18 abril 2022

Sobre el cuco - A Atenea le fueron concedidas las de cuervo, garza y búho, y más tarde le quitó el cuco a Hera.

La mayoría de los jonios, cuando por primera vez reconocieron la autoridad de la Triple Diosa, habían permitido a sus hijos varones iniciarse en las hermandades secretas pelasgas que la asistían en su culto.
Los eolios habían hecho lo mismo. Cada hermandad tenía un demonio, encarnado en alguna bestia o pájaro cuya carne causaba la muerte al ingerirse, excepto en algunas ocasiones solemnes, y sus miembros se reunían regularmente para realizar danzas dedicadas al demonio, en las cuales imitaban el andar y las costumbres de la bestia o del pájaro sagrado y se disfrazaban con su cuero, o su pelo, o su plumaje. Su jefe representaba al demonio y recibía de él su inspiración. Algunas veces la elección de la hermandad la hacia la propia madre para su hijo antes de su nacimiento si algún animal le había llamado la atención, en sueños o despierta. Pero, por regla general, la hermandad comprendía a todos los miembros varones de media tribu. Así pues, los sátiros de Tesalia y los silenos de Fócide pertenecían a la hermandad de la Cabra; los centauros del Pelión a la del Caballo, algunos de los magnesios a la hermandad del Leopardo, los crisios de Fócide a la de la Foca y en Atenas había hombres-búho. Las mujeres tenían sociedades similares y la diosa no permitía a ninguna mujer que tomara un amante de su misma hermandad —de este modo un hombre-león podía tener relaciones con una mujer de la hermandad del Leopardo y una mujer-león con un hombre-leopardo, pero jamás un hombre-león con una mujer-león ni un hombre-leopardo con una mujer-leopardo—, una regla que sin duda tenía como finalidad unir las desparramadas tribus en una armonía de afectos, con el agradable ir y venir que esta costumbre imponía. Pero en prueba de que todos los demonios de las diferentes hermandades estaban sometidos a la Triple Diosa, todos los años se celebraba un holocausto en honor suyo: cada hermandad enviaba su animal macho sagrado, bien atado, al santuario más próximo para quemarlos allí todos juntos en una crepitante hoguera.
Los aqueos miraban con natural recelo a estos demonios por su lealtad a la Triple Diosa y por el promiscuo amor que infundían en sus adoradores. El rey Esténelo adoptó la política de suprimir cuantas sociedades pudiera y de someter el demonio de todas las que quedaban a algún miembro de la familia olímpica. Así pues, alegó que Zeus no sólo poseía su carácter de carnero por el hecho de haber sido adorado por pastores, sino que además podía perfectamente ser venerado como toro, águila, cisne, palomo y gran serpiente. A Hera se le permitió retener su poder sobre el león, el cuco, y el torcecuellos. A Apolo, que anteriormente había sido un demonio ratón, le concedieron las identidades de lobo, abeja, delfín y halcón. A Atenea le fueron concedidas las de cuervo, garza y búho, y más tarde le quitó el cuco a Hera. A Artemisa le dieron el pez, el ciervo, el perro y el oso. A Poseidón el caballo y el delfín.
A Hermes el lagarto y la serpiente pequeña. A Ares el jabalí, y así sucesivamente. Los pelasgos se encolerizaron cuando Poseidón se adjudicó el título de dios Caballo y, como protesta por este hecho, colocaron una efigie de la madre de Cabeza de Yegua llamada Yegua Furiosa en una de sus ciudades, pues el caballo proclama sin lugar a dudas la soberanía de la Triple Diosa por la luna que imprimen sus cascos. Estos y otros cambios desconcertantes en la religión griega, que incluían la inauguración de un nuevo calendario, fueron explicados a los visitantes congregados en Olimpia en un espectáculo solemne, organizado por los heraldos del dios Hermes, con el cual pusieron fin a la conferencia. Hubo una representación pantomímica de la castración, por mano de Zeus, de su supuesto padre Crono —después de lo cual felicitaron a Zeus coronándolo con ramas de olivo silvestre y tirándole hojas de manzanos—, de los matrimonios de Hera y Zeus, de Poseidón y Anfitrite y de Hefesto y Afrodita; de los renacimientos de Ares, Hefesto y Atenea; de la sumisión de las bestias y de los pájaros, nada uno ante su nuevo amo o señora —en resumen, de todas las novedades mitológicas que se habían acordado. Estas representaciones terminaron con una animada exhibición de los doce olímpicos sentados juntos a la mesa, llevando las vestiduras apropiadas a sus nuevas caracterizaciones y atributos. Cada deidad estaba representada por algún rey, sacerdote o sacerdotisa, y el papel de Zeus lo desempeñaba Esténelo de Micenas, que en una mano llevaba el áureo cetro de Perseo con cabeza de perro y en la otra el escudo de la aversión con una cara gorgónea.

Robert Graves
El vellocino de oro


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