07 mayo 2021

7 de mayo

Heatherlegh, que probablemente nos seguía, se dirigió hacia donde yo estaba.

—Doctor —dije, mostrándole mi rostro—, he aquí la firma con que la señorita Mannering ha autorizado mi destitución. Puede usted pagarme el lakh de la apuesta cuando lo crea conveniente, pues la ha perdido.

A pesar de la tristísima condición en que yo me encontraba, el gesto que hizo Heatherlegh podía mover a risa.

—Comprometo mi reputación profesional… —Fueron sus primeras palabras.

Y las interrumpí diciendo a mi vez:

—Ésas son necedades. Ha desaparecido la felicidad de mi vida. Lo mejor que usted puede hacer es llevarme consigo.

El calesín había huido. Pero antes de eso, yo perdí el conocimiento de la vida exterior. El crestón de Jakko se movía como una nube tempestuosa que avanzaba hacia mí.

Una semana más tarde, esto es, el 7 de mayo, supe que me hallaba en la casa de Heatherlegh tan débil como un niño de tierna edad. Heatherlegh me miraba fijamente desde su escritorio. Las primeras palabras que pronunció no me llevaron un gran consuelo, pero mi agotamiento era tal, que apenas si me sentí conmovido por ellas.

—La señorita Kitty ha enviado las cartas de usted. La correspondencia, a lo que veo, fue muy activa. Hay también un paquete que parece contener una sortija. También venía una cartita muy afectuosa de papá Mannering, que me tomé la libertad de leer y quemar. Ese caballero no se muestra muy satisfecho de la conducta de usted.

—¿Y Kitty? —pregunté neciamente.

—Juzgo que está todavía más indignada que su padre, según los términos en que se expresa.

»Ellos me hacen saber igualmente que antes de mi llegada al sitio de los acontecimientos usted refirió un buen número de reminiscencias muy curiosas. La señorita Kitty manifiesta que un hombre capaz de hacer lo que usted hizo con la señora Wessington, debería levantarse la tapa de los sesos para librar a la especie humana de tener un semejante que la deshonra. Me parece que la damisela es persona más para pantalones que para faldas.

»Dice también que usted ha de haber llevado almacenada en la caja del cuerpo una cantidad muy considerable de alcohol cuando el pavimento de la carretera de Jakko se elevó hasta tocar la cara de usted. Por último, jura que antes morirá que volver a cruzar con usted una sola palabra».

Yo di un suspiro, y volví la cara al rincón.

—Ahora elija usted, querido amigo. Las relaciones con la señorita Kitty quedan rotas, y la familia Mannering no quiere causarle a usted un daño de trascendencia. ¿Se declara terminado el noviazgo a causa de un ataque de delirium tremens, o por ataques de epilepsia?

»Siento no poder darle a usted otra causa menos desagradable, a no ser que echemos mano al recurso de una locura hereditaria. Diga usted lo que le parezca, y yo me encargo de lo demás. Toda Simla está enterada de la escena ocurrida en la Milla de las lamas. Tiene usted cinco minutos para pensarlo».

Creo que durante esos cinco minutos exploré lo más profundo de los círculos infernales, por lo menos lo que es dado al hombre conocer de ellos mientras lo cubre una vestidura carnal. Y me era dado, a la vez, contemplar mi azarosa peregrinación por los tenebrosos laberintos de la duda, del desaliento y de la desesperación.

—Me parece que esas personas se muestran muy exigentes en materia de moralidad. Déles usted a todas ellas expresiones afectuosas de mi parte. Y ahora quiero dormir un poco más.

Los dos sujetos que hay en mí se pusieron de acuerdo para reunirse y conferenciaron, pero el que es medio loco y medio endemoniado, siguió agitándose en el lecho y trazando paso a paso el viacrucis del último mes.

«Estoy en Simla —me repetía a mí mismo—; yo, Jack Pansay, estoy en Simla, y aquí no hay duendes. Es una insensatez de esa mujer decir que los hay. ¿Por que Inés no me dejó en paz? Yo no le hice daño alguno. Pude haber sido yo la víctima, como lo fue ella. Yo no la maté de propósito. ¿Por qué no me deja solo… solo y feliz?».

Serían las doce del día cuando desperté, y el sol estaba ya muy cerca del horizonte cuando me dormí. Mi sueño era el del criminal que se duerme en el potro del tormento, más por fatiga que por alivio.

Al día siguiente no pude levantarme. El doctor Heatherlegh me dijo por la mañana que había recibido una respuesta del señor Mannering y que gracias a la oficiosa mediación del médico y del amigo, toda la ciudad de Simla me compadecía por el estado de mi salud.

—Como ve usted —agregó en tono jovial—, esto es más de lo que usted merece, aunque en verdad ha pasado una tormenta muy dura. No se desaliente; sanará usted, monstruo de perversidad.

Pero yo sabía que nada de lo que hiciera Heatherlegh aliviaría la carga de mis males.

A la vez que este sentimiento de una fatalidad inexorable, se apoderó de mí un impulso de rebelión desesperada e impotente contra una sentencia injusta. Había muchos hombres no menos culpables que yo, cuyas faltas, sin embargo, no eran castigadas, o que habían obtenido el aplazamiento de la pena hasta la otra vida.

Me parecía por lo menos una iniquidad muy cruel y muy amarga que sólo a mí se me hubiese reservado una suerte tan terrible. Esta preocupación estaba destinada a desaparecer para dar lugar a otra en la que el calesín fantástico y yo éramos las únicas realidades positivas de un mundo poblado de sombras. Según esta nueva concepción, Kitty era un duende; Mannering, Heatherlegh y todas las personas que me rodeaban eran duendes también; las grandes colinas grises de Simla eran sombras vanas formadas para torturarme.

Durante siete días mortales fui retrogradando y avanzando en mi salud, con recrudecimientos y mejorías muy notables; pero el cuerpo se robustecía más y más, hasta que el espejo, no ya sólo Heatherlegh, me dijo que compartía la vida animal de los otros hombres.

¡Cosa extraordinaria! En mi rostro no había signo exterior de mis luchas morales. Estaba algo pálido, pero era tan vulgar y tan inexpresivo como siempre. Yo creí que me quedaría alguna alteración permanente, alguna prueba visible de la dolencia que minaba mi ser. Pero nada encontré.

La litera fantasma
Rudyard Kipling

Periodista, poeta, cuentista de gran calidad, novelista y —para muchos— intérprete o profeta del imperialismo británico, RUDYARD KIPLING nació en Bombay, India, en 1865. En 1907 conquistó el premio Nobel de literatura. Algunas obras: Plain Tales from the Hills, Barrack Room Ballads, Many Inventions, The Jungle Book, Captains Courageus, Kim, etc. Murió en 1936.


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