Continuaba la profusión de pensiones y mercedes a los grandes, siempre de miles de ducados, con títulos de encomiendas, de juros o de gajes, en especial a los amigos y deudos del primer ministro; por lo que no era maravilla que el de Lerma, el de Cea, el de Lemus y otros varios allegados compraran cada día casas y haciendas, villas y comarcas enteras de muchos lugares. Con esto, y con la guerra de Flandes que aún duraba entonces, por más que prosiguieran arribando a los puertos los galeones que trasportaban el dinero de la India, siempre estaba exhausto el tesoro; lo cual en verdad no impedía que en el patio de las casas del mismo tesoro, que habitaba el duque de Lerma, se hicieran torneos para festejar a SS. MM., como lo hicieron el 7 de diciembre de aquel año. Justábase pues, y se rompían lanzas por recreo al lado de las arcas vacías. Además en el segundo patio de las mismas casas se hizo un teatro para la representación de comedias, que SS. MM. veían desde las galerías, aparte de las que se representaban en su misma sala.
Pero ya estaban convocadas las cortes para el año siguiente (1607), y de ellas se esperaba que proveerían a las necesidades de S. M., a cuyo fin se hizo que se nombrara procurador por Madrid al duque de Lerma, por Valladolid a don Rodrigo Calderón, juntamente con otros decididos servidores del rey. Hízose pues la proposición, pidiendo la prorrogación del servicio de millones; y aunque Burgos y otras ciudades lo resistían con razones fuertes y sólidas, pudieron más los trabajos del duque de Lerma y otros agentes del rey, ayudados de los jesuitas, especialmente de los padres Florencio y Moro, y lograron vencer a veintitrés procuradores de los treinta y seis que eran. Y aunque los demás no se conformaron, se votó al fin un servicio de diez y siete millones y medio por siete años, no sin exigir al rey su fe y palabra real, y aún pedían que la asegurara con juramento, de que había de cumplir con las condiciones que se le imponían mejor de lo que había cumplido con las que se le impusieron al otorgarle el anterior servicio. Una de ellas era que moderara los gastos de la casa real, pues a su padre le habían bastado cuatrocientos mil ducados para sostenerla, y los del hijo ascendían a un millón trescientos mil ducados cada año. Respondióseles que vieran en lo que se podía moderar, y aún se hizo un tanto sobre ello; pero como dice el historiador de los sucesos de la corte, más era para darles satisfacción sobre ello que con ánimo de ponerlo en ejecución.
Modesto LafuenteHistoria General de España - XI
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