31 diciembre 2020

31 de diciembre

A los señores Stoker y Hansell 

Cárcel de Su Majestad, Reading, 
31 de diciembre de 1896 

Caballeros: 

Por la presente les autorizo a actuar como mis abogados con referencia a mis asuntos familiares, tanto respecto a mi usufructo de los bienes de mi esposa como a la tutela de mis hijos, y les solicito que informen a los señores Hargrove & Son, Victoria Street, 16, Westminster Abbey, SW, de que deseo que cualquier comunicación que deban hacerme sea a través de ustedes. 

Supongo que no yerro al afirmar que el señor More Adey, o alguien en su nombre, les ha comunicado a grandes rasgos el asunto en cuestión, pero estoy ansioso por expresarles claramente, de mi puño y letra, mis propios deseos y pareceres a fin de guiarles y satisfacerles, así como a mí mismo. 

Creo que es bastante acertado que se otorgue la tutela de mis hijos a mi esposa, y que ella tenga derecho a nombrar tutores para ellos en caso de que falleciera. Siendo así, considero que yo debería estar autorizado a tratar con ellos «a intervalos razonables en ocasiones autorizadas por los tutores». En el primer caso, estaría dispuesto a dejar el asunto en manos de mi esposa, y a comprometerme a no hacer ningún intento de ver a mis hijos en contra de sus deseos, o de comunicarme con ellos de ningún modo salvo a través de ella. Acepto sin objeciones que lleven un apellido que no sea el mío; el apellido, de hecho, que ha elegido ella, que es un antiguo apellido de su familia. Por mi parte, no desearía vivir en la misma ciudad que ellos. Tengo la intención de vivir, si vivo en algún lugar, en Bruselas. He escrito todo esto a mi esposa, y también se lo he expresado al señor Hargrove. 

Con respecto a las cuestiones de dinero, la oferta que me ha hecho mi esposa de ciento cincuenta libras esterlinas al año es, por supuesto, extremadamente escasa. Desde luego, esperaba que se fijara en doscientas libras. Entiendo que mi esposa alega como una de las razones para que se elija la suma de ciento cincuenta libras que desea liquidar una deuda de quinientas libras que tengo con su hermano, el señor Otho Lloyd, a razón de cincuenta libras al año. Considero, al igual que el señor Adey, que debería recibir doscientas libras si debo saldar esa deuda. Sin embargo, no deseo regatear los términos, aunque, por supuesto, me parecen muy escasos. Los ingresos de nuestro acuerdo matrimonial eran de unas mil libras esterlinas al año, y tras la muerte de la madre de la señora Wilde la suma se acrecentará. 

Con respecto a mi usufructo, espero sinceramente que al menos la mitad se adquiera en mi nombre. Mi esposa no se da cuenta de que en caso de que yo la sobreviva y viva hasta una edad avanzada, sería verdaderamente perjudicial para mis hijos tener un padre desgraciado que viviera en la penuria, y que tal vez se viera obligado a pedirles ayuda. Semejante estado de las cosas sería indeseable e indecoroso. En caso de que yo sobreviva a mi esposa, quisiera no tener la necesidad de importunar a mis hijos para sustentarme. Tenía la esperanza de que al menos la mitad de mi usufructo ya estaría asegurado, pero una carta del señor Hargrove, que adjunto, me ha sacado del error. En cuanto a la otra mitad, si pudiera conseguirla me permitiría cedérsela de inmediato a mis hijos como prueba del afecto que les tengo y de la autenticidad de la postura que estoy tomando con respecto a su futuro bienestar. 

Debería mencionar que mi esposa vino a verme a la cárcel de Wandsworth y por aquel entonces (octubre del año pasado) me escribió una carta muy conmovedora y afectuosa. Además, al morir mi madre, lady Wilde, vino a darme la noticia en persona y mostró mucha ternura y afecto, pero ya casi hace un año que no la he visto, y la larga ausencia, combinada con influencias hostiles a mí que la rodean, le han hecho tomar cierta postura respecto a mi usufructo y mis ingresos mientras ella viva. Es bastante consciente del profundo afecto que existe entre mis hijos y yo, y en su última carta (21 de noviembre) expresa la esperanza de que «cuando sean mayores se enorgullezcan de reconocerme como padre» y de que reconquiste la posición intelectual que he perdido, así como otros deseos clementes. En una de sus cartas, el señor Hargrove afirmó que tendría que renunciar a las ciento cincuenta libras al año si rompía alguna de las condiciones de la propuesta. Se trata, lo reconozco, de una posición dolorosa y humillante como para desearla. Creo que mi solemne acuerdo debería ser suficiente. La felicidad de mis hijos es mi único objetivo y deseo. 

¿Podrían pedir al señor Adey, por favor, que haga todo lo posible para verme aquí él mismo? Tengo mucho de lo que hablar con él. Díganle también que entiendo perfectamente que los libros eran un regalo de mi amigo el señor Humphreys, el editor. También que el señor Alexander no tiene los derechos franceses de El abanico de lady Windermere (una de mis comedias), pero que estaré encantado de que me represente. 

Para concluir, espero que me permitan expresarles mi agradecimiento por asumir este delicado y difícil asunto en mi lugar. Ello me alivia mucho de la ansiedad mental y la angustia que me aquejan, intensificadas por las violentas y severas cartas del señor Hargrove. Saludos cordiales, 

OSCAR WILDE


Oscar Wilde

De profundis y otros escritos de la cárcel


«Nada de lo que me ocurrió en ningún período de mi vida tuvo la menor importancia en comparación con el arte». 

En 1895 Oscar Wilde se encontraba en la cumbre de su carrera, pero ese mismo año, tras un escandaloso proceso, fue condenado a dos años de prisión y a trabajos forzados. Allí escribió De profundis, una epístola confesional que ilustra su proceso interior durante el encarcelamiento y uno de los textos más descarnados de la historia de la literatura. 

Esta edición incluye también las cartas que escribió antes y después a sus seres queridos, entre ellos su amante, lord Alfred Douglas. Completa el volumen «La balada de la cárcel de Reading», un revelador poema acerca de un hombre sentenciado a la horca.

Pasajes en Córdoba

 pasadizos en Córdoba

30 diciembre 2020

30 de diciembre

El 30 de diciembre, a las nueve de la mañana, Ryuji salió del cobertizo de la Aduana, en el muelle central. Fusako estaba esperándole. 

El muelle central era la curiosa abstracción de un vecindario. Las calles aparecían despobladas, demasiado limpias; a los lados se marchitaban los sicomoros. Por una vía subsidiaria que discurría entre vetustos almacenes de ladrillo rojo y una oficina marítima de falso estilo renacentista, una vieja máquina de vapor despedía nubes de humo negro a lo largo de su curso trepidante. Carecía de autenticidad, como si todo se tratase de un conjunto de trenes de juguete, hasta el pequeño cruce ferroviario. Era el mar el responsable de la irrealidad del lugar, pues todo, las calles, los edificios —hasta los anodinos ladrillos de los muros—, se hallaba a su servicio exclusivo. El mar lo había simplificado y abstraído todo, y el muelle, a su vez, había perdido su sentido de realidad y aparecía como instalado en un sueño. 

Además, estaba lloviendo. Los viejos muros de ladrillo destilaban un tinte oscuro de cinabrio que se aguaba en los charcos del suelo. Los mástiles que remataban las techumbres estaban empapados. 

Fusako, que deseaba pasar inadvertida, esperaba en el asiento trasero del coche. Por la ventanilla surcada de lluvia vio a los hombres de la tripulación, que salían uno a uno del cobertizo de madera deteriorado por las tormentas. Ryuji se detuvo un instante en el umbral, se levantó el cuello del chaquetón marinero y se embutió la gorra hasta los ojos. Luego, a paso ligero, se adentró en la lluvia con una vieja bolsa de cremallera. Fusako envió corriendo al chófer a su encuentro. 

Ryuji se dejó caer dentro del coche como un fardo de equipaje voluminoso y empapado. 

—Sabía que vendrías. Lo sabía —jadeó, apretando a Fusako por los hombros de su abrigo de visón. 

Con las mejillas arrasadas por la lluvia —¿o eran lágrimas?— y más moreno que nunca, vio que Fusako palidecía: su albo semblante parecía una ventana abierta en la penumbra interior del coche. Se besaron y lloraron. Ryuji deslizó las manos bajo el abrigo de Fusako y se aferró crispadamente a su cuerpo como buscando vida en alguien a quien acabara de salvar de morir ahogado; rodeó con los brazos aquella cintura frágil y volvió a colmar su corazón y su mente con cada detalle de la mujer que reencontraba. Hasta la casa el viaje solo llevaría unos seis o siete minutos, y al fin, mientras atravesaban Yamashita Bridge, pudieron iniciar con normalidad una conversación. 

—Gracias por las cartas. Las leí todas cientos de veces. 

—Y yo las tuyas. Espero que puedas quedarte por lo menos hasta Año Nuevo. 

—Gracias… ¿Cómo está Noboru? 

—Quería venir al muelle a recibirte, pero ha cogido un pequeño resfriado y se ha metido en la cama. Bah, no es nada, solo un poco de fiebre.

Yukio Mishima
El marino que perdió la gracia del mar

Relato de una traición ignorada y de una idealización frustrada, El marino que perdió la gracia del mar (1963) es una inmejorable forma de introducirse en el singular universo creativo de Yukio Mishima (1925-1970). Valiéndose de una prosa que sugiere tanto como dice y que utiliza con extraordinaria habilidad los silencios y las elipsis para dotar al relato de un ritmo característico, Mishima retrata en esta breve novela a través de su protagonista, Noboru, el abismo insalvable que se abre como una herida entre el desesperado intento de un clan de adolescentes de hallar su ubicación en el mundo mediante un código de conducta fuera de uso, y una sociedad ya irremediablemente convulsionada y despojada de su armonía tras la traumática derrota en la Segunda Guerra Mundial.

Flan de huevo

Flan de huevo

29 diciembre 2020

29 de diciembre

EL PATRIMONIO REAL SE HACE PÚBLICO 

El reinado de Isabel II termina abruptamente en 1868, como consecuencia de la revolución denominada «la Gloriosa», iniciada el 19 de septiembre por un pronunciamiento del general Topete en Cádiz, que triunfa al lograr los apoyos suficientes para obligar a la reina a partir al exilio. 

Una de las primeras acciones revolucionarias fue la expropiación de las posesiones reales en Madrid: el Retiro pasó a poder del Ayuntamiento, mientras que la Casa de Campo, la finca de la Florida o la Moncloa y el Monte del Pardo quedaron en manos del Estado convirtiéndose así el extensísimo patrimonio real en patrimonio público. 

Las Cortes aprueban una nueva Constitución en 1869 y después de una intensa búsqueda, a instancias del general Prim, nombran rey a Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos, persona racional e instruida que al llegar a España se encontró con que su valedor había muerto víctima de un atentado en la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, financiado, al parecer, por el Duque de Montpensier, pretendiente frustrado al trono. 

Amadeo soportó durante poco más de dos años un país ingobernable y al cabo se marchó aburrido, dando paso a la Primera República, que duró desde el 11 de febrero de 1873 al 29 de diciembre de 1874, año en que un pronunciamiento del General Martínez Campos da inicio a la Restauración borbónica en la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II, motejado como «Puigmoltejo» por la prensa republicana, que lo decía hijo del capitán de ingenieros Puig i Moltó.

Ricardo Aroca 
La historia secreta de Madrid

Un apasionante viaje a través del tiempo, desde el Mayrit musulmán hasta la modernidad del siglo XXI, nos desvela el alma de la ciudad de Madrid, describe las transformaciones del espacio urbano y analiza los misterios que se ocultan tras la génesis de algunos de sus edificios más representativos. La Historia secreta de Madrid es una suerte de «guía de autor», un itinerario histórico que nos ofrece las claves para entender este espacio que comienza a definirse con murallas y arrabales medievales de trazado irregular, atraviesa los siglos cargado de conventos, hospitales, mercados y palacios, y se acerca a la modernidad con amplias avenidas, áreas residenciales y barrios obreros, para culminar en las peculiares —con frecuencia chocantes— intervenciones arquitectónicas de nuestros días. Leyendas y milagros, anécdotas que protagonizan personajes variopintos, explicaciones simbólicas que conviven con planeamientos representativos del espíritu de racionalidad aplicado al urbanismo… Todo ello está presente en este libro, un recorrido muy personal por la ciudad, que nos permite entender cómo el devenir histórico, la organización administrativa y hasta las desventuras de gobernantes y ciudadanos —en definitiva, las transformaciones de la sociedad, la política y la economía— tienen su reflejo inmediato en la evolución urbanística y el nacimiento de grandes empresas arquitectónicas. 




Carretera de la Vega de Aranjuez

Carreteras de la Vega de Aranjuez,

28 diciembre 2020

28 de diciembre

La más grande derrota que el Gobierno del Don sufriera en el Frente Norte fue compensada por un alegre suceso. El 28 de diciembre llegó a Novocherkask una misión aliada: el comandante de la misión británica militar en el Cáucaso, general Poole, con su jefe de Estado Mayor, coronel Kiss y los representantes de Francia, el general Franchet d'Esperey y el capitan Fouquet.

Krasnov acompañó a los aliados al frente. En el andén de la estación de Chir, en una fría mañana de diciembre, se dispuso la guardia de honor. El general Mamontov, habitualmente borracho y de aspecto descuidado, se presentaba aquel día verdaderamente elegante, con las mejillas cuidadosamente rasuradas. Caminaba por el andén, rodeado de oficiales. Esperaban el tren. Junto al edificio de la estación se habían agrupado los músicos de la banda, que se soplaban los dedos helados y lívidos. En sus puestos de guardia se erguían, ofreciendo un espectáculo pintoresco, los cosacos del Bajo Don, hombres de todas las edades, con sus uniformes de diversos colores. Junto a viejos de canosa barba había adolescentes imberbes, se veían combatientes de características pelambres. Sobre las casacas de los viejos brillaban, como manchas de oro y plata, cruces y medallas obtenidas en las batallas de Lovcha y Plevna en los pechos de los menos ancianos colgaban las cruces ganadas en los heroicos asaltos en Gueok-Tepé, Lidnantum, o durante la guerra contra Alemania, en torno a Przemysl, Varsovia y Lvov. Los adolescentes no lucían brillantes medallas, pero se mantenían erguidos en su posición de firmes y trataban de seguir en todo la conducta de los mayores.

Envuelto en un vapor lechoso, llegó el tren con gran estruendo. Aún no se había abierto la portezuela del vagón pullman, y ya el director de la banda levantaba el brazo con ademán decidido y los músicos iniciaron vigorosamente el himno nacional inglés. Mamontov, sujetándose el sable, corrió hacia el vagón. Krasnov, con aire jovial de dueño de casa, guiaba a los huéspedes hacia la estación entre las dos hileras de cosacos, tan inmóviles que parecían de piedra.

—El pueblo cosaco se ha levantado como un solo hombre en defensa de la patria contra las bandas salvajes de soldados rojos. Tenéis ante vosotros a representantes de tres generaciones. Estos hombres han combatido en los Balcanes, contra el Japón, Austria-Hungría y Alemania, ahora luchan por la salvación de su patria —dijo en perfecto francés, con una elegante sonrisa, señalando a los viejos cosacos que, con los ojos muy abiertos, seguían inmóviles, casi sin respirar.

No por casualidad, sino por una orden de sus superiores, Mamontov se había esforzado en escoger a los cosacos para la guardia de honor.

Tras haber visitado el frente, los aliados regresaron satisfechos a Novocherkask.

—Quedo muy complacido del brillante aspecto, de la disciplina y del espíritu combativo de vuestro ejército —dijo el general Poole a Krasnov, antes de partir—. Daré inmediatamente órdenes para que desde Salónica sea enviado el primer destacamento de nuestras tropas. Entretanto, general, le ruego que tenga preparados tres mil capotes de piel y otros tantos pares de botas. Espero que con nuestro apoyo conseguiréis acabar definitivamente con el bolchevismo.

…Apresuradamente se confeccionaron capotes de piel y se prepararon botas de fieltro. Pero las tropas de desembarco de los aliados no aparecían aún en Novorosisk.

El general Poole, de regreso en Londres, fue sustituido por Briggs, hombre frío y orgulloso. Llegaba de Londres con nuevas instrucciones y anunció con la dura franqueza de los militares:

—El Gobierno de Su Majestad prestará al Ejército Voluntario del Don el más amplio apoyo maternal, pero no enviará ni un soldado.

Eran superfluos los comentarios a semejantes declaraciones…

Mijaíl Shólojov
El Don apacible

El Don apacible fue escrita en cuatro volúmenes entre 1928 y 1940 y por la que se le otorgó en 1941 el premio Stalin y el premio Nobel de Literatura en 1965. 

Esta monumental novela épica relata la intervención rusa en la I Guerra Mundial, la Revolución bolchevique, y la guerra civil rusa (1918-1921), desde el punto de vista de los cosacos del río Don, en un posición ambivalente entre las ansias de paz y de mejora de las condiciones de vida que hace a algunos apoyar a los comunistas, y una mayoría opuestos a la colectivización de sus tierras y productos, contraria a sus costumbres y tradiciones. Pero es también un novela de personajes y de costumbres, una novela histórica y que retrata lo cotidiano. 

Comparada con «Guerra y paz», nunca antes una novela había sido capaz de fluir tan magistralmente por personajes, ideas, costumbres, sentimientos, como lo hace Shólojov con la grandeza del amor y la desesperación de la guerra.

Carretera de la Vega de Aranjuez

Carreteras de la Vega de Aranjuez,

27 diciembre 2020

27 de diciembre

Escribí la historia de El viaje de Rita Malú para Sophie Calle. Podría decirse que porque ella me lo pidió. Todo comenzó una tarde en Barcelona, cuando ella me llamó a casa. Me quedé de piedra. La admiraba, la consideraba inaccesible. No la conocía personalmente, ni pensaba que fuera a conocerla nunca. Me llamó y me dijo que una amiga común (Isabel Coixet) le había dado mi número y que deseaba proponerme algo, pero que no podía hacerlo por teléfono. 

Había en sus palabras una extraña, por muy involuntaria que fuera, carga de misterio. Sugerí un encuentro en París a finales de aquel mes, pues pensaba pasar el fin de año en esa ciudad. Estábamos en las postrimerías de 2005. Quedamos en el Café de Flore de París el 27 de diciembre, al mediodía. 

El día señalado, llegué al barrio una media hora antes, algo inquieto ante el encuentro. Sophie Calle ha tenido siempre cierta fama de ser capaz de todo y yo sabía de sus rarezas y de su coraje, en parte por lo que había contado Paul Auster en su novela Leviatán, donde Sophie era un personaje del libro y se llamaba Maria Turner. Escribía allí Auster al comienzo del libro, a modo de dedicatoria: «El autor agradece efusivamente a Sophie Calle que le permitiera mezclar la realidad con la ficción». 

Yo sabía esto, pero también muchas cosas más. Recordaba, por ejemplo, que había leído que durante un tiempo, siendo ella muy joven, a la vuelta de un largo viaje por el Líbano, se había sentido perdida en París, en su propia ciudad, pues ya no conocía a nadie, y eso la había llevado a seguir a personas que no conocía y que fueran ellas quienes decidieran adónde había de ir. Recordaba esto y también sus acciones más célebres: la invitación a dormir en su cama a desconocidos que aceptasen dejarse mirar y fotografiar y responder preguntas (Los durmientes); la persecución a la que había sometido en Venecia a un hombre de quien por un azar supo que partía esa noche hacia allí (Suite veneciana); la contratación, a través de su madre, de un detective para que le hiciera fotos y la siguiera, sabiéndose seguida, y al final la retratara en sus informes con la falsa verdad desnuda de un observador objetivo.

Enrique Vila-Matas
Porque ella no lo pidió



Carretera de la Vega de Aranjuez

 carreteras de la Vega de Aranjuez

26 diciembre 2020

26 de diciembre

26 de diciembre de 1452

Mi criado me sorprendió esta mañana al prevenirme:

—Señor, no debéis visitar Pera con demasiada frecuencia.

Por primera vez lo miré con atención. Hasta ahora lo había considerado, simplemente, como un mal inevitable que formaba parte de la casa cuando la alquilé. Cuida de mis vestidos y se ocupa de comprar la comida; mira por los intereses del propietario y barre el patio. No me cabe duda de que es igualmente celoso a la hora de informar al servicio secreto del palacio de Blaquernae sobre mis idas y venidas.

Nunca he tenido nada contra él. Es un viejo digno de compasión, pero hasta ahora no había reparado en él. Estaba ante mí con su barba rala, sus rodillas ulceradas y sus ojos grises, que reflejaban una tristeza insondable. Sus andrajos rezumaban grasa.

—¿Cómo se te ocurre decir algo así? —pregunté.

Adoptó un aire ofendido.

—Sólo pensaba en vuestro propio bien. Sois mi dueño en tanto habitéis esta casa.

—Soy un latino —dije.

—¡No, no…, no lo sois! —replicó con vehemencia. Y dejándome desconcertado de asombro cayó de rodillas ante mí y me asió la mano para besarla, mientras decía—: No me despidáis, señor. Es verdad que os bebo el vino que sobra en la jarra y me quedo a menudo con los cambios. También suelo llevar un poco de aceite a mi tía enferma, pues nuestra familia es muy pobre. Pero si ello os disgusta no lo haré más, pues ahora os he reconocido.

—No he sido tacaño a la hora de pagarte —dije sorprendido—. Mientras sea tu amo puedes mantener a tu familia a mis expensas. Doy poco valor al dinero. Se acerca la hora en que dinero y propiedad perderán todo significado. A la hora de la muerte todos somos iguales, y para Dios un mosquito vale lo mismo que un elefante.

Mientras hablaba observé mejor su rostro. Parecía un hombre honrado pero la cara miente con frecuencia y ¿puede confiar acaso un griego en otro?

Él prosiguió:

—Otra vez no es preciso que me encerréis en la bodega si no deseáis que siga vuestros pasos. Hacía tanto frío que se me helaron las articulaciones. Desde entonces sudo de frío y de dolor de oídos y mis articulaciones están peor que antes.

—Vamos, levántate, bobalicón, y cura tus dolores con vino —dije al tiempo que sacaba un besante de oro de mi bolsa. Para él, tal suma era una fortuna, pues en Constantinopla los pobres son muy pobres y los pocos ricos extremadamente ricos.

Miró la moneda que tenía yo en la mano y su rostro se iluminó; pero sacudió la cabeza, diciendo:

—No me quejaba para pediros nada, señor. No necesitáis sobornarme. No veré ni oiré nada que no queráis que vea u oiga. Sólo tenéis que ordenar.

—No te comprendo —dije.

Señaló en dirección al perro, que comenzaba ya a echar carnes y que se hallaba tendido sobre su estera ante la puerta, con la nariz pegada al suelo y vigilando todos mis movimientos.

—¿Acaso no os sigue y obedece ese perro? —dijo.

—No te comprendo —repetí, y arrojé la moneda a la esterilla que había delante de él. Se inclinó para recogerla y luego me miró a los ojos.

—No necesitáis poneros en evidencia, señor. ¿Cómo podría suponerlo? Vuestro secreto es sagrado para mí. Tomo vuestro dinero sólo porque me ordenáis que lo haga. Nos proporcionará a mí y a mi familia una gran felicidad, pero no mayor que la que siento al poder serviros.

Sus insinuaciones me causaron resquemor, pues, naturalmente, él sospechaba, al igual que otros griegos, que me hallaba secretamente al servicio del Sultán y que mi huida había sido fingida. Quizás esperaba de mí que le evitara la esclavitud cuando el Sultán capturase la ciudad. Tal esperanza habría sido ventajosa para mí en el caso de haber tenido algo que ocultar. Aunque, ¿cómo habría podido fiarme de un hombre de tan baja extracción?

—Estás equivocado si piensas salir ganando conmigo —repliqué—. No estoy al servicio del Sultán. Lo he repetido ya más de cien veces, y hasta el límite de la paciencia, a quienes te pagan por espiarme. Pero voy a repetírtelo una vez más a ti: No estoy al servicio del Sultán.

—Oh, no, no… Lo sé. ¿Cómo podríais estarlo? Os he reconocido, y es como si el rayo hubiese chocado contra el suelo que piso.

—¿Estás borracho? ¿Deliras o tienes fiebre? No sé qué quieres decir. —Sin embargo, en mi interior me hallaba extrañamente excitado.

Él sacudió la cabeza y repuso:

—Señor, estoy borracho. Perdonadme. No volverá a suceder.

Pero sus disparatadas palabras me condujeron ante un espejo. Por alguna razón decidí no ir a la barbería, sino afeitarme en casa, y más cuidadosamente aún que antes. Esos últimos días mi estado de ánimo había hecho que lo olvidara. Ahora he cambiado hasta mis vestidos para mostrar que soy, en efecto, un latino por los cuatro costados.

Mika Waltari 
El ángel sombrío 
El sitio de Constantinopla

Las cosas, las meras cosas

 las meras cosas, pinzas navideñas

25 diciembre 2020

25 de diciembre

Los villancicos de la calle de Buci

Antes de la guerra, era en la noche del 24 al 25 de diciembre cuando había que ir a ver la calle de Buci, tan querida para los poetas de mi generación. Una vez, en un cabaré cercano, cenamos en nochebuena André Salmon, Maurice Cremnitz, René Dalize y yo. Oímos cantar villancicos. Yo estenografié sus letras. Los había de diferentes regiones de Francia.

¿Acaso no se cuentan los villancicos entre los más curiosos monumentos de nuestra poesía religiosa y popular? Son, en todo caso, las obras que quizá reflejen mejor el alma y las costumbres de la provincia de la que vienen. El primero que anoté en ese cabaré de la calle de Buci lo cantaba un aprendiz de barbero, nacido en Bourg-en-Bresse.

Los villancicos bresanos no son ciertamente villancicos para los tiempos de guerra.

Las enumeraciones rabelasianas de las vituallas contrastan con las restricciones de la época austera en que vivimos.

En cuanto la villa de Bourg / Supo la buena nueva / Mandó tocar el tambor / Poner todo en escudillas. / Becadas, lebroncillos / Codornices, capones gordos / De la casa Curnillon / Celebrando una francachela / De la casa Curnillon / Celebrando la nochebuena.

Tres patitos llevó Gorg / Una hermosa oca rellenó / Y con lomo de ternera / Se hizo un buen ragú; / Su mujer hizo morcilla / Y en casa del señor Choin cogió / Una gran fuente de plata / Para ahí, ahí, ahí poner / Una gran fuente de plata / Para ahí su ofrenda poner.

Rápido se fue a llamar / Al huésped de la Buena Escuela / Que albóndigas llevó / Y una butifarra hermosa; / Fricandos el señor mezcló / Con orejas de ternera / Y tres barriletes llevó / De mo, de mo, de mostaza, / Y tres barriletes llevó / De mostaza de Dijon.

Cuando el huésped de Saint-François / Escuchó que se animaban / Las sartenes y graseras / En el barrio de Tesnière, / Mandó hacer a su lacayo / Un brodio de pollo / Para enseguida chuparse / Los de, los de, los deditos / Para enseguida chuparse / Los cinco dedos y el morrito.

En cuanto el huésped del Escudo / Vio que a la luz de luna partían, / Puso por cuatro escudos / Azúcar en la harina / Para hacer pastelillos / Que parecieron castillos; / Son mejores que el pan / Para, para, para las damas; / Son mejores que el pan / Para los niños y las damas.

Neren puso en una tabla / Morcilla blanca como la nieve / Y doce lenguas de buey / Que eran negras como el pan; / Y luego su buen vino viejo / Que yo a menudo bebí / Y si Dios quiere, beberé / Hasta la Pas, Pas, Pascua / Y si Dios quiere beberé / Más de lo que él guste dar.

Usted y yo, padre Alexis, / Hemos de hacer una ofrenda / Y juntarnos cinco o seis / Para tocar la zarabanda; / Con nuestro gran bordón / Cantaremos de corazón; / Llegó, llegó Navidad / A celebrar una francachela / Llegó, llegó Navidad / Un sabroso caldo se hará.

Después de este villancico de nochebuena, he aquí otro con más gracia que también fue oído hace años en los alrededores de Saint-Quentin. Doy la versión que anoté en la calle de Buci.

Cantemos, os ruego, / Navidad en alto / Con bella voz / Solemnizando / De María doncella / La Concepción / Sin original / Maculación.

Esta muchacha / Nativa era / De la noble villa / Llamada Nazaret / De virtud llena / De cuerpo gracioso / Es la más bella / Que hay bajo los cielos.

Iba al Templo / Para a Dios suplicar; / El Consejo se forma / Para aquesta casar; / La chica tan bella / No quiere consentir / Pues Virgen y doncella / Quiere vivir y morir.

El Ángel les ordena / Que se hagan juntar / Gentes en un bando, / Todos por casar; / Y aquél cuya verga / Presto brotará / A la noble Virgen / Verdadero esposo hará.

Presto la abundancia / De amables galantes / A la virgen grata / Se van deseando; / Con la noble chica / Cada uno contaba, / Pero el más hábil / Ya nada penaba.

José cogió su verga, / En llegándose della: / A la Virgen cuántos / No la desearon; / Pues en su vida entera / No tuvo intención / Deseo ni gana / De conjunción.

Cuando fueron al Templo / De todo reunidos, / Estando todos juntos / En tropa ordenados, / La grata verga / De José floreció, / Y en el mismo instante / Flor y fruto dio.

Con gran reverencia / A José se retuvo, / Quien con su mano blanca / A esta virgen tuvo; / Y así después el cura, / Rector de la ley, / Abrazar les hizo / A ambos la fe.

Con las orejas gachas / Los amables galantes / Tanto que es maravilla, / Se van murmurando / Diciendo qué pena / Que este canoso padre / Haya en matrimonio / A la virgen tomado.

La noche seguiente, / A la medianoche, / La Virgen grata / En su libro lee, / Que el Rey celestial / Fundará nación / De una doncellita / Sin corrupción.

Mientras que María / Así contemplaba / Y del todo encantada / Hacia Dios estaba, / Gabriel arcángel / Llegó de repente / Entrando en su cuarto / Manifiestamente.

Con voz suavecita / Graciosamente / Dijo a la muchacha / Para saludarla: / Dios te guarde, María, / Llena de beldad, / Eres la Amiga / Del Dios de bondad.

Dios hace un misterio / En ti maravilloso, / Es que serás madre / Del rey glorioso; / Tu castidad / Y virginidad / Por obra divina / Preservada será.

A esta palabra / La Virgen consiente, / El Hijo de Dios vuela, / A ella desciende. / Pronto estuvo encinta / Del príncipe de los Reyes. / Sin males ni fatigas / Lo guardó nueve meses.

El noble trabajo / José no comprende / A pocas no gruñe, / Se va murmurando, / Pero el ángel celeste / Le dice, durmiendo, / Que él no se inquiete, / De Dios es el niño.

José y María / Vírgenes son a la par, / Que en compañía / A Belén van. / Allí parirá / A la medianoche / La Virgen sagrada / En un pobre logal.

Fue allí consolada / Por ángeles celestes, / Fue allí visitada / Por los Pastores alegres, / Fue allí venerada / Por tres nobles Reyes, / Y fue rechazada / Por los nobles burgueses.

Así, oremos a María / Y a Jesús, su hijo. / Que después de esta vida / Tengamos Paraíso / Y, nuestro viaje / Estando acabado / Nos dé repartido / El cielo azulado.

En May-en-Multien es donde todavía se canta este encantador villancico del cual tenemos aquí una estrofa:

Pastores que os juntáis / Al toque de la señal / Para así juntos ir / A saludar tralarilorí / A saludar tralariloró / Al rey que recién nació.

Y también aquél donde

San Lifardo fue a coger / La Dama del Camino / Con idea de aparecer / Llevando todos en la mano / Laúdes, oboes y guitarras / Para hacer unas charangas, / Trompetas y tambores / Para tocar todo el día.

He aquí un villancico que oí cantar en la calle de Buci. No conozco su procedencia. En cualquier caso, es bien campestre y lleno de sabor:

Estribillo: Dejad pastar vuestro ganado, / Pastorcillos de la Ceca a la Meca, / Dejad pastar vuestro ganado / Y venid a cantar al niño.

De oír cantar al ruiseñor / Con un canto tan nuevo / Tan alto, tan bello, / Con tal resonar / Me rompía la cabeza, / De tanto que predicaba y trisaba, / Cogí entonces mi cayado / Para ir a ver al niño (estribillo).

Me dirigí al pastor Nolet; / ¿Has oído al Ruiseñorcillo / Tan bonitico / Que chillaba / Allá en lo alto sobre una espina? / ¡Ah, sí! dijo, lo oí, / He cogido mi bocina / Y con ello me he deleitado (estribillo).

Todos cantamos una canción, / Los otros han venido al son. / Ahora, ande, bailemos. / ¡Coge a Alizon! / Yo cogeré a Guillemette, / Margot cogerá al gordo Guillot. / ¿Quién cogerá a Péronelle? / Se ocupará Talebot (estribillo).

No bailemos más, tardamos demasiado; / Vayamos pronto, corramos al trote, / Vente pronto. / Espera, Guillot. / Se ha roto mi correíta, / Tengo que remendar mi zueco. / Así que, coge esta agujita, / Que buena falta te hará (estribillo).

¿Cómo, Guillot, no vienes? / Claro, voy con suave paso, / Tú no oyes / De todo mi caso; Sabañones tengo en los talones, / Por lo que no puedo trotar; / Me han cogido las heladas. / Yendo al bosque a laborar (estribillo).

Marcha delante, pobre Mulard, / Y apóyate en tu cayado; / Y tú, Coquard, / Viejo Loriquart, / Has de tener gran vergüenza / De rechinar así los dientes, / Y de esto no debes dar cuenta / Al menos ante la gente (estribillo).

Con grande firmeza corrimos, / Por ver Nuestro dulce Redentor / Y creador / Y hacedor; / Tenía, que Dios sepa, / De banderas gran necesidad; / Yacía en el belén / Sobre una brizna de heno (estribillo).

Su madre con aqueste estaba / Un viejo lo alumnaba / Que en nada semejaba / Al bonito delicado / No era su padre / Lo supe por sus morritos / Se parecía a la madre / Pero aún más bonito es él (estribillo).

Así, un paquete grande teníamos / De víveres para un banquete; / Pero el fino / De Jean Huguet / Y una gran galga / Dejaron el tarro destapado / Después la pastora fue / Que dejó la tapa abierta (estribillo).

De alborozarnos no cesamos; / Yo una ovejita le di; / Al pequeño niñito / Un malvís / Le dio Péronnelle, / Y Margot leche le dio / Una pequeña escudilla / Con un velo cubierta (estribillo).

Ahora, oremos todos al Rey de Reyes / Que nos dé a todos feliz Navidad / Y mucha paz / Que nuestras fechorías, / No tenga en memoria / Nuestros pecados perdone, / A aquellos del Purgatorio / Que sus pecados borre.

Aquí tenemos un villancico delicado y delicioso del que lamento no haber anotado más que este pasaje:

Yo me levanté una mañanita / Que el alba la blanca manteleta vestía. / Cantemos Navidad, Navidad al niño / Cantemos de nuevo al niño.

Y este villancico híbrido:

Celebremos el nacimiento / Nostri Salvatoris / Que provoca el contento / Dei sui patris. / Salvador tan amable / In node media / Ha nacido en un establo / De Casta María.

Esa misma noche también anoté un villancico de una provincia que está devastando la guerra, la Champagne de La Fontaine y de Paul Fort:

Las chicas de Cernay / Dormir no pudieron. / Sólo manteca, leche / Y al campo que se fueron, / Y aquellas de Taissy / La calle cruzaron / Después de haber oído / El ruido / Y el encantador debate / ¡Lailé! / De las de Sillery.

Y para acabar alguien canta un gracioso villancico infantil cuya fecha debe de ser reciente. He aquí una estrofa:

Una pequeña abeja / Zumbando cual moscardón / Se fue hacia el chiquitillo / Diciéndole al oído / Te traigo yo un bombón / Es suave como la seda / Pruébalo mi guapetón.

Uno puede tener cien impresiones distintas de la vieja calle de Buci. Yo las cambio todas por las que sentí al escuchar cantar estos villancicos, una nochebuena, pocos años antes de la guerra.
Guillaume Apollinaire 
El paseante de las dos orillas

Figuras de un Nacimiento artesano

Noche de Amor, colección de belenes de Basanta-Martín

24 diciembre 2020

la cena de Nochebuena

Herodes en el Finisterre

Alguna vez he hablado de este misterio: en tiempo de Adviento, por los caminos de Galicia que llevan a la punta final de la tierra conocida, al Finisterre, hay gentes que encuentran en los caminos a un raro viajero, un extranjero sin duda, que va ligero, sin tiempo a detenerse en una taberna a echar una taza de vino, no da ni los buenos días ni las buenas tardes, y deja tras de sí un insólito perfume. Los perros le temen, y le ladran al arrimo de los caseríos, sin osar correrlo, y menos morder. El forastero toma atajos como si fuese del país y conociese los senderos que van entre pinares o maizales, o baja a pasar los ríos por vados donde, en los álamos y los chopos, anida la paloma torcaz. Algunos que lo vieron aseguraron que lleva en la cabeza un gorro rojo. Es más bien corto de talla, y bracea al andar como si estuviese practicando una instrucción militar dada a lo pomposo. Evita las iglesias y los puentes, pero en cada fuente que encuentra se detiene a beber algo y enjuagar la boca. En algunos lugares secaron por más de un año algunas fuentes, y se dice que fueron aquéllas en las que bebió el viajero. Parece que come a escondidas de lo que lleva en un zurrón de piel, y no le importa la lluvia ni la noche, ni lo detiene, bajando de O Cebreiro a Portomarín a cruzar el Miño, la nevada. A su paso se aparta el lobo, y los gallos no cantan alba hasta que el forastero se haya alejado… Finalmente, hay quien asegura que si pasa cerca de una casa perdida en el campo, en el hogar se apaga el fuego, y niños que duerman despiertan llorando. Sí, se sabe quién es: nada menos que un criado del rey Herodes, que va al Finisterre a avisar que el día veintiocho de diciembre, al quebrar albores, hay que degollar a los Inocentes. ¿A avisar a quién? En principio, en cualquier siglo no le habrá sido difícil a ese criado de Herodes, o a otros compañeros suyos en las diversas partes del mundo conocido, el hallar gentes dispuestas a degollar. Modernamente, la degollación puede ser sustituida por las cámaras de gas, y dándole vueltas al tema en el magín, puede llegar servidor a imaginar que, por ejemplo, en un campo de concentración nazi, uno de aquellos expeditos arios ejecutores haya podido actuar, en lo que a dar muerte a niños se refiere, por orden de Herodes el Grande, rey de los judíos. A Ernesto Hello y a León Bloy les hubiese gustado, creo yo, está explicación de la postrera iniquidad. 

Desde niño, yo me he contado muchas veces a mí mismo el viaje del criado de Herodes y, naturalmente, las más de las noticias que hoy tengo de él son inventadas por mí. Más de una vez, en los días cercanos a Navidad, la edad mía ocho o diez años, he salido hacia un bosque próximo, o caminado por el atajo que va desde Mondoñedo a la carretera de Lugo, por ver si me cruzaba en el camino con el criado de Herodes. De una Historia universal que había en casa, había arrancado una lámina a todo color en la que figuraban, con sus trajes, los hebreos de los días de la venida del Mesías, desde el Sumo Sacerdote a un pobre pastor, y no me cabía duda de que sabría reconocer al ligero herodíada mensajero. Si veía que alguien se acercaba, o escuchaba pasos, me tomaba el miedo y corría a esconderme. Pero nunca fue, el que pasaba, el criado de Herodes. A lo mejor, era uno de Barbeitas que venía de comprar bacalao en Mondoñedo, para añadirle a la coliflor de la cena de Nochebuena, y a la altura de mi escondite, como ocurrió una vez, se detenía, posaba el paquete, liaba cigarro, y con pedernal y eslabón encendía la mecha, la soplaba y encendía lentamente el pitillo. Le veía la cara, y era vecino conocido, y el miedo se me iba, y echaba a correr, pues anochecía, hacia la ciudad. Y aunque ya Mondoñedo no tenía murallas, ni había por lo tanto puertas en ella que cerrar, yo corría, casi saliéndome el corazón por la boca, no llegase tarde, y me quedase frente a la puerta cerrada, bajo la lluvia que comenzaba a caer mansa, como le aconteció en Ginebra a Juan Jacobo niño… Pasados años, con alguna frecuencia he soñado que me encontraba el criado de Herodes, uno de barba redonda, envuelto en capa, en la cabeza un gorro, que no sé si era rojo, porque me parece que no sueño en colores. Soñaba, digo, que el tal criado me miraba triste y me mostraba el papel en el que iba, firmada y sellada, la orden de 

Herodes el Grande. Ni el criado de Herodes decía palabra, ni yo osaba abrir la boca. El criado de Herodes hablaría arameo, o quizás latín, y yo solamente sabía gallego y castellano. Me santiguaba, y el hombrecillo echaba a correr, algunas veces a volar, y se perdía con los cuervos sobre la fraga de Rioseco, espesa, escondite del lobo y del jabalí. 

Hace una semana —no se sabe lo que puede nacer de una mala postura de la cadera; lean el primer capítulo del Swann de Proust—, soñé con el criado de Herodes. Supe que era él, porque era el que yo me había imaginado. Avanzaba hacia mí en figura de San Dionisio. ¿Se había degollado a sí mismo? Cuando desperté, me preguntaba si es que ya ha llegado el tiempo de que sean degollados, o se degüellen, los degolladores. Lo cual significaría que podíamos estar en vísperas de una nueva edad de la Historia.

Álvaro Cunqueiro 
El laberinto habitado 

Misterio de Belén

 Noche de Amor, colección de belenes de Basanta-Martín

23 diciembre 2020

23 de diciembre

El 19 de diciembre, tres días después de la conversación de Ferguson con Noah, el New York Times informó de que soldados estadounidenses habían penetrado en la zona de guerra de Vietnam del Sur y estaban participando en operaciones tácticas con orden de disparar si eran atacados. Junto con un envío de cuarenta helicópteros, cuatrocientos soldados entrenados para el combate habían llegado a Vietnam del Sur una semana antes. Más aviones, vehículos terrestres y embarcaciones anfibias iban de camino. En total, había ahora dos mil norteamericanos de uniforme en Vietnam del Sur, en vez de los 685 miembros del grupo de asesores militares del que se había informado oficialmente.

Cuatro días después, el 23 de diciembre, el padre de Ferguson se marchó dos semanas de viaje a California, a visitar a sus hermanos y sus familias. Era el primer descanso del trabajo que se tomaba desde hacía años, el último se remontaba a diciembre de 1954, cuando fue con la madre de Ferguson a Miami Beach para pasar diez días de vacaciones de invierno. Esta vez, la madre de Ferguson no fue con él. Tampoco lo acompañó al aeropuerto para despedirse el día que se marchó. Ferguson había oído a su madre hablar mal de sus cuñados bastantes veces para saber que no tenía interés en verlos, pero aun así debía de haber algo más, porque en cuanto su padre se fue, ella empezó a mostrarse más inquieta que nunca, preocupada, taciturna, incapaz, por primera vez que él recordara, de seguir una conversación, y su ensimismamiento era tan profundo que Ferguson se preguntaba si no estaría dándole vueltas a su situación matrimonial, que al parecer había dado un giro definitivo con la marcha en solitario de su padre a Los Ángeles. Puede que ahora la bañera no estuviera solo fría. Quizá estaba glacial, a punto de congelarse y convertirse en un bloque de hielo.

Paul Auster

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Berberechos

 último baño

22 diciembre 2020

22 de diciembre

En efecto, el padre de Miguel, aquel Rodrigo de Cervantes, se mueve frenéticamente en Madrid y consigue mandar a su hijo el documento salvador. 

Se trata de un escrito que Rodrigo de Cervantes manda al Teniente de Corregidor de la villa de Madrid pidiendo el informe de limpieza de sangre a favor de su hijo Miguel. El escrito tiene interés porque da testimonio de la mentalidad de la época, en un terreno que había sido el gran debate a mediados de siglo —los estatutos de limpieza de sangre—, pero que acabaría imponiéndose, como un signo del espíritu inquisitorial que se había apoderado de la sociedad española y que la había hecho sospechosa ante la romana; de forma que Rodrigo de Cervantes, ante el requerimiento del cardenal Acquaviva, escribe al Teniente de Corregidor madrileño: 
Muy magnífico señor: Rodrigo de Çerbantes, andante en corte, digo que Miguel de Çerbantes, mi hijo e de doña Leonor de Cortinas, mi legítima mujer, estante en Corte romana, le conviene probar e averiguar cómo es hijo legítimo mío e de la dicha mi mujer y que él ni yo, ni la dicha mujer, ni mis padres ni agüelos ni los de la dicha mi mujer, hayan sido ni somos moros, judíos, conversos ni reconciliados por el Santo Oficio de la Inquisición ni por otra ninguna Justicia de caso de infamia; antes han sido e somos muy buenos cristianos viejos, limpios de toda raíz. A vuestra merced pido mande hacer información de los testigos que acerca de lo susodicho presentare, la qual hecha me la mande dar por testimonio signado, interponiendo en ella su autoridad e decreto para que valga e haga fee en juizio y fuera dél y pido justicia. E para ello, [etc.] 

[Firmado:] 
Rodrigo de Çervantes 
Andrés de Oçaeta
Los informes fueron favorables, tal como la familia Cervantes lo esperaba y deseaba; de todas formas, y para evitar sorpresas desagradables, Rodrigo de Cervantes se movió entre sus amigos. Uno de ellos era alguacil de la Villa, y por lo tanto testigo de peso, el cual, además de testificar todo lo adecuado en cuanto a la limpieza de sangre de los Cervantes y de no haber tenido nada que ver con la Inquisición, terminaba con una de las afirmaciones más deseadas en aquellos tiempos, tan influidos por el ansia nobiliaria: 
… e sabe que son habidos por buenos hidalgos…
La información de limpieza de sangre, pedida por Rodrigo de Cervantes a finales del año 1569 (exactamente, el 22 de diciembre), no pudo llegar a Roma hasta entrado el nuevo año de 1570, acaso en torno a febrero o marzo. Surtió sus efectos, pues el cardenal Julio Acquaviva tomaría a su servicio a Miguel de Cervantes, en calidad de camarero, como el propio Miguel señala en la dedicatoria que hace en su novela pastoril La Galatea al noble italiano Ascanio Colonna, en la que dice, en su alabanza: 
… las cosas que, como en profecía, oí muchas veces de V. S. Ilustrísima al cardenal de Acquaviva, siendo yo su camarero en Roma…
Y es muy posible, en efecto, que el joven Miguel de Cervantes, al entrar al servicio del Cardenal romano, lograra una cierta intimidad con él. Ambos eran jóvenes y de una edad pareja, ya que Julio Acquaviva había nacido en 1546, un año antes, pues, que nuestro escritor. Y dadas las cualidades de buen trato, ingenio y cultura de Cervantes, sin duda le harían congeniar con su protector romano.

Manuel Fernández Álvarez

Cervantes visto por un historiador


Flanes de huevo

 las meras cosas

21 diciembre 2020

21 de diciembre

Pero pronto se oyó en la casa otra voz. Acaso fue la música lo que obligó a Ricey a salir de casa. Lily y Spohr, el pintor, trabajaban de firme para tener listo el retrato el día de mi cumpleaños. Lily pues, se había marchado, y Ricey, sola, fue a Danbury para visitar a una compañera de colegio. No dio con la casa de la chica. En cambio, mientras vagaba por las callejas de Danbury, pasó junto a un coche estacionado y oyó el llanto de un recién nacido, que estaba en el asiento trasero de aquel viejo Buick, metido en una caja de zapatos. Hacía un frío terrible, por lo tanto Ricey se trajo a casa al niño abandonado y lo escondió en el armario de su habitación. El 21 de diciembre, al mediodía, yo comentaba: —Niños, hoy es el solsticio de invierno… Y en aquel momento se oyó, saliendo de los tubos de calefacción que quedaban debajo del aparador, el gemido de un niño. Tiré hacia abajo la visera peluda de mi gorro de caza, que, aunque parezca raro, llevaba a la hora de comer y, para no demostrar mi sorpresa, empecé a hablar de otra cosa. Porque Lily dirigía su risa hacia mí significativamente, con el labio superior cubriendo sus dientes, y su palidez se veía acentuada. Miró a Ricey y vi que se reflejaba en sus ojos una alegría silenciosa. A sus quince años, esta muchacha es, en cierta manera, una belleza, aunque ésta sea un tanto apagada. Pero en aquellos momentos no estaba apagada; estaba arrobada por el crío. Como yo no sabía de que crío se trataba ni cómo había entrado en casa, estaba sobresaltado y desorientado, y les dije a los mellizos: —¡Ajá! ¡Conque hay un gatito arriba! Pero no se dejaron engañar. ¡Buenos son ellos para dejarse engañar! Ricey y Lily tenían biberones en la cocina esterilizándose. Me di cuenta de aquella gran olla llena de biberones mientras bajaba al sótano para ejercitarme en el violín, pero no hice ningún comentario. Durante toda la tarde, por los conductos de aire, oí berrear al recién nacido. Salí a dar un paseo, pero no pude soportar las frías ruinas de mi hacienda, en otro tiempo reino de los cerdos. Quedaban algunos animales de concurso por vender. Todavía no podía hacerme a la idea de despedirme de ellos.

Había quedado en que tocaría el villancico «Primer Noel» el día de Nochebuena, y lo estaba ensayando, cuando Lily bajó a hablarme.

—No quiero oír nada —dije.

—Pero, Gene… —protestó Lily.

—Tú eres la responsable —le grité—, tú eres la responsable, arréglatelas como quieras.

—Gene, cuando sufres, lo haces más intensamente que cualquier otra persona. No pudo disimular una sonrisa; naturalmente no se burlaba de mi sufrimiento, sino del modo en que sufría. Nadie se lo espera, y el que menos se lo espera es Dios mismo —continuó.

—Ya que estás en condiciones de hablar por el propio Dios —le dije— dime, ¿qué le parece eso de que salgas todos los días de casa para hacerte pintar un retrato?

—¡No creo que tengas motivo para avergonzarte de mi! —dijo.

Saul Bellow 
Henderson, el rey de la lluvia

días, grises aves sin sombras, vuelan

 días, grises aves sin sombras, vuelan.

20 diciembre 2020

20 de Diciembre

Hacia el 20 de Diciembre, poco antes de la célebre discusión del voto de confianza, en días en que Mendizábal estaba gozoso, como hombre que vislumbra el éxito y ve próxima la realización de sus ideas, llamó a Milagro y le hizo sentar frente a sí en la mesa de su despacho. Habíale tomado afición por la donosa vaguedad que sabía emplear en la redacción de cartas de pura fórmula, en que no se dice nada, y por el estilo cortesano y elegante en que envolvía el perdone usted por Dios, receta contra los pedigüeños de gollerías.

«Ante todo —dijo Mendizábal con aquella presteza nerviosa que ponía en su trabajo—, póngame usted ahora mismo, pero ahora mismo, una carta a D. Martín, diciéndole que detenga el nombramiento de Catedrático de Retórica de un clérigo que se D. Pedro Hillo, en favor del cual le escribimos no sé cuándo…».

—Anteayer.

—Me había recomendado a este sujeto Musso y Valiente, si no recuerdo mal.

—Sí, señor; y antes D. Manuel José Quintana…

—Y creo que también Juan Nicasio Gallego… en fin, medio mundo. Tanto me han mareado, que me decidí a recomendarle a Heros. Pero después he sabido algo que me pone en guardia… Francamente, yo hago todo el bien que puedo; pero en este puesto, y rodeado de dificultades, no creo estar en el caso de favorecer a mis enemigos. Dígame, ¿conoce usted a ese Hillo?

—Sí, señor: vive con mi compañero de oficina, Calpena, y hemos ido juntos al café y a los Toros. Es muy entendido en tauromaquia.

—¡Qué atrocidad!… cura, torero y retórico… No he visto jamás una ensalada semejante… Ello es que ese sujeto ha dado en perseguirme… Aquí viene todos los días a pedirme audiencia. Como ahora no estoy para perder el tiempo, no se la he concedido. 

Benito Pérez Galdós
Mendizábal

El musgo, en el Portal una esperanza

 el musgo, en el Portal una esperanza

19 diciembre 2020

19 de diciembre

César vuelve a Roma a mediados de septiembre del 45 y permanece allí sin más interrupciones que esporádicas salidas por Italia, hasta su muerte en los idus (día 15) de marzo del 44. El 19 de diciembre había comido en Puteoli con Cicerón. La velada «fue muy agradable […]; en la conversación nada serio; muchas cuestiones eruditas, ¿qué quieres que te diga? Él se lo pasó bien y estuvo a gusto […]. Ahí tienes una recepción, o acuartelamiento, odiosa para mí, ya te lo he dicho, pero no desagradable». Cada vez se aleja más de la idea de la república tradicional: se hace nombrar dictador perpetuo y acrecienta sus honores divinos; por otra parte, prepara una gran expedición contra los dacios y los partos. La fecha de la partida era el 18 de marzo… 

Cicerón continúa su febril actividad literaria: salen de sus manos los tres libros del De natura deorum, el De senectute, los dos del De diuinatione. En cambio apenas interviene en asuntos públicos, aunque sigue pendiente de ellos: 

me parece increíblemente vergonzosa mi actitud de asistir a las cosas que aquí pasan […]; no estuviste en el Campo de Marte cuando […] aquél, que había tomado los auspicios para los comicios tributos, realizó los centuriados, anunció a la hora séptima el cónsul que habría de ejercer hasta el 1 de enero… que empezaba a la mañana siguiente. Sabe, pues, que durante el consulado de Caninio nadie ha desayunado; bien es verdad que tampoco ha habido ningún daño; fue, en efecto, de una maravillosa vigilancia, porque en todo su consulado no vio el sueño. Estas cosas te parecen de risa porque no estás aquí. Si las vieras, no podrías contener las lágrimas. 

No participó en la conjura que dio muerte a César, si bien, como había acudido al senado con la intención de defender a Dolabela de las maniobras de Marco Antonio, presenció el asesinato, y así le dice a Ático semanas más tarde: «¿qué me aportaría a mí ese cambio de dueño excepto la alegría que se llevaron mis ojos con la justa muerte del tirano?». Luego asistió a una reunión en el Capitolio, propuso que los pretores convocaran allí al senado y se mostró contrario a negociar con Marco Antonio. Sin embargo, al final se decidió mandar una delegación, de la que Marco rehusó formar parte, para parlamentar con él y con Lépido, a la sazón magister equitum.

Marco Tulio Cicerón
Discursos. Verrinas (Discurso contra Q. Cecilio - Primera sesión - Segunda sesión (Discursos I y II))

La Corredera, plaza de Córdoba

 Plaza de la Corredera

18 diciembre 2020

18 de diciembre

Me acerco a uno de los cuadernos que hay en la mesa. Está lleno de escritura ancha y grande en la que se ven a veces signos griegos. Pero aunque a primera vista no lo parece está en español. El encabezamiento dice: «Informe sefardí de Salónica, de fecha 18 de diciembre de 1936, hallado en los archivos secretos del senescal de C. —El texto comienza diciendo—: Tropo de la madre patria i de la benganza ke io no kuidaba portanto. La kerensia me trujo i akí bine. Arrivé a Madrid, citade grande e rica i di pace a la ierra kon los míos labios». 

Me molesta la ortografía y el léxico tan arcaico o tan estragado. Pero hay cierta novedad en el hecho de saber que así hablan y escriben millares de antiguos españoles por las dos orillas —norte y sur— del Mediterráneo. Y sigo leyendo: «La nazión es cruel oi como en dorenavante. Haze cuatro sieclos nos espartió a unos entre los puevlos atrazados de África i de Oriente. Oi aki vuelvo i todo en siendo reconosiente por el recibo bien fraternal que la Spania acordóme no puedo entendere porké en los foburgos hai tanta giente morta con sanguine. Ke todos parescen spaniolos también i io tuve endenantes una tchica intervenzione de mi parte que fué puchar fasta el posto una carretiya kon un corpo lleno de bujeros en pechos i cabesa ke no tenía remedio y se yamaba tantos de Ponce de Toledo y parescía talmente un Eskenazim de Budapest por la colore i las faiciones, más ke era por el nombre uno de l’aristocrazia como Torquemada i Sisneros. Es amargo, ma la pura berdade. ¿No sería esta rasón de la sua decadensia de Spania tanta sánguine por parolas sin lavoro nenguno por el bien de la comunitade?». 

Leyendo estas páginas no puedo menos de reír. Este judío a su manera dice la verdad. Su verdad no es la mía, pero todo hay que tenerlo en cuenta para acercarse al panorama de entonces, que es lo que trata de hacer la OMECC con todos sus especialistas ambulantes.

Ramón J. Sender 
Los cinco libros de Ariadna

Restos de un templo romano en las calles de Córdoba

 Restos de un templo romano en las calles de Córdoba

17 diciembre 2020

17 de diciembre

El héroe de esta novela lleva ganado un día sobre los demás hombres porque ha hecho el viaje de occidente a oriente, al revés que nosotros. Los pasajeros del Franconia vamos de oriente a occidente, o sea siguiendo el aparente curso del sol. Pero como éste viaja más aprisa que nosotros, cada día perdemos una hora. 

Ya llevamos perdidas, con arreglo al meridiano inglés de Greenwich, que es el que rige la vida del mar, unas doce horas desde que emprendimos nuestro viaje, y de continuar así, al haber dado la vuelta entera a la tierra, nos ocurriría lo que a Sebastián Elcano y sus compañeros en la primera circunnavegación del planeta. Cuando hambrientos y con la nave destrozada tocaron estos héroes en las islas de Cabo Verde, vieron con asombro que los habitantes del país vivían en un jueves, cuando ellos, según el diario de a bordo, estaban todavía en un miércoles. 

En igual confusión nos veríamos nosotros, si las leyes modernas que regulan la vida marítima no hubiesen establecido una costumbre para corregir tal desarreglo. Cuando en las cercanías de Hawai se llega al meridiano 180, antípoda del meridiano de Greenwich, si el buque va hacia Asia los tripulantes suprimen un día, y si viene hacia América, o sea en dirección contraria, viven un mismo día dos veces. 

Por eso yo tengo en mi existencia un día que no he vivido, una semana que careció de lunes. El 17 de diciembre de 1923 fue una realidad para todos los habitantes del planeta, menos para los que íbamos en el Franconia. Saltamos del domingo 16 al martes 18, arrancando de una sola vez dos hojas del almanaque. 

En verdad pasamos el meridiano 180 el día 16, pero dicha fecha era domingo, y está admitida una pequeña superchería geográfica en los buques, para que no se perjudique la religiosidad dominical. El domingo es el único día de la semana exento de supresión, evitando de tal modo que los navegantes se vean privados de servicio religioso. 

Al principio no se pensó en esto, y según cuentan las gentes de mar, tal omisión dio motivo a incidentes graciosos. A veces iba en el buque algún reverendo misionero que preparaba cuidadosamente un sermón para el próximo domingo, con el noble propósito de convertir a muchos pecadores y pecadoras, compañeros suyos de viaje. Y al levantarse en la mañana de dicha fecha, se enteraba con asombro de que no había domingo, por haber saltado todos, tripulantes y pasajeros, de un sábado a un lunes, y tenía que guardarse su sermón. 

Según nos aproximamos a las costas japonesas va enfriándose la temperatura y se agranda en mi interior una inquietud que viene acompañándome desde Europa.

Vicente Blasco Ibáñez
La vuelta al mundo de un novelista


Córdoba, Posada del Potro

 Córdoba, Posada del Potro,

16 diciembre 2020

16 de diciembre

De Madrid me mandaron me partiese para Nápoles, donde era Virrey el Conde mi señor y, en llegando, me mandó tomase una compañía de infantería española. Díjele cómo yo lo había sido ya cuatro veces; porfióme y toméla, con la cual entré de guarda a su persona. Y de allí a dos meses me envió de presidio a la ciudad de Nola. Y estando allí quieto, una mañana, martes 16 de diciembre, amaneció un gran penacho de humo sobre la montaña de Soma, que otros llaman el Vesubio, y entrando el día comenzó a oscurecerse el sol, y a tronar, y llover ceniza; advierto que Nola está debajo casi del monte, cuatro millas y menos. La gente comenzó a temer, viendo el día noche y llover ceniza, con lo cual comenzaron a huirse de la tierra. Y esa noche fue tan horrenda que me parece no puede haber otra semejante el día del juicio, porque, demás de la ceniza, llovía tierra y piedras de fuego como las escorias que sacan los herreros de las fraguas, y tan grandes como una mano, y mayores y menores; y tras todo esto había un temblor de tierra continuo, que esa noche se cayeron treinta y siete casas, y se sentía desgajar los cipreses y naranjos como si los partiesen con un hacha de hierro. Todos gritaban «¡Misericordia!», que era terror oírlo. El miércoles no hubo día casi, que era menester tener luz encendida. Yo salté en campaña con una escuadra de soldados y traje siete cargas de harina y mandé cocer pan, con lo cual se remediaron muchos de los que estaban fuera de la tierra por no estar debajo de techado. Había en este lugar dos conventos de monjas, las cuales no quisieron salir fuera aunque el Vicario les dio licencia para ello antes que se fuera; los cuales conventos se cayeron y no hizo mal a nadie, porque estaban en el cuerpo de la iglesia rogando a Dios. 

Los soldados de mi compañía casi se levantaron contra mí en esta forma: hicieron su consejo entre ellos, diciendo que viniesen juntos a forzarme saliese de allí, porque el fuego llegaba cerca. Topélos juntos en una calle, que venían a lo dicho, y yo, como los vi, les dije «¿Dónde, caballeros?». Respondió uno «Señor…»; y antes que dijese más, dije yo «Señores, el que se quisiere ir, váyase, que yo no he de salir de aquí hasta que me queme las pantorrillas, que, cuando llegue a ese término, la bandera poco pesa y me la llevaré yo». Con esto no hubo nadie que respondiese. Pasamos este día, unas veces de noche y otras con poco día. Las lástimas eran tantas que no se pueden decir ni exagerar, porque ver la poca gente que había quedado, desmelenadas las mujeres, y las criaturas sin saber dónde meterse y aguardando la noche natural, y que allí caían dos casas, allí otra se quemaba, se deja considerar; y por cualquiera parte que quisiera salir era imposible, porque se hundía en la ceniza y tierra que cayó el jueves por la mañana. Trabajó el elemento del agua, aunque no cesaba el fuego y llover ceniza y tierra, porque nació un río tan caudaloso de la montaña que sólo el ruido ponía terror; un pedazo de él se encaminaba a la vuelta de Nola, y yo tomé treinta soldados y gente de la tierra, con zapas y palos, e hice una cortadura, de suerte que se encaminó por otra parte y dio en dos lugarejos que se los llevó como hormigas, con todo el ganado y bestias mayores que no se pudieron salvar, con que consideré si, cuando los soldados venían a que me fuese, me voy, se anega la tierra.

Alonso de Contreras 
Vida de este capitán

Dentro de un pimiento rojo carnoso: esto

 En el interior de un pimiento rojo, un corazón

15 diciembre 2020

15 de diciembre

15 de diciembre. 

Ayer, a las dos, fui a pasear por los Campos Elíseos y al Bosque de Bolonia, en uno de esos días de otoño que tanto hemos admirado a orillas del Loira. Así, pues, he tenido ocasión de ver París. El aspecto de la Plaza de Luis XV es realmente bello, pero con esa belleza que crean los hombres. Yo iba muy arreglada, y melancólica, aunque bien dispuesta para la risa, con el semblante tranquilo bajo un sombrero encantador, y con los brazos cruzados. No he cosechado la más mínima sonrisa, no he conseguido que se detuviese un solo joven para contemplarme, nadie ha vuelto la cabeza para mirarme y, sin embargo, el coche iba con una lentitud muy en armonía con mi postura. Me equivoco: un duque encantador que pasaba hizo volver bruscamente su caballo. Este hombre, que ante el público ha puesto a salvo mi vanidad, era mi padre, cuyo orgullo, según he sabido, acababa de ser agradablemente halagado. He encontrado a mi madre, la cual, con el dedo, me ha enviado un pequeño saludo que parecía un beso. Mi buena Griffith, que no desconfiaba de nadie, miraba a diestro y siniestro. Me parece que una joven debe saber siempre dónde fija la mirada. Yo estaba furiosa. Un hombre ha examinado gravemente mi coche sin fijarse en mí. Este adulador era, probablemente, un carrocero. Me equivoqué al evaluar mis fuerzas: la belleza, ese raro privilegio que sólo Dios otorga, es algo mucho más común en París de lo que yo creía. Estúpidas melindrosas han sido graciosamente saludadas. Mi madre fue admirada de un modo extraordinario. Este enigma debe tener una clave y yo la buscaré. Los hombres, querida, me han parecido en general muy feos. Los que son guapos se parecen a nosotras, pero mal. 

No sé qué espíritu maligno habrá sido el que ha inventado su modo de vestir. Sorprende por su fealdad cuando se le compara con el de los siglos precedentes. Carece de belleza, de color y de poesía; no se dirige a los sentidos, ni a la inteligencia, ni a la vista y debe resultar incómodo; es ancho y corto. Sobre todo, me ha sorprendido el sombrero; es como un fragmento de columna y no se adapta a la forma de la cabeza; pero me han dicho que es más fácil provocar una revolución que hacer elegantes los sombreros. ¡Luego dirán que los franceses son ligeros! Los hombres resultan, por otro lado, completamente horribles, sea cual fuere el sombrero que lleven. No he visto más que semblantes fatigados y duros, en los que no hay calma ni tranquilidad; las líneas son poco armoniosas y las arrugas anuncian ambiciones frustradas, tristes vanidades. Es raro encontrar una bella frente. 

—¡Ah, he ahí a los parisienses! —le dije a miss Griffith. 

—Unos hombres muy amables e ingeniosos —me respondió. 
Me he callado. Se trata de una solterona de treinta y cinco años, cuyo corazón está lleno de indulgencia.

Honoré de Balzac
La casa del gato que juega a la pelota & otras historias

Chaenomeles japónica

 Chaenomeles japónica

14 diciembre 2020

14 de diciembre

La policía apareció a la hora de la comida. Se habían tomado en serio la carta al Herald y el detective a cargo del caso tenía que hacerle a Sammy unas cuantas preguntas sobre Joe. 

Sammy le contó al detective, un hombre llamado Lieber, que no había visto a Joe Kavalier desde la tarde del 14 de diciembre de 1941 en el muelle 11, el día que Joe zarpó para iniciar su instrucción básica en Newport, Rhode Island, a bordo de un paquebote llamado Comet. Joe nunca había contestado a ninguna de sus cartas. Luego, hacia el final de la guerra, la madre de Sammy, en calidad de pariente más cercana, había recibido una carta de la oficina de James Forrestal, el Secretario de la Marina. Decía que Joe había sido herido o había enfermado en el cumplimiento de su deber. La carta era imprecisa sobre la naturaleza de la herida y el escenario de guerra. También decía que llevaba cierto tiempo recuperándose en bahía de Guantánamo en Cuba, pero que en breve lo iban a licenciar y le iban a conceder una distinción. Al cabo de dos días, llegaría a Newport News a bordo del Miskatonic. Sammy había ido hasta Virginia en un autobús Greyhound para recogerlo y llevarlo a casa, pero de alguna forma Joe se las había arreglado para escapar. 

—¿Escapar? —dijo el detective Lieber. Era un hombre sorprendentemente joven, un judío rubio de manos gordezuelas con un traje gris que parecía caro sin resultar ostentoso. 

—Era un talento que tenía —dijo Sammy.

Michael Chabon 
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay


Nido desnudo

 nido

13 diciembre 2020

13 de diciembre, día de Santa Lucía.

A principios de la década de los sesenta, toda jovencita que se tildara de moderna devoraba la traducción española de un libro publicado en Francia en abril de 1949 por Simone de Beauvoir, la compañera de JeanPaul Sartre. Se titulaba El segundo sexo, y la cosecha de su lectura coincidía con el auge de la música de los Beatles. Empezaba a proliferar el espécimen de la muchacha que iba a bailar a las boîtes, llegaba tarde a cenar, fumaba, hacía gala de un lenguaje crudo y desdolido, había dejado de usar faja, no estaba dispuesta a tener más de dos hijos y consideraba no sólo una antigualla sino una falta de cordura llegar virgen al matrimonio. 

El sexo hasta hace pocos años relativamente era tema tabú —escribiría López Aranguren— y se ha convertido ahora en obsesivo… La sexualidad ha sido convertida en un «market value» susceptible de intensa, omnipresente explotación: nuestra «sociedad de consumo» lo es, capitalmente, de consumo erótico. 

Pero ésa es otra historia, también bastante enredosa y compleja: la de los usos amorosos de los años sesenta y setenta. Esperemos que alguien tenga la paciencia de reunir los materiales de archivo y de memoria suficientes para contárnosla bien algún día. 

Terminé de redactar este trabajo el día de Santa Lucía, abogada de la vista. 
Concédenos, Señora, mientras dure nuestro paso por este valle de lágrimas y mudanzas, el privilegio de seguir mirando. 
Madrid, 13 de diciembre de 1986.

Carmen Martín Gaite
Usos amorosos de la postguerra española

Ocas

 ocas

12 diciembre 2020

12 de Diciembre

Orbajosa 12 de Diciembre 

«Una sensible noticia tengo que dar a usted. Ya no tenemos penitenciario, no precisamente porque haya pasado a mejor vida, sino porque el pobrecito está desde el mes de Abril tan acongojado, tan melancólico, tan taciturno, que no se le conoce. Ya no hay en él ni siquiera dejos de aquel humor ático, de aquella jovialidad correcta y clásica que le hacía tan amable. Huye de la gente, se encierra en su casa, no recibe a nadie, apenas toma alimento, y ha roto toda clase de relaciones con el mundo. Si le viera usted no le conocería, porque se ha quedado en los puros huesos. Lo más particular es que ha reñido con su sobrina y vive solo, enteramente solo en una casucha del arrabal de Baidejos. Ahora dice que renuncia a su silla en el coro de la catedral y se marcha a Roma. ¡Ay! Orbajosa pierde mucho perdiendo a su gran latino. Me parece que pasarán años tras años y no tendremos otro. Nuestra gloriosa España se acaba, se aniquila, se muere».

Benito Pérez Galdós 
Doña Perfecta 

Anguila de mazapán

 Día de Navidad de 2013

11 diciembre 2020

11 de Diciembre

Considerando el Almirante la desdicha de los cristianos perdidos, y la mala suerte que tuvo tanto en el mar como en aquel país, pues una vez perdió la nave y otra la gente y la fortaleza, y que no lejos de allí había lugares más cómodos y mejores para poblar, el sábado, a 7 de Diciembre, salió con su armada, yendo hacia Levante, y llegó, a la tarde, no lejos de las islas de Monte Cristo, donde echó anclas. Al día siguiente, pasó, frente a Monte Cristo, por las siete islillas bajas que hemos mencionado, que si bien tenían pocos árboles, pero, no sin belleza, porque en aquella estación, que corría el invierno, encontraron flores, y nidos, unos con huevos, otros con pajarillos, y todas las demás cosas propias de verano. 

De allí fue a dar fondo a un pueblo de indios, donde con propósito de edificar un pueblo, salió con toda la gente, los bastimentos y los artificios que llevaba en su armada, a un llano junto a una peña en la que segura y cómodamente se podía construir una fortaleza. Allí fundó una villa, a la que dio el nombre de La Isabela, en memoria de la Reina Doña Isabel. Muchos juzgaron bueno su sitio, porque el puerto era muy grande, aunque descubierto al Noroeste, y tenía un hermosísimo río, tan ancho como un tiro de ballesta, del que se podían sacar canales que pasaran por medio de la villa; además, se extendía cerca una muy ancha vega, de la que, según decían los indios, estaban próximas las minas de Cibao. Por todas estas razones, fue tan diligente el Almirante en ordenar dicha villa, que juntándosele el trabajo que había sufrido en el mar con el que allí tuvo, no sólo careció le tiempo para escribir, según su costumbre, diariamente lo que sucedía, sino que cayó enfermo, y por todo ello interrumpió su Diario desde el 11 de Diciembre, hasta el 12 de Marzo del año 1494. En cuyo tiempo, luego que tuvo ordenadas las cosas de la villa lo mejor que pudo, para las de fuera, en el mes de Enero mandó a Alonso de Hojeda con quince hombres, a buscar las minas de Cibao. Después, a 2 de Febrero, tornaron a Castilla doce navíos de la armada, con un capitán llamado Antonio de Torres, hermano del aya del Príncipe don Juan, hombre de gran prudencia y nobleza, de quien el Rey Católico y el Almirante se fiaban mucho. Este llevó prolijamente escrito cuanto había sucedido, la calidad del país, y lo que era necesario que allí se hiciese.

Fernando Colón
Historia del Almirante
Crónicas de América

Enriketa ve un fantasma