María de Alzueta, otra niña de unos trece años, acusó por su parte de modo concreto a María de Echagaray, francesa, mujer de un soldado, de haber realizado con ella un rapto parecido, para llevarla a una junta que se celebró en un prado junto a las ermitas de San Felipe y Santiago. La descripción del aquelarre casi es igual a la que hizo la anterior. En vista de semejantes acusaciones, las autoridades de Fuenterrabía mandaron prender a las mujeres citadas en ellas. Una vez puestas ante sus jueces María de Garro, de Mendionde, de sesenta años, casada con el soldado Joanes de Lizardi; Inesa de Gaxen, mujer de Pedro de Sanza, de cuarenta y cinco años poco más o menos, natural de Labastide Clairance; María de Marra, de Oyarzun, de sesenta y nueve y María de Echagaray, de Hasparren y de cuarenta años, negaron. Inesa parece que tenía algunos antecedentes, que había sido procesada en Francia, pero que, como demostró con documentos, fue absuelta. Era mujer enérgica por lo que se ve. Mas he aquí que después de haberse tomado todas estas declaraciones negativas, María de Marra pidió que se le tomara otra y en ella confesó que, en efecto, era bruja. Esto a 6 de mayo de 1611. Fue instigada por distintas personas, por lo que confesó y dijo que su carácter de bruja provenía de la época en que estaba al servicio de Joan de Tapia, en la calle de Marianto, cuarenta y ocho años atrás. Un misterioso hombre, alto, con grandes y largos calzones, con la gorra calada hasta las narices, llegó a su aposento a eso de las once de la noche y la conminó a que le siguiera. El hombre la llevó al aquelarre de Santa Bárbara, donde halló al Demonio. Una vez hecha la presentación y abjuración el Demonio le entregó unos sapos para que los majase en agua e hiciera los ungüentos con los que untándose los viernes de cada semana en los pechos, hasta el ombligo, y debajo de los brazos, solía ir por los aires a dicho aquelarre o junta. Confesó también haber embrujado a dos hijos de Joanes de Alchacoa y María de Salinas, a una hija de Joan Pérez de Espinal, a Isabel García y a los nietos de Juanot de Hecheondo, pero que no había hecho daños en tierra y mar. Dijo después que había tenido cópula carnal con el demonio más de veinte veces y preguntándosele, por ultimo, donde tenía la olla de los ungüentos, dijo que hacía ocho días la tiró, haciéndose pedazos. Los bienes de las supuestas brujas fueron inventariados, María de Marra apenas los tenía y después desfilan para atestiguar, siempre de modo positivo, más niños y muchachas. Isabel de Araño, de catorce años, aseguró haber sido transportada a un aquelarre de Francia situado en unos juncales junto al Bidasoa, por Inesa de Gaxen, donde vio a María de Marra en el oficio de vigilante de las criaturas que guardaban sapos; Xacobe de Estacona, hija del capitán Jacobo, del mismo apellido, y de Mariana de Isturizaga, de once años, aludió a un aquelarre celebrado junto a la erpaita de San Telmo, al que le llevó la misma Inesa, mientras que María de Echegaray o Echagaray llevaba a su hermana Mariana, de cuatro años, y a su prima Francisca de Santesteban, de dos. Como Xacobe no quiso renegar de Dios la echaron sobre unas aliagas y la azotaron con un espino negro en las partes bajas. Luego la hicieron renegar a la fuerza, y el Diablo la selló con una marca caliente en el cuello, marca que por el momento no le causó dolor, pero que, al volver a su casa, se lo produjo muy fuerte.
Acusó también a Inesa de que había ido a perder navios al puerto de Pasajes. Repiten los cargos parecidos tres niños más y un niño, Joanes de Bidarray, de doce años, además de una moza de diecisiete, Mari López de Ezcorza. El acoso de las mujeres era, pues, absoluto. María de Marra pidió un careo con Inesa de Gaxen y María de Echagaray, después de afirmar que no eran cuarenta y ocho sino sesenta años los que llevaba de bruja. En una segunda audiencia, María de Echagaray confesó también serlo, instigada por Inesa, y como María de Marra, pidió un careo con ella. Se celebró éste; pero ni las súplicas del arcipreste de Fuenterrabía, don Gabriel de Abendaño, juez eclesiástico, ni las imprecaciones de las viejas acusadoras, ni los exorcismos, hicieron que Inesa, con una energía singular, dejara de afirmar su inocencia. En vista de lo infructífero del careo, los alcaldes, que pusieron en prisión cerrada a Inesa, determinaron enviar el proceso íntegro al inquisidor Salazar y Frías, que debía estar realizando ya sus averiguaciones en la montaña de Navarra. No debió producir poca sorpresa el que el inquisidor no prestara mucha atención al asunto. Por una carta que aparece al final de la copia del proceso, Salazar daba permiso para que se devolvieran los bienes a las acusadas… Casi todas tuvieron que dejar sus casas, sin embargo, y con dificultad aceptaron verse separadas de sus maridos. María de Garro alborotó no poco a consecuencia de su destierro. Pero este asunto del que se habla largo en las actas del proceso es ahora de interés secundario.
Julio Caro Baroja
Las brujas y su mundo
Un estudio antropológico de la sociedad en una época oscura
Este estudio clásico de Julio Caro Baroja acerca de Las brujas y su mundo cubre un amplio ámbito histórico y cultural: las características de la magia negra en el mundo grecolatino, la hechicería femenina entre los pueblos germánicos y eslavos, la adoración del demonio en la Europa medieval, la extensión de la práctica del sabbat a partir del siglo XIV, la brujería vasca en el vasca en el siglo XVI y los grandes procesos inquisitoriales de comienzos del siglo XVII (como el de las brujas de Zugarramurdi), la crítica de la Ilustración a la concepción mágica del mundo, la persistencia en el siglo XX de ese género de creencias dentro de sectores rurales conlindantes con centros urbanos e industriales altamente desarrollados, etc. Estas investigaciones resultan especialmente útiles para descubrir la función que las creencias mágicas desempeñan en las distintas sociedades y mostrar el carácter cambiante y elástico que para los hombres de diferentes épocas y culturas tienen las fronteras de la realidad.
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