Monforte de Lemos
17 noviembre 2024
17 de noviembre
25 octubre 2024
25 de octubre
Las cuatro estaciones
20 junio 2024
Tristán García
Tristán García
Este Tristán do que conto nunca soupo por que lle puxeran este nome no sacramento do bautismo, nin conocía a ninguén que se chamase como el.
Un tío de seu que traballaba como camareiro nun restaurante mui famoso de Lisboa, decíalle que en Portugal conocía a dous ou tres cabaleiros dese nome, e que todos eles eran ricos. Tristán foi cumplir o servicio militar a León, e alí, un día, nun quiosco, mercou por dous reás “La verdadera historia de los amantes Tristán e Isolda”, cos namorados mui abrazados na portada do folletín. Ao fin iba saber quen fora aquel Tristán cuio nome levaba. Cando chegou ao final da historia, coa morte de delambos namorados, Tristán García verqueu unhas bágoas. E dende aquela deu en matinar que andando el polo mundo atopaba a unha muller chamada Isolda, e gostábanse, e facíanse noivos, e casábanse, e vivían mui felices en Viana do Bolo, de onde Tristán era natural. A todos os seus compañeiros do Reximento de Burgos 38, preguntáballes si por un casual habería no seu pobo unha rapaza que se chamase Isolda. Nona había. Había algunha Isolina solta, pro Isolina non era o mesmo que Isolda. Tristán doíase de non dar con esa Isolda, porque si nona atopaba agora en León, onde había tanta familia, nona iba atopar en Viana do Bolo, traballando na terra. Un día mandouno chamar un sarxento chamado Recuero.
—¿Ti eres ese que andas coa teima de atopar unha muller que se chame Isolda?
—Si señor.
—Pois en Venta de Baños hai unha viuda dese nome.
—¿Nova ou vella?
—¡Que sei eu! Coido que é churrera…
Tanto tiña metida no seu maxín o noso Tristán a novela famosa, que non puido dubidar de que aquela Isolda de Venta de Baños fose nova e fermosa. En todo caso, si era vella, tería unha filla ou unha sobriña que a seguise no nome, e si era churrera como ela podía seguir co negocio en Ourense ou en Viana, onde xa era hora que deran nos bares chocolate con churros. Tivo Tristán un permiso, e cos vinte pesos que tiña aforrados tomou en León o tren para Venta de Baños. Xa naquel empalme preguntou pola churrería da Isolda. Estaba a churrería perto da estación. E a señora Isolda era aquela que estaba envolvéndolle uns churros a un señor cura. Era unha velliña co cabelo branco, fermosos ollos negros, e pel tersa, as mans mui graciosas pondo os churros no papel de estraza e esparexando o azucre por derriba deles. Tristán dubidou entre falarlle ou non, pro xa levaba gastadas corenta e sete pesetas no billete de ida e volta.
—¡Bos días! ¿Vostede é a señora Isolda?
—¡Servidora!, respondeulle a velliña, sorríndolle.
—¡É que eu son Tristán e viña a conocela!
A velliña pechou os ollos, e agarrouse ao amasador para non caír. Bágoas rodaban polas súas meixelas.
—¡Tristán! ¡Tristán querido!, puido decir ao fin. ¡Toda a miña mocedade agardando a conocer un mozo que se chamase Tristán! ¡E como non viña, caseime cun tal Ismael, que era de Madrid!
Tristán saludou militarmente, e despacio volveuse á estación a agardar o primeiro tren para León. Cando este chegou e Tristán subía ao vagón de terceira, apareceu a señora Isolda, con un paquete de churros. Doullo a Tristán e bicoulle a man. Non se non dixeron nada.
Cousas así soio pasan nos grandes amores.
Álvaro Cunqueiro
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Zumo de manzana
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06 mayo 2023
El cuco
El cuco
Este año hemos vuelto
a ver cigüeñas en Galicia, en la hermosa villa de Sarria. Las cigüeñas habían
desaparecido hace muchos años de nuestros valles, del de Verín, de Lemos, del
de Sarria. Confiemos en que la pareja que ha venido a Sarria a hacer su nido,
el próximo año traiga con ella otras parejas más. Y el que ha venido tempranero
es el cuco. Ha ido al monasterio de Poio, sobre la ría de Pontevedra —dicen que
en él está enterrada Santa Trahamunda, una virgen vagabunda que algunos
quisieron titular de patrona de los saudosos, porque
se fue, recordó, tuvo soledades y regresó—, y dando un paseo al dulce sol
ribeirano, escuché al cuco, por vez primera este año. Por el canto, un cuco
adulto, la voz agria, cansado de profetizar. Un cuco que decía como el cómico
malo los versos y el sacristán los latines. Se veía bien que no le emocionaba
la hermosa tarde soleada, llena de camelias, ni le importaba emocionar a nadie.
Era la gran ocasión para un cuco alegre, expectante de la primavera, generoso
en los augurios. Como debió serlo aquel cuco del poema de William Henry Davies,
que se pone a cantar cuando ha cesado de llover y ha aparecido el arco iris. El
poeta habla a las vacas y a las ovejas, a las que dice por qué está tanto
tiempo parado en la hierba que mojó la lluvia. Pues porque «a rainbow and a
cuckoo’s song / may never come together again…», «un arco iris y un cuco
cantando / quizás nunca más juntos los encuentre; nunca los encuentre juntos,
de este lado del sepulcro», «may never come / this side the tomb…».
¿Cómo puede ser que un cuco cante aburrido en el bosque de la primavera? ¿Es que, como aquellos del Dante, es triste en el aire que del sol se alegra? El mundo va a peor cada día, cucos incluidos.
Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.
05 mayo 2023
Cantando el cuco
Cantando el cuco
Ya he escuchado,
matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre
tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le
oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato
de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de
escoba, ¿cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco,
como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se
será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una
arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz.
Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los
largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A
Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal, Pero Pardo,
degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco
hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un
tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las
alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su
escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la
chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:
—Axiña se foi
este ano o inverno!
¡Que pronto se fue este año el
invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a
poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce,
preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por
las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga
que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de
que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—,
vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin
necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a
José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y
preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba
al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al
cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no
recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y
aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo
quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el
cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería
una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…
Pero el cuco que escuché la pasada
mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas,
estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre
tiempo era irrefutable.
Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.
04 mayo 2023
Las camelias
01 mayo 2023
Cantando el cuco
Cantando el cuco
20 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (30 de 365)
16 noviembre 2022
Barcas y el zorro
01 noviembre 2022
BRAULIO COSTAS
ERA conocido por O Cazoleiro, porque era alfarero. Mejor dicho, lo fuera, que ahora, reumático, había dejado la rueda. Cuando le enfermó un nieto, hizo en barro una figura de niño, y fue a llevarla a los Milagros de Amil. El nieto curó. Con alguna frecuencia iban a pedirle que hiciese el favor de hacer una cabeza o una pierna para llevarle a un santo al que habían ofrecido un enfermo. El señor Braulio meneaba la cabeza negativamente y decía:
—¡Ese no es un caso desesperado!
Y no hacía el exvoto que le pedían. Otras veces se negaba por diferentes razones. Por ejemplo:
—¡Aun hice un brazo para llevar a San Cosme hace dos semanas, y no vaya estar cada día molestándolo con recomendaciones!
Porque el santo sabía que el exvoto era obra del antiguo cazoleiro, porque no hacía pieza que no firmase. Por ejemplo: «A San Roque. De parte de Braulio, seguro servidor que estrecha su mano». Ni más ni menos, con una letra redonda que hacía con un punzón antes de cocer la pieza. A veces la vidriaba con barniz de Linares.
Cuando le murió su mujer, la señora Casilda, hizo una figura de unas dos cuartas de alto, que todos decían que mismo era la señora Casilda con su pierna coja, adelantándola apoyándose en el bastón. Llevó la figura al camposanto, y la sujetó con unos alambres en la lápida del nicho. Cuando moría alguien en la aldea, le pedían una figura, pero él se negaba, diciendo que ciertas cosas solamente se hacen una vez en la vida. Y se echaba a llorar, recordando a su Casilda. Pero, un día, espontáneamente, hizo una figura, la figura de un niño, un ángel con abiertas alas en la espalda. Había muerto el hijo de unos vecinos, un niño de unos siete años, morenito, muy despierto. Braulio fue personalmente a llevar la figura al camposanto, y la colocó con tanto cuidado como había hecho con la de su finada Casilda. Los padres del niño Manoliño le dieron las gracias, y el señor Braulio explicó que saliendo de la iglesia el día del patrón, que era San Martín, Manoliño estaba comiendo una rosca, y su tía Fermina le decía que le diese un bocado, a lo cual el niño se negaba. Manoliño viendo al señor Braulio a la puerta de la iglesia, corrió hacia él, y dándole media rosca, le dijo:
—¡A ti te doy!
Y en recuerdo de aquel regalo, el señor Braulio hizo la figura de Manoliño. Fue la última que hizo. En los últimos días de su vida, encarnado, con grandes dolores del reúma que le retorcía los huesos, le confesó a su sobrino y heredero Marcelino:
—Cuando jugaba a las cartas, si me venía el caballo de copas, era seguro que ganaba aquel juego. Varias veces estuve tentado de hacerle una figura, pero como no es de la familia, ni nadie me lo pidió, no la hice. Y además, que llegaba a ser dueño de mi caballo de copas un jugador y se la llevaba a San Cosme, por ejemplo, y este al ver mi firma iba a decir: «¡Mira en que cousas se pon a pensar o señor Braulio cando vai a morrer!».
Mandaba que le secasen las lágrimas y lo sonasen, y comentaba que había que saber morir con señorío.
24 octubre 2022
OTILIA PAREDES
07 octubre 2022
El gallo de Portugal
EL GALLO DE PORTUGAL
SIEMPRE le oí hablar a mi señor amo Merlín con mucho respeto de la antigua ciudad de Braga, de donde era nativo y en ella tenía rico aposento en un palacio de la rúa que llaman dos Confidentes, un gentil caballero portugués, de fina nobleza y muchos posibles, don Esmeraldino da Cámara Mello de Limia, vizconde de Ribeirinha. Fue este don Esmeraldino vizconde, por lo que de él oí contar a un su criado de librea y escopetero, el hombre más hermoso de Portugal en su tiempo, muy lucido de lunares y con una mirada tan triste en los grandes y negros ojos, que parecía, dicen, que cuando demoradamente os miraba era como si una niebla de oscuras caricias saliese, para envolveros, por entre la aleteante seda de las largas pestañas. Con sólo esta mirada despertaba grandes amores, pero todavía le ayudaba el que era pequeño y muy gracioso de maneras, convidador y en regalos de mérito la voluntad muy fácil; traía a Braga las modas de París, tanto de vestir y chalecos como de baile, tanto de peinar como de juegos, y aun ponía palabras de moda cuando de Francia venía, como sentimental, bombón, nenúfar, y la merde latiney le doré aux cochons, frases estas últimas para aludir a los clérigos y al arzobispo, respectivamente, y que muy vivas se me quedaron, quizá porque me animaban a ello los revuelos liberales de aquellos días insurrectos… Pero todas las delicadezas y atractivos que envasaba aquel cuerpo fidalgo sólo le servían a don Esmeraldino para contrarrestar el sexto mandamiento, en lo que estaba siempre activo y puntual, y para no perder la cuenta de las hazañas mandó clavar en la puerta de su palacio un hierro rizado, y colgó en él una tablilla de caoba en la que iba marcando los triunfos de Venus, haciendo él mismo con una navajita la señal de un aspa. Esto gustaba a los bracarenses, que en seguida se ponían a seguirle los pasos al vizconde, a discutir acerca de quién sería la dama caída, qué regalo le puso la zancadilla o si fue amor, y todos aseguraban oír serenatas secretas, y todo Braga se llenó de falsos testimonios fácilmente levantados, de doncellas deshonradas y de maridos cornudos cabalmente asentados en ellos, tal que mejor no lo hiciera escribano de número en papel sellado.
Estaba el vizconde de Ribeirinha muy feliz en su trato y boato, encumbrado por amoroso en todo Portugal, cuando vino a Braga una compañía italiana de ópera, y el mayor adorno que traía era una tal primadonna signorina Carla, rubia, desvestida y trinadora. Ya en la primera función se hizo presentar don Esmeraldino, quien tenía platea con repostero en el teatro, y aconteció que la cantante Carla era muy aficionada a las joyas. Don Esmeraldino puso a trabajar para él a todos los joyeros de Portugal, tal que signorina Carla pudo estrenar cada día un escaparate. La llevaba y traía el vizconde en su carroza, de la Fonda Suiza al teatro y del teatro a la fonda, y aun mandó forrar de verde el coche, que verdes eran los ojos de la Carla y verde su color favorito; hubo guitarradas bajo los balcones de la tiple, meriendas en los jardines del vizconde y otras muchas finezas y obsequios. Y Braga entera no dormía, yendo y viniendo a consultar la tabla de caoba, por si estaba en ella el aspa venérea ya labrada, y aún hoy se asegura, cuando este paso se cuenta, que iba a excuso el pincerna de la catedral a averiguar si tuviera buen fin la amorosa batalla, por pasarle aviso al canónigo penitenciario, quien estaba preparando un sermón de tabla contra el nuevo Tenorio. Y cantó por última vez la compañía italiana en el teatro de Braga la función que llaman El solicitante de amor y se facturó para Oporto, y acudió don Esmeraldino a despedir a la signorina Carla con besamanos y el regalo de un abanico envarillado de oro con amorcillos labrados, y estuvo el caballero en medio de la rúa diciéndole adiós con un pañuelo hasta que la diligencia dobló por el Atrio de la Canela. Seguido de sus amigos regresó lentamente y con alegre conversa don Esmeraldino a su palacio, se despidió de su séquito en la acera, y estaba media ciudad de Braga curiosa en la rúa dos Confidentes, y antes de subir a sus cámaras, el señor vizconde de Ribeirinha dándole el bastón a un criado, del bolsillo del chaleco verde, verde como los ojos de Carla cantora, sacó la navajita y grabó en la tabla de caoba un aspa más retorneada y grande que de costumbre. Y la concurrencia aplaudió como en el teatro.
Se corrió por todo Portugal la novedad, y era en toda parte alabada la cortesía lusitana de don Esmeraldino, quien esperó a que la Carla se fuese para propalar que había habido lo que el señor juez de Abadín llamaba retracto de colindantes.
Y reunido en sesión el Estamento Noble se acordó hacer homenaje a tanta cortés caballería, digna de tiempo más antiguo, y fue una diputación de Lisboa a Braga, presidida por un marqués que en Evora, entre andaluzas y portuguesas, tallaba casi lo que don Esmeraldino en Braga, y aunque la vieja señoría de Braga no quiso, por no alarmar, asistir al homenaje, estaban los populares de fiesta por rúas y plazas.
Y aconteció que don Esmeraldino obsequió a los pares con un refresco, y aplaudía el pueblo en la calle, y acordaron los titulados salir al balcón a agradecer los vivas, y don Esmeraldino estaba pálido con la emoción, y el marqués de Evora, pareciéndole que era justo ceder el paso ante el vizconde, quitándose la chistera de tres hebillas gritó:
—¡Por Braga dos veces primada! ¡Aquí está el gallo de Portugal!
Y en aquel mismo instante don Esmeraldino se puso rojo, azul, amarillo, rompió como cohete, y se convirtió en gallo: en un gallo muy hermoso y logrado de cresta y rabilargo, que voló de un balcón a otro y terminó posándose en el hierro donde, como anuncio de mesón inglés, colgaba la tabla en que estaban las aspas mil, de las amorosas lides índice completo. Pasmó el Estamento Noble, gritaron y corrieron los populares, se desmayaron las mujeres, un franciscano clamó que era justo castigo a tanta fantasía y tanto pecado, y un sobrino de don Esmeraldino tuvo arte para sujetar el gallo y enjaularlo. El penitenciario adelantó un mes el sermón para poner muy aparente el pago que aguarda a los fanáticos del libre fornicio, y puede decirse, me aseguraba el criado de librea y escopetero de don Esmeraldino, que Portugal quedó triste, escasearon las serenatas, y amustiáronse las mujeres. Baste decir que sólo en Braga tuvieron que cerrar dos perfumerías.
Puesto don Esmeraldino en una jaula muy pintada, vinieron médicos a verlo, el exorcista de Viseu también vino, y no hubo consulta que no se hiciese, y el único que pareció acertar en algo fue el sastre de Quintadinha, que es gran componedor de huesos, y que dispuso que para mantener al gallo vivo y alegre mientras se celebraban las opiniones, se pusiese a don Esmeraldino en una jaula más grande y se colgase en ella, como balancín, la tabla de caoba con las aspas. Tenía don Esmeraldino un primo jerónimo, en el severo convento que estos penitentes disfrutan en Lisboa, y era hombre de muchas lecturas, y foliando un tomo antiguo leyó en él que dos casos se tenían ya dados de verse ave quien fuera hombre, y que quedaba el remedio de la peregrinación a Santiago, donde era notorio que aquellos emplumados de antaño volvieron a la natural forma. Acordó la familia ofrecer don Esmeraldino al Apóstol, y así fue cómo un día aparecieron en Termar el señor jerónimo en su mula, el criado de librea y escopetero en un alazán muy nervioso, y en una litera la jaula, y aún venían, amén de los pajes de litera, dos criados de repuesto, y para dar testimonio de lo acontecido en la peregrinación, venía el don Fiscal Eclesiástico de Braga por escribano puesto: nunca vi hombre tan alto en mula tan pequeña, tal que mientras la cabalgaba podía jugar a la pelota con las piedras del camino.
Se reunió en Termar media compañía de bernardos de Meira y toda la de los caseros y criados por ver el gallo don Esmeraldino, que era una hermosura de cantaclaro, brillante y variopinto de pluma, las más de ellas de un dorado viejo soleado, rico en espolones, la cresta sanguínea de las cinco puntas levantadas, y el canto lo tenía fácil y continuo. Y del techo de la jaula colgaba, como columpio, la tabla de caoba con las aspas, y los más jóvenes de los monjes se pusieron a contarlas y el gallo las numeraba con ellos a quiquiriquí lanzado. Uno de los pajes se puso a mudarle el agua y a servirle un huevo rallado, y levantó la trampilla más de la cuenta, lo que el gallo aprovechó, y no se vieron flechas más súbitas ni en la batalla de Solferino, para salirse de los mimbres pintados, volar a la viga del comedor, saltar de ella al lomo de la mula de don Fiscal, y de la mula a buscar campo. Todos los presentes corríamos a la caza del gallo, levantando los monjes las sayas, un lego haciendo los cacareos de la gallina, el jerónimo rezando, don Fiscal dándose aire con el sombrero hongo, y los caseros, criados y yo, riendo la aventura y sorpresos de tanta novedad. El gallo tomó la vía de la abadía de Meira, voló las bardas del corral viejo, y cuando se dio con él, estaba entre las gallinas por galán, más soldanero que el turco de Constantinopla en su harem, y si fuera posible que un gallo tuviese navajilla en chaleco y supiese hacer aspas de Borgoña en tabla de caoba, estaría don Esmeraldino al trabajo, no se le escurriese de la memoria el número… Cazado el gallo, volvió a su jaula, y siguió la procesión del encanto a Compostela, y las noticias que se tuvieron en Meira y en Termar, fue que en Mellid le entró un catarro a don Esmeraldino y le salieron dos lobanillos como cebollas de Verín en el papo, dispensando, y se le puso fiebre sabatina, que lo consumió en una fonda en Santiago, donde dio el alma. Dicen los más que lo enterraron allí mismo, con la tabla de caoba por asiento. Y hay ahora en Meira y en la Azúmara una casta de gallinas doradas, muy ponedoras y también buenas para pepitoria, que dieron en llamar portuguesas, y son, a lo que parece, el fruto de la breve hora de don Esmeraldino en el corral viejo de la Siempre Ilustre Abadía de Santa María la Real de Meira. ¡Mucho le hubiese gustado a mi don Merlín encontrarse por maestro en este caso!
22 de noviembre
Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...