Heatherlegh, que probablemente nos seguía, se dirigió hacia donde yo estaba.
—Doctor —dije, mostrándole mi rostro—, he aquí la firma con que la señorita Mannering ha autorizado mi destitución. Puede usted pagarme el lakh de la apuesta cuando lo crea conveniente, pues la ha perdido.
A pesar de la tristísima condición en que yo me encontraba, el gesto que hizo Heatherlegh podía mover a risa.
—Comprometo mi reputación profesional… —Fueron sus primeras palabras.
Y las interrumpí diciendo a mi vez:
—Ésas son necedades. Ha desaparecido la felicidad de mi vida. Lo mejor que usted puede hacer es llevarme consigo.
El calesín había huido. Pero antes de eso, yo perdí el conocimiento de la vida exterior. El crestón de Jakko se movía como una nube tempestuosa que avanzaba hacia mí.
Una semana más tarde, esto es, el 7 de mayo, supe que me hallaba en la casa de Heatherlegh tan débil como un niño de tierna edad. Heatherlegh me miraba fijamente desde su escritorio. Las primeras palabras que pronunció no me llevaron un gran consuelo, pero mi agotamiento era tal, que apenas si me sentí conmovido por ellas.