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27 septiembre 2023

La espada de Weland (1)

La espada de Weland

Los niños estaban en el teatro representando ante las tres vacas todo lo que podían recordar del Sueño de una noche de verano. Su padre les había hecho un extracto de la larga comedia de Shakespeare y lo habían ensayado con él y con su madre hasta que lo aprendieron de memoria. Comenzaron cuando Nick Bottom, el tejedor, aparece entre los matorrales con una cabeza de asno sobre sus hombros y encuentra a Titania, reina de las hadas, dormida. Después pasaron a la escena en la que Bottom solicita de las tres pequeñas hadas que le rasquen la cabeza y le traigan miel y concluyeron cuando cae dormido en los brazos de Titania. Dan interpretaba los papeles de Puck y de Nick Bottom y también los de las tres hadas. Llevaba un gorro de trapo acabado en punta, para hacer de Puck, y una cabeza de asno de papel —que se rasgaba si no se manejaba con cuidado—, extraída del interior de un triquitraque navideño, para representar a Bottom. Una hacía de Titania, con una guirnalda de columbinas y una varita de digital.

El teatro estaba en la pradera conocida por el Gran Declive. Un pequeño canal que llevaba agua a un molino situado dos o tres campos más allá, ceñía uno de sus confines y en la mitad de la ladera había un amplio y espacioso círculo de hierba oscura que formaba el viejo escenario donde se reunían las hadas. Las orillas del canalillo molinero se cubrían con matojos espesos de sauce, de avellano y de bola de nieve y proporcionaban lugares adecuados para esperar, antes de que llegase el momento de aparecer en escena; y hasta una persona mayor que conocía los contornos, había afirmado que ni el mismo Shakespeare hubiese podido imaginar escenario más adecuado para representar su obra. Como es lógico, no se les permitía actuar la noche misma del solsticio de verano, pero sí les dejaban bajar la víspera, después del té, cuando las sombras comenzaban a caer. Llevaban consigo la cena: huevos duros, galletas Bath Oliver y un sobrecillo con sal. Las tres vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban sin pausa, produciendo un rumor de hierba desgarrada que descendía a lo largo de la pradera; el ruido del molino sonaba como pies desnudos arrastrándose sobre una superficie endurecida y un cuclillo, posado en el portón de la valla, entonaba su cantar de junio cu-cu-cú, mientras un martin pescador volaba desde el canal al río que corría al otro lado de la pradera. Todo lo demás se cubría de una especie de calma adormecida, espesa, con perfume a hierba seca.

La comedia discurría a la perfección. Dan recordaba todos sus papeles: Puck, Bottom y las tres hadas, y Una no olvidó tampoco ni una sola palabra del de Titania, ni siquiera el difícil fragmento en el que cuenta a las hadas cómo alimentar a Bottom con «albaricoques, higos verdes y zarzamoras», ni los versos concluidos en «íes». Quedaron ambos tan satisfechos que repitieron la obra tres veces, de principio a fin, antes de sentarse en el centro del círculo, limpio de matojos y de cardos, para tomar los huevos y las galletas Bath Oliver. Fue entonces cuando oyeron un silbido entre los alisos de la orilla y ambos se pusieron en pie de un salto.

La maleza se abrió. Y en el mismo lugar donde Dan había interpretado a Puck, descubrieron la presencia de un personaje menudo, de tez morena, amplias espaldas, orejas agudas, nariz achatada y ojos azules y oblicuos, que les dirigía una sonrisa que iluminaba su rostro pecoso. Se llevó una mano a la frente como si estuviese observando a Quince, Snout, Bottom y todos los demás, ensayando Píramo y Tisbe, y con voz tan profunda como la de las tres vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:

¿Qué rústicos patanes son éstos que están charlando
tan cerca del lugar donde reposa la reina de las hadas…?

Se interrumpió, ahuecó la mano sobre un oído y con un guiño travieso, siguió recitando:

¡Cómo! ¿Van a representar una comedia?
Pues asistiré como espectador.
Y aún haré de actor si se presenta el caso…

Los niños le miraron boquiabiertos. Aquel pequeño ser —apenas llegaba al hombro de Dan—, avanzó en silencio hacia el centro del escenario:

—Estoy más bien falto de práctica —dijo—. Pero es ésta la manera como se debe interpretar mi papel.

Los niños siguieron mirándole, desde su sombrero azul marino, como la flor de las columbinas, hasta sus pies desnudos y vellosos. Al fin, rio:

—Por favor, no me miréis así. No es culpa mía haber aparecido. ¿Qué otra cosa podíais esperar? —preguntó.

—No esperábamos nada —respondió Dan lentamente—. Esta pradera es nuestra.

—¿De verdad? —se extrañó el recién llegado, sentándose—. ¿Entonces por qué razón habéis representado tres veces el Sueño de una noche de verano, en vísperas del solsticio, en mitad de un praderío y en una de las más viejas colinas de la vieja Inglaterra? Pook Hill-Puck Hill-Puck Hill-Pook Hill. Eso está más claro que la nariz que llevo en la cara.

Señaló las laderas cubiertas de helechales de Pook Hill que ascendían desde el canalillo hasta los tupidos bosques. Más allá del bosque el terreno seguía su ascensión hasta que, por fin, llegaba a la cumbre de la colina, donde estaban las ruinas de la torre de señales, desde la cual podían observarse las llanuras de Pevensey y las suaves ondulaciones de los Downs que concluían en el Canal.

—¡Por todos los robles, fresnos y espinos…! —exclamó el recién llegado, aun riendo—. Si esto hubiese ocurrido hace unos pocos cientos de años, hubierais congregado aquí a todos los espíritus de las colinas, como un enjambre de abejas en junio.

—No creíamos estar haciendo nada malo —se excusó Dan

Rudyard Kipling

Puck de la colina de Pook

CANCIÓN DE PUCK


¿Ves esa irregular senda que corre

paralela a los surcos de los trigos?

Ahí fue donde emplazaron los cañones

que al rey Felipe hundieron los navíos.

¿Ves cómo gira el viejo molino,

movido por las aguas del riachuelo?

Moliendo grano su escote ha satisfecho

desde que el Domesday Book fue conocido.

¿Ves nuestros bosques de tranquilos robles

y las temidas charcas más allá?

En ellos sucumbieron los sajones

cuando Harold pasó a la eternidad.

¿Ves la llanura en vientos extendida

en donde pasta el buey de roja capa?

Fue la ciudad poblada y conocida

antes que Londres tuviese una casa.

¿Ves después de la lluvia los cimientos

de cisternas y tumbas funerarias?

Tal fue de las legiones campamento

cuando César llegó desde las Galias.

¿Ves esa señal fulgente y pálida

como una sombra sobre nuestra tierra?

Son muros que trazó el hombre de piedra

en protección de sus ciudades mágicas.

Caminos, campos y ciudades idos,

viejas artes que cesan, paces, guerras,

páramos donde hoy nos crece el trigo:

así, de pronto, nos nació Inglaterra.

Sus tierras y sus aguas son, en fin,

con bosques y sus aires aprendices

de los de Gramayre, la isla de Merlin,

donde tú y yo podemos ser felices.

Rudyard Kipling

Puck de la colina de Pook

29 septiembre 2022

Si...

SI…

Si puedes mantener la cabeza en su sitio
cuando todos la pierden —y te culpan por ello—;
si confías en ti cuando los otros
desconfían —y les das la razón—;
si puedes esperar sin cansarte, si no
mientes cuando te vienen con mentiras
ni odias a los que te odian y, aún así,
no te las das de santo ni de sabio;

si sueñas, sin llegar a ser esclavo
de tus sueños; si piensas, pero no te conformas
con pensar; si te enfrentas al Triunfo y al Desastre
y das el mismo trato a esos dos impostores;
si soportas que tuerzan tus palabras
para embaucar con ellas a los tontos;
si se rompen las cosas a las que has dedicado
tu existencia y te agachas a rehacerlas;

si juntas todas tus ganancias para
jugártelas a cara o cruz, y pierdes,
y vuelves a empezar de nuevo, una vez más,
sin mencionar siquiera lo perdido;
y si tu corazón, tus músculos, tus nervios
cumplen incluso cuando ya no son
lo que eran, y resistes cuando ya no te queda
sino la voluntad de resistir;

si hablas con multitudes sin perder la honradez
y paseas con reyes sin perder la humildad:
si no pueden hacerte daño tus enemigos
—tampoco tus amigos— y todo el mundo cuenta
contigo —no en exceso—; si no desaprovechas
ni un segundo de cada minuto de carrera,
la tierra y cuanto en ella existe es para ti;
serás, en fin, lo que se dice un hombre.



POEMAS
Rudyard Kipling




27 junio 2022

LA ESPADA DE WELAND

 LA ESPADA DE WELAND
Los niños estaban en el teatro; representaban ante las Tres Vacas todo lo que recordaban de El sueño de una noche de verano. Su padre les había preparado un pequeño resumen de la gran obra de Shakespeare, y ellos lo habían repetido, con su madre y con él, hasta aprenderlo de memoria. Comenzaban allí donde Nick Bottom, el tejedor, aparece entre los arbustos con una cabeza de asno sobre los hombros, y encuentra dormida a Titania, Reina de las Hadas. De ahí saltaban al momento en que Bottom pide a tres pequeñas hadas que le rasquen la cabeza y le lleven miel, y deteníanse cuando Bottom se duerme en los brazos de Titania. Dan hacía los papeles de Puck y Nick Bottom, y también los de las tres hadas. Llevaba un casquete de tela de orejas puntiagudas, para representar a Puck, y una cabeza de asno de papel, procedente de uno de los navideños petardos con sorpresa —pero se rompía cuando no se tenía cuidado con ella—, para representar a Bottom. Una, en el papel de Titania, llevaba una guirnalda de ancolias y una rama de digital como varita.
El teatro se hallaba en una pradera llamada el Campo Largo. Un canalillo, que alimentaba a un molino situado a dos o tres prados de allí, rodeaba una de las esquinas, y, en medio de ellas, se encontraba un viejo Ruedo de hadas de yerba oscurecida, que hacía las veces de escena. Los bordes del canalillo, cubiertos de mimbres, de avellanos y de bolas de nieve, ofrecían cómodos rincones para esperar el instante de entrar en escena; y una persona mayor que había visto el lugar decía que el mismo Shakespeare no hubiese podido imaginar mejor cuadro para su obra. Con toda seguridad no se les hubiera permitido representar en la misma noche de San Juan, pero la víspera de esta fiesta habían bajado después del té; a la hora en que las sombras crecen, y habían llevado sus cenas: huevos duros, galletas «Bath Oliver» y sal en un paquete. Las Tres Vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban incesantemente y el sonido que producían al arrancar la yerba podía oírse hasta el límite del prado; el ruido del molino, al trabajar, imitaba el de los pasos de unos pies descalzos sobre la hierba. Un cuco, posado sobre el montante de una puerta, cantaba su entrecortada canción de junio: «cucú», mientras un martín pescador cruzaba afanoso la pradera entre el canalillo y el arroyo. El resto no era más que una especie de calma espesa y soñolienta, perfumada de ulmarias y de yerba seca.
La obra marchaba de maravilla. Dan se acordaba de todos sus papeles, —Puck, Bottom, y las tres hadas—, y Una no olvidaba una sola palabra del de Titania, incluso el difícil pasaje en que ella dice a las hadas que habrá que alimentar a Bottom con «albaricoques, higos maduros y zarzamoras», y donde todos los versos tenían la misma rima. Los dos estaban tan contentos que la representaron tres veces, de cabo a rabo, antes de sentarse en el centro del Ruedo para comerse los huevos y las galletas «Bath Oliver». Fue entonces cuando oyeron entre los chopos del ribazo un silbido que los sobresaltó bastante.
Los arbustos se abrieron. En el mismo lugar en que Dan había representado el personaje de Puck, vieron a un pequeño ser cetrino, de anchos hombros, orejas puntiagudas, nariz roma, ojos azules y separados y en cuyo conjunto una mueca sonriente hendía el rostro cubierto de manchas rojizas. Se protegió los ojos como si mirara a Quince, Snout, Bottom y los demás en trance de repetir Piramo y Tisbe, y con una voz profunda, como la de las Tres Vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:
¿Qué rústicos bribones aquí se pavonean
tan cerca de la cuna de nuestra Hada Reina?
Se detuvo y llevó una de sus manos tras su oreja, y con la mirada chispeante de malicia continuó:
¿Es esto una comedia? Yo seré espectador
y, si veo un motivo, seré también actor.
Los niños le miraron embobados. El hombrecillo —apenas llegaría al hombro de Dan— entró tranquilamente en el Ruedo.
—Ya he perdido un poco de práctica —dijo—, pero así es cómo se representa mi papel.
Los niños no habían cesado de mirarle, desde su sombrerillo azul oscuro, semejante a una flor de ancolia, hasta sus pies descalzos y velludos. Por último él se echó a reír.
—Os ruego que no me miréis así. No es ciertamente mi defecto. ¿Qué podíais esperar de otro? —dijo.
—Nosotros no esperamos nada —repuso Dan lentamente—. Este campo es nuestro.
—¿Sí? —dijo el visitante, sentándose—. Entonces, ¿por qué, gran Dios, representáis El sueño de una noche de verano tres veces seguidas en víspera de San Juan, en medio del Ruedo y al pie sí precisamente al pie de una de las más viejas colinas que poseo en la vieja Inglaterra? La colina de Pook; la colina de Puck; la colina de Puck; la colina de Pook. Está tan claro como el agua.
E indicó el declive de la colina de Pook, desnuda y cubierta de helechos, que desde el otro borde del canalillo ascendía hasta un sombrío bosque. Por encima de este terreno se elevaba unos quinientos pies, sin interrupción, hasta salir por fin en el vértice desnudo de la colina de Beacon, desde donde se veían las llanuras de Pevensey, el Canal y la mitad de las peladas lomas del Sur.
—¡Por el Roble, el Fresno y el Espino! —gritó, sin cesar de reírse—. Si esto hubiera ocurrido hace algunos siglos habríais visto a los habitantes de las colinas salir como abejas en junio.
—No sabíamos que hiciéramos nada malo —repuso Dan.
Pero el hombrecillo, estremecido de risa, dijo:
—¿Malo? Ciertamente, no, no es malo. Lo que acabáis de hacer, reyes, caballeros y sabios de tiempos pasados hubieran dado sus coronas, sus espuelas y sus libros por conseguirlo. Si Merlin en persona os hubiese ayudado, no hubiérais podido hacerlo mejor. ¡Habéis forzado las colinas…, forzado las colinas! En dos mil años, esto no había ocurrido.
—Nosotros…, nosotros no lo hemos hecho adrede —dijo Una.
—Seguramente no. Por esto lo habéis hecho. Desgraciadamente, hoy están vacías las colinas, y toda la gente que las habitaba se ha marchado. Yo soy el único que queda. Yo soy Puck, el más antiguo de los antiguos habitantes de Inglaterra, enteramente a vuestro servicio, si…, si es que os puede complacer tener relación conmigo. Si no tenéis nada más que decir, me iré en seguida.
Miró a los niños, y los niños le miraron durante un buen medio minuto. Sus ojos ya no chispeaban tanto. Estaban llenos de benevolencia, y una bondadosa sonrisa distendía sus labios.
Una le tendió la mano.
—No se marche —dijo—. Nosotros le queremos.
—¿Quiere una galleta «Bath Oliver»? —dijo Dan, ofreciéndole el grasiento envoltorio con los huevos.
—¡Por el Roble, El Fresno y el Espino! —dijo Puck, quitándose el sombrerillo azul—. También yo os quiero. Pon un poco de sal sobre la galleta, Dan, y comeré con vosotros. Eso os demostrará quien soy. Algunos de nosotros —continuó con la boca llena— no podía soportar la sal, o las herraduras sobre una puerta, o las bayas del fresno silvestre, o el agua corriente, o el hierro frío, o el sonido de las campanas de la iglesia. ¡Pero yo soy Puck!

20 enero 2022

Sobre el cuco (10) - Un cuco, posado sobre el montante de una puerta, cantaba su entrecortada canción de junio: «cucú»

Los niños estaban en el teatro; representaban ante las Tres Vacas todo lo que recordaban de El sueño de una noche de verano. Su padre les había preparado un pequeño resumen de la gran obra de Shakespeare, y ellos lo habían repetido, con su madre y con él, hasta aprenderlo de memoria. Comenzaban allí donde Nick Bottom, el tejedor, aparece entre los arbustos con una cabeza de asno sobre los hombros, y encuentra dormida a Titania, Reina de las Hadas. De ahí saltaban al momento en que Bottom pide a tres pequeñas hadas que le rasquen la cabeza y le lleven miel, y deteníanse cuando Bottom se duerme en los brazos de Titania. Dan hacía los papeles de Puck y Nick Bottom, y también los de las tres hadas. Llevaba un casquete de tela de orejas puntiagudas, para representar a Puck, y una cabeza de asno de papel, procedente de uno de los navideños petardos con sorpresa —pero se rompía cuando no se tenía cuidado con ella—, para representar a Bottom. Una, en el papel de Titania, llevaba una guirnalda de ancolias y una rama de digital como varita.

El teatro se hallaba en una pradera llamada el Campo Largo. Un canalillo, que alimentaba a un molino situado a dos o tres prados de allí, rodeaba una de las esquinas, y, en medio de ellas, se encontraba un viejo Ruedo de hadas de yerba oscurecida, que hacía las veces de escena. Los bordes del canalillo, cubiertos de mimbres, de avellanos y de bolas de nieve, ofrecían cómodos rincones para esperar el instante de entrar en escena; y una persona mayor que había visto el lugar decía que el mismo Shakespeare no hubiese podido imaginar mejor cuadro para su obra. Con toda seguridad no se les hubiera permitido representar en la misma noche de San Juan, pero la víspera de esta fiesta habían bajado después del té; a la hora en que las sombras crecen, y habían llevado sus cenas: huevos duros, galletas «Bath Oliver» y sal en un paquete. Las Tres Vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban incesantemente y el sonido que producían al arrancar la yerba podía oírse hasta el límite del prado; el ruido del molino, al trabajar, imitaba el de los pasos de unos pies descalzos sobre la hierba. Un cuco, posado sobre el montante de una puerta, cantaba su entrecortada canción de junio: «cucú», mientras un martín pescador cruzaba afanoso la pradera entre el canalillo y el arroyo. El resto no era más que una especie de calma espesa y soñolienta, perfumada de ulmarias y de yerba seca.

La obra marchaba de maravilla. Dan se acordaba de todos sus papeles, —Puck, Bottom, y las tres hadas—, y Una no olvidaba una sola palabra del de Titania, incluso el difícil pasaje en que ella dice a las hadas que habrá que alimentar a Bottom con «albaricoques, higos maduros y zarzamoras», y donde todos los versos tenían la misma rima. Los dos estaban tan contentos que la representaron tres veces, de cabo a rabo, antes de sentarse en el centro del Ruedo para comerse los huevos y las galletas «Bath Oliver». Fue entonces cuando oyeron entre los chopos del ribazo un silbido que los sobresaltó bastante.

Los arbustos se abrieron. En el mismo lugar en que Dan había representado el personaje de Puck, vieron a un pequeño ser cetrino, de anchos hombros, orejas puntiagudas, nariz roma, ojos azules y separados y en cuyo conjunto una mueca sonriente hendía el rostro cubierto de manchas rojizas. Se protegió los ojos como si mirara a Quince, Snout, Bottom y los demás en trance de repetir Piramo y Tisbe, y con una voz profunda, como la de las Tres Vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:

¿Qué rústicos bribones aquí se pavonean

tan cerca de la cuna de nuestra Hada Reina?

Se detuvo y llevó una de sus manos tras su oreja, y con la mirada chispeante de malicia continuó:

¿Es esto una comedia? Yo seré espectador

y, si veo un motivo, seré también actor.

Los niños le miraron embobados. El hombrecillo —apenas llegaría al hombro de Dan— entró tranquilamente en el Ruedo.

—Ya he perdido un poco de práctica —dijo—, pero así es cómo se representa mi papel.

Los niños no habían cesado de mirarle, desde su sombrerillo azul oscuro, semejante a una flor de ancolia, hasta sus pies descalzos y velludos. Por último él se echó a reír.

—Os ruego que no me miréis así. No es ciertamente mi defecto. ¿Qué podíais esperar de otro? —dijo.

—Nosotros no esperamos nada —repuso Dan lentamente—. Este campo es nuestro.

—¿Sí? —dijo el visitante, sentándose—. Entonces, ¿por qué, gran Dios, representáis El sueño de una noche de verano tres veces seguidas en víspera de San Juan, en medio del Ruedo y al pie sí precisamente al pie de una de las más viejas colinas que poseo en la vieja Inglaterra? La colina de Pook; la colina de Puck; la colina de Puck; la colina de Pook. Está tan claro como el agua.

Rudyard Kipling
Puck de la colina de Pook

19 enero 2022

Sobre el cuco (9) - El valle estaba tan lleno de forjas y refinerías como un bosquecillo está lleno de cucos en mayo.

La granjera acudió a la puerta con un niño en brazos; se protegió los ojos contra el sol, se inclinó para recoger una brizna de romero y se alejó por el huerto. El viejo podenco, en el barril que le servía de caseta, lanzó algunos ladridos para demostrar que se quedaba al cuidado de la casa vacía. Puck empujó la puerta del jardín, que chirrió al abrirse.
—¿Te maravilla que ame este rincón? —preguntó Hal, en un soplo de voz—. ¿Qué puede saber la gente de la ciudad acerca del carácter de las casas o de la tierra?
Se sentaron en fila sobre el viejo banco de roble desbastado del jardín de los Tilos, y contemplaron luego, sobre la otra vertiente del valle cruzada por el arroyo, las sinuosidades de la Forja cubiertas de helechos tras la cabaña de Hobden. El anciano tocaba un fagot en su jardín, cerca de las colmenas. Antes de que el ruido causado por el golpe de la podadera llegase a sus perezosos oídos, había transcurrido un segundo.
—¡Dios! —exclamó Hal—. Ahí donde se encuentra ese viejo compadre hallábase en otro tiempo la Forja de Abajo, la fundición del maestro John Collins. ¡Cuántas noches me ha sobresaltado el martilleo de su macho! ¡Bum, bum! ¡Bum, bum! Si el viento procedía del Este, podía oír a la forja del maestro Tom Collins contestar a su hermano: ¡Bom, bom! ¡Bom, bom! Y a medio camino entre ambas, los martillos de Sir John Pelham en Brightling, formaban parte del coro como una escolanía, y decían: «Hic, haec, hoc! Hic, haec, hoc!», hasta que me quedaba dormido. Sí. El valle estaba tan lleno de forjas y refinerías como un bosquecillo está lleno de cucos en mayo. ¡Y todo esto lo ha cubierto ahora la hierba!
—¿Qué se forjaba entonces? —preguntó Dan.
—Cañones para las naves del rey… y para otras. Culebrinas y cañones, principalmente. Cuando las armas habían sido fundidas aparecían los oficiales del rey, requisaban nuestros bueyes de labor y arrastraban las piezas hasta la costa. ¡Mirad! He aquí a uno de los primeros y más orgullosos artesanos del mar.
Hojeó su cuaderno y mostró la cabeza de un hombre joven. Debajo estaba escrito: «Sebastianus».
—Vino de parte del rey a encargar en casa del maestro John Collins veinte culebrinas (¡qué miserables eran esos pequeños cañones!), para equipar los buques que partían de expedición. Así lo dibujé, sentado ante nuestro fuego, hablándole a mamá de las nuevas tierras que descubriría al otro lado del mundo. ¡Y a fe que las descubrió! ¡Esta nariz está hecha para hender los mares desconocidos! Se llama Cabot. Era un muchacho de Bristol, extranjero a medias. Me merecía mucho crédito. Me ayudó mucho en la construcción de mi iglesia.
—Yo creía que era Sir Andrew Barton —dijo Dan.
—¡Oh, no empecemos a construir la casa por el tejado! —contestó Hal—. Fue Sebastián Cabot el primero que me facilitó la tarea. Yo había venido aquí para servir a Dios como buen artesano, pero también para mostrar a los míos qué gran artista era. Les importaba un ardite (y yo me lo merecía) tanto mi arte como mi grandeza. ¿Qué diablo, decían, me había metido en la cabeza que me preocupara del viejo San Bernabé? La iglesia quedó en ruinas desde la peste negra, y ruinosa había de quedar; y yo hubiera podido ahorcarme en las cuerdas de mis andamios. Nobles y plebeyos, grandes y pequeños (los Hayes, los Fowles, los Fenners y los Collins), ni uno faltaba a la llamada contra mí. Sólo Sir John Pelham, en Brightling, me aconsejó honradamente. Pero ¿cómo hubiera podido hacerlo? ¿Le pediría al maestro Collins su carro de madera para transportar los cabrios? Los bueyes habían partido para Lewes en busca de cal. ¿Me prometería un juego de ganchos o de tirantes de hierro para el techo? No llegaba nunca, pero cuando lo hacía llegaba agrietado y fibroso. Y así todo. Nadie decía nada, pero nada se hacía si yo no estaba allí vigilándolo, e incluso entonces todo se hacía mal. Yo creí que todo el país estaba embrujado.

Rudyard Kipling
Puck de la colina de Pook


18 enero 2022

Sobre el cuco (8) - Sí, estaremos muy contentos cuando veamos a la Vieja soltar al cuco de su cesto dando permiso a la primavera para que vuelva a Inglaterra.

 Se produjo un rumor sobre sus cabezas. Un faisán, que se había desviado después de haber sido herido, cayó cerca de ellos como una granada, arrastrando un montón de hojas en su caída.

Flora y Loco se lanzaron sobre él, y cuando los niños hubieron apartado a los perros y alisado el plumaje del ave, vieron que Kadmiel había desaparecido.
Bien dijo Puck tranquilamente¿Qué tenéis que decir a eso? Weland dio la espada; la espada dio el tesoro y el tesoro ha dado la ley. Es tan natural como que crezca un roble.
No comprendo. ¿Acaso no sabíél que se trataba del antiguo tesoro de Sir Richard? preguntó Dan¿Y por qué Sir Richard y Hugh lo dejaron allí? Y, y
No te preocupes dijo alegremente Una. Esto nos permitirá ir y venir, ver y saber de nuevo. ¿No es verdad, Puck?
Sí, tal vez de nuevo repuso Puck¡Brrr! ¡Qué frío hace! Es tarde. Corramos a vuestra casa.
Lanzáronse por el resguardado valle. El sol casi se había ocultado tras la Carraca de los Cerezos. El terreno pisoteado por el ganado estaba helado ya por las orillas, y el viento del Norte, que acababa de levantarse, lanzaba sobre ellos la noche desde detrás de las colinas. Corrían velozmente, cruzando los parduscos prados, y cuando se detuvieron, jadeantes, entre las nubecillas de vapor que exhalaba su aliento, las hojas muertas se elevaban tras ellos en torbellinos. Hojas de Roble, de Espino y de Fresno; y había tantas en aquel chubasco de finales de otoño como para hacer desaparecer mil recuerdos en un olvido mágico.
Llegaron, pues, corriendo, al arroyo que se deslizaba entre el césped, preguntándose por qué Flora y Loco habían abandonado al zorro en el hoyo del camino.
El viejo Hobden acababa de dar fin a un trabajo en su seto. Distinguieron su blusa blanca en el crepúsculo, mientras ataba los desperdicios en haces.
¡Ea, Maese Dan! Me parece que el invierno ha llegado exclamó¡Maldita estación! Ahora, hasta la feria de los Cucos de Heffle. Sí, estaremos muy contentos cuando veamos a la Vieja soltar al cuco de su cesto dando permiso a la primavera para que vuelva a Inglaterra.
Oyeron un estrépito, un rumor de pasos, un chapoteo, como si una vieja vaca caminara pesadamente ante sus narices.
Hobden, disgustado, corrió hacia el esguazo.
El buey de Gleason quiere todavía correr a Robin por toda la hacienda. ¡Oh, mire Maese Dan, sus huellas, tan grandes como zanjas! A veces se creería que es un hombre o
Una voz profunda gruñó al otro lado del arroyo:
Me asombra ver en qué se cambia el manto
de Puck, cuando lo vuelve del revés
o cuando lo iluminan fuegos fatuos
Entonces, los niños entraron cantando a dos voces Adiós, premios y hadas. No se acordaron de que no le habían dado las buenas noches a Puck.

Rudyard Kipling
Puck de la colina de Pook

07 mayo 2021

7 de mayo

Heatherlegh, que probablemente nos seguía, se dirigió hacia donde yo estaba.

—Doctor —dije, mostrándole mi rostro—, he aquí la firma con que la señorita Mannering ha autorizado mi destitución. Puede usted pagarme el lakh de la apuesta cuando lo crea conveniente, pues la ha perdido.

A pesar de la tristísima condición en que yo me encontraba, el gesto que hizo Heatherlegh podía mover a risa.

—Comprometo mi reputación profesional… —Fueron sus primeras palabras.

Y las interrumpí diciendo a mi vez:

—Ésas son necedades. Ha desaparecido la felicidad de mi vida. Lo mejor que usted puede hacer es llevarme consigo.

El calesín había huido. Pero antes de eso, yo perdí el conocimiento de la vida exterior. El crestón de Jakko se movía como una nube tempestuosa que avanzaba hacia mí.

Una semana más tarde, esto es, el 7 de mayo, supe que me hallaba en la casa de Heatherlegh tan débil como un niño de tierna edad. Heatherlegh me miraba fijamente desde su escritorio. Las primeras palabras que pronunció no me llevaron un gran consuelo, pero mi agotamiento era tal, que apenas si me sentí conmovido por ellas.

07 noviembre 2007

IF / SI de Rudyard Kipling

IF
If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you;
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or, being lied about, don't deal in lies,
Or, being hated, don't give way to hating,
And yet don't look too good, nor talk too wise;
If you can dream - and not make dreams your master;
If you can think - and not make thoughts your aim;
If you can meet with triumph and disaster
And treat those two imposters just the same;
If you can bear to hear the truth you've spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to broken,
And stoop and build 'em up with wornout tools;
If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breath a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: "Hold on";
If you can talk with crowds and keep your virtue,
Or walk with kings - nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you;
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds' worth of distance run -
Yours is the Earth and everything that's in it,
And - which is more - you'll be a Man my son!

SI
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor
todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti,
pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y no obstante no parecer demasiado bueno,

ni hablar con demasiada sabiduría...
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)
y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho:
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas...
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta,
y perder, y comenzar de nuevo por el principio
y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
excepto La Voluntad que les dice "!Continuad!".
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud
o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
(Rudyard Kipling)






22 de noviembre

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