27 de mayo
Creo que podría ser muy feliz con Martín si él lograra otorgarme, en el fondo de su corazón, la libertad que necesito, a causa de esta estúpida deformación de mi actitud ante los males de mi país y ante cierto tipo de hombres. Creo que es pedirle demasiado. Creo que sería pedirle demasiado a cualquiera. Pero, confío en su honestidad para decírmelo, para decirme y mostrarme qué podemos hacer juntos y cómo.
A veces me parece que soy yo la que habla siempre de sus problemas. Escribiendo estas líneas acabo de darme cuenta de que ni siquiera le pregunto por su esposa, por sus amigos, y por la vida de ese Carlos al que quiere tanto y que me resulta también tan divertido. Carlos me ha tratado como en un sueño. Mejor todavía.
Pasos de Sandra en la escalera. Dejé el diario donde lo había encontrado, me estiré en la cama como quien ha estado dejándose comer vivo por los chinches, y esperé que entrara para decirle que deseaba irme a ver a Carlos. Me miró sorprendida, pues ignoraba por completo las mil ideas que empezaban a ponerse en funcionamiento en el cerebro de un hombre que, aunque sea por un breve período de tiempo, había decidido juzgar a la historia. Seguía mirándome sorprendida, como si las decisiones las hubiese tomado siempre ella, como si necesitase un mínimo de explicaciones para salir de su desconcierto. ¿Por qué me iba ahora que estábamos al fin solos? ¿Acaso no íbamos a salir juntos a ver qué pasaba esa noche en París? ¿Normalmente no habría deseado quedarme ahora que ya nadie discutía y gritaba?
—Pensé que te ibas a quedar, Martín.
—Yo también, Sandra. Pero acabo de cambiar de idea. Acabo de decidir que estoy harto de estas discusiones absurdas, que estoy harto de tanta teoría barata, que tengo cosas mucho más graves y arriesgadas que hacer, que mañana para mí es un día cargado de peligros e incertidumbres, que necesito horas de silencio y reflexión antes de llevar a cabo las consignas…
Alfredo Bryce Echenique
La vida exagerada de Martín Romaña
Cuaderno de navegación en un sillón Voltaire
La vida exagerada de Martín Romaña es, probablemente, la novela mayor y la más característica del talante biográfico y narrativo de Alfredo Bryce Echenique. Si por lo primero estamos ante una biografía inclusiva, que hace un balance irónico de la década de los años 60 desde su centro mitológico, el París de la rebelión juvenil del mayo del 68, por lo segundo estamos ante un relato circular, elocuente y digresivo, que hace la oralidad idiomática, de su lengua peruana, la alegoría migratoria de una saga tan desmitificadora como humorística.
Martin Romaña es un peruano que una década después de haber emigrado a París con la intención de convertirse en escritor, empieza a redactar su «cuaderno azul de navegación» en el cual, además de contar su experiencia parisina de Mayo del 68, rescata los recuerdos de Inés, su esposa que lo abandona por su inseguridad, timidez e indecisión.
Algunos temas abordados son su trágico desembarco proveniente del Perú en Dunkerque, en donde pierde toda su biblioteca a causa de un accidente, pasando por su admiración por César Vallejo y Ernest Hemingway, su desencanto de París, su participación irrelevante en un grupo procomunista durante Mayo del 68, la novela que nunca escribió, hasta un caso de hemorroides y el encuentro mágico con ese ser, verdadero bálsamo de su tristeza, que será Octavia de Cádiz, y por la cual redactará el Cuaderno rojo de fatídica navegación.
Es una obra del post boom al dirigir la narrativa hacia el individuo, al revisar la sentimentalidad de los personajes, y al abandonar los discursos épicos y esencialistas sobre América Latina.
Todo ello narrado desde una visión sensible y nostálgica, aunque sin carecer de brotes de intensa ironía y felicidad.
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