EL CUCLILLO
EL cuco, el cuclillo, anuncia la primavera, constituye la avanzada de la algarabía universal, vegetal, animal y humana —sí señor, vegetal y humana— que llamamos el despertar de la primavera.
El cuco llega a mi país en el mes de abril y, en realidad, no tiene hora fija. Su ausencia y su presencia está unida a los mitos más profundos y más obscuros del pueblo. El cuco está unido a los mitos del eterno rejuvenecimiento, en virtud de los cuales las mujeres se entregan a dulces imaginaciones y los hombres tuercen el cuello y ponen unos ojos naufragados y acuosos de becerro. Aparece el cuco, las mujeres dan unos saltos en los colchones, los árboles sacan sus hojitas y surge el cocu que es la especie de hombres que a mí me infunde más respeto. De estas cosas yo he hablado mucho con un mitólogo, el viejo señor Vayreda de Lladó, mi difunto amigo, que está reposando en el cementerio de su pueblo, en el que está enterrado también otro gran tipo que fué gran amigo mío, el pintor Llavanera. Llavanera fué un gran cazador de tordos. Vayreda no fué cazador siquiera: sabía tantas y tan abisales cosas que para no hablar de tres o cuatro a la vez, me decía, al encontrarme en Figueras:
—¿De qué quiere usted que hablemos?
La fuerza de la sangre aprieta y si el cuco se retrasa en el horario ancestral de su llegada, hay mucha pena. Por eso se dice que si el cuco no llega a España a primeros de abril, es que está prisionero en Francia. Y este es un dicho de la época de los Austrias, al menos.
El cuco, pues, ya llegó, y lo primero que hace es instalarse en sitios alejados, boscosos y frescos. Desde luego no es un pájaro que llegue en grandes cantidades. El porcentaje de cucos que llegan cada año es muy reducido. Las personas aficionadas a andar por el campo y a subir y bajar las montañas del país, saben que no se oyen más que dos cucos como máximo: uno canta en una cumbre y el otro —el macho— en la cumbre de al lado. Y no hay más cucos. Quiero decir que no hay más cucos que los que se pueden oír en cada momento, que no pasan jamás de la pareja.
¿Son ustedes aficionados a levantarse temprano? Yo no lo he sido jamás, pero comprendo que la salida del sol es uno de los momentos más sublimes del día. El sol, efectivamente, sale —cosa que parece imposible—, se producen las gotas de rocío y el aire es de una frescura y limpieza agradabilísimas. ¡Y qué gusto ver a la gente salir de casa tan temprano para ir a trabajar y para acometer todo lo que se presente, a condición de poder pagar al panadero! ¡Qué luces de ingenuidad hay en estas horas, y qué sensible es el hombre a sus gracias y embelesos! Y es entonces cuando aparece el cuco en sus medios vegetales y sombríos. Se regodea con la frescura del momento. Se complace en las espesuras donde la luz se duerme en la pereza. Y canta:
—No puc, no puc, no puc…
Pongan ustedes el acento sobre la o del no y harán ustedes el canto del cuco, con gran admiración de sus parientes, familiares y amigos.
El cuco, pues, da inicio a sus actividades diurnas afirmando una declaración de impotencia, lo que si dice mucho a favor de su modestia, no es precisamente un indicio de ser tenido por un gran trabajador. Así canta un par de horas; y cuando el sol aprieta, se retira y enmudece. En los días de la canícula, de sol más pegajoso, hace una esporádica salida entre las diez y las once, para tormento y desesperación de los que trabajan en estas horas de sol tan insoportables. Porque no les digo nada si se encontraran ustedes en un bosque tratando de aterrar una encina o un alcornoque con un pico, el cuerpo lleno de sudor, sin aire para respirar, la garganta seca, y oyeran ustedes el cuco a tres plantas más allá cantando impávidamente:
—No puc, no puc, no puc…
Si no tiraran ustedes el pico y la pala sería porque su entrañable amor por la familia es palmario e incontrovertible.
Luego el cuco se pasa el día mudo como un muerto, y yo supongo que duerme —aunque ignoro dónde duerme—. Porque así como el murciélago se refugia, a las horas de sol, en los huecos de los viejos olivos, el cuco no se sabe dónde va a dormir, ni donde tiene su domicilio. Es un pájaro errabundo y sin ficha. Luego, al atardecer, cuando el sol se ha marchado ya de una vez con sus esplendorosos y desagradables rayos, el cuco reaparece, siempre buscando la frescura y los encantos más propicios a su naturaleza. Canta entonces muchas horas en la vaga suavidad de las noches veraniegas, con luna o sin ella, con la galaxia centelleante o con la galaxia espesa, con cielos profundos o con cielos vaporosos. El cuco canta, pero no se ve, porque son rarísimas las veces que uno puede ver un cuco de cerca. Su dialéctica amorosa es suave, machacona y de una monotonía asombrosa. Luego, se apareja y desaparece, es decir, vive con amigos, yendo de aquí para allá haciendo tropelías y divirtiéndose.
Hay un fenómeno de la vida del cuco que hace poner los pelos de punta. Es un pájaro celebérrimo en los anales del sistema universal de la parasitología. A este respecto el cuco está unido a uno de los pajarillos más pequeños y más inocentes del país, llamado la busqueta. Los tres pájaros más pequeños del país son la busqueta, la cueta y el titit. Estos son pajarillos de monte bajo y de zarzas. El cuco se dirige al nido de la busqueta y empieza a beberse como quien se bebe un huevo fresco, los huevos que el pajarillo ha dejado en su nido. Luego, el cuco hembra coloca su huevo —no hace más que uno— en el precioso nido de la busqueta, y éste es un pajarillo tan distraído y tan infeliz, que no se da cuenta del cambiazo que le meten. Por el contrario, incuba con la tenacidad ya conocida, el huevo del cuco, hasta que, de pronto, se produce el indescriptible acontecimiento. Un día la cáscara se rompe, y la busqueta ve aparecer en el cuenco un animal extraño, negro, con unas fauces enormes, mucho mayor que su tamaño mismo. Ha nacido un cuco más, gracias a los cuidados que, sin saber lo que hacía, ha desarrollado el pajarillo. Yo supongo que ante esta inmensa novedad, la busqueta se queda viendo visiones y con un disgusto terrible. El sistema de la parasitología es, sin embargo, tan teleológico, que pasado el primer susto, el pajarillo a quien le robaron los hijos se afana por mantener al intruso cuclillo, que por el tamaño podría comérselo. Se afana y lo logra a base de hacer horas extraordinarias y todo lo que se presenta. Y llega un día que el cuco joven se va por las suyas, sin que pueda asegurar si la busqueta se muere o no, a pesar de que si se muriera ello sería un buen final para una película.
Esta es la tremenda cosa que hace el cuco en el sistema natural de la parasitología. Y lo curioso es que un pájaro que realiza esta terrible operación de escamoteo, se pasa el tiempo cantando mansamente:
—No puc, no puc, no puc…
Después de esto, ¿no encuentran ustedes que la Naturaleza es deliciosa? ¡Bondadosa y feroz Naturaleza!
Josep Pla i Casadevall
La huida del tiempo
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