El héroe de esta novela lleva ganado un día sobre los demás hombres porque ha hecho el viaje de occidente a oriente, al revés que nosotros. Los pasajeros del Franconia vamos de oriente a occidente, o sea siguiendo el aparente curso del sol. Pero como éste viaja más aprisa que nosotros, cada día perdemos una hora.
Ya llevamos perdidas, con arreglo al meridiano inglés de Greenwich, que es el que rige la vida del mar, unas doce horas desde que emprendimos nuestro viaje, y de continuar así, al haber dado la vuelta entera a la tierra, nos ocurriría lo que a Sebastián Elcano y sus compañeros en la primera circunnavegación del planeta. Cuando hambrientos y con la nave destrozada tocaron estos héroes en las islas de Cabo Verde, vieron con asombro que los habitantes del país vivían en un jueves, cuando ellos, según el diario de a bordo, estaban todavía en un miércoles.
En igual confusión nos veríamos nosotros, si las leyes modernas que regulan la vida marítima no hubiesen establecido una costumbre para corregir tal desarreglo. Cuando en las cercanías de Hawai se llega al meridiano 180, antípoda del meridiano de Greenwich, si el buque va hacia Asia los tripulantes suprimen un día, y si viene hacia América, o sea en dirección contraria, viven un mismo día dos veces.
Por eso yo tengo en mi existencia un día que no he vivido, una semana que careció de lunes. El 17 de diciembre de 1923 fue una realidad para todos los habitantes del planeta, menos para los que íbamos en el Franconia. Saltamos del domingo 16 al martes 18, arrancando de una sola vez dos hojas del almanaque.
En verdad pasamos el meridiano 180 el día 16, pero dicha fecha era domingo, y está admitida una pequeña superchería geográfica en los buques, para que no se perjudique la religiosidad dominical. El domingo es el único día de la semana exento de supresión, evitando de tal modo que los navegantes se vean privados de servicio religioso.
Al principio no se pensó en esto, y según cuentan las gentes de mar, tal omisión dio motivo a incidentes graciosos. A veces iba en el buque algún reverendo misionero que preparaba cuidadosamente un sermón para el próximo domingo, con el noble propósito de convertir a muchos pecadores y pecadoras, compañeros suyos de viaje. Y al levantarse en la mañana de dicha fecha, se enteraba con asombro de que no había domingo, por haber saltado todos, tripulantes y pasajeros, de un sábado a un lunes, y tenía que guardarse su sermón.
Según nos aproximamos a las costas japonesas va enfriándose la temperatura y se agranda en mi interior una inquietud que viene acompañándome desde Europa.
Vicente Blasco Ibáñez
La vuelta al mundo de un novelista