31 diciembre 2021

31 de diciembre

 EL CUENTO DE NAVIDAD DE AUGGIE WREN

Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.
Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje picaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.
Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.

Torre del Reloj

Torre del Reloj en Valdemoro

30 diciembre 2021

30 de diciembre

 Por fin, un cura rural

26. Es el 30 de diciembre de 1944, recién terminada la segunda guerra mundial. Llega al aeropuerto de Orly desangelado, agotado, maltrecho, con una sotana estrecha y mal ajustada porque no es suya. Llega desgarbado y torpe en el andar y en los ademanes. Parece un campesino por sus modales.
Los franceses lo comparan en seguida con el elegante y aristocrático nuncio anterior, monseñor Valerio Valeri. Tiene un aspecto bonachón y sencillo por demás, comentan entre sí. Alguien del séquito oficial que ha salido a recibirle murmura al verle bajar del avión:
—¡Vaya!, por una vez, el Vaticano nos manda un cura rural.
Así, con esa impresión de cura rural y poco afinado, entró en París el que, con el tiempo, será el brillante nuncio del papa en la exquisita Francia.
27. Una pequeña alusión a la Providencia
Al poco de llegar a París, el cuerpo diplomático iba a ser recibido por el general De Gaulle.
Pensando en la posible tardanza del nuncio, habían encargado el discurso al embajador de la URSS, señor Bogomolov, segundo en antigüedad.
Al enterarse, el flamante nuncio marchó a visitar al embajador. No lo esperaba. Roncalli se excusó y le expuso el motivo de su visita: tener él el discurso, como le correspondía.
Rogó al embajador que le leyera el discurso que tenía preparado. Al terminar la lectura, exclamó todo entusiasmado:
—¡Dios mío, está perfecto! No tengo nada que añadirle, señor embajador. Bueno, sí, quizá una pequeña alusión a la Providencia, que me lo ha preparado.
Y siguió sonriente y más tranquilo:
—¿Le importaría, señor embajador, que lo leyera yo en su lugar por ser el decano y por la mayor edad?
A lo que gentilmente accedió el señor Bogomolov.
28. Veinticuatro obispos traidores
Al poco tiempo de su llegada a París, se le planteó un problema gravísimo: veinticuatro obispos católicos habían sido expedientados como traidores a Francia durante la Resistencia. Eran tachados de colaboracionistas con los nazis y amigos leales del mariscal Petain y de su gobierno de Vichy. La acusación era grave, pero con escasas pruebas.
El presidente de Francia es Bidault. Como al nuncio Roncalli le parecían pocos los informes de culpabilidad de los obispos, pide a la Resistencia con serenidad los gruesos dossieres y un tiempo suficiente para hacer por su cuenta un detallado estudio de los mismos.
Seis meses de duro trabajo a conciencia por parte del nuncio. Al cabo de los mismos pide audiencia a Bidault y, poco a poco, con finísima habilidad, va descartando ante el presidente nombres y nombres de obispos condenados. Al final, sólo expedientan a tres de ellos.
—Los demás —decía con gracia—, los coloco debajo del solideo y respondo de ellos.
Con su terquedad campesina, su exquisito tacto diplomático y su bondad con todos, lo había conseguido. No en vano los franceses le llamarán con el tiempo «el conciliador».
29. El fino oído de un nuncio
En Francia se hizo bien pronto famoso su fino oído de diplomático. Según él comentaba, no le servía de arma sino que era una cualidad natural y propia de su oficio.
Después de una recepción se acercó a uno de los invitados, con el que no había cruzado ni una sola palabra, para preguntarle a quemarropa:
—De modo que desea usted ir a verme a la nunciatura, ¿no es así?
—Y ¿cómo lo ha sabido su excelencia? —preguntó el aludido asombrado—. Así es, en efecto, deseo ir a su residencia. Pero su excelencia se hallaba en un extremo del salón hablando con un círculo compacto de personas… ¿Cómo se ha podido enterar de mi deseo?
Él respondió con naturalidad y con media sonrisa un tanto pícara:
—No, no hablaba con nadie del círculo, ni siquiera prestaba atención a lo que me decían porque eran cumplidos, como siempre. Estaba, en cambio, atento a lo que usted estaba comentando en el otro extremo del salón.
Vamos, que tenía siempre el oído alerta.
Su lema era el siguiente: «Entender mejor, olvidar mucho, corregir poco». Y siempre con la salida ocurrente y justa y su pizca de dulzura para no molestar a nadie.

Constantino Benito-Plaza
Juan XXIII - 200 anécdotas

Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios…
Que la consabida lista de los siete dones del Espíritu Santo queda incompleta sin el don de la alegría y el don del humor queda luminosamente patente en esta como “vida” de Juan XXIII.
Doscientas dosis supervitaminadas de oxígeno para seguir peregrinando.

Calle del Colegio. Valdemoro

Calle del Colegio en Valdemoro

29 diciembre 2021

29 de diciembre

 29 de diciembre, 1969

Veintinueve de diciembre. Mejor dicho, el treinta de madrugada. No he podido dormir. Son ahora exactamente las tres y treinta y siete minutos de la madrugada, estoy en el Family Room con la chimenea encendida, la luz apagada y levantada la persiana del ventanal. Fuera, está nevando. Sigue nevando. He pasado un buen rato de pie, con la frente apoyada en el cristal, mirando ese resplandor de la nieve, yo no sé si buscando en él una frialdad de mente (quiero decir, en la frialdad del cristal), una frialdad de mente que me era muy necesaria, porque desde que me acosté hasta que volví a levantarme, se había armado en mi cabeza una zarabanda de tres mil pares de demonios como si tuviera dentro un escuadrón de caballería que me recorriese las circunvoluciones del cerebro o algo parecido. Coño, como si en mi cerebro se estuviesen celebrando unas maniobras militares. Y, por debajo de todo eso, por debajo de todo eso lo que había era mi impotencia. Es curioso, porque hace tres o cuatro días, el día de Navidad… No, coño, no fue el día de Navidad. Vamos a ver: el día de Navidad fue la nevada; el veintiséis estuvimos bloqueados; el veintisiete también. ¡Fue ayer! Es decir, fue anteayer, el veintiocho, cuando logramos salir de casa e ir a comprar leche y pan y nos encontramos en el «Shopping Center» con Castagnino y Rosita; nos metimos en alguna parte a tomar algo, y entonces Castagnino me dio un baño de optimismo, porque resulta que el uno y el otro están entusiasmados leyendo Off-Side, que es lo que yo menos podía esperar. Entonces regresé a casa lleno de ánimos, me puse a leer lo escrito y se me cayeron los palos del sombrajo, es decir, el enfoque que le he dado hasta ahora a la novela es un fabuloso error, y he llegado a la conclusión de que la naturaleza de los materiales no permite una ordenación racional, entendiendo por racional una ordenación cronológica e incluso una regularidad causal. Esto es lo que me ha quitado el sueño, esto es lo que ha desencadenado los caballos en mi cabeza, esto es lo que me tiene ahora aquí mirando para el fuego y buscando en el fuego mi inspiración. En resumen: con la frente apoyada en el cristal he llegado a la conclusión de que mi estructura mental no sirve para contar esto, y que necesito que lo cuente otro, que lo cuente otro cuya cabeza le permita implantar en estos materiales el desorden que los materiales requieren, y ando alrededor de esto, ando dando vueltas porque, de todos los personajes que tengo puestos en pie, ¿quién es el que puede contar la novela? En un principio, Barallobre es el que sabe más cosas; pero si la novela la cuenta Barallobre necesito recurrir a otro narrador para que cuente la huida de Barallobre por el río abajo. Jesualdo Bendaña, que en cierto modo pudiera también contarla, está en una situación semejante: Bendaña es un hombre de mente clara y muy racional, de manera que no me queda más que Bastida. Yo pienso que, a pesar de todos los inconvenientes, es Bastida el único que puede contar esto. Yo creo que la fisonomía mental de Bastida le permite iniciar una narración en forma de fuga. El modelo que debe seguir es precisamente el modelo de la fuga, es decir, una reiteración de temas de una manera sistemática o aproximadamente sistemática. Esto tengo que estudiarlo. Esto tengo que estudiarlo, porque desbarata absolutamente todos mis supuestos y me obliga a una consideración nueva de los materiales, pero es la única solución que veo a los problemas del tiempo, por ejemplo. Esta distancia inmensa entre la llegada de Argimiro el Efesio y la destrucción de las factorías de pesca y la aparición de santa Lilaila. Es curioso, porque esto me obliga o me va a obligar a renunciar al procedimiento (?). Pero, claro, yo tengo algunos prejuicios, tengo algunos prejuicios que me están perjudicando: yo estoy convencido de que la realidad suficiente no se logra más que mediante una acumulación de detalles, una dilatación, yo creo que hay otros procedimientos. Tendría que pararme a narrar, eso que hago tan pocas veces, ese arte que no tengo nada trabajado. Yo no sé si lo sabré hacer. Bueno, claro, por ejemplo la introducción a El Señor Llega, y luego la introducción y los intermedios de La Pascua Triste, son narraciones. Realmente son narraciones, relatos, es decir, el modo del tratamiento temporal es completamente distinto del resto de la trilogía, y, claro, la ventaja que tiene el relato, es que lo puedes fragmentar y ordenar como te dé la gana. Realmente parece mentira que en una noche de nieve, caray, haya tanto ruido. Es que se oye mucho más, se oye mucho más que los otros días. Yo no sé si habrá pasado la máquina ya por la Avenida, porque me parecen demasiados coches. Se conoce que la gente que estaba bloqueada en las casas ha empezado a regresar y los que vienen de Nueva York a pasar el fin de año en sus chalets de montaña deben aprovechar este sosiego, porque la verdad es que nieva, pero nieva poco. ¡Qué bonita está la noche!
Bueno, hay que dejarse de contemplaciones. La noche está bonita y hay muchas otras noches bonitas.

Tembleque. Toledo

Plaza de Tembleque

28 diciembre 2021

28 de diciembre, día de los Inocentes,

Dos días antes de Navidad, llegó el capitán con la gente de pie y de caballo que habían ido a las provincias de Cecatami y Xalazingo, y supe como algunos naturales de ellas habían peleado con ellos, y que al cabo, de ellos por voluntad, de ellos por fuerza, habían venido de paz, y trajéronme algunos señores de aquellas provincias, a los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su alzamiento y muertes de cristianos, y porque me prometieron que de ahí en adelante serían buenos y leales vasallos de su majestad, yo, en su real nombre, los perdoné y los envié a su tierra; y así se concluyó aquella jornada, en que vuestra majestad fue muy servido, así por la pacificación de los naturales de allí, como por la seguridad de los españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la Villa de la Vera Cruz.

Familia con niño. Figuras para un Belén

Noche de Amor, colección de belenes de Basanta-Martín

27 diciembre 2021

27 de diciembre

 Érase una vez…

Érase una vez, les contaban a los niños, un muchacho indio de diecisiete años que murió linchado y ahorcado de un gran roble a orillas del lago, a menos de un kilómetro de casa. El roble se llamaba Árbol del Ahorcado. Pero ya no existía…, lo habían talado hace muchos años.
—¿Por qué lo ahorcaron? —preguntaron los niños.
—Porque creían que había provocado un incendio. Un granero ardió en llamas y pensaron que lo habían hecho los indios.
—Pero ¿lo había hecho él?
—Tu tío abuelo Louis creía que no, aunque no estaba seguro.
—¿Y qué pasó después? ¿Qué les pasó a los indios?
Al muchacho lo mataron, luego arrastraron su cuerpo por todo el pueblo y terminaron en una taberna a orillas del río. Es probable que lo enterraran. En cuanto al resto de los indios…, huyeron, como hacían siempre. Sin embargo, al cabo del tiempo regresaron.
—¿No tenían miedo?
—Bueno…, el caso es que regresaron.
Fredericka le leía a su hermano en voz alta y acompañaba su lectura con bufidos de furiosa desesperanza, porque los hombres eran animales, la humanidad en su conjunto era irrecuperable y sólo la Palabra de Cristo podría redimirla. Una desapacible noche de enero leyó, a la luz de una lámpara, un fragmento de la obra de Franklin Relato de las últimas masacres de varios indios, amigos de esta provincia, cometidas por desconocidos del condado de Lancaster, con algunas observaciones sobre la cuestión, mientras Raphael la escuchaba inmóvil, sin tamborilear los dedos sobre el escritorio que tenía delante.
… Estos indios eran los que quedaban de la tribu de las Seis Naciones, establecida en Conestogo, de ahí su nombre indios conestogo. Cuando llegaron los primeros ingleses, los mensajeros de esta tribu se acercaron a darles la bienvenida con obsequios de venado, maíz y pieles. La tribu entera llegó a un acuerdo con el principal terrateniente, destinado a durar «hasta que el sol deje de brillar, o hasta que las aguas del río dejen de fluir».

Figurillas de madrileños para un Belén castizo

Noche de Amor, colección de belenes de Basanta-Martín

26 diciembre 2021

26 de diciembre

 LXXV

El curso de los sucesos había cambiado en el espacio de un año.
Aquel insignificante Bonaparte de quien todo el mundo se burlaba, victorioso después de una campaña que se podía parangonar con los más brillantes hechos de armas de Alejandro, de Aníbal y de César, había sido calificado por el Directorio con el nombre de hombre providencial, y la República francesa le entregó una bandera en la cual aparecía escrito, en letras de oro:
El general Bonaparte ha destruido cinco ejércitos, triunfado en diez y ocho batallas y en sesenta y siete combates, ha hecho prisioneros de guerra a 160.000 soldados enemigos, enviado a Francia 160 banderas, 1.180 piezas de artillería, para enriquecer nuestros arsenales, 200 millones al Tesoro y 51 barcos de guerra; las obras maestras de arte para embellecer nuestras galerías y nuestros museos, preciosos manuscritos para nuestras bibliotecas; en fin, ha dado la libertad a diez y ocho pueblos.
Fácilmente se comprenderá el pesar que tales honores a nuestro enemigo producían a la corte de Nápoles, a sir Guillermo Hamilton y a mí; a mí, como amiga de la Reina, de cuyos odios y de cuyas simpatías participaba; a sir Guillermo, como embajador de Inglaterra.
La Reina fue acometida de un acceso de furor, como pocas veces vi en ella, el día en que el Gobierno de las Dos Sicilias se vio obligado a reconocer a la República cisalpina.
El tratado de Campo-Formio, firmado entre Francia y Austria, tenía grande importancia. Francia extendía, de un lado, sus fronteras hasta los Alpes, y del otro, hasta el Rhin; Austria perdía en territorio, pero ganaba en súbditos; la República cisalpina crecía, al paso que la de Venecia decaía y pasaba a ser propiedad del emperador.
La paz parecía asegurada; pero sir Guillermo se sonreía con su diplomática sonrisa, cuando le hablaban de la duración de esa paz.
—En tanto que Inglaterra esté en guerra —decía—, el mundo, y sobre todo Francia, no sabrá vivir en paz.

La huida a Egipto

Noche de Amor, colección de belenes de Basanta-Martín

25 diciembre 2021

25 de diciembre

 A Hans Sturzenegger, Bel-Air, Schaffhausen

25 de diciembre de 1916
… En estos días el Dr. Bloesch me contó que lo vio en Zúrich y sentí de pronto un gran apego y me puse a pensar en usted, en sus cuadros, en la India y en Bel-Air, en el arte y la amistad y todas las demás cosas espléndidas de las que la guerra me privó.
Y entonces llegó como presente de Nochebuena su «Playa de Penang», portador de una nueva oleada de ese mundo maravilloso. Querido amigo, permítame expresar una vez más mi sincero agradecimiento por este exquisito y querido cuadro de la playa y por la deferencia de haber pensado en mí. Estimado Sturzenegger, en la actualidad se oye afirmar a algunos bárbaros que antes de la guerra habríamos vivido en medio de lujos y sensiblería y no sería sino en el presente cuando estaríamos descubriendo la vida real y los verdaderos sentimientos. Esto no puede ser más insensato y falaz. Hoy sé por experiencia que componer un poema y cantar una canción no sólo es más bello, sino también infinitamente más sabio y valioso que ganar una batalla o donar un millón para la Cruz Roja. Este mundo «organizado» de los políticos y los generales es nada, y aun el más loco de nuestros sueños de artista sigue siendo mucho más valioso. Crea en este pobre diablo de un poeta que desde hace catorce meses no vive sino en medio de negocios, política, explotación y organización.
Por esta razón, su cuadro ha sido recibido en este preciso momento por un corazón doblemente sensitivo y le estoy doblemente obligado y agradecido. ¡Ah, la playa de Penang, con sus lejanos archipiélagos y su multitud de bahías! Es bueno guardar en el recuerdo lo mejor de todo ello, porque de lo contrario enfermaríamos de nostalgia.
¡Venga alguna vez a Berna! Y cuando haya paz iré a visitarlo y lo espantaré mostrándole mis cuadros al pastel, pintados con mis propias manos. Como ya no tengo tiempo para componer y pensar, me he entregado a la pintura en mis ratos libres y por primera vez en casi cuarenta años he tomado entre los dedos carbones y colores. Yo no le haré competencia, pues no pinto la realidad de la naturaleza, sino sólo lo soñado…

Hermann Hesse
Cartas escogidas

«He escrito muchos millares de cartas, sin pensar en guardar copia de ellas. No fue sino a partir de 1927, en colaboración con mi mujer, cuando comenzamos a guardar ocasionalmente cartas cuyo contenido nos pareció relevante o en las cuales encontramos formulado con particular precisión un problema de interés general».
Así escribió Hermann Hesse en 1951, en el epílogo para la segunda edición alemana de este volumen. En el ínterin, a varios años de su muerte, se ha podido valorar la magnitud de su correspondencia. Hesse contestó más de treinta mil cartas. A partir de ese inmenso material de valor inapreciable se ha hecho la presente selección, iniciada por el propio Hermann Hesse. Contiene esencialmente las cartas en que el autor se pronuncia respecto de problemas de su época, las relaciones conflictivas entre el individuo y la sociedad, cuestiones de política, religión, arte y psicología. Cartas escogidas es, así, un documento fundamental para abarcar el pensamiento de Hermann Hesse e iluminarlo en la multitud de sus facetas.

Figurillas para un Belén

Noche de Amor, colección de belenes de Basanta-Martín

24 diciembre 2021

24 de diciembre

 Las desilusiones de Plinio.

Al gran pintor Paco Arias, que me contó parte de esta historia.
El día 17 de diciembre enterraron a Nicomedes Azpeitia, aquel vasco grandón que fue tratante de mulas y hace poco se compró un piso en Madrid. Plinio, el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso (G. M. T.) y su ayudante y concorde, don Lotario, el veterinario, estuvieron en el velatorio, aunque no tenían con él amistad mayor. Pero algunas tardes Nicomedes Azpeitia solía caer por su tertulia del San Fernando. Nicomedes Azpeitia no tenía amistad continua y precisa con casi nadie, pero todos se reían mucho con él. Siempre tenía salidas que no eran del estilo del pueblo, más bien vascas, pensaban los contertulios, y por eso hacía más gracia. Otras veces, muchas, se quedaba serio sin venir a cuento. Ya digo, era hombre que sorprendía mucho y gustaba a ratos.
El velatorio fue más bien aburrido porque no hubo grandes lloros ni se dijeron chistes. Mucho fumar y mucho bostezo, pero sin especial aquél.
Cuando a las tres de la madrugada, Plinio y don Lotario se dieron por cumplidos, ya en la calle, lo único que recordaban es que la caja del muerto era muy grandona y estaba colocada, casi empotrada, en una habitación más bien mísera. No pobre, entiéndeme, sino mísera de hechuras. Iba desde la misma puerta hasta el tabique endomingado con paños negros y un crucifijo muy resobado. No había manera de entrar al rezo del cadáver como no se saltase uno los pies del féretro. Todos los del velatorio pensaban extrañados por qué habían puesto allí al muerto, ya que la casa tenía otras habitaciones más grandes.
Otra cosa que comentó don Lotario fue que Nicomedes, así, muerto, no tenía cara de vasco. La había perdido. Podía pasar por uno de Villarrobledo, pongo por caso.
—Claro que sin la boina de tanto vuelo que siempre llevaba…
—Desengáñate, Manuel, y déjate de boinas. Es que se le ha puesto la cara muy corriente.
—Claro que tampoco estaba colorao como solía cuando vivo. Con la última pena se le fue el color.
—Tampoco es eso, Manuel. Yo creo que Nicomedes, como llevaba muchos años en el pueblo, estaba muy amanchegao por dentro y no le ha salido hasta la hora del acabóse.
Lo enterraron el día 17 de diciembre y el 22, claro, fue el sorteo de la lotería de Navidad. Y aquella noche, cuando Plinio después de cenar iba a su tertulia del Casino de San Fernando con el cuello del capote bien subido, las manos en los bolsillos y el pito en la boca, se encontró dos hombres también muy engabanados, justo en la esquina de la calle de don Evaristo.

Belén infantil

El ramo del Comercio agradece, los bienes obtenidos por, tan altruista actividad

Figuras para un Belén

Figuras para un Belén

23 diciembre 2021

23 de diciembre

 LA CRISIS DE LAS MASCOTAS

El subempleo y el hacinamiento han llegado a las roscas de Reyes, al menos yo me saqué tres muñequitos (en total había seis). Nuestra endeble democracia convive con este nuevo sistema parlamentario: ahora hay que tener mayoría de muñecos. El Día de la Candelaria haré la fiesta a la que me compromete la bancada que me tocó en el pastel.
Pero el drama de la noche de Reyes no tuvo que ver con los muñecos sino con los sucesos que lo antecedieron. Todo empezó porque nuestra hija de cinco años entró en tratos directos con Santa Claus y pidió que trajera un perro del Polo Norte.
Uno de los grandes misterios de la vida contemporánea es que no todos los perros son gratis. Tengo un amigo que duerme con un Cocker Spaniel; para permitirle subir a la cama, el perro le exige una galleta. ¿Es posible pagar por una relación social de este tipo? Los perros muerden las pantuflas, se orinan en el hielo del vendedor de raspados, ladran desde cualquier azotea, nos acompañan con absoluta ubicuidad (dos millones de ellos recorren las calles de la ciudad de México). Comprar uno debería ser tan extravagante como alquilar un hijo. Y sin embargo los perros se venden.
Mi hija Inés y yo solemos leer un libro pequeño: Canes del mundo. Por ese medio supimos que las cruzas refuerzan y el pedigrí debilita. Pero de nada me sirvió elogiar el color amarillo de los perros callejeros. La sabiduría del libro pequeño no es apreciada por una familia que cree en los regalos y distingue a la gente tacaña.

Tembleque. Toledo

Plaza de Tembleque

22 diciembre 2021

22 de diciembre

 La aventura del carbunclo azul

Dos días después de Navidad pasé a visitar a mi amigo Sherlock Holmes con la intención de transmitirle las felicitaciones propias de esa época del año. Lo encontré tumbado en el sofá, con un batín rojo púrpura, el portapipas a su derecha y un montón de periódicos arrugados que evidentemente acababa de estudiar. A un lado del sofá había una silla de madera, y de una esquina de su respaldo colgaba un sombrero de fieltro raído, costroso y agrietado por varias partes. Una lupa y unas pinzas en el asiento indicaban que había colgado el sombrero de esta manera con el fin de examinarlo.

—Parece usted ocupado —dije—. No quisiera interrumpir.

—En absoluto. Me alegra tener un amigo con quien comentar mis indagaciones. El caso es de lo más trivial —explicó, señalando el sombrero con el pulgar—, pero guarda relación con algunos detalles que no carecen por completo de interés, incluso son instructivos.

Me acomodé en la butaca y calenté las manos en el fuego que chisporroteaba en la chimenea. Había helado esa mañana y una gruesa capa de escarcha cubría las ventanas.

—Supongo —señalé— que a pesar de su aspecto corriente ese sombrero está relacionado con algún suceso terrible… que es la pista que lo conducirá a la resolución de algún misterio y al castigo de algún delito.

—No. Nada de delitos —se rio Sherlock Holmes—. No es más que uno de esos incidentes caprichosos que suceden cuando cuatro millones de seres humanos viven apiñados en unos pocos kilómetros cuadrados. Entre las acciones y las reacciones de un enjambre humano tan numeroso, cabe esperar cualquier combinación de acontecimientos y pueden presentarse un sinfín de problemas menores que, sin ser delictivos, resultan sorprendentes y extraños. Ya hemos tenido experiencias similares.

—Tanto es así que tres de los seis últimos casos que he añadido a mis notas estaban enteramente libres de delito.

—En efecto. Se refiere usted al intento de recuperar los documentos de Irene Adler, al extraño caso de la señorita Mary Sutherland y a la aventura del hombre del labio leporino. Es indudable que este pequeño asunto se enmarcará en la misma categoría de sucesos inocentes. ¿Conoce usted a Peterson, el conserje?

—Sí.

—Es a él a quien pertenece este trofeo.

—Es su sombrero.

—No, no es suyo. Lo encontró. No sabemos quién es su dueño. Le ruego que lo observe no como un ajado bombín, sino como un problema intelectual. Lo primero es cómo ha llegado aquí. Llegó la mañana de Navidad, en compañía de un buen ganso que en este momento seguramente se estará asando en el horno de Peterson. Los hechos son los siguientes. Alrededor de las cuatro de la madrugada del día de Navidad, Peterson, que, como usted sabe, es un hombre muy honrado, volvía a casa de algún jolgorio por Tottenham Court Road. A la luz de una farola vio a un hombre alto que iba delante de él, tambaleándose ligeramente, con un ganso blanco cargado al hombro. Cuando el desconocido llegó a la esquina de Goodge Street, tuvo un altercado con un grupo de maleantes. Uno de ellos le quitó el sombrero; el desconocido levantó el bastón para defenderse y, al blandirlo por encima de la cabeza, rompió el escaparate de un comercio. Peterson había echado a correr para proteger al hombre de sus agresores, pero el individuo en cuestión se asustó al romper el escaparate y, al ver que un hombre de uniforme se acercaba corriendo hacia él, soltó el ganso, puso pies en polvorosa y desapareció por el laberinto de callejuelas que hay detrás de Tottenham Court Road. Los maleantes habían huido al ver a Peterson, con lo que éste quedó dueño del campo y también del botín, que consistía en este maltrecho sombrero y un irreprochable ganso de Navidad.

Tembleque. Toledo

Tembleque

21 diciembre 2021

21 de diciembre

 Un ente de razón

Después hablé de mis gestiones para encontrar casas que me dieran su representación comercial, y le dije a don Eugenio que de una manera más bien honoraria que efectiva, podía titularme representante de la casa Collado, de San Sebastián.

—Está bien eso.

—Traigo, además, una carta para el cónsul de España en Bayona, don Agustín Fernández de Gamboa.

—¿La tienes ahí?

—Sí.

Le di la carta, la leyó y me dijo:

—Es una carta corriente; no sé si te servirá de algo. Si vas a verle a Gamboa no le hables de mí. Es un enemigo mío furioso.

—No le hablaré; no tenga usted cuidado.

—Bueno. Ahora vamos a hacer una sociedad para la casa de comisión que tenemos que fundar.

—¡Una sociedad! ¿Entre quiénes?

—Tú serás uno de los socios.

—¿Y el otro?

—El otro será el señor Etchegaray.

—¿Y quién es el señor Etchegaray?

—El señor Etchegaray es un ente de razón.

—No sé lo que es eso.

—Pues es un personaje que no existe.

—¿Y para qué lo necesitamos?

—Él dará seriedad y gravedad a tu casa de comisión; así, cuando tú alquiles un piso bajo con una pequeña oficina, pondrás una placa en la que se leerá:


ETCHEGARAY Y LEGUÍA
Casa de comisión

—Muy bien. Me tendrá usted que pintar qué clase de pájaro es este Etchegaray, para que no cometa alguna pifia si me preguntan por él.

—Etchegaray tendrá unos diez años más que yo: unos cincuenta y cinco a cincuenta y seis. Habrá estado en Méjico…

—Lo mejor sería que hiciera usted un documento de identificación completo.

—Lo voy a hacer ahora mismo.

Aviraneta se puso los anteojos, tomó una hoja de papel y escribió: «Dominique Michel Etchegaray Leguía».

—¡Hombre! ¡Leguía! ¿Es pariente mío?

—Sí; tío tuyo y primo mío. «Nacido en Bidart, Bajos Pirineos, el 21 de diciembre de 1782; estado, viudo; profesión, comerciante; estatura, alta; pelo, canoso; ojos, garzos; nariz, larga; barba, afeitada; color, sano…».

—¿Tiene hijos?

—Uno, que está en América establecido.

—¿En qué república?

—En Méjico.

—¿Qué ha hecho mi tío por allá?

—Ha sido comerciante y minero en California.

—¿Tiene parientes en Francia?

—No; únicamente una hermana en España.

—Que es, naturalmente, tía mía.

—Claro.

—¿La haremos soltera o casada?

—Soltera.

—¿La tía Juana?

—Bueno.

—¿Dónde vivirá?

—En Vergara, si te parece.

—Muy bien.

—Ya que estamos de acuerdo en la existencia de este ente de razón, haré que mañana Iturri, el dueño de esta fonda, saque en la subprefectura, donde tiene un amigo, documentos de identificación de Dominique Etchegaray, avecindado en Bidart; luego haremos la escritura de sociedad comercial entre Etchegaray y tú. Etchegaray será socio tuyo, y andará yendo y viniendo de España.

Cuando tú pongas tu oficina, yo escribiré siempre a nombre de Etchegaray.

—Ahora, ¿qué tengo yo que hacer?

—Nada. Sigues en la fonda de San Esteban, donde dirás que cuando quede vacante un cuarto alto y barato te lo reserven. Mañana por la mañana irás a un comercio de antigüedades de la calle Salie, el comercio del señor Falcón. Allí verás a doña Francisca González de Falcón, que es española, y ella te irá resolviendo las dudas que tengas, dándote el dinero que necesites e indicándote lo que debes hacer. Nos comunicaremos por carta; tú me escribirás a nombre de Iturri; yo, a nombre de Etchegaray, cuando la casa de comisión esté establecida. Mientras tanto, si te necesito, te avisaré.

—Bueno.

—Eres un joven de una familia acomodada del comercio, a quien han enviado a aprender francés a Bayona y a estar fuera de la lucha carlista.

—Muy bien. Comprendido.

Me despedí de Aviraneta, y fui marchando después hacia el centro del pueblo. Mi vida en Bayona comenzaba de una manera rara y pintoresca.

Pío Baroja
El amor, el dandismo y la intriga
Memorias de un hombre de acción - 13

Esta obra, terminada en Vera de Bidasoa por octubre de 1922, se halla constituida por cuatro partes y en ellas vuelve a ser personaje central el narrador, Pedro Leguía. Retoma el argumento un poco abandonado que comenzara en El aprendiz de conspirador. Bayona es el centro de la intriga al principio, como lo será en otras novelas de la serie, inmediatamente posteriores. Abundan las descripciones y pinturas del ambiente de 1837. Leguía es joven, apuesto, el dandismo está a la orden del día.

Esto y sus actividades peculiares le dan motivos para apuntar muchas ideas y observaciones sobre la vida amorosa y la política y sus hombres. Pero también hay parte dedicada a descubrir la situación de la zona fronteriza avanzada ya la primera guerra civil; el novelista transcribe, así, canciones vascas de circunstancias (algunas recogidas en Vera). La tercera parte recoge experiencias muy distintas y varias, en París y Madrid. La trama mayor de todas las urdidas por Aviraneta para provocar la desorientación en el campo carlista se va desarrollando en las partes cuarta y quinta, llenas de incidentes novelescos e intrigas amorosas que justifican sobradamente el título.

Tembleque. Toledo

Plaza de Tembleque

20 diciembre 2021

20 de diciembre

 LOU ANDREAS-SALOMÉ (1861-1937), NIETZSCHE (1844-1900) y PAUL RÉE (1849-1901). Fraternidad amorosa

“Necesito a una persona joven cerca de mí, que sea suficientemente inteligente e instruida para poder trabajar conmigo. De cara a este fin aceptaría un matrimonio de dos años; pero, evidentemente, llegado el caso habría que tomar en consideración un par de condiciones más”. Nietzsche conoció a Lou en 1880 en Lucerna, Suiza, y quedó impresionado. Quiso pedirle matrimonio, confiando a Paul Rée la mediación de su propuesta. Así, los tres se transformaron en grandes amigos y rápidamente nació un proyecto de convivencia según un sueño de fraternidad ideal, pues a los dos hombres no les hubiera importado compartirla. Pero ella no quería, prefería seguir siendo la eterna amiga de Rée y Nietzsche, intelectualmente sintonizaban, pero sentía repugnancia física hacia ambos. En un borrador de carta, fechado el 20 de diciembre de 1880, Nietzsche se dirige dolido a Lou y a Rée: “No se inquieten demasiado por los arrebatos de mis delirios de grandeza o de mi vanidad herida: y si por casualidad yo mismo alguna vez hubiera de quitarme la vida por dichos afectos, tampoco entonces habría demasiado por lo que llorar. ¡Qué les importan a ustedes, quiero decir a usted y a Lou, mis fantasías! Consideren muy mucho entre ustedes que al fin y al cabo soy ya un medio-inquilino de un manicomio, enfermo de la cabeza, a quien la soledad ha desconcertado completamente. Por esto he llegado a la comprensible razón de mi situación, después de haber tomado por desesperación una increíble dosis de opio: en vez de haber perdido la razón parece que finalmente me viene. Por lo demás, he estado enfermo durante semanas: y si les digo que durante veinte días el tiempo aquí ha sido como en Orta, mi estado les parecerá más comprensible. Pido a Lou que me perdone todo. Prometo sólo intentar hacer lo mismo: quizá tenga la ocasión de perdonarle también algo a ella”. En 1901 Rée se suicidó justo en el lugar donde Lou le había rechazado veinte años atrás. Otro tanto ocurrió con Nietzsche, si bien el poeta-filósofo logró sublimar la atracción que sentía en una obra singular, Así habló Zarathustra.

Roser Amills
Las 1.001 fantasías más eróticas y salvajes de la historia

«Con mucho sentido del humor y meticulosidad, Roser Amills disecciona y clasifica las fantasías de 1.000 personajes célebres. Y el lector, permítanme el consejo, debería trascender la inicial fascinación del entomólogo y dejarse inspirar».

Gijón, un tranquilo deambular

Gijón, un tranquilo deambular

19 diciembre 2021

19 de diciembre

 Emily Brontë, el mayor silencioso

La vida de Emily Brontë fue tan corta y callada y es ya tan remota que no muchas cosas se saben de ella, lo cual no es obstáculo para que sus compatriotas biógrafos la relaten en gruesos volúmenes por lo general muy vacuos. Aunque las hermanas Brontë son siempre tres para la historia, en realidad fueron cinco, a las que se olvida añadir con demasiada frecuencia al hermano Branwell, no por calamitoso y alcohólico menos importante en la vida de la más célebre. Las dos hermanas con las que nunca se cuenta se llamaban María y Elizabeth, y murieron aún niñas una tras otra a causa de la tuberculosis. En un episodio más bien dickensiano, fueron maltratadas por sus profesoras poco antes del desenlace, obligadas a levantarse de la cama, castigadas e insultadas estando ya enfermas. La posteridad ha hecho a Emily un extraño reproche: que, siendo la niña mimada de todo el colegio, no intercediera por las víctimas, sino que guardara silencio ante la injusticia. El reproche es particularmente antojadizo porque la autora de Cumbres borrascosas no tenía ni seis años, cinco y cuatro menos, respectivamente, que sus dos vejadas hermanas. Detrás de ellas venía Charlotte y luego Branwell, y a continuación de Emily, Anne, la más pequeña, novelistas todas las supervivientes, Branwell sólo poeta frustrado. La madre había muerto cuando Emily Brontë tenía tres años y todas se educaron con un padre de origen irlandés, no reñido con las letras ya que escribía sermones. Otros miembros menos piadosos de la familia las iniciaron en la tradición oral, con la habitual preferencia por las historias de fantasmas y demonios y duendes de los cuentistas de Irlanda. Sin duda ahí estableció contacto Emily por vez primera con lo sobrenatural, que sobrevuela desde la primera hasta la última página de su única novela.

Marina, puerto deportivo de Gijón

Marina, puerto deportivo de Gijón

18 diciembre 2021

18 de diciembre

Sueño del canciller

Lo que V. M. me escribe me anima a relatar un sueño que tuve en la primavera de 1863, cuando la gravedad de la política había llegado a su punto máximo y no se vislumbraba salida ninguna practicable. Así las cosas, soñé esa noche (y a la mañana siguiente lo conté a mi mujer y otras personas) que iba a caballo por una angosta senda alpina, bordeada a la derecha por un abismo y a la izquierda por una roca perpendicular. La senda fue haciéndose cada vez más estrecha, hasta el punto de que el caballo se negó a seguir adelante, resultando también imposible, por falta de sitio, dar la vuelta o apearme. En ese apuro, golpeé con la fusta que empuñaba con mi mano izquierda la roca vertical y lisa, invocando el nombre de Dios. La fusta se alargó infinitamente, cayó la roca y apareció ante mis ojos un amplio camino, al fondo del cual se extendía un bello paisaje de colinas y bosques, semejante al de Bohemia, por el que avanzaba un ejército prusiano con sus banderas desplegadas. Al mismo tiempo, me preguntaba cómo podría comunicar rápidamente tal suceso a V. M. Desperté contento y fortificado. El sueño llegó a cumplirse.

Bismarck a Guillermo I, 18 de diciembre de 1881.

Jorge Luis Borges
Libro de sueños

En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre, no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica sino el tigre rayado, asiático y real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Paso la infancia, caducaron los tigres y su pasión, pero todavía están en mis sueños. En esa napa sumergida o caótica siguen prevaleciendo y así: Dormido, me distrae un sueño cualquiera y de pronto se que es un sueño. Suelo pensar entonces: Éste es un sueño, una pura diversión de mi voluntad, y ya que tengo un ilimitado poder, voy a causar un tigre.

¡Oh incompetencia! Nunca mis sueños saben engendrar la apetecida fiera. Aparece el tigre, eso sí, pero disecado y endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro.

Jorge Luis Borges

Calles de Valdemoro

calles de Valdemoro

17 diciembre 2021

17 de diciembre

Anécdota sobre el sitio de París en la guerra de 1870 a 1871

Empezaremos por reproducir el menú que fue servido en el restaurante Voisin el día 25 de diciembre de 1870, cuando París llevaba noventa y nueve días sitiado por los ejércitos alemanes.

Entremeses

Mantequilla, rábanos, cabeza de asno farcida, sardinas.
Sopas
Puré de judías encarnadas con costrones
Consomé de elefante
Entrantes
Pescados del Sena fritos
Camello asado a la indiana
Cibet de canguro
Chuletas de oso en salsa picante

Asados

Pierna de lobo, salsa Chevreuil
Gato asado guarnecido de ratones
Ensalada de berros
Terrinas de antílope con trufas
Setas a la bordelesa
Guisantes con mantequilla

Dulces

Pastel de arroz con confituras

Postres

Queso de Gruyère

Vinos

PRIMER SERVICIO

Jerez, Latour-Blanche 1861
Ch. Palmer 1864

SEGUNDO SERVICIO

Mouton Rothschild 1846
Romanée Conti 1854
Bellenfer frappé
Grand Porto 1827

Café

Licores

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LA COCINA DURANTE EL SITIO DE PARÍS.- El menú que reproducimos es una evocación de los aciagos días, y a la vez un documento de valor; fue, sin duda, un menú de sociedad, pues no lleva ninguna nota. Seguramente por la fecha, 25 de diciembre, sería un reveillon. No deja de ser muy interesante conocer los precios establecidos en aquellos tiempos de carestía por los restaurantes de París.

Con el folleto Menús de un restaurante de París durante el sitio, L. Restaurant Peter’s, pasaje de los Príncipes, Berte menciona las listas de las comidas desde el 19 de diciembre hasta el 28 de enero, día de la capitulación, época la más crítica, y durante aquellos días de tribulación gastronómica echaron mano de los ejemplares zoológicos del Jardín Botánico. Aparte del caballo, el mulo, el asno, el perro, el gato y las ratas, no era corriente mencionar en los menús el elefante, el camello, el antílope, el oso, etc.

Con semejantes primeras materias los cocineros sitiados pudieron, dentro de lo posible, atraer la curiosidad de los aficionados y crear nuevos platos. Es muy sensible que Berte no se haya extendido más en este sentido, pudiendo su pluma hacernos una historia completa de la alimentación parisién en aquellos tristes meses.

Con fecha 17 de diciembre un autor relata que 2500 huevos de conserva comprados a 1,20 la docena fueron vendidos por la casa a 1,50 la pieza. El día 1 de enero de 1871 el restaurante compró 2500 kilos de elefante a 30 francos el kilo. El servicio de mesa empezó a las seis y a las 6,35 no había ni pizca de guiso de elefante, habiéndose sacado de la venta 600 francos; así se fue vendiendo en toda la semana, pero en lugar de elefante era caballo. ¡En gastronomía, como en cualquier otra cosa todo lo salva la fe!

El 27 de diciembre un oso del Jardín Botánico fue vendido por 200 francos. He aquí los diferentes precios de artículos pagados por el restaurante: El caballo, el mulo, el asno se vendían a 8 francos el kilo; el tocino, a 24; el cerdo, a 3 el kilo; una cabra, 80; un pequeño corderito, a 150; una ternera de doce días, 200; el jamón, 24 el kilo; un perro, 4 el kilo; un gato, 8; una rata, 2, un conejo, 45; en los últimos días, un pollo, faisán o pato, 50 pieza; una paloma, 12; dos pavos, uno 120 y el otro 150.

Patatas, 50 francos decalitro (el 13 de enero); el queso de Gruyère, 22 el kilo, etc.; como de pescado había solamente del Sena, era muy buscado y caro.

Precios marcados en las listas del expresado restaurante:

Mantequilla, 4 gramos ...................... 1,75
Entremeses ................................. 1
Fritura: de pescado ........................ 6
Caballo o mula, braseado o adobado ......... 4,50
Pierna de asno en salsa toussenel .......... 5,50
Corzo, salsa picante ....................... 5
Salteado de dromedario ..................... 6
Estofado de carnero y de perro ............. 5
Cibet de gato .............................. 6
Salteado de rata ........................... 3,50
Media paloma con aceitunas ................ 12
Alcachofas ................................. 2,50
Cardos ..................................... 3,50
Espárragos ................................. 3,50
Patatas salteadas .......................... 2,50
Peras o manzanas ........................... 1,25 etc.

La exactitud de estos precios ha sido confirmada por Genin. Estos precios, que entonces parecían exagerados, nos parecen a nosotros reducidísimos, y cuando se comparan éstos con los de Madrid durante el Movimiento resultan baratísimos. Mi hijo ofreció, estando yo enferma, hasta veinticuatro duros por dos huevos —hubiera dado más—, y no se los quisieron vender; tan sólo lo cambiaban por tabaco, el dinero no les interesaba…

María Mestayer de Echagüe
(La Marquesa de Parabere)
Historia de la Gastronomía

Esta amena y desenfadada Historia de la Gastronomía que contiene infinidad de anécdotas y glosas sobre platos y alimentos, constituye una divertida aportación de María Mestayer de Echagüe —más conocida como la Marquesa de Parabere— a la historia de la cocina y de la alimentación. Este libro que era objeto de búsqueda por parte de bibliófilos y coleccionistas nos muestra las influencias e inquietudes que impulsaron a la Marquesa de Parabere a la realización de su magnífica y decisiva aportación a la cocina española.

Todas las obras de la Marquesa de Parabere destacan por su afán didáctico así como por su sentido práctico. El libro que tiene el lector en sus manos es el mejor exponente.

Plaza Mayor de Valdemoro

en la plaza

16 diciembre 2021

16 de diciembre

4. LOS CONSEJEROS Y LA SUPREMA

Creo que al llegar a este momento hay que hacer nuevas observaciones respecto a la carrera inquisitorial en su fase más elevada. Aparte y por encima de las inquisiciones provinciales funcionaba la Suprema. El presidente de ella era el Gran Inquisidor o Inquisidor general. Asistían a éste los consejeros, que se nombraban entre antiguos inquisidores provinciales o entre letrados y prelados conocidos por su experiencia. Por privilegio de Felipe III, fechado a 16 de diciembre de 1618, a partir de aquella fecha siempre había un dominico entre ellos.

Las causas más graves, las causas de apelación, las que ofrecían discrepancia de criterio, las que presentaban grandes dudas y las relativas a delitos de los ministros del Santo Oficio, se veían en la Suprema y ésta ratificaba las sentencias. Cada año también se recibían en ella los informes de las inquisiciones provinciales respecto a la marcha de las causas seguidas en ellas, el número de procesados, de presos, etc. Cada mes informaban respecto a asuntos económicos. Se reunía el Consejo (que era uno de los grandes del reino) los lunes, miércoles y viernes por la mañana; los martes, jueves y sábados, por la tarde; intervenían en las sesiones vespertinas dos consejeros de Castilla. Siempre que hubo negocios graves hubieron de trabajar en firme los consejeros. Así, en 1528, cuando se trató de resolver el negocio de las brujas de Navarra. Más tarde, a medida que se presentaban casos como los de los judaizantes de Murcia, dirigido por fray Luis de Valdecanas, o los luteranos de Valladolid (1588). Discutían los consejeros; votaban por orden de antigüedad, del más moderno al más antiguo. Había a veces juntas extraordinarias, en que participaban miembros de otros tribunales. Pero no todo el tiempo se invertía en negocios de esta índole. Fue el del Santo Oficio uno de los tribunales más discutidos en cuestión de preeminencias, lugares y honores. Con los obispos, con las chancillerías y sus miembros, con los municipios, tuvo siempre graves y largos pleitos por asuntos de etiquetas y honores. Los inquisidores dan fe de la importancia que concedían a esto. Simancas se vanagloria de la rapidez con que llegó a ser de los que votaban en último lugar. Las pompas de los autos, las procesiones y otras ceremonias daban lugar a mil quehaceres ajenos a lo más específico en la función inquisitorial.

Julio Caro Baroja
El señor inquisidor

El señor inquisidor examina el estilo de vida de los funcionarios permanentes de la Inquisición, los criterios seguidos para su incorporación y promoción y las formas de actuación del Santo Oficio.

Este ensayo fue escrito por Julio Caro Baroja después de una ardua tarea de investigación y en él sostiene que se ha escrito mucho sobre la Inquisición, pero de manera abstracta y que, sin prescindir de tantas interpretaciones, proclamadas por diferentes escuelas y pensadores y realizadas en distintos momentos históricos sobre las actuaciones de la Inquisición, el Santo Oficio debería ser juzgado a partir de las actuaciones de sus verdaderos protagonistas, es decir los señores inquisidores.

La obra constituye el primer capítulo de la recopilación de trabajos El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio publicado por Caro Baroja en 1994.

Plaza Mayor en Valdemoro

en la Plaza

15 diciembre 2021

15 de diciembre

Par condicio

Cuando Montalbano llegó recién nombrado a la comisaría de Vigàta, su colega saliente le hizo saber, entre otras cosas, que el territorio de Vigàta y sus alrededores era objeto de contencioso entre dos «familias» mafiosas, los Cuffaro y los Sinagra. Ambas intentaban poner fin a la larga disputa recurriendo, no a las instancias con papel sellado, sino a mortíferos disparos de lupara.

—¿Lupara? ¿Todavía? —se sorprendió Montalbano, porque aquel sistema le pareció arcaico en unos tiempos en los que las metralletas y las Kaláshnikov se adquirían en los mercadillos locales por cuatro cuartos.

—Es que los dos jefes de las familias locales son tradicionalistas —le explicó su colega—. Don Sisìno Cuffaro ha rebasado los ochenta, mientras que don Balduccio Sinagra ha cumplido ochenta y cinco. Debes comprenderlos, están apegados a los recuerdos de juventud y la escopeta de caza se encuentra entre los más queridos. Don Lillino Cuffaro, hijo de don Sisìno, que pasa de los sesenta, y don Masino Sinagra, el hijo cincuentón de don Balduccio, están impacientes, querrían suceder a sus progenitores y modernizarse, pero están atados a los padres que todavía son capaces de correrlos a bofetadas en medio de la plaza.

—¿Bromeas?

—En absoluto. Los dos viejos, don Sisìno y don Balduccio, son personas juiciosas, siempre quieren ir empatados. Si uno de la familia Sinagra mata a uno de la familia Cuffaro, puedes poner la mano en el fuego que al cabo de una semana uno de los Cuffaro dispara a uno de los Sinagra. De uno en uno solamente.

Molino de viento. El Romeral

El Romeral, molino de viento

14 diciembre 2021

14 de diciembre

TRES

La policía apareció a la hora de la comida. Se habían tomado en serio la carta al Herald y el detective a cargo del caso tenía que hacerle a Sammy unas cuantas preguntas sobre Joe.

Sammy le contó al detective, un hombre llamado Lieber, que no había visto a Joe Kavalier desde la tarde del 14 de diciembre de 1941 en el muelle 11, el día que Joe zarpó para iniciar su instrucción básica en Newport, Rhode Island, a bordo de un paquebote llamado Comet. Joe nunca había contestado a ninguna de sus cartas. Luego, hacia el final de la guerra, la madre de Sammy, en calidad de pariente más cercana, había recibido una carta de la oficina de James Forrestal, el Secretario de la Marina. Decía que Joe había sido herido o había enfermado en el cumplimiento de su deber. La carta era imprecisa sobre la naturaleza de la herida y el escenario de guerra. También decía que llevaba cierto tiempo recuperándose en bahía de Guantánamo en Cuba, pero que en breve lo iban a licenciar y le iban a conceder una distinción. Al cabo de dos días, llegaría a Newport News a bordo del Miskatonic. Sammy había ido hasta Virginia en un autobús Greyhound para recogerlo y llevarlo a casa, pero de alguna forma Joe se las había arreglado para escapar.

—¿Escapar? —dijo el detective Lieber. Era un hombre sorprendentemente joven, un judío rubio de manos gordezuelas con un traje gris que parecía caro sin resultar ostentoso.

—Era un talento que tenía —dijo Sammy.

Calles de El Romeral. Toledo

los colores de las calles de El Romeral

13 diciembre 2021

13 de diciembre

CAPÍTULO XXXI

Me llevo el número 1

Terminado nuestro año de luto, mi abuela comenzó a reponerse un poco de su dolor y a recibir de vez en cuando alguna visita, en especial de niños compañeros nuestros o de las amigas de mi hermana.

Con ocasión del cumpleaños de Liubotshka, el 13 de diciembre, vinieron antes de comer la princesa Kornakof con sus hijas, la señora Valakhine y Sonia, Rine Grapp y los dos menores de los Ivine.

A nuestros oídos llegaban las risas y el rumor de los invitados, sin que nos fuera permitido bajar a la reunión hasta haber terminado nuestras clases. En la tablilla colgada en la pared se leía: «Lunes, desde las dos a las tres, lección de Historia y Geografía». Por consiguiente, era preciso esperar al maestro de Historia, que debía tomarnos la lección y marcharse.

Eran ya las dos y cuarto y el maestro no venía, ni se lo veía por ninguna parte. Asomado a la ventana, me obstinaba en mirar a la calle con la más viva impaciencia, para ver si el preceptor aparecía por el extremo de la calle.

Luanco. Asturias

Que es la hora de comer, ¡hombre de diós!

12 diciembre 2021

12 de Diciembre,

 CAPÍTULO LIII

Dábanle a entender los indios, que traía consigo, que la tierra que él creía de Babeque ser isla, que era Tierra Firme; y torna a rectificarse en su opinión que la gente de Caniba, que oía decir a los indios que debía ser la del Gran Khan. —Hizo poner una gran cruz a la boca del puerto en señal que la tierra era de los reyes de Castilla. —Tres marineros entráronse por el monte adentro. —Sintieron mucha gente. —Huyó toda. —Alcanzaron una mujer que traía un pedazo de oro en las narices. —Vistióla el Almirante y dióle joyas; tornáronla a enviar. —Envió otro dia nueve cristianos a tierra con un indio de los que traía. —Cuatro leguas hallaron una población de 1.000 casas y habría 3.000 hombres. — Huyen todos. —Da voces el indio que no teman que es gente buena. —Vuelven todos. —Admíranse de los cristianos. —Lléganles las manos, temblando, a las caras. —Hácenles mil servicios. —Creen haber venido del cielo. —Vino mucha más gente con el marido de la mujer. —Vieron tierras felicísimas. —Induce el autor a cierta consideración. Tuvo el Almirante cierta experiencia, etc.

Tenia gran deseo de ver aquel entremedio destas dos islas, Española y Tortuga; lo uno, por descubrir e ver toda esta isla Española, que le parecía la cosa más hermosa del mundo, lo otro, porque le decían los indios, que consigo traía, que por allí se había de ir para la isla de Babeque, y, según entendía dellos, era isla muy grande y de grandes montañas, valles y ríos. Decían más, cuanto el Almirante creía que entendía, que la isla de Bohío, que era esta Española, era mayor que la isla Juana, que era la isla de Cuba, y decían verdad. Parece que los indios dichos daban a entender que el Babeque era Tierra Firme, porque decían que no estaba cercada de agua, y que estaba detrás desta isla Española, la cual llamaban Caritaba o Caribana, que era como cosa infinita; y a mi parecer, que, cierto lo decían por Tierra Firme, y que debían tener noticia de la Tierra Firme, que estando aquellos indios en las islas de los lucayos, donde nacieron, y allí en el puerto de la Concepción, donde al presente estaban, les caía Tierra Firme detrás, o, más propiamente hablando, desa parte o adelante desta Española isla.

Dice aquí el Almirante, que le parece que tienen razón en nombrar tanto a Babeque, y por otro nombre a Garibana, porque debían de ser trabajados de la gente dalla, por parecerle que en todas estas islas viven con su temor. De aquí torna el Almirante a afirmar lo que muchas veces ha dicho, que cree que esta gente de Caniba no ser otra cosa sino la gente del Gran Khan, que debía ser de allí vecina, que tenían navíos con que los venían a captivar, y, como no tornaban, creían que se los comían.

Esta opinión tenía, y harto le ayudaba a tenerla la carta o mapa, que traía, de Paulo, físico, y la información que le había dado por sus cartas, como arriba veces se ha referido, y los muchos indicios y argumentos de las tierras tantas y tales, y cosas dellas que iba viendo cada dia.

El miércoles, 12 de Diciembre, viendo que todavía ventaba viento contrario y no podía partirse, hizo poner una gran cruz a la entrada del puerto de la parte del gueste, en un lugar eminente, muy vistoso, en señal, dice él, que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo, nuestro Señor, y honra de la cristiandad; la cual puesta, tres marineros se metieron por el monte a ver los árboles y hierbas, y oyeron y vieron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, a los cuales llamaron y fueron tras ellos, pero dieron los indios a huir, y finalmente tomaron una mujer; que no pudieron más porque el Almirante les había mandado que tomasen algunos para honrarlos y hacerles perder el miedo, y por saber si había en estas tierras alguna cosa de provecho, porque no le parecía que podía ser otra cosa, según la hermosura destas tierras, y así trujeron la mujer, muy moza y hermosa, a la nao, la cual habló con los indios que el Almirante traía, porque toda era una lengua.

Hízola el Almirante vestir y dióle cuentas de vidrio, y cascabeles, y sortijas de latón, y tornó a enviarla honradamente, según solía el Almirante hacer, enviando algunas personas de la nao con ella y tres indios de los que traía, porque hablasen con aquella gente; los marineros que iban en la barca cuando la llevaban a tierra dijeron al Almirante, que ya no quisiera salir de la nao sino quedarse con las otras mujeres indias que traía del puerto de Mares, en la isla Juana o de Cuba. Todos estos indios que venían con aquella india, dizque, andaban en una canoa, por ventura, pescando, y, cuando asomaron a la entrada del puerto y vieron los navíos, volviénronse atrás y dejaron la canoa y huyeron camino de la población. Ella mostraba el paraje de la población; traía, diz que, un pedazo de oro en la nariz, por lo cual juzgó haber en aquella oro, y no se engañó.

A tres horas de noche volvieron los tres cristianos que el Almirante había enviado con la mujer, los cuales no fueron con ella hasta la población por que les pareció lejos, o por ventura dejaron de ir por miedo. Trajeron, empero, nuevas, que otro día vendría mucha gente a los navios, porque les pareció, o supieron, que, por las nuevas que la mujer les dio, de la buena conversación y tratamiento que le hicieron los cristianos, estaban ya no tan sobresaltados.

El Almirante, con deseo de saber si había en aquella tierra, tan hermosa y tan fértil, alguna cosa de provecho, y haber lengua de la gente, y para disponerla a que tuviesen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a enviar nueve hombres a la población, con sus armas, bien aderezados, y con ellos un indio de los que traía de las islas, confiando en Dios y en las nuevas que habría dado la india del buen tratamiento que le había hecho el Almirante. Estos fueron a la población, que estaba cuatro leguas y media hacia el Sueste, la cual hallaron en un grandísimo valle, y toda vacía de gente, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto tenían, la tierra dentro. Era la población de 1.000 casas y de más de 3.000 hombres; el indio que los cristianos llevaban corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hobiesen miedo, que los cristianos no eran de Caniba, antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban. Tanto les imprimió lo que decia, que se aseguraron y vinieron juntos más de 2.000 dellos. Venían todos a los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, que era señal de amistad y gran reverencia, y, cuando esto hacían, estaban todos temblando, hasta que los cristianos del todo los aseguraron. Dijeron aquellos que el Almirante envió, que, después que perdieron el miedo, iban todos a sus casas y cada uno los traía de lo que tenia de comer, pan de unas raíces que siembran de que hacen pan, de las cuales se dirá adelante, pescado y otras cosas cuantas de comer tenían; y, porque el indio que iba con los cristianos dijo a los indios que se holgaría el Almirante haber algún papagayo, luego les trujeron papagayos y cuanto los cristianos les pedían, sin querer nada por ello. Todo esto cuenta el Almirante. Rogaban a los cristianos ahincadamente, que no se viniesen aquella noche, y que les darían otras muchas cosas que tenían en la sierra.

Al tiempo que toda aquella gente junta estaba con los cristianos, vieron venir una gran multitud de gente, con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual traían sobre los hombros, que venían a dar gracias a los cristianos por la honra que el Almirante le había hecho, y dádivas que le había dado. Dijeron los cristianos al Almirante, que aquella gente toda era más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta entonces visto; pero aquí dice el Almirante, que no sabe cómo pueda ser de mejor condición que las otras, dando a entender que las otras todas, de las otras islas que habían hallado, eran de humanísima condición. Cuanto a la hermosura, decían los cristianos que no había comparación, así en los hombres como en las mujeres, y que eran blancos más que los que habían visto, y, señaladamente, decían que habían visto dos mujeres mozas, tan blancas como podían ser en España. De la hermosura de las tierras que vieron, referían que excedían a todas las tierras de Castilla, en fertilidad, hermosura y bondad. El Almirante asi lo concedía, por las que tenia presentes y las que dejaba atrás. Señaladamente encarecían las de aquel valle, las cuales a la campiña de Córdoba les parecía exceder, cuanto el día excede a la noche en claridad. Estaban, diz que, todas labradas, y por medio de aquel valle pasaba un río muy grande y ancho, con el cual todas se podían regar. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta; las hierbas, todas floridas y muy altas; los caminos, muy anchos y buenos; los aires eran como por Abril, en Castilla; cantaban el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España; las noches, cantaban algunos pajaritos suavemente, que, diz que, era la mayor dulzura del mundo; los grillos y ranas se oían muchos de noche; los pescados como en España. Vieron muchos almástigos, lignaloe, y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla que en tan poco tiempo no se halle. Todo esto dice el Almirante.

Debe aquí el lector considerar la disposición natural y buenas calidades de que Dios dotó a estas gentes, cuan aparejadas estaban por natura para ser doctrinadas e imbuidas en las cosas de la fe y religión cristiana, y en todas virtuosas costumbres, si bebieran sido tractadas y atraídas virtuosa y cristianamente; y qué tierras estas tan felices, que nos puso la Divina providencia en las manos para pagarnos, aun en esta vida, sin lo que hablamos de esperar en la otra, los trabajos y cuidados que en atraerlas a Cristo tuviéramos. Temo que no merecimos ni fuimos dignos, por lo que Dios cognosció que hablamos de ofenderle, de tan sublimes y no comparables a otros ningunos bienes.

Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas era el día y la noche, y halló que, de sol a sol, habían pasado veinte ampolletas de a media hora cada una, que son los relojes de arena que sabemos, y así parece que de sol a sol había en el dia diez horas; puesto que dice poder allí haber algún defecto, porque los marineros, o se olvidan de volverlas cuando han pasado, o ellas se azolvan y no pasan por algún rato. Y bien creo yo, que, por aquel tiempo, hay en el dia en esta isla once horas y algo más, que viene a la cuenta quel Almirante dice.

Bartolomé de las Casas
Historia de las Indias
Libro I

Dentro del voluminoso conjunto de los escritos lascasianos, ocupa la Historia de las Indias un puesto a toda luz excepcional. No es que sea, ni de le jos, la obra más famosa de fray Bartolomé, cuya figura histórica ha sido y sigue siendo tantas veces identificada, para bien y para mal, a través de la única Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicada en vida del autor y propagada por el mundo entero. Muy distinto, por supuesto, es el caso de la Historia, libro de mucho bulto y de muy diferente índole, cuyo manuscrito, por otra parte, permaneció inédito durante más de tres siglos. Distínguese sobre todo la Historia, dentro de su categoría, por la abundancia y precisión de las noticias, respaldadas por una enorme documentación de primera mano, cuando no por la propia experiencia del historiador. Señálase aún por los prolijos comentarios, desde luego casi siempre acusadores, que acompañan sistemáticamente la relación de los sucesos, y vienen a ocupar no menos espacio, y a veces más, que la misma narración.

Según indicación contenida en el texto, anunciaba Las Casas que su obra comprendería seis libros, correspondiendo cada uno a un período de diez años —excepto el primero, reducido a ocho por empezar en 1492 y terminar en 1500. No descartaba, además, la posibilidad de prolongarla, pero la Historia, tal como la conocemos, consta solamente de tres décadas.

Enriketa ve un fantasma