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27 diciembre 2021

27 de diciembre

 Érase una vez…

Érase una vez, les contaban a los niños, un muchacho indio de diecisiete años que murió linchado y ahorcado de un gran roble a orillas del lago, a menos de un kilómetro de casa. El roble se llamaba Árbol del Ahorcado. Pero ya no existía…, lo habían talado hace muchos años.
—¿Por qué lo ahorcaron? —preguntaron los niños.
—Porque creían que había provocado un incendio. Un granero ardió en llamas y pensaron que lo habían hecho los indios.
—Pero ¿lo había hecho él?
—Tu tío abuelo Louis creía que no, aunque no estaba seguro.
—¿Y qué pasó después? ¿Qué les pasó a los indios?
Al muchacho lo mataron, luego arrastraron su cuerpo por todo el pueblo y terminaron en una taberna a orillas del río. Es probable que lo enterraran. En cuanto al resto de los indios…, huyeron, como hacían siempre. Sin embargo, al cabo del tiempo regresaron.
—¿No tenían miedo?
—Bueno…, el caso es que regresaron.
Fredericka le leía a su hermano en voz alta y acompañaba su lectura con bufidos de furiosa desesperanza, porque los hombres eran animales, la humanidad en su conjunto era irrecuperable y sólo la Palabra de Cristo podría redimirla. Una desapacible noche de enero leyó, a la luz de una lámpara, un fragmento de la obra de Franklin Relato de las últimas masacres de varios indios, amigos de esta provincia, cometidas por desconocidos del condado de Lancaster, con algunas observaciones sobre la cuestión, mientras Raphael la escuchaba inmóvil, sin tamborilear los dedos sobre el escritorio que tenía delante.
… Estos indios eran los que quedaban de la tribu de las Seis Naciones, establecida en Conestogo, de ahí su nombre indios conestogo. Cuando llegaron los primeros ingleses, los mensajeros de esta tribu se acercaron a darles la bienvenida con obsequios de venado, maíz y pieles. La tribu entera llegó a un acuerdo con el principal terrateniente, destinado a durar «hasta que el sol deje de brillar, o hasta que las aguas del río dejen de fluir».

30 junio 2021

30 de junio

Zwilich conocía a esos chicos. Algunos eran jóvenes que habían pasado por el correccional; otros, chavales adolescentes. Para ellos, la forma más profunda de expresar sus sentimientos era mediante las letras de rap.

Le daban lástima. Era compasivo con ellos. Los detestaba. Los temía. Les estaba agradecido; eran su trabajo.

Uno desearía creer que a César Díaz, tan pequeño, se le podría salvar de sus garras. Si lo sacabas de su barrio, que le estaba emponzoñando el alma, y lo llevabas a… ¿adónde? ¿A un correccional? Pero esas instituciones estaban repletas y tenían poco personal. Zwilich admiraba a algunos responsables de esas instalaciones, conocía su idealismo —o su idealismo inicial, al menos—, pero esos lugares eran en realidad barriadas urbanas rodeadas de muros.

César continuaba parloteando, muy nervioso y ofendido. Zwilich echó un vistazo al reloj, que llevaba con la esfera digital vuelta, en contacto con la muñeca, como si el tiempo preciso fuera un secreto que no quisiera compartir: las 18:55; la fecha, 30 de junio de 2006.

Cada día, cada hora, son iguales a todos los demás. Si Dios está en uno de ellos, está en todos.

¡Creía que era así! Quería creerlo.

Sin embargo: Si Dios está ausente de uno de ellos, está ausente de todos.       ... (del cuento TÉTANOS)

Joyce Carol Oates
Dame tu corazón

La necesidad de amor —obsesiva, autodestructiva, impredecible— nos conduce a lugares prohibidos; así sucede en el mundo escalofriante de Dame tu corazón, esta colección de relatos de la inimitable Joyce Carol Oates.

En estas diez magníficas historias nos encontramos con niños que escapan al control de sus padres; cónyuges que se despiertan un día y descubren que apenas se conocen; pasados obsesivos que interfieren en futuros inciertos; y también con la certeza de que aquellos que tenemos más cerca pueden ser quienes nos hagan más daño.

Historias sobrecogedoras capaces de despertar nuestras pasiones más profundas.

19 enero 2021

19 de enero

Palo Alto, California

19 de enero de 1999

Rebecca:

Sí, he estado fuera. Y me vuelvo a marchar. ¿Es acaso asunto tuyo?

Estaba llegando a pensar que eras una invención mía. La peor de mis debilidades. Pero aquí, en el alféizar de la ventana, apoyada contra el cristal para mirarme, está «Rebecca, 1952». El pelo como crines de caballo y los ojos hambrientos.

Prima, eres tan fiel que me cansas. Sé que debería sentirme halagada, muy pocas personas, aparte de ti, desearían perseguir a la «difícil» profesora Morgenstern ahora que soy una anciana. Meto tus cartas en un cajón, y las abro en mis momentos de debilidad. Una vez, hurgando en la basura de un contenedor, recuperé una carta tuya. Luego, en mi debilidad, la abrí. ¡Sabes lo mucho que detesto la debilidad!

Prima, basta ya.

ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

Lake Worth, Florida

23 de enero de 1999

Querida Freyda:

¡Me doy cuenta! Lo siento.

No tendría que ser tan avariciosa. No tengo ningún derecho. Cuando descubrí que vivías, en septiembre del año pasado, mi único pensamiento fue: «Mi prima Freyda Morgenstern, mi hermana perdida, ¡vive! No hace falta que me quiera ni siquiera que me conozca ni que me dedique un pensamiento. Me basta con saber que no pereció y que ha vivido su vida».

Tu prima que te quiere,

ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

Palo Alto, California

30 de enero de 1999

Querida Rebecca:

Nos volvemos ridículas con emociones a nuestra edad, como si enseñáramos los pechos. Vamos a ahorrárnoslo, ¡por favor!

Tengo tan pocas ganas de reunirme contigo como de reunirme conmigo misma. ¿Qué te hace pensar que querría tener una «prima», una «hermana», a mi edad? Me gusta carecer de parientes vivos porque así no existe la obligación de pensar ¿Vive todavía?

En cualquier caso, me marcho. Voy a viajar durante toda la primavera. Estoy muy a disgusto aquí. La California residencial es aburrida y no hay un alma. Mis «colegas y amigos» son unos frívolos oportunistas para quienes, al parecer, soy también una oportunidad.

Detesto palabras tales como perecer. ¿«Perece» una mosca, «perecen» cosas en putrefacción, «perece» tu enemigo? Esa manera tan grandilocuente de hablar me cansa.

Nadie perece en los campos de concentración. Muchos «murieron», «los mataron». Eso es todo.

Me gustaría poder prohibirte que me reverencies. Por tu propio bien, querida prima. Veo que también yo soy tu debilidad. Quizá quiera ahorrarte malos ratos.

Aunque si fueras uno de mis alumnos de doctorado, te haría entrar en razón con una buena patada en el trasero.

De repente llegan premios y distinciones para Freyda Morgenstern. No sólo para la memoriógrafa sino también para la «distinguida antropóloga». De manera que viajaré para recibirlos. Todo esto llega demasiado tarde, por supuesto. Sin embargo, y como tú, soy una persona glotona, Rebecca. ¡A veces pienso que mi alma es mi estómago! Soy alguien que se atiborra sin disfrutar, para quitarles la comida a otros.

Ahórrate malos ratos. No más emociones. ¡No más cartas!

Joyce Carol Oates
La hija del sepulturero

En 1936, los Schwart, una familia de inmigrantes desesperada por escapar de la Alemania nazi, se instala en una pequeña ciudad de Estados Unidos. El padre, un profesor de instituto, es rebajado al único trabajo al que tiene acceso: sepulturero y vigilante de cementerio. Los prejuicios locales y la debilidad emocional de los Schwart suscitan una terrible tragedia familiar. Rebecca, la hija del sepulturero, comienza entonces su sorprendente peregrinación por la «América profunda», una odisea de riesgo erótico e intrépida imaginación que la obligará a reinventarse a sí misma.

Joyce Carol Oates ha creado una pieza magistral de realismo mítico y doméstico, excepcionalmente emotiva y provocadora: un testimonio íntimo de la resistencia del individuo. En esta novela prodigiosa la violencia actúa como un faro iluminando una cultura y una época.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...