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29 diciembre 2021

29 de diciembre

 29 de diciembre, 1969

Veintinueve de diciembre. Mejor dicho, el treinta de madrugada. No he podido dormir. Son ahora exactamente las tres y treinta y siete minutos de la madrugada, estoy en el Family Room con la chimenea encendida, la luz apagada y levantada la persiana del ventanal. Fuera, está nevando. Sigue nevando. He pasado un buen rato de pie, con la frente apoyada en el cristal, mirando ese resplandor de la nieve, yo no sé si buscando en él una frialdad de mente (quiero decir, en la frialdad del cristal), una frialdad de mente que me era muy necesaria, porque desde que me acosté hasta que volví a levantarme, se había armado en mi cabeza una zarabanda de tres mil pares de demonios como si tuviera dentro un escuadrón de caballería que me recorriese las circunvoluciones del cerebro o algo parecido. Coño, como si en mi cerebro se estuviesen celebrando unas maniobras militares. Y, por debajo de todo eso, por debajo de todo eso lo que había era mi impotencia. Es curioso, porque hace tres o cuatro días, el día de Navidad… No, coño, no fue el día de Navidad. Vamos a ver: el día de Navidad fue la nevada; el veintiséis estuvimos bloqueados; el veintisiete también. ¡Fue ayer! Es decir, fue anteayer, el veintiocho, cuando logramos salir de casa e ir a comprar leche y pan y nos encontramos en el «Shopping Center» con Castagnino y Rosita; nos metimos en alguna parte a tomar algo, y entonces Castagnino me dio un baño de optimismo, porque resulta que el uno y el otro están entusiasmados leyendo Off-Side, que es lo que yo menos podía esperar. Entonces regresé a casa lleno de ánimos, me puse a leer lo escrito y se me cayeron los palos del sombrajo, es decir, el enfoque que le he dado hasta ahora a la novela es un fabuloso error, y he llegado a la conclusión de que la naturaleza de los materiales no permite una ordenación racional, entendiendo por racional una ordenación cronológica e incluso una regularidad causal. Esto es lo que me ha quitado el sueño, esto es lo que ha desencadenado los caballos en mi cabeza, esto es lo que me tiene ahora aquí mirando para el fuego y buscando en el fuego mi inspiración. En resumen: con la frente apoyada en el cristal he llegado a la conclusión de que mi estructura mental no sirve para contar esto, y que necesito que lo cuente otro, que lo cuente otro cuya cabeza le permita implantar en estos materiales el desorden que los materiales requieren, y ando alrededor de esto, ando dando vueltas porque, de todos los personajes que tengo puestos en pie, ¿quién es el que puede contar la novela? En un principio, Barallobre es el que sabe más cosas; pero si la novela la cuenta Barallobre necesito recurrir a otro narrador para que cuente la huida de Barallobre por el río abajo. Jesualdo Bendaña, que en cierto modo pudiera también contarla, está en una situación semejante: Bendaña es un hombre de mente clara y muy racional, de manera que no me queda más que Bastida. Yo pienso que, a pesar de todos los inconvenientes, es Bastida el único que puede contar esto. Yo creo que la fisonomía mental de Bastida le permite iniciar una narración en forma de fuga. El modelo que debe seguir es precisamente el modelo de la fuga, es decir, una reiteración de temas de una manera sistemática o aproximadamente sistemática. Esto tengo que estudiarlo. Esto tengo que estudiarlo, porque desbarata absolutamente todos mis supuestos y me obliga a una consideración nueva de los materiales, pero es la única solución que veo a los problemas del tiempo, por ejemplo. Esta distancia inmensa entre la llegada de Argimiro el Efesio y la destrucción de las factorías de pesca y la aparición de santa Lilaila. Es curioso, porque esto me obliga o me va a obligar a renunciar al procedimiento (?). Pero, claro, yo tengo algunos prejuicios, tengo algunos prejuicios que me están perjudicando: yo estoy convencido de que la realidad suficiente no se logra más que mediante una acumulación de detalles, una dilatación, yo creo que hay otros procedimientos. Tendría que pararme a narrar, eso que hago tan pocas veces, ese arte que no tengo nada trabajado. Yo no sé si lo sabré hacer. Bueno, claro, por ejemplo la introducción a El Señor Llega, y luego la introducción y los intermedios de La Pascua Triste, son narraciones. Realmente son narraciones, relatos, es decir, el modo del tratamiento temporal es completamente distinto del resto de la trilogía, y, claro, la ventaja que tiene el relato, es que lo puedes fragmentar y ordenar como te dé la gana. Realmente parece mentira que en una noche de nieve, caray, haya tanto ruido. Es que se oye mucho más, se oye mucho más que los otros días. Yo no sé si habrá pasado la máquina ya por la Avenida, porque me parecen demasiados coches. Se conoce que la gente que estaba bloqueada en las casas ha empezado a regresar y los que vienen de Nueva York a pasar el fin de año en sus chalets de montaña deben aprovechar este sosiego, porque la verdad es que nieva, pero nieva poco. ¡Qué bonita está la noche!
Bueno, hay que dejarse de contemplaciones. La noche está bonita y hay muchas otras noches bonitas.

05 junio 2021

5 de junio

5 de junio, 1966

Hoy es sábado, cinco, sí, creo que es cinco, y esta mañana entregué a Baeza el original de la primera parte de Las ínsulas extrañas. Ayer recibí el resto de la copia, y da un total asombroso de 187 folios: 187 folios que deben de estar escritos a espacio y medio, con lo cual, Gonzalito, te está resultando una novela de tomo y lomo. La he entregado, espero el resultado de la lectura, y puede suceder, naturalmente, que guste o que no guste. Ahora bien, con la copia venía una nota de Ll., a quien considero una lectora inteligente, que considero bastante satisfactoria. Como por otra parte a mí también me gusta (en la medida en que mi juicio puede ser válido), creo que de momento estoy obligado a continuarla. He suprimido de esa copia, siguiendo el mismo criterio que con los folios anteriores, la mayor parte de las acotaciones que Ll. llama de evasión, y he dejado únicamente las que a mí me parecen indispensables: porque tengan gracia, porque tengan valor constructivo, y alguna de ellas porque tiene valor poético.

Y ahora acabo de escuchar mis notas de anteayer, y la conclusión que saco de ellas es que no sé por dónde ando. Dada la situación, dado el material de que dispongo, va a ser inevitable que la segunda parte sea, al menos en su mitad, todo lo que hoce Landrove a lo largo del día, porque hasta ahora es Landrove el que conduce la acción: me refiero a la acción de la segunda parte.

Gonzalo Torrente Ballester
Los cuadernos de un vate vago

En Los cuadernos de un vate vago Torrente da cuenta de cómo nacieron algunas de sus novelas. Entre 1961 y 1976, Torrente recogió gran parte de sus notas trabajo en cintas magnetofónicas. Al magnetófono le contaba sus problemas durante la escritura, le hablaba acerca de la gestación de varias de sus obras o de sus miedos y sus alegrías. A veces, incluso, le contaba al magnetófono la historia y luego la transcribía. En este volumen se recogen, tal cual se narraron y con la mínima corrección, este conjunto de soliloquios. Se trata de una obra de características inéditas en las letras españolas, y posiblemente universales, por la técnica empleada en ella; y en un texto de gran dimensión literaria: paso de la literatura oral a la literatura escrita, en una bellísima y contundente prosa.


11 abril 2021

11 de abril

11 de abril, 1970

Hoy es no sé si el 11 o el doce de abril, sábado. Después de dos días de mi regreso, me pongo a grabar para matar el aburrimiento y hacerme la ilusión de que mato la soledad. Llegué anteayer por la noche y ocupo un lugar que se llama «Albert Hall», o cosa así, un departamento que, bien tenido, sería precioso, pero que está completamente abandonado, a pesar de lo cual es habitable. Ayer asistí a la Universidad y me acosté muy temprano. Hoy estoy despierto desde las cuatro, levantado desde las cinco. A las ocho quise ir a la Universidad, esperé el autobús durante media hora y a poco me muero de frío; regresé, y salvo escribir una carta a Vergés, no puedo decir que haya hecho nada, salvo la comida y este reposo relativo al que estoy entregado. Ahora son poco más de las doce; a la una, quizás a las dos, intentaré volver hacia allá, y no ya a la Universidad, sino a mi casa, a ver si hago algo con los cuadros. Estoy cansado y en una situación inestable que, ya lo sé, me impedirá hacer nada positivo. ¡Si por lo menos atiendo mis cartas y termino el arreglo de mi equipaje, me consideraré satisfecho! Escribir, ni pensarlo, pero estoy tan alejado de mis temas que hasta esas ocurrencias inesperadas, a veces tan frecuentes, han desaparecido por completo. Si Dios lo quiere, el día 8 de mayo regresaré a España definitivamente, y para volver aquí habré de pensarlo mucho y tendrán que irme allá las cosas muy mal. He pasado quince días casi feliz: hacía buen tiempo, apenas hubo acontecimientos más o menos perturbadores. Fui con Fernanda a El Ferrol, a Santiago y a Vigo: tres viajes distintos. El resumen, muy bueno. El viaje de regreso, excelente. He venido leyendo la última novela de Vargas Llosa Conversaciones en la Catedral que me parece buena, pero no excelente. Llena de trucos, le falta ese algo que le empuja a uno a meterse en un mundo y a no dejarse salir de él. Aquí no me siento inferior. He leído también una antología de Octavio Paz publicada por «Barral»: me parece un poeta mediano y, lo que es peor, agotado, aunque sigue siendo un buen ensayista. He leído también un libro de Chomsky muy interesante sobre lingüística cartesiana. Algo más compré, pero no lo leí.

Y ahora aquí, tumbado, viendo cómo se está oscureciendo la luz, quizá porque el sol se haya toldado. Hablo poco porque no sé qué decir; tengo la cabeza tan vacía que ni siquiera se me ocurren palabras para ir matando minutos y llenando cintas: ésta es mi situación. Cuando me encuentre en casa, estaré tan desentrenado que me va a costar trabajo volver a escribir. Probablemente me lo costará también volver a pensar, y, sin embargo, todo es necesario, dramáticamente necesario. Tengo que escribir la novela, tengo que escribir el otro libro, tengo que escribir artículos para poder seguir viviendo, porque el dinero que voy a ganar allá más bien será poco.

Continúo una hora después, y después quiere decir también sin hacer nada. Tarde a perros como tantas tardes. Estoy en la cama, son ya las ocho. Pronto tendré sueño y hablo para oírme, quizá para desdoblarme, para acompañarme a mí mismo. En realidad hoy es un día en que no he cruzado una sola palabra con nadie, y espero que mañana me suceda otro tanto. Cuando se despiden de uno el viernes, dicen «buen fin de semana»: mis fines de semana son silenciosos y lo serían más si yo no hablase para engañarme. Estuve oyendo unas cintas y leyendo unos papeles; fui a mi casa y me traje el manuscrito de La Saga Fuga de J. B., empecé a leer y abandoné la lectura porque no me gusta, no me gusta. Me da la impresión de que tengo que empezar por el principio, tengo que rehacer el libro desde la primera línea o, mejor dicho, desde la segunda, porque la primera sigue siendo aquella de «¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!» y yo creo que es lo único estable de la novela. Por el momento, lo único estable: ¡Quién sabe si dejará de serlo! Si fuese capaz de trabajar, debería repasar todas esas notas y hacer unos extractos de lo que hay en cada una de ellas de positivo; ordenarlas y decidir de una vez qué materiales voy a usar y cómo los voy a usar. Decidirlo de una vez, porque en realidad todavía no lo sé. Creo recordar que la última ordenación después del capítulo inicial, consistía en dos partes paralelas, independientes. Una de ellas, en el mundo de Barallobre y, otra, en el mundo de Bastida. La primera contada en primera persona del presente, perdón, en tercera persona del presente; y la otra, en primera persona del pasado; pero ninguna de las dos está escrita, sino sólo iniciadas. Bueno, no he vuelto a preocuparme de esto porque mi preocupación última y actual es seguir inventando disparates para atribuírselos a don Torcuato del Río, a la tía Celinda y a todos estos personajes de la narración de Bastida, y efectivamente no tengo por qué distraerme de esta parte pensando en otras, aunque hoy se me haya ocurrido algo acerca de la necesidad de introducir en ese capítulo nada más que proyectado, ni siquiera empezado, en que J. B. cuenta su vida, que es la vida de todos los J. B., dar consistencia a la infancia de Bendaña y de Barallobre y a su adolescencia. También he decidido últimamente que Barallobre no sea catedrático en activo, sino suspenso de empleo y sueldo. No sé por qué se me ha ocurrido eso de pronto, y me pareció bueno; posiblemente se trate de un truco inconsciente para eliminar la descripción del Instituto, que por otra parte no tiene el menor interés en la novela. Lo tenía antes, cuando había una primera parte remota y una segunda parte próxima, y cuando el protagonista de la segunda parte era un catedrático de francés; pero, ahora se ha eliminado todo esto, el mundo del Instituto no hace más que estorbarme. Claro que me hace falta cuando Taladriz acude a la cita, pero esto se puede arreglar de otra manera sin necesidad de meter el Instituto por medio. Ya veré, ya veré. Yo no sé si tengo apuntada en alguna parte la explicación que da don Torcuato de la evolución, y menos aún sé si tengo apuntado que esta explicación la da en mitad del discurso de inauguración de la Tabla Redonda: consiste en que en un principio los hombres tenían todos los sentidos —la vista, el olfato, el gusto—, muy juntos y muy próximos al orificio de defecación, vulgo ano, que no era el ano actual; y entonces hay una emigración iniciada por la nariz o quizá por el ojo delantero, seguido de la nariz, que van recorriendo la parte anterior del cuerpo hasta quedar instalados uno encima de otro, de donde procede el gigante monóculo; pero no es monóculo, puesto que el segundo ojo abandona su lugar, dejando, como el primero, un orificio, que es precisamente el ano. Recorre la espalda hasta llegar al cuello, y permanece allí durante mucho tiempo, durante todo el tiempo que los hombres tienen una doble visión, delantera y posterior. Cuando se deciden por la visión binocular, el ojo rodea el cuello y acaba instalándose a un lado de la nariz. Como hace feo, el otro ojo desciende un poco hasta situarse simétricamente. Yo no sé si he inventado algo más estos últimos tiempos atribuible a don Torcuato, como no sea una nota que está precisamente en este mismo carrete acerca de esa novela en cartas encontrada por Bastida. Esta novela precisamente puede llevar un prólogo en que el autor anónimo, a la vez protagonista, según Bastida, dice que publica la novela para mostrar a don Juan Valera cómo se escribe, es decir, que no se pueden ocultar ciertos acontecimientos que el señor Valera escamotea al describir el amor del protagonista por Pepita Jiménez. Si usted no ha hablado para nada del sexo, ¿no encuentra un poco forzado que acaben en la cama? Naturalmente hay un sofisma y precisamente por ser sofisma es por lo que Bastida cree que se trata de un mero subterfugio. Bueno, tengo sueño y dada la hora que es, será inevitable que vuelva a despertarme a las cuatro de la mañana, que intente dormir, que no lo consiga y que pierda las primeras horas de la madrugada. Voy sin embargo a ver si logro leer un poco y prolongar algo más este tiempo para no despertarme tan temprano.

Gonzalo Torrente Ballester
Cuadernos de un vate vago

En Los cuadernos de un vate vago Torrente da cuenta de cómo nacieron algunas de sus novelas. Entre 1961 y 1976, Torrente recogió gran parte de sus notas trabajo en cintas magnetofónicas. Al magnetófono le contaba sus problemas durante la escritura, le hablaba acerca de la gestación de varias de sus obras o de sus miedos y sus alegrías. A veces, incluso, le contaba al magnetófono la historia y luego la transcribía. En este volumen se recogen, tal cual se narraron y con la mínima corrección, este conjunto de soliloquios. Se trata de una obra de características inéditas en las letras españolas, y posiblemente universales, por la técnica empleada en ella; y en un texto de gran dimensión literaria: paso de la literatura oral a la literatura escrita, en una bellísima y contundente prosa.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...