El salario más constante del réferi es el ultraje. ¿Por qué entonces se anima a salir al campo con dos tarjetas judiciales en el bolsillo? ¿Qué compensación lo impulsa a estar ahí? Algunos son narcisistas de cabeza ostensiblemente rapada o blonda melena de beach boy; sin embargo, casi todos aspiran con humildad a no ser advertidos. Esta tarea ingrata depende de un inaudito amor al juego. El árbitro es el fan más raro.
Aunque su condición física sea buena, la ausencia de otras facultades lo condena a ser juez de un deporte que sin duda hubiera preferido jugar. Su pasión por intervenir, así sea como aguafiestas, comprueba que estamos ante el más enrevesado hincha del fútbol. Las horrorosas acusaciones acerca de la vencida honra de su madre no detienen a este mártir, capaz de sudar tras un balón intangible a cambio de contribuir a la gesta con su trémulo pitido.
Cada vez que un árbitro se equivoca, los fanáticos se acuerdan de la señora de cabellos grises que tuvo la mala fortuna de parirlo.
Un Día de las Madres coincidí en una cantina de la ciudad de México con el célebre árbitro Bonifacio Núñez. Ese 10 de mayo había organizado un festín con mariachi y decenas de convidados:
—Tengo que compensar lo que le gritan en la cancha —nos comentó, señalando a la abnegada anciana que remendaba sus calcetas.
Aunque el silbante acierte, no se lleva una ovación. Sólo como villano suscita ruidos.
La prueba de que la justicia futbolística es falible está en los esfuerzos actorales de los jugadores. Deseosos de afectar la subjetividad del juez, fingen haber recibido golpes de supremo estertor.
Hay delanteros muy dispuestos a desplomarse. Como los árbitros también ven televisión, desconfían de los que ya tienen fama teatral. A veces esto genera equívocos y al histrión de repertorio le dejan de marcar incluso las faltas auténticas.
El caso de Messi es muy distinto. Nunca ha sido un simulador y los réferis lo saben; el argentino es rigurosamente inarbitrable. Nunca se derrumba al primer contacto con un defensa y tiene insólita capacidad de recuperación. Aun en el césped parece capaz de concluir a jugada. En ocasiones, el juez se traga el silbato porque considera que el genio, ya derrumbado, sigue siendo peligrosísimo. Se trata de un pensamiento contra toda evidencia, pero así es como juega Messi: contra la evidencia.
Mesmerizado por el 10 del Barsa, el fiscal lo considera invulnerable y no quiere interrumpir sus obras de arte.
Juan Villoro
Balón dividido
Sin apartarse del principio conductor de Dios es redondo —«el futbol es la recuperación de la infancia»—, los retratos y las crónicas de Balón dividido abarcan a las figuras recientes del balompié actual —Piqué, Messi, Pep Guardiola, Cristiano Ronaldo, los hermanos Boateng— y, entre extraordinarias conexiones con la literatura, la historia y la psicología, como Juan Villoro nos ha acostumbrado, calienta el ambiente para los numerosos y encendidos debates que el futbol siempre concede, sobre todo en años mundialistas.
· ¿De qué manera las dificultades entre idiomas condujeron a la invención de las tarjetas con que los árbitros dictan sentencia?
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