12 mayo 2021

12 de mayo

Sonrió Laura recordando aquel prurito de decencia de sus padres y preparándose, con la sonrisa, a mirar de cara la ruina de la vieja plantación cafetalera de un solo piso, con sus cuatro costados enjalbegados alrededor del patio central donde Laura jugueteaba de niña, rodeada de puertas que se abrían y cerraban sobre los lugares vivientes del hogar, las recámaras, la sala, el comedor, pues afuera, lo vio ahora desde lejos, los muros externos eran todos ciegos. Un pudor inexplicable detuvo a Laura en su caminata hacia el hogar de sus orígenes, como si antes de entrar a la casa arruinada su espíritu requiriese un contacto renovado con la naturaleza florida que conducía al hogar, las higueras y el tulipán de Indias, el lirio colorado, el palo rojo y la copa redonda del árbol del mango.

Abrió con prevención el portón de entrada a la casa y cerró los ojos, avanzando a ciegas por un corredor imaginario, esperando el gemido del aire por los pasillos, el gemido de las puertas vencidas, el rechinar de goznes enfermos, el reposo del polvo olvidado… ¿Para qué ver de cara la ruina de su casa familiar, que era como mirar de cara el abandono de su propia infancia, por más que, con los ojos cerrados, Laura Díaz, a los setenta y cuatro años, pudiese escuchar la escoba del negro Zampayita barriendo el patio y cantando «el baile del negro Zampayita es un baile que quita que quita que quita el hipo ya», recordándose a sí misma el día de su cumpleaños, cuando daba saltitos alrededor del patio, muy de mañana, aún en camisón, cantando «el 12 de mayo la virgen salió vestida de blanco con su paletó», oyendo las notas melancólicas de un Nocturno de Chopin que ahora mismo le llegaba desde la sala donde la tía Hilda soñaba con ser una gran concertista en Alemania, escuchando la voz de la tía Virginia recitando los versos de Rubén Darío y soñando, a su vez, con ser una gran poeta publicada en la ciudad de México, oliendo los guisos sabrosos que llegaban desde la cocina regenteada sin añoranzas por su madre Leticia, esperando el regreso de don Felipe de las faenas del campo, trabajador y disciplinado, olvidados para siempre sus sueños de exaltado joven socialista alemán y la abuela Cósima, en su mecedora, ensimismada, soñando acaso con el bravo Guapo de Papantla…

Así, a ciegas, avanzó Laura Díaz por su casa familiar, segura de que la orientación no le fallaría para llegar a su propia recámara de niña, abrir la puerta que daba sobre el patio, acercarse a la cama, tocar el filo del lecho, sentarse y alargar la mano para encontrar a la muñeca rodeada de almohadones, feliz en su reposo de princesa oriental, Li Po, su muñequita adorada, la muñeca de cabeza, manos y pies de porcelana, con su cuerpecito de algodón cubierto por un atuendo mandarín de seda roja y las cejas pintadas cerca del fleco de seda que Laura, al abrir los ojos, encontró allí, realmente, recostada entre almohadones, esperando que Laura la tomase en brazos, la arrullase, le permitiese, como antes, como siempre, mover la cabeza de porcelana, abrir y cerrar los ojos, sin mover las cejas muy finas pintadas encima de los párpados serenos pero expectantes. Li Po no se hacía vieja.

Laura Díaz sofocó un grito de emoción al tomar en brazos a Li Po, mirar alrededor de su recámara de niña y encontrarla perfectamente limpia, con el aguamanil de siempre, el ropero de su infancia, la puerta de visillos de gasa blanca sostenida por varillas de cobre. Pero Li Po se había quedado en casa de Frida Kahlo. ¿Quién la devolvió a Catemaco?

Carlos Fuentes
Los años con Laura Diaz

Esta novela es la historia de una saga familiar, originada en Veracruz. La trama abarca un lapso de cien años, desde 1868 a 1968. El autor realiza un recorrido por la vida íntima de una mujer, Laura Díaz, y de las pasiones, los obstáculos, los prejuicios, el amor filial, las alegrías y los dolores que la conducen a conquistar su propia libertad y su libertad creativa.

La intención del autor es recuperar la parte femenina que ha quedado diluida en la historia de un país fundamentalmente masculino, donde la herencia azteca, árabe y española la ha marginado del acontecer histórico. Como nunca antes, Fuentes es fiel a su propósito de describirnos el cruce de caminos donde se dan cita la vida individual y la vida colectiva.

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