MAGDALENA.— ¡Cielos!…
RAMÍREZ.— ¡Silbaron!…
MAGDALENA.— ¡Qué horror!
RAMÍREZ.— Temblor entróme al oírlo.
MAGDALENA.— Asomaos, por favor. (Se asoma al foro doña Ramírez)
¡Dios santo! ¿Será algún mirlo
o será un reventador?
¿Veis algo?
RAMÍREZ.— ¡Por más que ojeo!…
MAGDALENA.— Heme quedado de estuco,
doña Ramírez.
RAMÍREZ.— ¡Ya veo!
MAGDALENA.— ¿Y es un mirlo como creo?
RAMÍREZ.— No señora, que es un cuco.
¡El trovador!
MAGDALENA.— ¡Ah! ¡Por fin!
Idos.
RAMÍREZ.— Claro está señora.
¿Qué hago yo en este trajín?
MAGDALENA.— Aguardad sólo una hora.
RAMÍREZ.— Aunque sean dos. A mí… plin. (Al hacer mutis por el foro, se encuentra con don Mendo y le saluda ceremoniosamente. Vase)
La venganza de don Mendo
Pedro Muñoz Seca