Par condicio
Cuando Montalbano llegó recién nombrado a la comisaría de Vigàta, su colega saliente le hizo saber, entre otras cosas, que el territorio de Vigàta y sus alrededores era objeto de contencioso entre dos «familias» mafiosas, los Cuffaro y los Sinagra. Ambas intentaban poner fin a la larga disputa recurriendo, no a las instancias con papel sellado, sino a mortíferos disparos de lupara.
—¿Lupara? ¿Todavía? —se sorprendió Montalbano, porque aquel sistema le pareció arcaico en unos tiempos en los que las metralletas y las Kaláshnikov se adquirían en los mercadillos locales por cuatro cuartos.
—Es que los dos jefes de las familias locales son tradicionalistas —le explicó su colega—. Don Sisìno Cuffaro ha rebasado los ochenta, mientras que don Balduccio Sinagra ha cumplido ochenta y cinco. Debes comprenderlos, están apegados a los recuerdos de juventud y la escopeta de caza se encuentra entre los más queridos. Don Lillino Cuffaro, hijo de don Sisìno, que pasa de los sesenta, y don Masino Sinagra, el hijo cincuentón de don Balduccio, están impacientes, querrían suceder a sus progenitores y modernizarse, pero están atados a los padres que todavía son capaces de correrlos a bofetadas en medio de la plaza.
—¿Bromeas?
—En absoluto. Los dos viejos, don Sisìno y don Balduccio, son personas juiciosas, siempre quieren ir empatados. Si uno de la familia Sinagra mata a uno de la familia Cuffaro, puedes poner la mano en el fuego que al cabo de una semana uno de los Cuffaro dispara a uno de los Sinagra. De uno en uno solamente.
—Y ahora, ¿a cuánto están? —preguntó Montalbano como si de un deporte se tratara.
—Seis a seis —respondió su colega con seriedad—. Ahora toca tirar a puerta a los Sinagra.
Cuando el comisario llevaba dos años en Vigàta, el partido se había detenido por el momento en ocho a ocho. Dado que el balón correspondía de nuevo a los Sinagra, el 15 de diciembre, después de una llamada telefónica de uno que no quiso identificarse, se encontró en Zagarella el cadáver de Titìllo Bonpensiero. El hombre, a pesar de su apellido («buen pensamiento»), tuvo la mala idea de dar un paseo matutino y solitario por aquel desolado claro cubierto de retama, piedras y accidentado por desniveles. El lugar ideal para que te maten. Titìllo Bonpensiero, muy relacionado con los Cuffaro, tenía treinta años, se dedicaba oficialmente a la venta de casas y hacía dos años que se había casado con Mariuccia Di Stefano. Naturalmente los Di Stefano eran uña y carne con los Cuffaro, porque en Vigàta la historia de Romeo y Julieta pasaba por lo que era, una pura y simple leyenda. La boda de una Cuffaro con un Sinagra (y viceversa) era un acontecimiento inimaginable, como de ciencia ficción.
Durante el primer año de servicio en Vigàta, Salvo Montalbano, que no había querido abrazar la escuela de pensamiento de su predecesor («deja que se maten entre ellos, no te entrometas, todo eso salimos ganando nosotros y las personas honestas»), se metió de cabeza en la investigación de aquellos homicidios y salió con los cuernos quemados.
Nadie veía nada, nadie oía nada, nadie sospechaba, nadie imaginaba, nadie conocía a nadie.
—Por eso Ulises, en tierras de Sicilia, le dijo al cíclope que se llamaba Nadie —divagó un día el comisario ante aquella espesa niebla.
Así, cuando le comunicaron que en Zingarella se había encontrado el cadáver de uno de la familia Cuffaro, envió a su segundo Mimì Augello.
Y todos en el pueblo se dispusieron a esperar la próxima e inevitable muerte de un Sinagra.
El 22 de diciembre Cosimo Zaccaria, que era un apasionado de la pesca, llegó con la caña y los gusanos a la punta del muelle del poniente cuando todavía no eran las siete de la mañana. Tras media hora de pesca con cierta fortuna, seguramente se sintió molesto por la aparición de una ruidosa lancha que se dirigía al puerto a gran velocidad. Pero no enfilaba directamente la bocana desde mar abierto, sino que ponía proa a la punta del muelle del poniente, decidida, al parecer, a espantar con su estrépito los peces que Cosimo esperaba. Cuando estuvo a unos diez metros de estrellarse contra el rompeolas, la lancha viró y volvió a mar abierto: Cosimo Zaccaria yacía de bruces encajonado entre dos escollos, con el pecho desgarrado por la escopeta.
En cuanto se supo la noticia, el pueblo entero se quedó atónito, como atónito se quedó también el comisario Montalbano.
¿No pertenecía Cosimo Zaccaria a la familia Cuffaro, lo mismo que Titìllo Bonpensiero? ¿Por qué los Sinagra habían matado a dos Cuffaro, uno tras otro? ¿Cabía la posibilidad de un error en la cuenta? Y si no había error, ¿por qué los Sinagra decidieron no respetar las reglas?
Ahora estaban diez a ocho y no había duda de que los Cuffaro iban a nivelar el resultado. Se presentaba un mes de enero frío, lluvioso y con dos Sinagra que ya se podían considerar muertos a todos los efectos. De ello se volvería a hablar después de las fiestas de Navidad porque existía una tregua tácita desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero. Después de la Epifanía se reanudaría el partido.
El silbato del árbitro, que no escucharon los vigateses pero sí los miembros de los dos equipos, debió de sonar la noche del 7 de enero. Michele Zummo, propietario de una modélica granja de pollos en la zona de Ciavolotta, fue localizado al día siguiente, ya cadáver, en medio de más de un millar de huevos rotos por los perdigones de la escopeta o por la caída del cuerpo de Zummo, que se había derrumbado en medio.
Mimì Augello le contó a su superior que la sangre, el cerebro, las yemas y las claras estaban tan mezclados que se habría podido hacer una tortilla para trescientas personas sin que nadie hubiera logrado distinguir entre Zummo y los huevos.
Diez a nueve: las cosas se estaban equilibrando y el pueblo se sintió más seguro. Michele Zummo era de los Sinagra, muerto a escopetazos, como era tradicional.
Todavía le tocaba el turno a uno del equipo Sinagra y luego volvería la par condicio.
Un mes con Montalbano
Comisario Montalbano - 05
Andrea Camilleri es actualmente el autor más popular de Italia, hasta el punto que cinco de sus libros han llegado a figurar simultáneamente en la lista de libros más vendidos. Un mes con Montalbano es una buena muestra del talento de Camilleri y la mejor forma de introducirse en el particular universo de su entrañable héroe, el comisario Salvo Montalbano, quien, desde el pueblo imaginario de Vigàta, en Sicilia, intenta comprender por qué las cosas son como son. Salvo es un hombre de mediana edad, melancólico y algo fatalista, pero sobre todo dotado de amplias facultades de expresión verbal. Soltero, con una novia que vive en Génova y a quien ve muy de vez en cuando, es un lector entusiasta de Sciascia y Bufalino, aprecia la buena cocina siciliana y disfruta de los suculentos platos que le prepara su vieja cocinera.
Un mes con Montalbano consta de treinta casos que Montalbano debe resolver, cada uno de los cuales nos revela una faceta diferente de este policía tan peculiar. El abanico de delitos es amplio. Premeditados, pasionales, financieros, mafiosos, políticos, y han sido cometidos por todo tipo de sujetos, jóvenes o adultos, hombres o mujeres, ignorantes o cultos. Algunos ocurrieron al inicio de su carrera, cuando Salvo aún creía en el poder de la justicia por encima de todo, otros demuestran que, en ocasiones, la inteligencia humana no es suficiente para comprender los móviles de un crimen. Una fina ironía y, sorprendentemente, una gran capacidad de compasión pueden ser igual de importantes para llegar a la verdad. Enmarcada sin duda en la tradición de la gran narrativa siciliana, la escritura de Camilleri es también un homenaje a Sicilia, a su gente dura, terca, de pocas palabras, pero a la vez apasionada y con un gran amor por su tierra. Ellos son los habitantes de Vigàta y Camilleri los retrata como sólo un siciliano de pura cepa puede hacerlo.
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