27 septiembre 2023

La espada de Weland (1)

La espada de Weland

Los niños estaban en el teatro representando ante las tres vacas todo lo que podían recordar del Sueño de una noche de verano. Su padre les había hecho un extracto de la larga comedia de Shakespeare y lo habían ensayado con él y con su madre hasta que lo aprendieron de memoria. Comenzaron cuando Nick Bottom, el tejedor, aparece entre los matorrales con una cabeza de asno sobre sus hombros y encuentra a Titania, reina de las hadas, dormida. Después pasaron a la escena en la que Bottom solicita de las tres pequeñas hadas que le rasquen la cabeza y le traigan miel y concluyeron cuando cae dormido en los brazos de Titania. Dan interpretaba los papeles de Puck y de Nick Bottom y también los de las tres hadas. Llevaba un gorro de trapo acabado en punta, para hacer de Puck, y una cabeza de asno de papel —que se rasgaba si no se manejaba con cuidado—, extraída del interior de un triquitraque navideño, para representar a Bottom. Una hacía de Titania, con una guirnalda de columbinas y una varita de digital.

El teatro estaba en la pradera conocida por el Gran Declive. Un pequeño canal que llevaba agua a un molino situado dos o tres campos más allá, ceñía uno de sus confines y en la mitad de la ladera había un amplio y espacioso círculo de hierba oscura que formaba el viejo escenario donde se reunían las hadas. Las orillas del canalillo molinero se cubrían con matojos espesos de sauce, de avellano y de bola de nieve y proporcionaban lugares adecuados para esperar, antes de que llegase el momento de aparecer en escena; y hasta una persona mayor que conocía los contornos, había afirmado que ni el mismo Shakespeare hubiese podido imaginar escenario más adecuado para representar su obra. Como es lógico, no se les permitía actuar la noche misma del solsticio de verano, pero sí les dejaban bajar la víspera, después del té, cuando las sombras comenzaban a caer. Llevaban consigo la cena: huevos duros, galletas Bath Oliver y un sobrecillo con sal. Las tres vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban sin pausa, produciendo un rumor de hierba desgarrada que descendía a lo largo de la pradera; el ruido del molino sonaba como pies desnudos arrastrándose sobre una superficie endurecida y un cuclillo, posado en el portón de la valla, entonaba su cantar de junio cu-cu-cú, mientras un martin pescador volaba desde el canal al río que corría al otro lado de la pradera. Todo lo demás se cubría de una especie de calma adormecida, espesa, con perfume a hierba seca.

La comedia discurría a la perfección. Dan recordaba todos sus papeles: Puck, Bottom y las tres hadas, y Una no olvidó tampoco ni una sola palabra del de Titania, ni siquiera el difícil fragmento en el que cuenta a las hadas cómo alimentar a Bottom con «albaricoques, higos verdes y zarzamoras», ni los versos concluidos en «íes». Quedaron ambos tan satisfechos que repitieron la obra tres veces, de principio a fin, antes de sentarse en el centro del círculo, limpio de matojos y de cardos, para tomar los huevos y las galletas Bath Oliver. Fue entonces cuando oyeron un silbido entre los alisos de la orilla y ambos se pusieron en pie de un salto.

La maleza se abrió. Y en el mismo lugar donde Dan había interpretado a Puck, descubrieron la presencia de un personaje menudo, de tez morena, amplias espaldas, orejas agudas, nariz achatada y ojos azules y oblicuos, que les dirigía una sonrisa que iluminaba su rostro pecoso. Se llevó una mano a la frente como si estuviese observando a Quince, Snout, Bottom y todos los demás, ensayando Píramo y Tisbe, y con voz tan profunda como la de las tres vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:

¿Qué rústicos patanes son éstos que están charlando
tan cerca del lugar donde reposa la reina de las hadas…?

Se interrumpió, ahuecó la mano sobre un oído y con un guiño travieso, siguió recitando:

¡Cómo! ¿Van a representar una comedia?
Pues asistiré como espectador.
Y aún haré de actor si se presenta el caso…

Los niños le miraron boquiabiertos. Aquel pequeño ser —apenas llegaba al hombro de Dan—, avanzó en silencio hacia el centro del escenario:

—Estoy más bien falto de práctica —dijo—. Pero es ésta la manera como se debe interpretar mi papel.

Los niños siguieron mirándole, desde su sombrero azul marino, como la flor de las columbinas, hasta sus pies desnudos y vellosos. Al fin, rio:

—Por favor, no me miréis así. No es culpa mía haber aparecido. ¿Qué otra cosa podíais esperar? —preguntó.

—No esperábamos nada —respondió Dan lentamente—. Esta pradera es nuestra.

—¿De verdad? —se extrañó el recién llegado, sentándose—. ¿Entonces por qué razón habéis representado tres veces el Sueño de una noche de verano, en vísperas del solsticio, en mitad de un praderío y en una de las más viejas colinas de la vieja Inglaterra? Pook Hill-Puck Hill-Puck Hill-Pook Hill. Eso está más claro que la nariz que llevo en la cara.

Señaló las laderas cubiertas de helechales de Pook Hill que ascendían desde el canalillo hasta los tupidos bosques. Más allá del bosque el terreno seguía su ascensión hasta que, por fin, llegaba a la cumbre de la colina, donde estaban las ruinas de la torre de señales, desde la cual podían observarse las llanuras de Pevensey y las suaves ondulaciones de los Downs que concluían en el Canal.

—¡Por todos los robles, fresnos y espinos…! —exclamó el recién llegado, aun riendo—. Si esto hubiese ocurrido hace unos pocos cientos de años, hubierais congregado aquí a todos los espíritus de las colinas, como un enjambre de abejas en junio.

—No creíamos estar haciendo nada malo —se excusó Dan

Rudyard Kipling

Puck de la colina de Pook

CANCIÓN DE PUCK


¿Ves esa irregular senda que corre

paralela a los surcos de los trigos?

Ahí fue donde emplazaron los cañones

que al rey Felipe hundieron los navíos.

¿Ves cómo gira el viejo molino,

movido por las aguas del riachuelo?

Moliendo grano su escote ha satisfecho

desde que el Domesday Book fue conocido.

¿Ves nuestros bosques de tranquilos robles

y las temidas charcas más allá?

En ellos sucumbieron los sajones

cuando Harold pasó a la eternidad.

¿Ves la llanura en vientos extendida

en donde pasta el buey de roja capa?

Fue la ciudad poblada y conocida

antes que Londres tuviese una casa.

¿Ves después de la lluvia los cimientos

de cisternas y tumbas funerarias?

Tal fue de las legiones campamento

cuando César llegó desde las Galias.

¿Ves esa señal fulgente y pálida

como una sombra sobre nuestra tierra?

Son muros que trazó el hombre de piedra

en protección de sus ciudades mágicas.

Caminos, campos y ciudades idos,

viejas artes que cesan, paces, guerras,

páramos donde hoy nos crece el trigo:

así, de pronto, nos nació Inglaterra.

Sus tierras y sus aguas son, en fin,

con bosques y sus aires aprendices

de los de Gramayre, la isla de Merlin,

donde tú y yo podemos ser felices.

Rudyard Kipling

Puck de la colina de Pook

Romero

Especias y condimentos: romero

17 septiembre 2023

Brenda me pidió que le sujetase las gafas

 La primera vez que la vi, Brenda me pidió que le sujetase las gafas; luego dio unos pasos, hasta situarse en el borde del trampolín, y miró la piscina con ojos de no ver nada; podrían haber quitado el agua, que Brenda, de puro miope, no se habría enterado. Se lanzó con mucho estilo y un momento después ya estaba nadando hacia el lateral de la piscina, con la cabeza de pelo muy corto, color caoba, erguida y estirada hacia adelante, como una rosa en lo alto de un tallo muy largo. Se subió al borde, deslizando el cuerpo, y en seguida la tuve al lado. «Gracias», me dijo, con los ojos acuosos, aunque no por el agua. Alargó una mano y recogió las gafas, pero no se las puso hasta dar media vuelta y echar a andar. Me quedé mirándola mientras se alejaba. De pronto, hicieron aparición sus manos, detrás de ella. Se agarró el fondillo del bañador con el pulgar y el índice y colocó en el lugar que le correspondía la carne que quedaba expuesta. Me dio un brinco la sangre.

Aquella noche, antes de cenar, la llamé.

—¿A quién llamas? —me preguntó la tía Gladys.

—A una chica que he conocido hoy.

—¿Te la presentó Doris?

—Doris no me presentaría ni al que limpia la piscina, tía Gladys.

—No estés criticándola todo el tiempo. Una prima es una prima. ¿Cómo la conociste, a la chica esa?

—No la he conocido, en realidad. La he visto.

—¿Quién es?

—Se apellida Patimkin.

—No me suena, Patimkin —dijo la tía Gladys, como si conociera a todos y cada uno de los miembros del Club de Campo Green Lane. ¿Vas a llamarla sin conocerla?

—Sí —le expliqué. Yo mismo me presentaré.

—Estás hecho un Casanova —dijo ella, y siguió preparándole la cena a mi tío.

Nunca cenábamos juntos: la tía Gladys lo hacía a las cinco en punto, mi prima Susan a las cinco y media, yo a las seis, y mi tío a las seis y media. No hay nada que lo explique, salvo el detalle de que mi tía está loca.

—¿Dónde está la guía de teléfonos del extrarradio? —le pregunté, tras haber sacado una por una todas las guías de debajo de la mesita del teléfono.

—¿Qué?

—La guía de teléfonos del extrarradio. Quiero llamar a Short Hills.

—¿La guía esa tan finita? No tengo por qué abarrotar la casa con cosas así. No la uso nunca.

—¿Dónde está?

—Debajo del aparador con la pata rota.

—Por Dios —dije yo.

—Mejor llama a información. La vas a sacar de un tirón y me vas a dejar revueltos los cajones del aparador. Y no me des la lata ahora, que va a llegar tu tío en cualquier momento y todavía no te he puesto la comida a ti.

—Tía Gladys, ¿por qué no cenamos todos juntos esta noche? Hace calor, te costará menos trabajo.

—Claro, y servir cuatro platos distintos al mismo tiempo. Tú comes la carne en estofado, Susan con requesón, Max en filete. El viernes es su noche de filete, no voy a negársela. Y yo comeré un poco de pollo frío. ¿Quieres que me pase el rato levantándome y sentándome? ¿Qué te crees que es esto, un asilo?

—¿Por qué no comemos todos filete, o pollo frío…?

—Me vas a enseñar tú a llevar una casa, a estas alturas. Anda y llama a tu amiguita.


Goodbye, Columbus

Philip Roth, 1959

Traducción: Ramón Buenaventura


Goodbye, Columbus es el primer libro publicado por el autor estadounidense Philip Roth. La novela corta de la que toma el título el libro narra el idilio veraniego de dos jóvenes universitarios. Neil Klugman procede de la parte pobre de Newark, y Brenda Patimkin, de la zona residencial. Tal vez por eso, en su apasionada aventura intervienen decisivamente la noción de clase y la desconfianza. El libro fue un éxito de crítica para Roth, aunque su controvertida temática le hizo ser calificado por algunos como un judío antisemita.

Noche, luna, almendros floridos

Promptografías creadas con IA

08 septiembre 2023

La aldea estaba situada en lo alto de una suave loma

La aldea estaba situada en lo alto de una suave loma en mitad de los plantíos de trigo del extremo noreste de Oxfordshire. La llamaremos Colina de las Alondras por la cantidad de alondras que usaban los campos de sus alrededores como plataforma de despegue y que tenían costumbre de anidar en los eriales entre las hileras de maíz.

A su alrededor, el terruño duro y arcilloso de los campos de cultivo se extendía en todas direcciones; árido, pardo y azotado por el viento durante ocho meses al año. Con la primavera llegaba la verde explosión del maíz, las violetas crecían bajo los setos y los sauces blancos florecían junto al arroyo, en el extremo de «Los cien acres». Pero solo durante unas semanas, a finales de verano, el paisaje era realmente bello. Entonces, el maíz maduro y cimbreante de los campos parecía crecer hasta alcanzar las puertas de las casas y la aldea se convertía en una isla en mitad de un mar de oro oscuro.

Flora Thompson

Trilogía de Candleford


La Trilogía de Candleford es un clásico de la Inglaterra rural victoriana inspirado en la infancia y juventud de Flora Thompson. Cuenta la historia de tres comunidades vecinas de Oxfordshire: la aldea de Juniper Hill (Colina de las Alondras), donde Flora creció; Buckingham (Candleford), una pequeña ciudad cercana, y el pueblo de Fringford (Candleford Green), donde Flora consiguió su primer trabajo como oficinista de correos. A través de la mirada de Laura, una niña de la aldea que va creciendo a lo largo de los tres libros, la obra captura un mundo aún marcado por las cosechas, los viejos juegos infantiles y un sinfín de canciones al alba en la taberna del lugar. Un mundo que se desvanece porque el campo se mecaniza, las muchachas regresan con ideas modernas de servir en la ciudad y las endiabladas bicicletas invaden la campiña para desconcierto de las viejas generaciones.

Flores de cornejo

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Caballo