VEREDA DEL CUCO
Cuántas veces has ido en otro tiempo
Camino de esta fuente,
Buscando por la senda oscura
Adonde mana el agua,
Para quedar inmóvil en su orilla,
Mirando con asombro mudo
Cómo allá, entre la hondura,
Con gesto semejante aunque remoto,
Surgía otra apariencia
De encanto ineludible,
Propicia y enemiga,
Y tú la contemplabas,
Como aquel que contempla
Revelarse el destino
Sobre la arena en signos inconstantes.
Un desear atávico te atrajo
Aquí, madura la mañana,
Niño, ya no, ni hombre todavía,
Con nostalgia y pereza
De la primera edad lenta en huirnos;
E indeciso tu paso se detuvo,
Distante la corriente,
Mas su rumor cercano,
Hablando ensimismada,
Pasando reticente,
Mientras por esa pausa tímida aprendías
Antes de que los labios la aplacaran
En extraño dulzor y en amargura.
Vencido el niño, el hombre que ya eras
Fue al venero, cuyo fondo insidioso
Recela la agonía,
La lucha con la sombra profunda de la tierra
Para alcanzar la luz, y bebiste del agua,
Tornándose tu sed luego más viva,
Que la abstinencia supo
Darle fuerza mayor a aquel sosiego
Líquido, concordante
De tu sed, tan herido
De ella como del agua misma,
Y entonces no pudiste
Desertar la vereda
Oscura de la fuente.
Tal si fuese la vida
Lo que el amante busca,
Cuántas veces pisaste
Este sendero oscuro
Adonde el cuco silba entre los olmos,
Aunque no puede el labio
Beber dos veces de la misma agua,
Y al invocar la hondura
Una imagen distinta respondía,
Evasiva a la mente,
Ofreciendo, escondiendo
La expresión inmutable,
La compañía fiel en cuerpos sucesivos,
Que el amor es lo eterno y no lo amado.
Para que sea perdido,
Para que sea ganado
Por su pasión, un riesgo
Donde el que más arriesga es que más ama,
Es el amor fuente de todo;
Hay júbilo en la luz porque brilla esa fuente,
Encierra al dios la espiga porque mana esa fuente,
Voz pura es la palabra porque suena esa fuente,
Y la muerte es de ella el fondo codiciable.
Extático en su orilla,
Oh tormento divino,
Oh divino deleite.
Bebías de tu sed y de la fuente a un tiempo,
Sabiendo a eternidad tu sed y el agua.
No importa que la vida
Te desterrara de esa orilla verde,
Su silencio sonoro,
Su soledad poblada;
Lo que el amor te ha dado
Contigo ha de quedar, y es tu destino,
En el alba o la noche,
En olvido o memoria;
Que si el cuerpo de un día
Es ceniza de siempre,
Sin ceniza no hay llama,
Ni sin muerte es el cuerpo
Testigo del amor, fe del amor eterno,
Razón del mundo que rige las estrellas.
Como flor encendidas,
Como el aire ligeras,
Mira esas otras formas juveniles
Bajo las ramas donde silba el cuco,
Que invocan hoy la imagen
Oculta allá en la fuente,
Como tú ayer; y dudas si no eres
Su sed hoy nueva, si no es tu amor el suyo,
En ellos redivivo,
Aquel que desde el tiempo inmemorable,
Con un gesto secreto,
En su pasión encuentra
Rescate de la muerte,
Aceptando la muerte para crear la vida.
Aunque tu día haya pasado,
Eres tú, y son los idos,
Quienes por estos ojos nuevos buscan
En la haz de la fuente
La realidad profunda,
Intima y perdurable;
Eres tú, y son los idos,
Quienes por estos cuerpos nuevos vuelven
A la vereda oscura
Y ante el tránsito ciego de la noche
Huyen hacia el oriente,
Dueños del sortilegio,
Conocedores del fuego originario,
La pira donde el fénix muere y nace.
Luis Cernuda
La Realidad y el Deseo
(1924-1962)
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