. Era una víctima ingenua y conmovedora, ignorante de las fuerzas perniciosas que la arrastraban a la ruina. Y con esta idea de ruina se asociaba en la mente del joven, aunque de una manera bastante oscura e incompleta, la de rescate. Estaba convencido de que el encanto de la muchacha era un don natural, y sus falacias, sus cosas absurdas, un mero reflejo de circunstancias infortunadas, que lo llevaba a tener que dominarse para poder observarla en aquella situación en la que menos le gustaba imaginarla. Tal contemplación le bastaba para saber que Verena era una persona a quien podía concederle un crédito en blanco de tierna compasión. Él esperaba sufrir… sufrir deliciosamente.

Henry James
Las Bostonianas,

Aparecida en 1886, Las bostonianas es uno de los títulos capitales de la obra de Henry James, que, con extraordinaria precisión y sutileza de matices, dibuja el juego de relaciones entre dos singulares psicologías femeninas en el marco de los movimientos sufragistas del Boston del último cuarto del siglo XIX.


Bajo la lluvia

bajo la lluvia

25 marzo 2021

25 de marzo

El 25 de marzo casi me atropella un coche en la calle Juan Bravo.

Venía andando con mi hermana Carolina desde el despacho de mi gestor financiero, de firmar unas facturas y de escuchar unas explicaciones laberínticas sobre formas de mejorar mis inversiones, menos mal que Carolina era muy lista y me evitaba tener que prestar mucha atención. Nos separamos porque ella tenía una cita y yo quería continuar estirando las piernas hasta la agencia de modelos para firmar un contrato. Después me vería con Elías en nuestro restaurante favorito, un marroquí con solo diez mesas y una lista de espera de casi un mes. Desde hacía un tiempo le costaba un poco salir de casa, decía que era donde mejor se cenaba y donde más relajado se encontraba, conmigo en el sofá quedándonos dormidos mientras veíamos la televisión. Solo le gustaba ir a las fiestas de su hasta ahora representante o a las exposiciones donde acudían críticos de arte. Creo que le parecía una pérdida de tiempo tener que ir hasta un restaurante para vernos los dos solos cuando podíamos vernos en casa, pero a veces lograba convencerle y me parecía que volvíamos al principio de nuestra relación, cuando podía pasarme una hora mirándole a los ojos entre un montón de gente.

La primavera comenzaba a asomar por fin con lluvias ligeras y sueltas como la de hoy. Había cambiado el abrigo por una cazadora de piel y un fular anudado al cuello con tres vueltas. Quizá el suelo estaba mojado. Quizá iba distraída y no esperé lo suficiente para cruzar la calle. No me di cuenta de que un coche venía hacia mí, y sobre todo no me percaté de las intenciones del conductor. De repente aceleró. Quería atropellarme. ¿Qué impulso, qué demonio le obligó a pisar el acelerador? Tuve que tirarme sobre la acera para que no me matara.

Clara Sánchez
El cielo ha vuelto

¿Puede una persona que se cruza por azar en nuestra vida decirnos algo que nos marque para siempre?

Patricia es una joven modelo de pasarela cuya vida parece marcada por el éxito. En un vuelo de trabajo conoce a Viviana, su compañera de asiento, que le advierte que tenga cuidado porque alguien de su entorno desea su muerte. Descreída y nada supersticiosa, cuando Patricia regresa a la felicidad de su hogar decide olvidarse de esta recomendación sin fundamento. Hasta que una serie de fortuitos accidentes, que afectan a su trabajo y a su vida privada, la llevan a buscar a Viviana para encontrar una explicación a estos sucesos.

Una intriga subyugante y sutil que nos habla del precio del triunfo y de cómo en ocasiones las personas más cercanas pueden ser las más dañinas.

Paseantes bajo la tenue lluvia

bajo la lluvia

24 marzo 2021

24 de marzo

La enemistad de Bonaparte y de Bernadotte venía de lejos: Bernadotte se había opuesto al 18 de brumario: posteriormente contribuyó, con conversaciones animadas y el ascendiente que ejercía sobre los espíritus, a esas discordias que llevaron a Moreau ante un tribunal de justicia. Bonaparte se vengó a su manera, procurando desacreditar a toda una personalidad. Tras el juicio de Moreau, le regaló a Bernadotte una casa, en la rue d’Anjou, que le había sido requisada al general condenado; por una debilidad entonces demasiado frecuente, el cuñado de José no se atrevió a rechazar esta munificencia poco honorable. Se hizo donación de Grosbois a Berthier. Tras haber puesto la fortuna el cetro de Carlos XII en manos de un compatriota de Enrique IV, Carlos Juan se opuso a la ambición de Napoleón; pensó que estaba más seguro teniendo como aliado a Alejandro, su vecino, que a Napoleón, enemigo lejano; se declaró neutral, aconsejó la paz y se propuso como mediador entre Rusia y Francia.

Bonaparte montó en cólera; exclamó: «¡Él, el miserable ese darme consejos a mí! ¡Quiere imponerme su ley! ¡Un hombre que todo cuanto tiene lo ha recibido de mi bondad! ¡Qué ingratitud! ¡Se va a enterar de cómo se acata mi voluntad soberana!» A raíz de estos accesos de violencia, Bernadotte firmó el 24 de marzo de 1812 el tratado de San Petersburgo.

No vale la pena siquiera preguntarse con qué derecho trataba Bonaparte a Bernadotte de miserable, olvidando que no era él, Bonaparte, de más alta cuna, ni tenía un origen distinto: la Revolución y las armas. Este lenguaje insultante no revelaba ni altura hereditaria del rango, ni grandeza de alma. Bernadotte no era en absoluto ingrato, porque no debía nada a la bondad de Bonaparte.

El emperador se había transformado en un monarca de antigua estirpe que se lo atribuye todo, que no habla más que de él, que cree recompensar o castigar declarándose que está satisfecho o descontento. Ni muchos siglos pasados bajo la corona, ni una larga serie de tumbas en Saint-Denis excusarían tales arrogancias.

Quiso la suerte traer de los Estados Unidos y del Norte de Europa a dos generales franceses al mismo campo de batalla para hacer la guerra a un hombre contra quien se habían juntado primero y que los había separado. Soldado o rey, nadie pensaba entonces que fuera un crimen querer derribar al opresor de las libertades. Bernadotte triunfó, Moreau sucumbió. Los hombres que desaparecen jóvenes son vigorosos viajeros; hacen deprisa un camino que unos hombres más débiles acaban a paso lento.

François-René de Chateaubriand
Memorias de ultratumba

Epopeya extraordinaria de unos tiempos convulsos que François de Chateaubriand vivió como testigo y protagonista, las “Memorias de ultratumba” son un documento literario atemporal. Melancólico y desengañado, aristócrata que presenció la Revolución Francesa, que viajó a la joven República americana y conoció el esplendor y la falsía del Imperio napoleónico, así como la Restauración, Chateaubriand fue un hombre polifacético, hábil y vehemente, cuyas “Memorias” —«un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos»— nacieron como confrontación personal con la Historia, como revancha contra el tiempo. Un escritor maravilloso y de culto capaz de construir, como el profesor Fumaroli dice en el prólogo redactado para esta edición, «una reflexión profunda, de una actualidad sobrecogedora y de un alcance universal, sobre la era democrática inaugurada por la Revolución Americana y por la Revolución Francesa, sobre las grandes esperanzas que ella hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germen, y sobre las pruebas insólitas a las que exponía, en su expansión mundial, la libertad y la humanidad misma del hombre.»


Paseo bajo la lluvia

bajo la lluvia

23 marzo 2021

23 de marzo

Avanzando hasta la puerta de Atocha, sobre la eminencia de San Blas, están el Campo Santo o cementerio y El Observatorio Astronómico. La vista de Madrid es buena desde allí. El edificio de ladrillo y granito, con cúpula y pórticos, fue construido para Carlos III por Juan Villanueva. Al sur se encuentra un vestíbulo corintio. El observatorio fue diseñado a imitación de un templo jónico. Este edificio dedicado a la ciencia fue completamente destripado por los invasores, que pusieron en él cañones en lugar de telescopios. Según su Brillat Savarin, el mortal que descubre un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el que descubre una nueva estrella, aforismo gastronómico que Murat, que había sido camarero en un restaurante, comprendía muy bien y de acuerdo con él actuaba. Fernando VII hizo restaurar los destrozos sólo en parte; y es que la astronomía, delicia de los árabes, nunca ha prosperado entre los españoles, cuyo afecto se concentra en las cosas inferiores, es decir, de la tierra y terrenales. Bajo la colina está el convento de Atocha, fundado en 1523 para los dominicanos por Hurtado de Mendoza, confesor de Carlos V. Fue enriquecido por una sucesión de piadosos príncipes. Los techos fueron pintados por Lucca Giordano y las capillas llenadas de vasijas de oro y plata. Todas éstas fueron robadas y todo lo demás profanado y pillado por los invasores; y Fernando VII, a su vuelta, empleó a un cierto Velázquez (ni santo ni artista) para que lo reconstruyera. La parte conventual ha sido convertida desde entonces en cuartel.

En la capilla está la famosa Virgen, el paladión de Madrid y protectora especial de la real familia, que siempre la veneró los domingos. De esta manera, Fernando VII, cuando conspiraba contra sus padres, se inclinó primero ante la imagen y mendigó su ayuda. Y también cuando fue secuestrado por Savary, antes de salir para Bayona, tomó la cinta de la Inmaculada Concepción que llevaba al pecho y la colgó en el de la imagen. Y después de su restauración, lo primero que hizo al llegar a Madrid fue arrodillarse ante ella y darle las gracias por haber intercedido dándole la libertad. De la misma manera, su antecesor, Alonso VI, en 1083, en la primera reconquista de Madrid, puso su bandera a sus pies. Fernando ha sido puesto en ridículo por los que no saben nada de España y los españoles, por haber, durante su cautiverio en Francia, bordado una saya para la imagen (lo cual él no hizo, aunque sí su tío Antonio). Y, sin embargo, la noticia les llegó al corazón a todos los mariólatras, que honraron a un rey que mostraba ser el reflejo mismo de ellos. Y así, ante esta tutelar local, su viuda, Cristina, se inclinó el 23 de marzo de 1844, antes de entrar en Madrid a su regreso a España; no hizo tal cosa, sin embargo, en Barcelona, donde rezó ante Santa Eulalia, patrona de esa ciudad.

Esta Virgen suplanta en cierto modo a San Roque, el Esculapio español. Es la Minerva médica, la Αθηνη ύγιεια, a quien recurre la facultad médica cuando el soberano está peligrosamente enfermo y los médicos se ven impotentes, cosa que suele ocurrir, particularmente, en Madrid. Así vemos que Bassompière, en su parte del 27 de marzo de 1621, describe la enfermedad de Felipe III: «Les médécins en désesperent, depuis ce matin que l’on ha commencé a user des remedes spirituels, et faire transporter au palais l’image de N. D. de Athoche». El paciente murió tres días después de ser llamada la imagen a palacio, ubi incipit theologus desinet medicus.

Richard Ford
Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Madrid
Manual para viajeros por España y lectores en casa - 3

Existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama que con los años ha ido ganando el que ofrecemos ahora, por primera vez en castellano, al público español. El «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa» constituye la segunda entrega de lo que será la edición completa del famoso manual de Ford («Manual para viajeros por España y lectores en casa»), publicado por primera vez en Londres en 1845.

Bajo el discreto título de «Manual» se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.

Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su presente obra es más que un libro de viajes y más que un fresco impresionante y vivísimo de la España romántica: por sus extraordinarias dotes de escritor ha pasado a ocupar un sitio en la historia de la literatura inglesa.

La presente edición se acompaña de numerosas reproducciones de dibujos del propio Richard Ford y de grabados de David Roberts.


Iglesia en Villaviciosa, románica

 Iglesia en Villaviciosa, románica

22 marzo 2021

22 de marzo.

22 de marzo.

Querido tío y venerado maestro: Hace cuatro días que llegué con toda felicidad a este lugar de mi nacimiento, donde he hallado bien de salud a mi padre, al señor Vicario y a los amigos y parientes. El contento de verlos y de hablar con ellos, después de tantos años de ausencia, me ha embargado el ánimo y me ha robado el tiempo, de suerte que hasta ahora no he podido escribir a usted.

Usted. me lo perdonará.

Como salí de aquí tan niño y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresión que me causan todos estos objetos que guardaba en la memoria. Todo me parece más chico, mucho más chico; pero también más bonito que el recuerdo que tenía. La casa de mi padre, que en mi imaginación era inmensa, es sin duda una gran casa de un rico labrador; pero más pequeña que el Seminario. Lo que ahora comprendo y estimo mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo, son deliciosas. ¡Qué sendas tan lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de yerbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.

Es portentosa la multitud de pajarillos que alegran estos campos y alamedas.

Yo estoy encantado con las huertas, y todas las tardes me paseo por ellas un par de horas.

Mi padre quiere llevarme a ver sus olivares, sus viñas, sus cortijos; pero nada de esto hemos visto aún. No he salido del lugar y de las amenas huertas que le circundan.

Es verdad que no me dejan parar con tanta visita.

Hasta cinco mujeres han venido a verme que todas han sido mis amas y me han abrazado y besado.

Todos me llaman Luisito o el niño de D. Pedro, aunque tengo ya veintidós años cumplidos. Todos preguntan a mi padre por el niño, cuando no estoy presente.

Se me figura que son inútiles los libros que he traído para leer, pues ni un instante me dejan solo.

La dignidad de cacique, que yo creía cosa de broma, es cosa harto seria. Mi padre es el cacique del lugar.

Apenas hay aquí quien acierte a comprender lo que llaman mi manía de hacerme clérigo, y esta buena gente me dice con un candor selvático que debo ahorcar los hábitos, que el ser clérigo está bien para los pobretones; pero que yo, soy un rico heredero, debo casarme y consolar la vejez de mi padre, dándole media docena de hermosos y robustos nietos.

Juan Valera
Pepita Jiménez

El joven seminarista don Luis de Vargas, de regreso a su pueblo natal para unas breves vacaciones antes de pronunciar sus votos, se encuentra con que su padre, don Pedro, se dispone a contraer nupcias con la joven Pepita Jiménez, de veinte años de edad, viuda de un octogenario, y de singular belleza y piedad. Los contactos entre el futuro sacerdote y la joven viuda son como baño de vida para el joven, que ha pasado su adolescencia entre místicos y teólogos, y que piensa dedicar el resto de sus días a la conversión de los infieles.

El joven acompaña a Pepita Jiménez en sus paseos por el campo, asiste a reuniones en su casa y, sin darse cuenta, cede poco a poco a una pasión que él considera pecaminosa, pero que se hace más fuerte que su vocación y que su amor para su padre, en el que ve secretamente un rival.


Estampas de Gijón

estampas de Gijón

21 marzo 2021

21 de marzo

«21 de marzo —Papá ya hace días que sale a trabajar y a sus asuntos, pero el tío no ha vuelto aún por el Ayuntamiento. Hoy le han mandado un recado con un ordenanza para ver cuándo piensa ir y él se ha enfadado mucho y ha dicho que ya irá cuando le parezca. El ordenanza se fue muy avergonzado cuando él no había hecho más que cumplir con su deber y obedecer órdenes…

»A la misa de hoy vino el Excmo. Sr. D. José Mª de Beceiro. Me dio mucho orgullo que viniese porque es un prócer y porque la abuela se merecía más aún. Como en el retrato del salón está tan joven me pareció mentira verlo tan viejecito aunque es natural. Así sería el abuelo si viviera que también sería prócer. La tía llora mucho y ahora llora de veras. Ya sé de qué tiene miedo, de irse con el tío a Valencia después de vender su parte del caserón y todo lo demás. ¿Por qué lo ha de vender si es suyo y no del tío? Pero por algo rogaría en el testamento la abuela al tío Nicolás que siga viviendo en el caserón… Mamá me ha enseñado la parte del testamento donde la abuela rogó al tío llamándole hijo que se quedase en Alcidia y en esta casa porque él necesita la armonía familiar y cristiana (no me acuerdo bien, algo parecido). Y después rogó una cosa muy curiosa a los demás, que si el tío se va que le dejen volver y vivir en el caserón. No lo comprendía primero porque la abuela era muy misteriosa, pero ya veo lo que quiso decir, que no estaba segura de si el tío se iría o no pero que si se iba volvería con el rabo entre piernas… ¡Qué sentimientos más profundos tenía la abuela! Pero no sé por qué me parece que habría sido también una buena matemática. Bueno, ¿por qué tanto ruego y no más órdenes? Ese canalla sin corazón ese Luzbel merece un castigo ejemplar… ¿Se atreverá a rebelarse contra la voluntad de los muertos? Y si deciden vender su parte del caserón y papá no se la quiere comprar o no se la puede comprar, ¿qué pasará? Papá me tranquiliza porque dice que no hay ley que le obligue a moverse de aquí pero que el tío debería quedarse aquí por su bien.

»El Excmo. Sr. D. José Mª de Beceiro vino en su Hispano-Suiza con el chófer y un señor. Papá dice que hoy por hoy no hay mejor auto en el mundo y le pregunté si costará un millón de pesetas y me dijo que si estoy loco, que ni el Rey se gastaría eso en un automóvil y que de todos modos no hay automóvil que valga eso. Lo tengo que averiguar no estoy satisfecho. Yo no he visto en mi vida cosa tan preciosa, parece de plata y de oro y de seda negra y todo el mundo se paraba en la plaza a verlo y el chófer y el otro señor daban vueltas alrededor para que nadie lo tocase. Los faros parecían diamantes gigantescos rutilantes como un tesoro oriental.

China también llora.»

Vicente Soto
La zancada
Premio Nadal - 1966

La «zancada» a la que se refiere el título de esta novela es el paso crucial de la niñez a la adolescencia, momento sutilmente crítico en el que la sensibilidad del ser humano se agudiza dolorosamente.

El protagonista, Gabriel, vive en el pueblo de Alcidia (topónimo de clara estirpe levantina, que puede ser Utiel) y allí habita con su familia un gran caserón, justamente lo que de un modo tradicional ha espoleado siempre la imaginación de los niños. Hay, en La zancada, figuras excelentemente dibujadas y fijadas, como, por ejemplo, la abuela, idealizada, el personaje más brillante de todos; los tíos con sus problemas y la guapa prima adolescente, los padres, la sirvienta el perro con el que se habla y el árbol al que se escucha.

Vicente Soto afirma que La zancada es, en cierta medida, una novela autobiográfica, aunque su anecdotario no coincida con el del autor, que, por otra parte manifiesta la influencia de Proust y Azorín, y su admiración por Stendhal, Pasternak, y Mann.

Estampas de Gijón

estampas de Gijón

20 marzo 2021

20 de marzo

Quizá pueda confirmarse nuestra interpretación de la costumbre azteca de desollar seres humanos, y permitir o exigir que otras personas se exhiban públicamente con las pieles de las víctimas, examinando el festival durante el cual este extraño rito era observado a gran escala, y que muy elocuente mente recibía el nombre de festival de la desolladura de hombres (Tlacaxipehualiztli). Se celebraba en el segundo mes del calendario azteca, que correspondía a los últimos días de febrero y los primeros días de marzo. El día exacto del festival era el 20 de marzo, de acuerdo con un piadoso cronista, quien nota con unción cómo el sangriento rito tenía lugar apenas un día después de la fiesta que la Santa Iglesia consagra en honor del glorioso san José. El dios al que los aztecas veneraban en esta extraña forma se llamaba Xipe, «El desollado», o Tótec, «Nuestro Señor». Para esta festividad recibía además el solemne nombre de Yohuallahuan, «Aquel que bebe de noche». Su imagen era de piedra, en forma humana y con la boca abierta como si estuviera hablando; de un lado su cuerpo estaba pintado de amarillo y del otro de color pardo; vestía la piel de un hombre desollado, con las manos de la víctima colgando a la altura de sus muñecas. En la cabeza llevaba un tocado muy colorido, y a la cadera unas enaguas verdes que le llegaban hasta las rodillas con un fleco de pequeñas conchas. Con ambas manos sostenía una sonaja parecida a la cabeza de una adormidera con las semillas dentro; sobre el brazo izquierdo llevaba un escudo amarillo con el borde rojo. Durante su festival los aztecas mataban a todos los prisioneros capturados en la guerra, hombres, mujeres y niños. El número de las víctimas era muy grande. Un historiador español del siglo XVI estimaba que en México moría más gente sacrificada en el altar que de muerte natural. Todos aquellos sacrificados en honor de Xipe, «El dios desollado», eran también desollados, y hombres que habían hecho votos especiales en honor del dios se ponían las pieles de las víctimas y recorrían la ciudad bajo esta apariencia por 20 días, durante los cuales eran recibidos en todas partes y reverenciados como imágenes vivas de la deidad. De acuerdo con el historiador Diego Durán, 40 días antes del festival se elegía a un hombre para que personificase al dios; lo ataviaban con todas las insignias de la divinidad, y lo exhibían en público, haciéndole tan ta reverencia todos estos días como si de verdad se tratase de quien pretendía ser. De hecho, cada feligresía de la capital hacía lo mismo; cada una tenía su propio templo y designaba a su propio representante humano de la deidad, quien durante 40 días era venerado y adorado por su comunidad.

James George Frazer
La rama dorada
Magia y religión

Edición en castellano de las teorías más audaces de Frazer contextualizadas con un nuevo aparato crítico, introducción y notas.
Uno de los temas en el libro de Frazer es el tabú, ese fenómeno extraño, bien conocido entre la sociedad victoriana y, no obstante, llamado así a partir de una misteriosa costumbre de las islas Tonga. A Frazer le interesaba el tema, entre otras razones, porque sabía que a veces los libros son tabú, tal como a veces lo son las palabras o aun los pensamientos. Sabía muy bien, además, que en ciertos grupos la religión es un objeto tabuado, tanto entre aquellos que la dan por hecho como entre quienes la rechazan de manera automática. Frazer no era ni lo uno ni lo otro. En cambio, era tan profunda su fascinación por la religión que le resultaba imposible adherirse a un credo en particular. A finales del siglo XIX, a este tipo de personas se les solía llamar librepensadores. Para Frazer la mejor respuesta al dilema consistía en iluminar los espacios oscuros: investigar las fuentes de la religión y, de ese modo, las causas fundamentales del tabú.

Gijón

Gijón

19 marzo 2021

19 de marzo

PAISÁ PAISANO

LOS COMPAÑEROS

… Desde octubre hasta junio, con los albañiles, los camioneros, los obreros y los estudiantes de Puente Milvio y Tor di Quinto. Con los empleados y los «doctores» del barrio Flaminio. Había, entre mis compañeros, gente de Acquacetosa y ribereños.

NINO

Uno de estos, Nino, vivía en una choza a orillas del Tíber. Choza, pero imaginaos lo peor. Y dentro de esta, mujer e hijos. En invierno, el viento se cuela por los intersticios, la humedad sube de la tierra. Por más datos, cuando pasáis por la ribera del Tíber, donde están los edificios que siguen al Ministerio de Marina, las hermosas casas con galerías y los baños revestidos de mayólicas; mirad hacia la orilla opuesta, donde el río describe una curva y es salvaje y anchuroso, petrarquesco: en aquella choza vivió Nino durante veinte años. Aquellos veinte años. Con la mujer y, a medida que iban llegando, los niños. Y con ellos estuvieron, durante meses, las armas que se pudieron juntar los días de setiembre. Los fusiles, las bombas. De noche, una vez o dos por semana, Nino engrasaba los obturadores, los hacía disparar. Iba y venía por el río, en su barca de pescador; llevaba las cajas de bombas a mano, los cargadores calibre 7,65, los días que hacían falta. Los llevaba a lo largo del río, lo más cerca posible del lugar en que habrían de usarse. Era un hombre de mediana estatura, tardo en los gestos y sin embargo ágil, dos ojos celestes de niño, dos manos fuertes que saludaban apretando hasta lastimar. Decían: «Ce la famo, ce la famo» [lo lograremos, lo lograremos]. Para que aceptase un cigarrillo había que gastar palabras. No faltaba a ninguna reunión, a ninguna cita. Luego volvía a su barca, y pescaba para redondear almuerzo y cena, para él y los suyos. Estaba tostado por el sol hasta en febrero. Miraba en la cara a quien le hablaba; si se quedaba con la mirada fija y torcía las narices, quería decir que pedía la palabra. «Quisiera que se me aclarase…». Un día, sin que yo lo advirtiese, me regaló unas papas, echándome dos en cada bolsillo.

19 DE MARZO

Vasco Pratolini
Las amigas

Clara, Jone, Cora, Lida, Blanca, Gloria, Mara, Vanda, Alda… Las amigas de la juventud, los contactos femeninos que fueron apareciendo sucesivamente en su existencia, después de su primera aventura, vacilante y fugaz, protagonizada entre el parapeto del puente y su voluminosa valija. El adolescente de quince años que se independiza y adquiere ante su padre el status igualitario de un amigo, comienza su vida propia jalonando sus etapas con el amor de la compañera del taller, plácida emoción de iniciador; con las confidencias fraccionarias de la vecina del otro piso, que desaparece súbitamente dejando a su novio, el soldado, envuelto en su prolongada mentira; con los besos de la provincianita astuta, que saben a serbas; con el intrigante misterio de la niña que canta en las calles con acompañamiento de guitarra y con quien sólo habla al cabo de muchos años, sin saber si es la misma; y finalmente con las que son sus amantes, y a las que el destino va arrancando de su lado con trágica pertinacia.

Vasco Pratolini, el laureado autor italiano contemporáneo cuyas obras fueron traducidas a casi todos los idiomas del mundo, presenta en estos magníficos relatos —que fueron los que tuvieron la virtud de revelarlo a los lectores de su patria—, una historia donde la amable picardía de Las muchachas de Sanfrediano deja su lugar a la ternura sencilla y conmovedora, saturada, con el vigor característico de toda su producción, de un realismo palpitante y natural como la vida misma.

Cimadevilla, Gijón

Cimadevilla, Gijón

18 marzo 2021

18 de marzo

PARÍS, 18 DE MARZO DE 1905, SÁBADO

Anoche hablé con Marcel. Le pregunté si me echaría terriblemente de menos si decido abandonarle. Quizá fue una pregunta estúpida. Quizá sea imposible mantener una comunicación sincera sobre un asunto semejante. Él vaciló al principio y después declaró que siempre ha sido una criatura de costumbres. «¿Sabes, Maman?, si alguien muy cercano como Reynaldo o Albu muriera, al principio me sentiría desolado, incapaz de lidiar con la vida sin sus visitas o sin contar con sus servicios de prestos mensajeros, diciéndole a un amigo que deseo verle o yendo a buscar un libro a Calmann, pero la aburrida naturaleza de mi solitaria vida no tardaría en cerrarse sobre la pérdida como la piel se cierra sobre una herida, y al final sabría arreglármelas sin él». Sé que para muchos su respuesta puede parecer cruel, pero entiendo que pretende tan solo tranquilizarme, asegurándome que sobrevivirá y así evitarme la ansiedad. Y, como una de esas parejas que llevan muchos años casada, ambos sabemos que soy consciente de que esa es su estratagema. Aunque no hablemos de mi partida, ahora sé que cuento con su permiso.

Kate Taylor
Madame Proust y la cocina kosher

Madame Proust y la cocina kosher es una novela en cuyo interior se entrelazan tres historias muy diferentes entre sí pero con un nexo común. En dos de ellas este vínculo se adivina fácilmente desde las primeras páginas pero la tercera parece totalmente ajena y mientras lees no puedes evitar preguntarte qué tiene que ver esa historia con el resto de la novela, interrogante que finalmente encuentra respuesta cuando ya hemos avanzado bastante en la lectura.

En el París de fin de siècle, Jeanne Proust, una culta mujer judía casada con un médico católico, escribe en sus libretas todo tipo de acontecimientos personales y generales, aunque el tema más recurrente es su hijo Marcel, a quien sus altas aspiraciones sociales, sus insatisfechas ambiciones literarias y su delicada salud impiden terminar de encajar de la vida burguesa de la época. En la relación de los desvelos de Madame Proust irrumpe el relato de las insatisfacciones de Marie Prévost, traductora de los diarios, cuya obsesión por el documento será un bálsamo contra su amor no correspondido hacia el enigmático Max.

La tercera historia que se entrelaza en la trama de esta apasionada novela es la de Sarah Bensimon, una refugiada parisina a quien sus padres enviaron de niña a Canadá para escapar del terror nazi. Instalada definitivamente en Toronto y cada vez más alejada de su marido y de su hijo adolescente, Sarah se refugia en su cocina, donde batalla por reconciliar sus esperanzas y decepciones y por curar las profundas heridas provocadas por la Historia.


Árbol de las trompetas

árbol de las trompetas

17 marzo 2021

17 de marzo. Día de San Patricio

Una tarde fue Carol a jugar al bridge en Las Alegres Diecisiete. Había adquirido las primeras nociones del juego en casa de los Clark, y jugó tranquila y bastante mal.

No expresó su opinión acerca de una cosa tan interesante como los trajes interiores de lana, tema sobre el que disertó durante cinco minutos la señora de Howland. Sonreía con frecuencia y gorjeó como un canario dirigiendo cumplidos a la señora de la casa, que era la de Dave Dyer.

Solamente sintió cierta inquietud cuando la conversación recayó sobre los maridos.

Aquellas jóvenes amas de casa discutieron las intimidades domésticas con una franqueza y una minuciosidad que aterró a Carol. Juanita Haydock explicó el modo de afeitarse de Harry y su afición por la caza de ciervos. La señora de Gougerling informó a la concurrencia del disgusto que le producía el hecho de que a su marido no le agradase el hígado ni el tocino. Maud Dyer relató los trastornos digestivos de Dave; citó una discusión que había tenido con su marido en la cama hacía poco tiempo acerca de la ciencia cristiana, los calcetines y el modo de coser los botones del chaleco; anunció que no pensaba tolerarle más tiempo que acariciase a las muchachas y que luego se pusiera hecho una furia de celos cuando ella bailaba; y, por último, no hizo más que insinuar los diferentes modos de besar de Dave.

Tan dulcemente escuchaba Carol y tan palpable era, por fin, su deseo de ser una de ellas, que todas la miraron afectuosamente, instándole a que contase los detalles más interesantes de su luna de miel. Carol se sintió azorada más que ofendida, e intencionadamente tergiversó las cosas. Habló hasta aburrirlas de los chalecos de Kennicott y de sus ideales médicos. A todas les pareció agradable, pero inocente.

Hasta el fin se esforzó en tenerlas contentas. Dijo a Juanita, la presidenta del club, que quería invitarlas una tarde. «Sólo que —añadió— no sé si podré ofrecerles un refrigerio tan delicado como la ensaladilla de la señora Dyer o aquel dulce tan exquisito que tomamos en su casa, amiga mía».

—¡Espléndido! Precisamente necesitábamos alguna que diese alguna fiesta el 17 de marzo. ¿Verdad que sería muy original que celebráramos el día de San Patricio jugando al bridge? Me gustaría mucho ayudarla a usted. Me alegro de que haya aprendido usted a jugar al bridge. Al principio, yo no estaba muy segura de que le fuera a gustar Gopher Prairie, pero ahora es encantador ver lo bien que se encuentra usted con nosotras. Quizá no seamos tan distinguidas como las de las ciudades, pero nos divertimos mucho, y vamos a nadar en el verano, y a bailar, y lo pasamos muy bien. Somos un grupo muy simpático, siempre que se nos tome tal y como somos.

—Estoy convencida de eso. Le agradezco muchísimo la idea que me ha dado de celebrar el día de San Patricio jugando al bridge.

—¡Oh! ¡No tiene importancia! Siempre he creído que en nuestro club nos sobran las ideas originales. Si conociera usted otras ciudades como Wakamin, Joralemon y otras por el estilo, se convencería de que Gopher Prairie es la más animada y más distinguida de todo el Estado. ¿Sabía usted que Percy Bresnahan, el famoso fabricante de automóviles, es de aquí? Sí; me parece que una fiesta el día de San Patricio será una cosa muy original y muy divertida, sin que le tenga que chocar a nadie, ni mucho menos.

Sinclair Lewis
Calle Mayor

«Calle Mayor» (1920) es la novela de Lewis donde se condensan con mayor brillantez los múltiples elementos de interés que dotan a toda su obra de una altura literaria poco habitual. Se narran las desventuras de Carlo Kennicott, una joven rebelde, casada con el médico de una pequeña ciudad estadounidense, que verá cómo todos sus intentos de convertir esa inhóspita aldea en una agradable ciudad se ven truncados por la cerrazón de los caciques locales y la envidia de sus mujeres, llegando a contagiarse ella misma de esa manera de pensar. La lucha de la protagonista contra el resto de la ciudad adquiere unas dimensiones épicas en esta deslumbrante novela de corte clásico que nos trae a la memoria aquellas grandes narraciones donde el individuo en solitario emprende la lucha más sincera posible: la reivindicación de su identidad a través de la defensa de aquello que considera justo y necesario.

Calles de Gijón

Calles de Gijón

16 marzo 2021

16 de marzo

Llegóse al mes de septiembre, y asistí a los tres únicos acontecimientos importantes que pudieron verse en la villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa durante el transcurso de todo un año: el día 8, fiesta de la Caridad, salió paseada en angarillas, bajo palio y en procesión, la Virgen Catalana de la parroquia; siete días después salió, también en procesión, la Virgen de los Frómeta, y, a la siguiente semana, la Virgen de los César, con sus charangas y coheterías. Luego, se volvió a lo de siempre, con algún regocijo familiar traído por un bautizo, o un largo doble de campana traído por una muerte… Después de haberme abierto el universo de Martí, en el cual penetraba yo con creciente admiración por quien había entendido su época como nadie, en la Europa de su tiempo, habría sido capaz de hacerlo por confinarse entre horizontes demasiado inmediatos, mi médico, más requerido por mi amistad que por mis muy escasos achaques, seguía divirtiéndome prodigiosamente en su continuo hallazgo de textos singulares, que me llevaba con el orgullo del cazador ufano de haber derribado una liebre con certera puntería. Esta vez, se trataba de un texto bastante inesperado, en realidad, agarrado al vuelo en uno de los muchos tomos de las Memorias de Saint-Simon: “El día 16 de marzo (1717), día de Pentecostés, Pedro Primero, Czar de Rusia, fue a los Inválidos, donde quiso verlo todo. En el refectorio probó la sopa de los soldados y también su vino, dándoles el trato de… camaradas—“¡Ya entonces! ¡Como hoy!…A usted, que es de allá, debe interesarle mucho esto…” Confieso que tuve un reflejo de defensa. El doctor nunca me hablaba de política. Escaldada como lo estaba por los acontecimientos que había padecido en carne propia, reaccioné con forajida suspicacia, oliéndome la trampa, donde acaso no había ninguna: —“No veo por qué esto tiene que interesarme muy especialmente.” —“Bueno… Por lo de Pedro el Grande.” Y ahora, yendo en pos de su idea: “La palabra está en Moliére… Y resulta que su origen es español… Siglo xvi… De “camada”, camarada: compañero de una misma camada… También la encontré en Quevedo…” De súbito, unos telones que tenía obstinadamente corridos en tomo a mi existencia presente, se rasgaron. Y volvieron a rodearme algunas sombras ya remotas, puestas en su ambiente primero: “Camarada es palabra que se encuentra en Quevedo.” Esto —lo recuerdo claramente— me lo dijo Enrique, la primera vez que hablamos —largamente hablamos— en aquella taberna de Valencia donde premonitoriamente se me pintó un mundo al cual él mismo habría de llevarme… Me esfuerzo en zafarme de lo vivido, en borrar mis propias huellas, en olvidar los caminos recorridos. Pero esos caminos me siguen los pasos, se me alargan como los tiros de un arreo, enganchándome finalmente a un carro de vivencias, cuya carga de rostros, trajes, máscaras, disfraces y telones, se me acrece con los años. “Aunque encubras estas cosas en tu corazón, yo sé que de todas te has acordado ” —léese en el Libro de Job. Job eres ahora, en comparación con lo que quisiste ser. Pero, aunque hayas querido abdicar de ti misma, no puedes hacerlo. Y ahora, por exorcizar tus propios fantasmas, les sales al paso, les abres las puertas, y los invitas cada día a que hablen por tu mano en unas notas que vas acumulando, con creciente placer, en un gran Libro de caja, de hojas cuadriculadas, con tapas de cartón amarillo que, a falta de algo más elegante, has podido conseguir en una tienda mixta de aquí. Escribes unas memorias que a nadie se destinan y que, por la imposibilidad de decirlo todo a partir de ciertas experiencias compartidas, se detendrán en el umbral de los actos más significantes de tu intimidad de mujer, que precisarían de palabras mayores para explicar lo que a menudo dimana de lo irracional. Y, llevada por tu trabajo sin más objeto que el grato cumplimiento de una tarea sin objeto (“encanto siempre renovado de una ocupación inútil”, escribió Ravel bajo el título de sus Valses nobles y sentimentales) te dejas arrastrar —tú eres quien ya no ofreces resistencia— por los recuerdos más ordenados y coherentes que logras hacer bajar al papel gradualmente obscurecido por la tinta de tu pluma… Y si toda práctica iniciaca implica la prueba de un Viaje, diremos que tu primer viaje se acompañó, para ti, aunque no tuvieses conciencia de ello, de un primer encuentro con la Historia. Recuerdas, sí, recuerdas…

Alejo Carpentier
La consagración de la primavera

Su acción comienza a finales de la década del treinta del siglo XX, en uno de los hospitales de descanso de los heridos de las Brigadas Internacionales y culmina en la Batalla de Playa Girón, hecho histórico que mucho conmoviera a su autor. Es esta una novela –clasificada por el propio Alejo como “la más ambiciosa y larga, a la vez que la más política, resuelta y decididamente revolucionaria”– que entrecruza disímiles espacios y tiempos, a partir de la intensa vida de sus personajes protagónicos, Vera y Enrique, relatores, ambos, de sus respectivas historias, las que convergen, al final, en el triunfo de un nuevo mito en Cuba. Obra que deslumbra, de modo especial, por la simpática erudición de que hace gala Carpentier, de su dominio del lenguaje y de su indiscutible madurez narrativa.

Calles de Gijón

Calles de Gijón

15 marzo 2021

15 de marzo

Allí, en el edificio donde ahora está el salón de lavandería, encontré para la hija de Muller una habitación que casi correspondía a las condiciones exigidas: era espaciosa, no mal amueblada, y tenía una gran ventana que daba a uno de los viejos jardines patricios. En pleno centro urbano, reinaba la calma y la tranquilidad después de las cinco de la tarde.

Alquilé la habitación para el 1 de febrero. Después tuve complicaciones, porque, a fines de enero, Muller me escribió que su hija se había puesto enferma y no podía venir hasta el 15 de marzo; me preguntaba si yo podía conseguir que la habitación continuara libre, sin pagar el alquiler. Le escribí una carta furiosa y le expliqué los problemas de la vivienda en la ciudad. Después quedé avergonzado al ver con qué humildad me contestaba y se declaraba dispuesto a pagar seis semanas de alquiler.

Apenas si volví a pensar en la muchacha. Sólo me aseguré de que Muller había ido pagando el alquiler. Lo había enviado, y al informarme, la patrona me preguntó lo mismo que me había preguntado cuando fui a ver la habitación:

—¿Es su amiga, verdad? ¿Seguro que no es su amiga?

—¡Dios mío! —dije malhumorado—, le aseguro que no conozco a la muchacha.

—No tolero —continuó— que…

—Sé lo que usted no tolera —dije—. Pero le repito que no conozco a la muchacha.

—Bien —dijo, y yo la odié por su sonrisa de conejo—, sólo lo pregunto porque con los novios, hago a veces una excepción.

—¡Dios mío! —dije—, ¡novios encima! Tranquilícese, por favor.

Pero no pareció tranquilizarse.

Llegué a la estación con unos minutos de retraso y, mientras echaba las monedas en la máquina de los billetes de andén, intenté recordar a la muchacha que cantaba «Suweija» cuando yo llevaba los cuadernos de lenguas modernas a través del pasillo oscuro, hacia la habitación de Muller. Me situé en la escalera que bajaba al andén y pensé: rubia, veinte años, viene a la ciudad para ser maestra. Al mirar a la gente que pasaba por mi lado me pareció que el mundo estaba lleno de chicas rubias de veinte años, tantas eran las que llegaban en aquel tren. Todas llevaban, maletas en la mano y parecían venir a la ciudad para ser maestras. Estaba demasiado cansado para dirigirme a una de ellas, encendí un cigarrillo y me fui al otro lado de la puerta de acceso, y vi que tras la barandilla había una chica sentada en una maleta, que había estado todo el tiempo detrás de mí: tenía el pelo oscuro y su abrigo era verde como la hierba crecida durante una cálida noche lluviosa, tan verde que me pareció que debía de oler a hierba. Tenía el pelo oscuro, como los tejados de pizarra después de llover, el rostro blanco, de un blanco casi tan deslumbrante como una capa de revoque fresco, a través de la cual brillan tonos ocres. Pensé que era maquillaje, pero no lo era. Así que vi aquel abrigo de color verde brillante, y aquel rostro, me entró miedo de pronto, el mismo miedo que sienten los descubridores al pisar la tierra desconocida, sabiendo que otra expedición sigue el mismo camino y que quizá ha plantado ya la bandera y tomado posesión del territorio; como los descubridores, obligados a temer que sean en vano las penalidades del largo viaje, todas las fatigas, el jugar a vida o muerte.

Aquella cara se metió muy dentro de mí, me penetró, me pasó de parte a parte como un cuño que, en lugar de hacer presión sobre barras de plata, se encontrase con cera. Era como si me hubiesen atravesado sin sacarme sangre. Durante un momento de locura, sentí el deseo de destruir aquel rostro, como el pintor destruye la piedra litográfica de la que no ha sacado más que una copia.

Heinrich Böll
El pan de los años mozos

Son los tiempos de postguerra en Alemania. El joven protagonista inicia precisamente en esos duros y difíciles días su vida de trabajo.

En ésta, como en otras de sus obras, Heinrich Böll —Premio Nobel de Literatura 1972— denuncia el vacío escalofriante del que padece la humanidad. Su crítica social va dirigida hacia la hambruna, la escasez, el mercado negro, y además fustiga sin piedad antivalores como el consumismo de una sociedad que califica como «americanizada».

Pero El pan de los años mozos es también una historia de amor que, como señala el crítico Ignacio Valente, se mueve en el plano de las relaciones profundas que se crean entre un hombre y una mujer bajo la superficie de los ademanes y palabras más simples, esta carga secreta y subterránea de miedo, ternura, asombro, deseo, torpeza, veneración, que se encierra en los pocos minutos del primer encuentro.

Calles de Gijón

Calles de Gijón

14 marzo 2021

14 de marzo

—¿HIZO la guerra contra Napoleón? —preguntó Max.

—Sí; en ella comenzó a distinguirse. Al comenzar la guerra de la Independencia, Carlos de España se hallaba en el Ejército de Cataluña al mando del general Vives. Luego estuvo a las órdenes de don Teodoro Reding, y después fue enviado a Salamanca al frente de una guerrilla. Agregado más tarde al general inglés Wilson, tomó parte en la batalla de Barba del Puerco y en la que se dio cerca de Alcántara. Mandaba entonces como comandante el batallón de Tiradores de Castilla, y asistió a la defensa del Puerto de Baños, por lo cual se le dio el grado de coronel el 19 de agosto de 1809.

—Está usted bien enterado.

—Sí; me ha gustado la historia contemporánea —contestó el señor Escobet—. El 18 de octubre del mismo año tomó parte en la batalla victoriosa de Tamames y en los ataques de Fresno, Medina del Campo, Alba de Tormes, Puerto del Pico y Cáceres, por lo que fue ascendido a brigadier en 14 de marzo de 1810. Por entonces operó en combinación con las partidas de don Julián Sánchez y de don Martín de la Carrera. Su brigada estuvo durante algún tiempo en la división que mandaba el mariscal de campo don Carlos O’Donnell. Este O’Donnell era absolutista, hermano de don Enrique y padre del general liberal don Leopoldo, que ha luchado en las Vascongadas y que dicen ahora lo van a nombrar capitán general del Centro para luchar contra Cabrera.

—¡Qué memoria! —exclamó Max.

—Después España mandó una división de Infantería en Portugal a las órdenes de lord Wellington y sitió Badajoz con Beresford. En la batalla de Albuera nuestro conde fue herido gravemente y le sustituyó don Pedro Agustín Girón, segundo de Castaños. En Albuera se lució más que nadie Zayas. Lord Byron cantó este combate.

—Es verdad; en Childe Harold —dijo Hugo, en una estrofa que comienza diciendo: «¡Oh, Albuera, campo de gloria y de duelo!».

—Después de curado Carlos de España, Castaños le envió a alistar reclutas en Castilla la Vieja. Molestaba mucho el conde a los enemigos, e irritado porque el general Mouton, comandante de unas tropas francesas que entraron en Ledesma, fusiló a seis prisioneros españoles veinticuatro horas después de haberlos cogido, España hizo otro tanto con igual número de franceses, escribiendo en 12 de octubre al gobernador de Salamanca, Tiebault, el aficionado a la literatura, una carta que apareció en la Gaceta de la Regencia del 12 de noviembre de 1811, y que decía así.

—Aquí entre los papeles la tengo —siguió diciendo el boticario, y leyó:

Es preciso que V.E. entienda y haga entender a los demás generales franceses que siempre que se cometa por su parte semejante violación de los derechos de la guerra o que se atropelle algún pueblo o particular, repetiré yo igual castigo inexorablemente en los oficiales y soldados franceses…, y de este modo se obligará al fin a conocer que la guerra actual no es como la que suele hacerse entre soberanos absolutos, que sacrifican la sangre de sus desgraciados pueblos para satisfacer su ambición o por el miserable interés, sino que es guerra de un pueblo libre y virtuoso que defiende sus propios derechos y la corona de un rey a quien libre y espontáneamente ha jurado y ofrecido obediencia mediante una Constitución sabia, que asegurará la libertad política y la felicidad de la nación.

—Así, que entonces era constitucional, y luego enemigo de la Constitución —dijo Max.

—Eso no tiene nada de particular —añadió Hugo—. ¿Quién no cambia?

Pío Baroja
Humano enigma
Memorias de un hombre de acción - 17

Una vez terminada la trilogía constituida por Las figuras de cera, La nave de los locos y Las mascaradas sangrientas, Baroja pensó seguir adelante con dos novelas que, en esencia, se desarrollan en Cataluña. Para escribirlas llevó a cabo un viaje por las zonas que fueron teatro de la acción del personaje principal de estas dos novelas: El Conde de España. El título de la primera, Humano Enigma, es alusivo a la extrañísima personalidad de aquel hombre que dejó fama de sanguinario y cruel como ninguno, tanto en su actuación en Barcelona durante el período absolutista, del reinado de Fernando VII, como en la de general en jefe carlista de Cataluña al final del conflicto. Como el Conde de España era de origen francés y tenía raigambre en el otro lado de los Pirineos, Baroja completó su información en los lugares de donde provenía.

Lo que, en esencia, le interesaba, como psicólogo, era contrastar la imagen popular del Conde, hecha por los escritores liberales y por los que fueron objeto de sus persecuciones, con imágenes, no apologéticas precisamente, pero que daban otra cara o faceta del hombre: la del militar del Antiguo Régimen, con educación aristocrática, dieciochesca y cierta dignidad exterior de noble de tiempos anteriores.

Pero para que el carácter fuera todavía más enigmático, Baroja encontraba que el Conde de España era, además, una especie de humorista macabro y, como militar, más culto que otros muchos de su época. El retrato minucioso que hizo de él, tomando como pretexto una acción novelesca romántica, de la que el protagonista es el narrador, o mejor dicho el que observa, es uno de los más vivos e impresionantes de cuantos da en las «Memorias de un hombre de acción», que son muchos.



OTOÑO

OTOÑO El blanco velador de mármol con una veta negra; la memoria de lo profundo de la tierra, allí donde se encuentra para siempre el amor, ...