»Zillah me trajo vino caliente y pan de especias y se mostró encantadora. Linton se sentó en la butaca y yo en una pequeña mecedora junto a la chimenea. Hablamos muy animadamente, nos reímos mucho y nos contamos muchas cosas. Estuvimos planeando los sitios adonde iríamos y las cosas que haríamos cuando llegara el verano. No te voy a repetir todo, porque te parecerían tonterías.
»Hubo un momento, con todo, en que estuvimos a punto de enfadarnos. Se puso a decir que la manera más grata de pasar un día caluroso de julio era tumbarse de la mañana a la noche en un ribazo lleno de brezos en medio del páramo, con las abejas zumbando como en sueños en torno a las flores, con las alondras cantando allá arriba sobre nuestras cabezas y el cielo resplandeciendo brillante y azul, imperturbable y sin nubes. Esa era su noción de la más perfecta y celestial felicidad. La mía, en cambio, era columpiarme en un árbol verde y susurrante bajo el soplo del viento del oeste y con las nubes brillantes y blancas agrupándose vertiginosamente allá en lo alto; y que no sólo cantasen las alondras, sino también los mirlos, los tordos, los pardillos y los cucos, exhalando música en derredor. Y el páramo viéndose a lo lejos recortado en frescos valles de sombra, cuando visto de cerca, en cambio, los cerros cubiertos de alta yerba parecen un oleaje movido por la brisa. Y bosques y aguas turbulentas, y el mundo entero despierto y estallando de salvaje alegría. Él quería verlo todo yaciendo en un éxtasis de paz. Yo lo quería todo centelleando, agitándose en una danza magnífica y jubilosa.
»Le dije que a su paraíso le faltaba media vida, y él me dijo que el mío sería un paraíso ebrio. Yo le contesté que en el suyo me moriría de sueño, y él que en el mío no podría respirar, y se fue poniendo cada vez más arisco. Al final acordamos que en cuanto llegara el buen tiempo probaríamos ambos paraísos. Luego nos dimos un beso e hicimos las paces.
»Al cabo de una hora de estar allí sentados sin hacer nada, me quedé mirando la espaciosa habitación con su suelo embaldosado sin alfombra, y pensé lo bien que se podría jugar allí si se apartara la mesa.
»Le dije a Linton que llamara a Zillah para que nos ayudase. Podíamos jugar a la gallina ciega y que ella tratara de pillarnos, como hacías tú, Ellen, ¿te acuerdas? Pero no quiso. Dijo que no le divertía.
Emily Brontë
Cumbres borrascosas
Como dijo Virginia Woolf, Emily Brontë era capaz de liberar la vida de su dependencia de los hechos; con un par de pinceladas podía retratar el espíritu de una cara de modo que no precisara cuerpo; al hablar del páramo, conseguía hacer que el viento soplara y el trueno rugiera. La magnífica traducción de Carmen Martín Gaite vierte al castellano toda la pasión y verdad poética contenidas en esta gran obra.
Cumbres borrascosas, que se convertiría en una de las novelas más indiscutibles del siglo XIX, tuvo una acogida decepcionante cuando se publicó en 1847, pues los lectores victorianos se sintieron incomodados por lo que consideraron una descripción demasiado cruda de pasiones sin control. Al igual que Jane Eyre, de la hermana de Emily, Charlotte Brontë, Cumbres borrascosas se basa en la tradición de novela gótica de finales del XVIII, con apariciones sobrenaturales, noches sin luna y efectos de misterio y terror. Pero la novela trasciende ampliamente el género gracias a sus penetrantes observaciones y a su complejidad, así como, por encima de todo, a sus inolvidables caracterizaciones. La trágica historia de amor entre la apasionada Catherine y el atormentado Heathcliff es sin duda uno de los romances más inolvidables de la literatura de todos los tiempos.