02 mayo 2021

2 de mayo

El año de la novia
914 de la hégira
(2 de mayo de 1508-20 de abril de 1509)

Aquel año se celebró mi primera boda, querida por mi tío moribundo así como por mi madre, deseosa de separarme de Hiba que seguía siendo el objeto de mis mejores caricias aunque no me había dado ni hijo ni hija en tres años de amores. Y, siguiendo la costumbre, tuve que poner solemnemente el pie sobre el de Fátima, mi prima, mi esposa, en el momento en que entraba en la cámara nupcial, mientras que, en la puerta, una mujer del vecindario esperaba el lienzo empapado en sangre que iría a exhibir, jocosa y triunfante, en las narices de los invitados, señal de que la novia era virgen, de que el marido es potente, de que los festejos podían dar comienzo.

El ritual me pareció interminable. Desde por la mañana, vestidoras, peinadoras y depiladoras, entre las que se hallaba la insustituible Sara, se habían afanado en torno a Fátima, pintándola las mejillas de rojo, las manos y los pies de negro, entre las cejas, un bonito dibujo en forma de triángulo y otro, alargado como una hoja de olivo bajo el labio inferior. Así pintada, la habían instalado en un estrado para que todo el mundo pudiera admirarla, mientras se ofrecían alimentos a las matronas que la habían engalanado. Desde la caída de la tarde, amigos y parientes se habían reunido ante la casa de Jali. Al fin había salido la novia, más turbada que turbadora, a punto de tropezar con sus vestidos a cada paso, luego, se había subido en una especie de arcón de madera de ocho caras cubierto de seda y de brocado que cuatro jóvenes mozos de cuerda, amigos de Harún, habían levantado por encima de sus cabezas. Arrancó entonces el cortejo, precedido por flautas, trompas y panderetas, así como por gran número de antorchas que enarbolaban los empleados del maristán y mis antiguos compañeros del colegio. Éstos caminaban a mi lado delante del arcón de la novia; tras ella venían los maridos de sus cuatro hermanas.

Habíamos desfilado primero ruidosamente por los zocos —ya estaban cerrando los puestos y vaciándose las calles— antes de pararnos en la Mezquita Mayor, donde unos cuantos amigos nos rociaron con agua de rosas. Al llegar a este punto del trayecto, el mayor de mis cuñados, que sustituía a mi tío durante la ceremonia, me susurró que había llegado para mí el momento de irme. Lo abracé antes de correr a casa de mi padre donde había una habitación adornada para la noche de la entrega. Allí tenía que esperar.

El cortejo llegó una hora después. A Fátima se la entregaron a mi madre y fue ella quien la llevó de la mano hasta el umbral de la habitación donde, antes de dejarnos, Salma me recordó con un guiño lo que se suponía que tenía que hacer antes que nada si quería afirmar de entrada mi autoridad de varón. Pisé, pues, con fuerza, el pie de mi mujer, protegido, bien es verdad, por un zueco; luego, la puerta se cerró. Fuera, gritos, risas, algunos muy cerca, así como el entrechocar de los pucheros, pues el primer banquete de bodas debía prepararse mientras se consumaba el matrimonio.

Amin Maalouf
León el Africano

Durante la época de crisis en que dos grandes imperios pugnan por la supremacía en el Mediterráneo, un hombre nacido en Granada poco antes de la caída de la ciudad en manos cristianas vive una aventura extraordinaria, uniendo en su experiencia Oriente y Occidente, el mundo cristiano y el Islam. La fecunda imaginación de Amin Maalouf nos guía a través del portentoso periplo que entonces inicia quien acabará siendo conocido como LEÓN EL AFRICANO: exiliado en Fez, como tantos árabes andaluces, Hasan, hijo de Mohamed el alamín, conocerá la misteriosa ciudad de Tombuctú y los quince reinos negros que separan el Níger y el Nilo, El Cairo y Constantinopla, y, finalmente, la fascinante Roma del Renacimiento, antes de encontrar sosiego, después de numerosos avatares, de regreso en su continente natal.


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