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17 noviembre 2024

17 de noviembre

 Monforte de Lemos

Faro de Vigo, 17 de noviembre de 1951.
También yo, por fidelidades gongorinas, tengo mi soneto a Monforte; también, como el del cordobés, con «geométricos modelos», y si en el soneto de don Luis aquel «Monte-fuerte coronado de torres convecinas a los cielos» «rayos ciñe de luz, estrellas pisa», en el mío el Cabe antiguo, «molido como trigo en las aceñas», contempla, a través de los sauces y los chopos, el claro cielo de la primavera. Para mí Monforte es la torre, la puente y el río. La torre no es sólo la lección de geometría al ancho valle, al dilatado horizonte y a las altas sierras, sino ese mismo horizonte contemplado, el país de Lemos, el Caurel y Cabeza de Meda, y el Vidral, y ahora, al ponerse el sol, esas lejanas y quietas rojas nubes, hacia el sudeste, como si en las herrerías antiguas del país de Quiroga, en el Caurel o en la Mua, gigantes vulcanos antiguos forjaron como una espada —oro, negro, rojo— el río Sil. El silencio enorme, casi táctil, de la anochecida se hace más patente cuando lo quiebra el agudo silbido de las máquinas del tren. (Agudo y melancólico. Hay toda una literatura para la que el pitido de las máquinas ferroviarias es melancólico. Hardy y Turguenieff usaron tal adjetivo, y Kierkegaard, quien lo oía como una larga y áspera rotura, un anuncio de irremediables lejanías y fugas que brotaba, agrio e irremediable, en la noche). Bajo hacia el puente viejo a acordarme para sentir pasar el río, un largo y acariciador susurro. El Cabe, molido como trigo en las aceñas, va a morir al Sil; Sil según el padre Sarmiento, quiere decir «tierra colorada». Pero donde el Cabe y el Sil confluyen, el Sil tiene el color de la pizarra. Estas aguas, pues, que oigo deslizarse en la noche, van al Sil y con el Sil al Miño. «Somos como vasos», decía Rilke, «pero no conocemos a aquellos que nos beben». Comienza a llover. Unas muchachas pasan corriendo, reidoras. Como en un poema, la tierra profunda huele a rosa y llovizna en los labios.
Manuel Hermida Balado ha escrito la vida del VII conde de Lemos y la de su esposa, doña Catalina de la Cerda y Sandoval. Manuel Hermida ha puesto al comienzo de la vida de doña Catalina un «Introito con pauta monjil», porque Hermida ha leído un manuscrito sobre la vida de doña Catalina que escribiera «una religiosa del convento». El convento es el de franciscas descalzas de Monforte, que doña Catalina fundara y en cuya religión murió. (Hermida Balado es un excelente escritor, dueño de un idioma ágil y expresivo; tiene el don de la claridad expresiva, servida con plena sumisión por el párrafo largo, tradicional en la mejor castellanía. Ha puesto mucho amor —él, monfortino cabal— en estos dos libros. Nos hace amigos de don Pedro de Castro y nos lleva a asomarnos, como a un milagro que aconteciera en jardines, a la delicada vida de doña Catalina). Me detengo ante el convento de Santa Clara. He leído y oído del relicario del convento, rico de Lignum Crucis, de espinas de la Corona del Señor, de un clavo de la crucifixión, cordón y cilicio de San Francisco… Quisiera oír a las monjas en su coro como oigo en mi Mondoñedo a las Concepcionistas. Le escribiría después a Hermida Balado que las había oído y si era verdad que, como en la historia de las canonesas de St. Vaast, se oían en el coro las voces casi infantiles de aquellas vírgenes de antaño. Por ejemplo, en Santa Clara de Monforte, la voz de aquella niña Juana de Vitoria, que allí entró a bodas con el Señor a los cinco años, o de aquella Lucrecia Antonia de Castro, que murió novicia, y a la que imaginamos los azules ojos, los dorados cabellos y no sé qué dulce melancolía:
«¡Lo que más sentía yo era la cinta del pelo!»
Ya tengo escrito más de una vez lo que me gusta, poniéndole estampas al libro de la memoria, contemplar a los gallegos en Italia. Ya tengo dicho también que a todos prefiero a don Fernando de Andrade, el caballo de oros de la milicia gallega, galopando al pie de los viñedos de Mélito con el sol de la victoria en la mano. Y mi abuelo Montenegro, canciller de Milán, y los virreyes, Monterrey y Lemos. Está bien, me digo, ver a un hombre de este muro y este monte, allá en el «rearme» napolitano, dando la ley como un romano, tal como el Giannore elogiará en la lstoria Civile; haciendo fiestas con funámbulos y montañas prodigiosas, y sirviendo con el ánimo leal la gran política de la Católica Majestad. Cuando de Capri y las sirenas, el jardín de Nápoles y la enorme caracola humeante del Vesubio tome don Pedro de Castro a Monforte, ¿se detendrá un instante en las escaleras de San Vicente del Pino a gozar de este antiguo y dilatado horizonte? Recordará, quizás, los catorce gongorinos versos, y si anochece y Venus brota sobre el Caurel y mecen el silencio las campanas de San Vicente y la Compañía, sentirá, como yo ahora siento, toda la grave y poderosa madurez de este país de Lemos. Esos pájaros que revuelan en la torre parécenme estorninos: el estornino es el ave del final del estío. El Cabe es también un río estival. Si rememoro ahora el país de Lemos veo un largo y poderoso estío bajo la bola del sol que remonta las montañas, «una fuerza irresistible armada de rayos».

Álvaro Cunqueiro
El pasajero en Galicia

Bajo el título El pasajero en Galicia, Álvaro Cunqueiro escribió, a comienzos de los años cincuenta, una serie de artículos para el periódico Faro de Vigo en los que, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, hacía la crónica turística y sentimental de su país natal. Constituye, así, una inmejorable guía de las tierras y leyendas realizada por el más sabio, ameno y cordial de los cicerones. El volumen, cuidadosamente editado por César Antonio Molina, contiene además dos crónicas de los viajes de Cunqueiro por las rutas de peregrinación, así como los artículos escritos para una serie que, con el título Introducción a una historia de las tabernas gallegas, el autor proyectaba ir publicando, y otros textos de diversa procedencia donde el célebre escritor se recrea en la geografía y las gentes de Galicia.

25 octubre 2024

25 de octubre

 Las cuatro estaciones

Faro de Vigo, 25 de octubre de 1953.
Siempre he hablado de con cuánto atento amor sigo la rueda de las cuatro estaciones, cómo atiendo a su nacimiento, signo, fábula y huida: tal se va, fugaz, la primavera, como «cervo ferido por monteiro maior», tal se va el otoño, como una copa de oro que ruede de las cumbres al valle. Ese polvo insistente de oro, esa cortina dorada que ahora lentamente cierra sobre el rostro del mundo, anida en las copas umbrías de los árboles y se tiende a dormir, como un gran rey derribado, en el flanco poderoso de la montaña. El río, el Avia, maduro como un maduro fruto antiguo, se ha bebido el Viñao y el Arenteiro en esa dorada copa del otoño. Ambos son ríos molineros, de molinos de pan, y sus aguas participan, pues, en la especie sacramental, en la blanquísima harina, como el Avia participa en el vino. Leiro, Beade, Regadas, Abeleda…, toda la mañana está aquí en una redoma de cristal, palpable y audible: vibra, sonora como si el dedo índice de Dios, disparado por la ballesta del pulgar, la golpease.
Al pasar por Regadas, toda la mañana debía ser un ancho prado, como un pañuelo verde puesto a secar al sol, y debían verse y oírse los hilos de agua de los regatos y alcazuelas, y desde el camino, con la mano, poder herborizar nombres latinos: la festuca pratensis de fino talle y la gracia de sus racimillos, o la arrhenatherum elatius, una explosión de hilos y estrellas verdes, dulce el talle cuando se lo masca en el verano, en los henares: treboiña le llaman a la hierba en mi mindoniense país, y me parece que lleva con más gracia el romance que la pulcritud latina de su denominación linneana, tan aparatosa. Abeleda debía estar, como un trobo de viejo castaño, rodeado de la tribu fungadora de las abejas, o como un panal de dorada miel, en el corazón de la mañana, y que pudiese reconocer el pasajero, con el labio en el panal, toda la flora de la montaña, todo lo que tiene color y aroma en el Faro de Avión. Todo lo que tiene nombre debía vivir su nombre. Un amigo me cuenta que en lengua quechua el nombre de una persona o cosa se designa como «aquello que gotea de su alma». Abeleda debía gotear miel en los labios de quien dijese su nombre; unas casas blancas, maíz puesto a secar en una solana, una niña de rubias trenzas en bicicleta. Quedarse a vivir en una de esas casas blancas, tomar el sol con el maíz en la solana, hacerle versos y verla sonreír a la niña de las trenzas y la bicicleta: pero quizás todo esto fuese presurosa y gentil ocupación de primavera que no melancolía del otoño. Aquel príncipe japonés de las historias de Lafcadio Heamrn que estaba encargado, en una montaña sagrada que tenía cerezos y mariposas en la falda, de avisar de la llegada de las aves emigrantes, y entre ellas de los grandes pájaros de las estaciones, avisaba a toda la cortesía nipona, advirtiendo: «Moveos más lentamente que ha llegado el pájaro de las alas secas», y colgaba los grandes tapices que representaban a un samurai en la madura edad, probando su casco de escamas de coral a un niño: es decir, viéndose a sí mismo, tierno paje, y en el casco, con el coral, bordada la melancolía: ¡Dios me libre de tener que probar, a una infantil cabeza, mis melancolías! Que sean otras mis ocupaciones otoñales. Cuáles pueden ser, las pienso en este camino de Leiro a Carballino. Quizá sentarme a oír latir el corazón del vino nuevo en las bodegas —los divinos fermentos creadores, «el semen bullicioso de la naturaleza», grato a Paracelso—, o con el tacón del zapato esbilar un erizo que ha caído del castaño, y recoger las castañas, y comerlas, yendo de vagar por la mañana, que del podre de las hojas secas exhala, aquí en el bosque, tan intenso perfume. Vuela una paloma torcaz. ¿Ha llegado, Señor, la hora del soneto de Ulises?
«Si ángel fueras, necesaria altura
de aire el sueño y de cristal, yo digo
si pudiera volar, volar contigo,
el ala al hombro, mecedora pura».
Demasiado á la page me está saliendo el soneto, y gongorino. Lo de gongorino es necesario, que la mañana es un cristal, y lo propio de la poesía de Góngora es estar construida con tantas palabras como cristales. La mañana está empedrada de cristales verdes, ocres, violetas, dorados. Y el chófer, que va diciendo la toponimia, tan clara y a la vez tan misteriosa, parece que va poniendo las consonantes a un enorme soneto de largos y estremecedores catorce versos que dice, a la luz del día, la voz de Dios. Cuando entramos de regreso en Carballino, ya cumplida la tarde y aposentado el silencio en el crepúsculo, y Venus surgiendo hacia donde me imagino, por los vientos, que está Orense, el primer verso del segundo cuarteto lo digo como quien reza, oliendo una rosa de otoño, de finísima piel levemente perfumada y tibia, cogida en Leiro, y recordando el vuelo tan seguro de la paloma.
«¿Más que el ala, Señor, la rosa dura?»
Se oye un piano en la noche de Carballino. He viajado a través del otoño, del más dorado y nostálgico, perfecto otoño todo el día, para venir a oír ahora, en la callada noche, un vals en un piano que en vez de cuerdas tiene hilos de agua y de cristal.

Álvaro Cunqueiro
El pasajero en Galicia

Bajo el título El pasajero en Galicia, Álvaro Cunqueiro escribió, a comienzos de los años cincuenta, una serie de artículos para el periódico Faro de Vigo en los que, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, hacía la crónica turística y sentimental de su país natal. Constituye, así, una inmejorable guía de las tierras y leyendas realizada por el más sabio, ameno y cordial de los cicerones. El volumen, cuidadosamente editado por César Antonio Molina, contiene además dos crónicas de los viajes de Cunqueiro por las rutas de peregrinación, así como los artículos escritos para una serie que, con el título Introducción a una historia de las tabernas gallegas, el autor proyectaba ir publicando, y otros textos de diversa procedencia donde el célebre escritor se recrea en la geografía y las gentes de Galicia.

20 junio 2024

Tristán García

 Tristán García

Este Tristán do que conto nunca soupo por que lle puxeran este nome no sacramento do bautismo, nin conocía a ninguén que se chamase como el.

Un tío de seu que traballaba como camareiro nun restaurante mui famoso de Lisboa, decíalle que en Portugal conocía a dous ou tres cabaleiros dese nome, e que todos eles eran ricos. Tristán foi cumplir o servicio militar a León, e alí, un día, nun quiosco, mercou por dous reás “La verdadera historia de los amantes Tristán e Isolda”, cos namorados mui abrazados na portada do folletín. Ao fin iba saber quen fora aquel Tristán cuio nome levaba. Cando chegou ao final da historia, coa morte de delambos namorados, Tristán García verqueu unhas bágoas. E dende aquela deu en matinar que andando el polo mundo atopaba a unha muller chamada Isolda, e gostábanse, e facíanse noivos, e casábanse, e vivían mui felices en Viana do Bolo, de onde Tristán era natural. A todos os seus compañeiros do Reximento de Burgos 38, preguntáballes si por un casual habería no seu pobo unha rapaza que se chamase Isolda. Nona había. Había algunha Isolina solta, pro Isolina non era o mesmo que Isolda. Tristán doíase de non dar con esa Isolda, porque si nona atopaba agora en León, onde había tanta familia, nona iba atopar en Viana do Bolo, traballando na terra. Un día mandouno chamar un sarxento chamado Recuero.

—¿Ti eres ese que andas coa teima de atopar unha muller que se chame Isolda?

—Si señor.

—Pois en Venta de Baños hai unha viuda dese nome.

—¿Nova ou vella?

—¡Que sei eu! Coido que é churrera…

Tanto tiña metida no seu maxín o noso Tristán a novela famosa, que non puido dubidar de que aquela Isolda de Venta de Baños fose nova e fermosa. En todo caso, si era vella, tería unha filla ou unha sobriña que a seguise no nome, e si era churrera como ela podía seguir co negocio en Ourense ou en Viana, onde xa era hora que deran nos bares chocolate con churros. Tivo Tristán un permiso, e cos vinte pesos que tiña aforrados tomou en León o tren para Venta de Baños. Xa naquel empalme preguntou pola churrería da Isolda. Estaba a churrería perto da estación. E a señora Isolda era aquela que estaba envolvéndolle uns churros a un señor cura. Era unha velliña co cabelo branco, fermosos ollos negros, e pel tersa, as mans mui graciosas pondo os churros no papel de estraza e esparexando o azucre por derriba deles. Tristán dubidou entre falarlle ou non, pro xa levaba gastadas corenta e sete pesetas no billete de ida e volta.

—¡Bos días! ¿Vostede é a señora Isolda?

—¡Servidora!, respondeulle a velliña, sorríndolle.

—¡É que eu son Tristán e viña a conocela!

A velliña pechou os ollos, e agarrouse ao amasador para non caír. Bágoas rodaban polas súas meixelas.

—¡Tristán! ¡Tristán querido!, puido decir ao fin. ¡Toda a miña mocedade agardando a conocer un mozo que se chamase Tristán! ¡E como non viña, caseime cun tal Ismael, que era de Madrid!

Tristán saludou militarmente, e despacio volveuse á estación a agardar o primeiro tren para León. Cando este chegou e Tristán subía ao vagón de terceira, apareceu a señora Isolda, con un paquete de churros. Doullo a Tristán e bicoulle a man. Non se non dixeron nada.

Cousas así soio pasan nos grandes amores.


Álvaro Cunqueiro

Os outros feirantes

17 mayo 2024

PEDRO DE ANDEIRO

zorros
 
PEDRO DE ANDEIRO

DESDE los dieciocho años gastaba sombrero. Lo había comprado en La Coruña, cuando fue a despedir a un hermano que embarcaba para La Habana, y aquel sombrero gris perla le duró una docena de años; cuando ya estaba descolorido y la badana medio podre, se compró otro, más oscuro que el anterior. El viejo lo llevó algunos días yendo a pescar al río Mandeo o a segar la hierba en el prado, y luego lo tiró. Mejor dicho, lo dejó colgado de una rama de una abidueira, a orillas del río. Pasaron cuatro o cinco años. Estaba Pedro de Andeiro afilando la fouzaña con la piedra, cuando vio moverse algo por entre la hierba del prado. Era su sombrero.

—¿Quién va ahí? —preguntó el de Andeiro.

—¡Servidor! —le contestó el usuario del sombrero.

Era un zorro viejo y desdentado, la piel amarillenta, quien llevaba puesto su sombrero viejo, muy metido en la cabeza, y lo había desgarrado en la copa para que pudiesen salir al aire las dos orejas puntiagudas.

—Si no te molesta, podemos hablar algo —dijo el zorro al de Andeiro.

Este se sentó en un chanto, lio un cigarro, lo encendió, echó dos grandes bocanadas de humo, y le dijo al zorro que hablase lo que quisiese.

—Voy viejo, amigo Andeiro, y todo me sienta mal, el sol y las humedades, y hasta la carne de gallina. Siempre te veía pasar con tu sombrero puesto, y me decía si no tendría yo algún día la suerte de usar uno. En la raposería estamos muy atrasados. Tenemos buena piel, y un pelo muy decente, pero algo de ropa no nos vendría mal. El día que dejaste el sombrero en la rama de la abidueira cerca del río, me hiciste un gran favor.

—¡Pues que lo use usted muchos años! —le dijo el de Andeiro al zorro.

—¡Y tú que lo veas! —repuso este muy educado—. ¡Y aún podías hacer algo más por mí!

—Usted dirá, don…

—Llámame Bieito. Podías, cuando vienes al prado si no te es mucha molestia, traerme una taza de leche de tu cabra. Yo puedo pagarte llevándote en el monte a donde hay un conejo, como si fuese tu perro de caza. Los conejos saben que voy viejo y no los alcanzo, y no me escapan. También saben que se me indigesta su carne. ¡Otra cosa que no tenemos los raposos es cocina, carnes guisadas y leche frita! Una vez comí leche frita en casa del cura de Sigrás. El ama puso la fuente con ella en la ventana de la cocina, y yo que estaba velando la entrada del gallinero, viendo que no había nadie en la cocina, me comí media fuente. ¡Mira si te conviene el trato!

Pedro de Andeiro convino con el raposo Bieito, le llevaba leche de cabra tres veces a la semana, y aun a veces arroz con leche, y si iba a una romería y compraba roscas, pues le llevaba a Bieito roscas del santo. Y por si fuera poco le regaló un segundo sombrero, porque había comprado un tercero. Pero se lo regalo ya preparado, con un barbuquejo para que no se le cayese al correr, y además con dos buenos agujeros para las orejas.

—¡Eres un buen cristiano! —le dijo Bieito al de Andeiro.

Este sonrió y ofreció un pitillo al raposo, pero este dijo que no fumaba. Aquel invierno apareció muerto cerca de la iglesia con el sombrero puesto.

Álvaro Cunqueiro. Las historias gallegas. 1981

10 mayo 2023

El trasno Lisuarte...

 En algunas comarcas gallegas creen las gentes que los trasnos, trasgos, demachiños, duendes, los hermanos de Puck en todo caso, y como quieran llamarles, entran en las casas entre los días siete y catorce de enero, y ya no se van, si se encuentran cómodos, hay buen fuego para calentarse, castañas y nueces, y sobre todo si la gente de la casa sabe que el tal trasno anda por allí, y no se sorprende ni asusta de su presencia. El trasno es especialmente invisible, y nunca dice su nombre, aunque acepta el que le pongan los de la casa. El trasno ha bajado de la cocina a la cuadra, y se dedica a saltar de un cuerno a otro de la vaca, haciendo ruido con sus zuecos soldados de madera de aliso, y el ama de casa dice:
—¡Ya está Lisuarte jugando!
Y Lisuarte se queda. Las gentes les buscan nombres que no usan, o los inventan. A los trasnos les gusta mucho jugar a la brisca, y aquel detrás del cual se ponen de mirones gana siempre y le caza el tres al contrario. También les gusta oír hablar de pleitos con testigos falsos, y si en la casa hay una chica bonita, a la que viene hacer el amor un mozo, el trasno está todo el tiempo pendiente del parrafeo. Pero lo más de su tiempo los trasnos lo pasan escondiendo el jabón del fregadero de la cocina, volcando cubos de agua, haciendo tropezar a la gente con cosas que súbitamente les pone delante, asustando al gato, fingiendo que el zorro llega al corral para que los perros armen la marimorena de carreras y ladridos, saltando en los cuernos de las vacas, tirando en el silencio de la noche dos o tres nueces por las escaleras, etcétera. Abre y cierra puertas, deshace las camas, para el reloj de la pared, bebe dos o tres litros de leche, despluma una gallina viva para ponerle las plumas a un conejo, y así pasa sus días y sus noches. En la tarde víspera de San Juan, a la puesta misma del sol, a la puerta de la casa se le hace un hatillo con nueces y castañas maiolas, y un zatico de pan de trigo con manteca y azúcar. Cuando las gentes de la casa están entretenidas con la hoguera ritual, el trasno Lisuarte, o Galaor, o Filisteo, o Puck si quieren, recoge el regalo y se va, y durante unos meses la casa queda en silencio, y se echa de menos al trasno juguetón, a veces algo gamberros, pero cuya alegre sonrisa se adivina en la sombra.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

09 mayo 2023

GALICIA ROMÁNICA

GALICIA ROMÁNICA
 
Parece que en la hora románica todo en Galicia estuviese en forma, desde la piedra labrada a la canción del claro trovador; vinieron viñas nuevas con las abadías cluniacense, traídas de las riberas del Mosela y del Reno, y al tiempo aves nunca vistas que posaron en ellas: los malvises, por ejemplo, en Santo Estevo de Ribas de Sil, que según la tradición llegaron de Oriente. Tan en forma estuvo Galicia en el románico, que se dejó estar en él, y aún perduran muchas cosas románicas en la Galicia actual, de tal modo que cualquier espectador puede preguntarse seriamente si no es el románico la «forma» de Galicia. En pleno siglo XIX los fantasmas en Galicia son románicos: la espiritada de Leste era visitada por «un amigo que venía del cielo», y cuando le preguntaron de qué vestía su nocturno conversador, decía que, de nada, que era de hermosa piedra, como un santo. Cuando llevaron a la enferma a Compostela, lo reconoció en el Pórtico da Gloria: reconoció la dulce sonrisa de Daniel… La sombra que más apetece el gallego es la del castaño, que es un árbol con bóvedas de medio cañón, y en el palacio de Gelmírez, en Compostela, en los capiteles se come pétrea empanada de lamprea, rotunda, como hoy en la Pascua, en el Padrón. En Pacios do Miño, en un capitel, está Ovéquiz, abad, comiendo tarta de Mondoñedo, con la punta de los dedos, como la priora en el cuento de Chaucer. Los más de los vinos galaicos de hoy vinieron con Cluny: albariño y espadeiro, y por eso este último tinto es el vino perfecto para las romerías a los santos patronos auxiliadores, a Santa Marta en Ribarteme, al Santo Apóstol en Compostela, a Santo André en Teixido, Santo André de Lonxe, a donde gallego que no fue de vivo irá de muerto, aunque sea en figura de lagartija. El espadeiro es un vino ancho, repantigado, el cuerpo en arcos de medio punto, que mejora peregrinando: algo así como un don Gaiferos de Mormaltán en su cuarta peregrinación a Santiago, en la madura edad, descansando en el frescor de un claustro con fuente y hiedra varona, que enrojece tan irreprochablemente en estío.
He averiguado personalmente que hay dos épocas en la matanza del cerdo en Galicia. La primera edad, que podemos llamar celtorromana, partía el cerdo en tres grandes provincias, destinadas las tres a la salazón; la segunda edad, o románica, partió ya el cerdo muy bellamente, con la ciencia de las cocinas mitradas de Samos y de Meira, y asó, empanó y embutió. Se pasó de golpe del neolítico al románico, del tocino con golpes al jamón asado y al lacón trufado, y a la empanada de raxo, de lomo, que es una de las querencias más profundas del gallego agrario. La matanza casera en las pequeñas villas antiguas del país es de una absoluta perfección formal, y de una extraordinaria riqueza de platos, comenzando por la filloa —hojuela, crêpe—, de sangre, cuya receta nos vino cuando vino «a Santa Orde do Cistel», el Císter reformante. Está en el recetario de Sobrado, al lado de las truchas hervidas en vino blanco y comidas con salsa de laurel, esa salsa de los feudales galaicos, que los hacía a la vez bárbaros y somnolientos. La Galicia románica es una edad en la que la cocina no tuvo más especias que el perejil y el laurel. Aún hoy huele a perejil en las antiguas cocinas de Celanova y Armenteira, el castillo de Lemos o de Monterrei, como huelen a vinagre de sidra de pera las celdas de los abades mitrados, que se curaban con él sus enormes reumas medievales. Yo entro en la cámara abacial de Oseira o de Sobrado, aunque sea ahuyentando murciélagos, y se me pone en la nariz la sutil picazón de aquel remedio. Pica y refresca. ¡Qué cosas! Como rapé.
Hay grandes trozos de camino compostelano perdido por las colinas y los valles del país: el camino tiene tendencia a tomar las curvas de las bocarribeiras, y cuando alcanza la meseta central gallega, y pudiera tirar recto hacia Santiago por las llanas donde medra el abedul y la perdiz saluda la alba ginesta, se pone sinuoso, buscando las fuentes y las iglesias campesinas, las más románicas, con redondos ábsides y felices rosetones, y entonces el camino, con estas posadas y estas umbrías, es verdaderamente románico, un camino del XII, el de los peregrinos y el de los reyes, que andaban también romeros:
Ven a Santiago en romería
El Rei, madre, e prazme de corazón,
ca verei El Rei que nunca vi,
e meu amigo, que ven con él y.
¡El amigo! ¡Cómo se enamoraron las gallegas, so el avellano y oyendo el estornino, en el siglo de los trovadores! La gallega románica tiene los ojos celestes y la piel blanca, y es un elogio decirle «corpo delgado».
El camino anda: ésta es la gracia del Camino Francés que va lentamente, como un río, hacia Compostela y pasa las venas fluviales por estrechos puentes, él que es río de tierra, polvo molido por los pies penitentes. En muchos lugares del camino, en Triacastela y Hospital y el Santo Cebreiro, en las nieblas matinales, de ofrecidos, ilustres viudas de Maguncia, canónigos de Salzburgo, duques de Borgoña, húngaros con gorros de piel, flamencos que aún espectros conservan la tez rosada. El año 1772, en Temple de O Cebreiro, una mujer encontró a un príncipe de Francia que hacía quinientos años que intentaba llegar a Compostela y lo detenían varios demonios, engañándolo con caminos traveseros y distrayéndolo con gulas y lujurias; la mujer le puso al gálico un cirio bendito en la mano, y en el acto el vagante halló paz, que se convirtió en polvo la carne y la colorada ropa preciosa, y quedó en el camino el esqueleto, al que dieron camposanto allí… El camino tiene el don de lenguas y aún en este siglo el poeta francés Germain Nouveau, viniendo a Compostela mendigando, leía sus versos a los gallegos, en Pedrafita, y todos los entendían. Como en el 1200 a los alemanes y a los panonios.
Con estas notas lo que he intentado decir es que en Galicia lo románico pertenece al aire que se respira, y que es uno de nuestros paisajes naturales. El retrato del gallego tiene el románico al fondo. La lengua, el pan, la columna, el vino, la canción, los caminos, las romerías, los fantasmas, los atardeceres. Y la capacidad para vivir el misterio con vivacidad y ásistir al milagro con los ojos abiertos. Ese aire antiguo, celeste, que enredoma por veces mi lejano país, se conserva sobre la tierra nuestra desde un atardecer del siglo XIII, cuando un copista de los «fechos» apostólicos sacudió la pluma de ganso que la acababa de mojar en el asombro azul de los ojos que contemplaban un milagro de Jacobo.

 Destino, número 1260, 30 de septiembre de 1961: p. 37

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

07 mayo 2023

Zumo de manzana

Zumo de manzana

No he leído la novela de Dan MacCall, publicada recientemente en Grasset, en París, traducida del inglés al francés, pero la he visto anunciada en varios periódicos y revistas. Parece ser que se trata de la primera novela de un norteamericano de treinta y cuatro años, y que en ella cuenta una infancia vivida en California. La novela será buena, regular o mala, pero el título nos sorprende y atrae, con su anuncio de una terapéutica sentimental. Todos sabemos la importancia de la manzana en la historia de la humanidad, y hemos visto en la pintura y en la escultura el momento en que Eva le ofrece un bocado de manzana a Adán en el Paraíso. Los especialistas en la materia sostienen, ahora, que no podía ser manzana, que seguramente fue fruta de hueso, un pejigo o una ciruela, pero solamente ellos tienen la preocupación de destruir la leyenda de la manzana. Un poeta de Francia —creo que recordando su Normandía natal; no estoy seguro— dijo una vez que todo el aroma de su país cabía en una manzana. Lo que es indiscutible. Yo me curo más de una vez la inquietud con manzanas, no comiéndolas sino oliéndolas. Me levanto de la cama en la que no logro prender el sueño —bella frase esta de «prender el sueño»— y me siento en un sillón, en el cuarto de estar, donde tengo una docena de manzanas en el suelo, tabardillas, reinetas, romanas, camoesas, y a los pocos minutos de estar allí me llega lento y suave aroma, que es el mismo de la casa natal en mis días de infancia, y me va sosegando, y me vienen a la memoria días pasados que fueron alegres, y con la evocación de ellos un tranquilo sueño. Memorias tengo que solamente me las aviva el aroma de las manzanas. Pero todavía no les he dicho el título de la novela de Dan MacGall. La novela se titula De la importancia del zumo de manzana en el tratamiento de las heridas del corazón. Sin haber leído la novela, ya acepto la tesis, ya reconozco la importancia del zumo de manzana en la curación de un corazón herido y dolorido, ya me dispongo a recomendarlo a aquéllos a quienes suponga amores tempestuosos, o tan amantes, que amor propiamente los hiere. Recuerdo una cantiga medieval gallega que dice que «allá va mi amigo / con el amor que le tengo / como ciervo herido / por montero del rey».
Alá vai o meu amigo
co amor que lle eu hei,
como cervo ferido
por monteiro del Rei!
El único problema que me plantea la novela del norteamericano, y el tratamiento con zumo de manzana en las heridas del corazón, es si el tal zumo es zumo envasado en lata, pasteurizado, higienizado o lo que sea, e inodoro, y no zumo obtenido en casa, fresco y aromático, tras haber elegido las manzanas, las coloreadas manzanas, con las manos mismas de las caricias. Quede dicho para siempre que el corazón no admite ersatzs.
 
«Laberinto y Cía.», Destino, número 1957, 5 de abril de 1975: p. 19.
 
Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

06 mayo 2023

El cuco

 El cuco

Este año hemos vuelto a ver cigüeñas en Galicia, en la hermosa villa de Sarria. Las cigüeñas habían desaparecido hace muchos años de nuestros valles, del de Verín, de Lemos, del de Sarria. Confiemos en que la pareja que ha venido a Sarria a hacer su nido, el próximo año traiga con ella otras parejas más. Y el que ha venido tempranero es el cuco. Ha ido al monasterio de Poio, sobre la ría de Pontevedra —dicen que en él está enterrada Santa Trahamunda, una virgen vagabunda que algunos quisieron titular de patrona de los saudosos, porque se fue, recordó, tuvo soledades y regresó—, y dando un paseo al dulce sol ribeirano, escuché al cuco, por vez primera este año. Por el canto, un cuco adulto, la voz agria, cansado de profetizar. Un cuco que decía como el cómico malo los versos y el sacristán los latines. Se veía bien que no le emocionaba la hermosa tarde soleada, llena de camelias, ni le importaba emocionar a nadie. Era la gran ocasión para un cuco alegre, expectante de la primavera, generoso en los augurios. Como debió serlo aquel cuco del poema de William Henry Davies, que se pone a cantar cuando ha cesado de llover y ha aparecido el arco iris. El poeta habla a las vacas y a las ovejas, a las que dice por qué está tanto tiempo parado en la hierba que mojó la lluvia. Pues porque «a rainbow and a cuckoo’s song / may never come together again…», «un arco iris y un cuco cantando / quizás nunca más juntos los encuentre; nunca los encuentre juntos, de este lado del sepulcro», «may never come / this side the tomb…».

¿Cómo puede ser que un cuco cante aburrido en el bosque de la primavera? ¿Es que, como aquellos del Dante, es triste en el aire que del sol se alegra? El mundo va a peor cada día, cucos incluidos.

El laberinto habitado 
Álvaro Cunqueiro

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

 

05 mayo 2023

Cantando el cuco

 Cantando el cuco

Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, ¿cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal, Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:

Axiña se foi este ano o inverno!

¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…

Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.

 El laberinto habitado 
Álvaro Cunqueiro

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

 

04 mayo 2023

Las camelias

El árbol que da las camelias se llama camelia y no camelio. Pues bien, con el viento cotidiano de Poniente y las dulces temperaturas de estos días todas las camelias del país gallego han florecido. Pero no bien han abierto las flores la persistente lluvia las marchitó. Te quedas un rato al pie de las camelias y las ves caer, unas tras otras. Paso por Correos, a echar este articulillo, y voy pisando camelias blancas, camelias rojas, camelias rojiblancas. Dudo que podamos celebrar este año la fiesta de las camelias, flor de las Rías Bajas. Salvo que al título de la fiesta le añadamos algo y digamos: «fiesta de las camelias difuntas». Difuntas como la infanta de España de la pavana de Ravel. Si algún viajero llega hasta aquí y pregunta por las camelias habrá que responderle lo que Cicerón a los que le preguntaron por Catilina y los suyos cuando salía de asistir a su ejecución: Fuerunt! (¡Fueron!) 
Cicerón era un tipo capaz de haberse pasado varias noches en vela buscando esta breve, brutal e irónica respuesta. 

El laberinto habitado
Álvaro Cunqueiro

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

01 mayo 2023

Cantando el cuco

Cantando el cuco

Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal, Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:
—Axiña se foi este ano o inverno!
¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…
Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.

El laberinto habitado
Álvaro Cunqueiro

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

20 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (30 de 365)

Crónicas del sochantre Bretaña es una tierra muy peñascosa por el lado del mar, pero se abre en amplias planicies, valles estrechos y alegres oteros, por donde se une a Francia. Es tierra muy viciosa de caminos, puesto que, en ella, amén de la gente natural del sobremundo, andan fáciles y vigilantes pasajeros, gentes de las soterradas alamedas, difuntos vespertinos, fantasmas, huestes caballeras, ánimas redimiéndose de penas; las más de ellas, gentes fallecidas a las que alguna paulina niega descanso. Las hieren los vientos y las noches por los innúmeros caminos, hasta que sólo queda de ellas un aliento frío. La imagen última que de Bretaña uno conserva es la de una vieja encendiendo los candiles de hierro de un calvario de piedra, en las afueras de una villa amurallada, al atardecer. Llovizna un poco. Pasa un viento sibilante que apaga las débiles lucecillas. La vieja se santigua y reza un padrenuestro por el alma del difunto señor vizconde de Klöemel, que acaba de cruzar a caballo. Los vivos en Bretaña conocen si los aires que corren son difuntos o no, y le sacan el sombrero a una brisa de mayo, porque adivinan que se trata de la hermosa Ana de Combourg que pasa sonriendo entre las verdes ramas de los abedules. Hay jóvenes que se enamoran de un aire. Dentro de las amuralladas villas, en los viejos pazos y castillos almenados, en Rennes o en Dinan, en Combourg o en Caradeuc, los sonoros celtas conversan en torno a la lumbre que se encendió hace dos mil años, sobre la guerra en el mar, las batallas de Hannover, los pleitos de familia, los enamorados de otrora. Y las llamas que queman el roble viril y testigo, nada pueden contra estas transeúntes memorias, de hilos que nadie sabe de qué ovillo proceden, ni quién teje con ellos. Por los caminos de Bretaña va la danza macabra empujando vientos, y la más diminuta flor que nace en abril, a la vera del camino, ignora si va a ser llevada al cabello de una niña o pisada por el pie de un esqueleto que salta al frente de la hueste, guiando el paso que denominan l’embrasse y es un momento de amor en la gallarda. 

Álvaro Cunqueiro. Las crónicas del sochantre

16 noviembre 2022

Barcas y el zorro

Barcas y el zorro
Barcas de Moure es un zuequero de Loboso, que en septiembre y octubre recorre la mayor parte de la pastoriza luguesa y de la Tierra de Miranda, zuequeando por las casas, y lo mismo hace zuecas remontadas que madreñas y chinelas, y suelas de zuecos. Barcas, zuequeando en Vilares del Santo, se sentó en un cepo a liar cigarro, y mirando distraído para un montón de viruta, se sorprendió de que se moviera, como si alguien respirase debajo, en un sueño profundo y tranquilo. El montón de viruta era pequeño, y Barcas pensó en perrillo, en un palleiro amarillo, de los que alarman con sus ladridos en los caminos del país.
Con el pie fue apartando virutas, hasta que descubrió lo oculto. Era un zorro. Barcas cerró la puerta de la cabaña, y con una vara despertó al dormido. El zorro abrió el ojo derecho, bostezó dos veces, se estiró y finalmente sonrió.
—¡Sí, hombre, me echó una sonrisada!
Era un zorro muy pequeño, muy lucido de pelo, el rabo casi mayor que el cuerpo.
—¡Eres bien pequeño! —le dijo Barcas.
—¡Es que soy enano, Barcas, y además nacido tresmesino!
El zorro, raposo o golpe, como le decimos los gallegos, hablaba muy bien nuestra lengua, y con el acento de aquella misma comarca, donde dicen autro por outro, otro, y aira por eira, era. Barcas es muy hablador, y le gustó la conversación con el zorro, que sin duda era la primera que tenía con el rabilargo un vecino de Loboso.
En el paso de la tertulia, el zorro, que dijo llamarse Anís…
—¿Anís? —le preguntaba yo a Barcas.
—¡Sí, señor, Anís! Me lo dijo bien claro seis o siete veces.
Pues Anís le preguntó a Barcas si quería hacerle unas zuecas subidas, que tuviesen el pico de punta bien salido.
—¡Nunca se vio zorro con zuecas! —le dijo Barcas a Anís.
—¡Bien se ve que nunca fuiste a Monfero!
En Monfero, según le explicó Anís a Barcas, hay un zorro viejo y reumático, muy sabio, que gasta zuecos soldados, unos zuecos que encontró en la carretera.
—Últimamente les puso una sobresuela de llanta, para no hacer ruido. Le gusta mucho acercarse a Curtis, para ver pasar el tren.
Barcas, a ratos perdidos, le hizo a Anís cuatro pares, y el golpe estrenó las zuecas en la cabaña, y andaba gracioso, aunque torcía de vez en cuando, especialmente de las patas traseras. Anís le pidió a Barcas que, por favor, que le envolviese las zuecas con paja y papel, que las iba a guardar hasta que las necesitase. Cuando Barcas regresó desde Vilares a su Loboso nativo, en el camino le hizo compañía el zorro enano Anís. Al despedirse ambos amigos en lo alto de Ventos, Anís le preguntó a Barcas:
—¿Quién manda en Francia?
—¡Un tal de Gaulle! ¿Para qué quieres saberlo?
—Es que un zorro que hay en Meira, cuando vamos de caza entre varios, se echa siempre a la gallina más grande, y poniéndose encima de ella grita: ¿Quién manda en Francia?
Barcas nunca más volvió a ver a Anís, zorro enano y tresmesino. Me lo dice con cierta tristeza.
—¿Qué trabajo le costaba salirme alguna vez al camino?

Álvaro Cunqueiro
La otra gente
Áncora & Delfín - 470

01 noviembre 2022

BRAULIO COSTAS

 BRAULIO COSTAS

ERA conocido por O Cazoleiro, porque era alfarero. Mejor dicho, lo fuera, que ahora, reumático, había dejado la rueda. Cuando le enfermó un nieto, hizo en barro una figura de niño, y fue a llevarla a los Milagros de Amil. El nieto curó. Con alguna frecuencia iban a pedirle que hiciese el favor de hacer una cabeza o una pierna para llevarle a un santo al que habían ofrecido un enfermo. El señor Braulio meneaba la cabeza negativamente y decía:
—¡Ese no es un caso desesperado!
Y no hacía el exvoto que le pedían. Otras veces se negaba por diferentes razones. Por ejemplo:
—¡Aun hice un brazo para llevar a San Cosme hace dos semanas, y no vaya estar cada día molestándolo con recomendaciones!
Porque el santo sabía que el exvoto era obra del antiguo cazoleiro, porque no hacía pieza que no firmase. Por ejemplo: «A San Roque. De parte de Braulio, seguro servidor que estrecha su mano». Ni más ni menos, con una letra redonda que hacía con un punzón antes de cocer la pieza. A veces la vidriaba con barniz de Linares.
Cuando le murió su mujer, la señora Casilda, hizo una figura de unas dos cuartas de alto, que todos decían que mismo era la señora Casilda con su pierna coja, adelantándola apoyándose en el bastón. Llevó la figura al camposanto, y la sujetó con unos alambres en la lápida del nicho. Cuando moría alguien en la aldea, le pedían una figura, pero él se negaba, diciendo que ciertas cosas solamente se hacen una vez en la vida. Y se echaba a llorar, recordando a su Casilda. Pero, un día, espontáneamente, hizo una figura, la figura de un niño, un ángel con abiertas alas en la espalda. Había muerto el hijo de unos vecinos, un niño de unos siete años, morenito, muy despierto. Braulio fue personalmente a llevar la figura al camposanto, y la colocó con tanto cuidado como había hecho con la de su finada Casilda. Los padres del niño Manoliño le dieron las gracias, y el señor Braulio explicó que saliendo de la iglesia el día del patrón, que era San Martín, Manoliño estaba comiendo una rosca, y su tía Fermina le decía que le diese un bocado, a lo cual el niño se negaba. Manoliño viendo al señor Braulio a la puerta de la iglesia, corrió hacia él, y dándole media rosca, le dijo:
—¡A ti te doy!
Y en recuerdo de aquel regalo, el señor Braulio hizo la figura de Manoliño. Fue la última que hizo. En los últimos días de su vida, encarnado, con grandes dolores del reúma que le retorcía los huesos, le confesó a su sobrino y heredero Marcelino:
—Cuando jugaba a las cartas, si me venía el caballo de copas, era seguro que ganaba aquel juego. Varias veces estuve tentado de hacerle una figura, pero como no es de la familia, ni nadie me lo pidió, no la hice. Y además, que llegaba a ser dueño de mi caballo de copas un jugador y se la llevaba a San Cosme, por ejemplo, y este al ver mi firma iba a decir: «¡Mira en que cousas se pon a pensar o señor Braulio cando vai a morrer!».
Mandaba que le secasen las lágrimas y lo sonasen, y comentaba que había que saber morir con señorío.

Álvaro Cunqueiro
Las historias gallegas

E cando lle chegóu a hora,
soñando estaba
un país onde chovían bolboretas
para que se fixese a luz. E a luz foi feita.
ÁLVARO CUNQUEIRO

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, Lugo, 1911-Vigo, Pontevedra, 1981) ha sido uno de los grandes creadores de las literaturas gallega y española de la segunda mitad del siglo XX. Autor prolífico y bilingüe, con el idioma de Rosalía siempre en primer plano y con Galicia como permanente telón de fondo, Cunqueiro publicó a lo largo de cincuenta años casi una docena de novelas —once exactamente—, cuatro de ellas agrupadas después bajo un mismo título: Flores del año mil y pico de ave. También escribió seis poemarios, tres libros de semblanzas, unas cuantas piezas dramáticas —teatro breve muchas de ellas—, varias guías de viajes, algunos ensayos sobre gastronomía… y miles de artículos en periódicos y revistas. Utilizó indistintamente el gallego y el castellano para dar vida a estas obras, aunque confesó no creer en el bilingüismo: «Sostengo que hay siempre una lengua de fondo y mi lengua de fondo es el gallego. Que tenga más o menos facilidad para expresarme en otra lengua y que esta sea el castellano es otra historia», señalaba en una entrevista con Manuel Pérez Bello incluida en el catálogo de la exposición que le dedicó el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2003.

24 octubre 2022

OTILIA PAREDES

OTILIA PAREDES

OTILIA Paredes, era una sabia de la aldea de San Mamede de Beiras, eficaz «arresponsadora», muy sabia en todo lo que toca al mal de ojo, y llamada para que opinase, cuando un vecino estaba enfermo, si la dolencia que tenía era de médico o no. Vendía cilios machos, y pelos santos, que se los facilitaba un peluquero de Santiago de Compostela, tonsurador del clero. Metía los pelos santos en bolsitas de tela, en las que bordaba una cruz. También se decía que veía las ánimas aun antes de que abandonasen los cuerpos que habitaban en este mundo terrenal. Un día vino a visitarla un hombre de una aldea vecina.
—Pues, señora Otilia, en el cruce de Sandiás, cuando volvía de la feria de Boimorto, me salió una sombra.
—¿Por la derecha o por la izquierda?
—Por la derecha. Sentí un soplo frío en la cara, y luego se me puso delante. Era como niebla, muy blanca. Me santigüé, pero como si nada. No se movió de donde estaba. Entonces le pregunté si era hombre o mujer, y si le debía algo. En aquel momento llegó con los faros encendidos el coche de Damián, el de los cerdos, y la sombra se fue. Pero desde aquella noche, me pasan cosas. Llaman a la puerta de mi casa, salgo a abrir y no veo a nadie, y me voy a meter en la cama, y la encuentro abierta y deshecha, como si alguien hubiera dormido en ella.
Según la sabia, lo que pasaba era que, en un momento de su vida, el consultante había dejado de cumplir una promesa grave, y ahora venían a reclamarle. El consultante juró que no debía ni una peseta a nadie, que nunca había tenido un pleito, y que siempre había sido puntual en sus obligaciones. Salvo, quizás, una vez… Meneó la cabeza, sorprendido de que no se le hubiera ocurrido antes ello.
—Fue en Vicálvaro, haciendo el servicio militar. Dejé embarazada a la sobrina de un sargento de Pavía, pero me licenciaron a tiempo, y aunque ella me escribió y vino a verme a Órdenes un capellán castrense, yo hice aquí mi vida.
La sabia fue al cruce de Sandiás y convocó a la sombra, metiéndose antes en un círculo santiguado. La sombra apareció, larga y blanca.
—¿Preguntas por Secundino Folgoso García?
Y la sombra, confesada en forma, confesó que no preguntaba por Secundino Folgoso propiamente, sino por un sobrino suyo, que no sabía dónde paraba y que igual que había hecho su tío con la de Vicálvaro, la había dejado a ella embarazada en Segovia. Maña que se daban estos Folgoso con las castellanas, lo que no es tan fácil. El Folgoso, tranquilizado, le dio a la sabia la dirección de su sobrino, que estaba trabajando en Alemania de electricista, y la sabia le pasó la dirección a la sombra, que no volvió a aparecer por allí. Pero el Secundino Folgoso tío, que había quedado viudo y sin hijos de una del país, comenzó a pensar en la de Vicálvaro y en el fruto de aquellos amores, y un buen día, en septiembre, después de recoger las patatas y antes del vareo de las castañas, se fue a Madrid, donde tenía un primo panadero. Buscaron al sargento, que ya era teniente retirado, y dieron con la sobrina, que era pantalonera en un taller de confección, y aún estaba de buen ver. El hijo iba por los dieciocho años, estaba empleado en un restaurante y tocaba el clarinete. Hubo lágrimas y perdones, y Fulgencio volvió casado y con hijo a la aldea. Folgoso le dio dinero al hijo para que, con otros amigos músicos, montase una orquesta.
—La primera serenata —le dijo al hijo—, hay que dársela a la señora Otilia Paredes.
Asistió toda la aldea, y la sabia convidó con una botella de anís.

Álvaro Cunqueiro
Historias gallegas

E cando lle chegóu a hora,
soñando estaba
un país onde chovían bolboretas
para que se fixese a luz. E a luz foi feita.
ÁLVARO CUNQUEIRO

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, Lugo, 1911-Vigo, Pontevedra, 1981) ha sido uno de los grandes creadores de las literaturas gallega y española de la segunda mitad del siglo XX. Autor prolífico y bilingüe, con el idioma de Rosalía siempre en primer plano y con Galicia como permanente telón de fondo, Cunqueiro publicó a lo largo de cincuenta años casi una docena de novelas —once exactamente—, cuatro de ellas agrupadas después bajo un mismo título: Flores del año mil y pico de ave. También escribió seis poemarios, tres libros de semblanzas, unas cuantas piezas dramáticas —teatro breve muchas de ellas—, varias guías de viajes, algunos ensayos sobre gastronomía… y miles de artículos en periódicos y revistas. Utilizó indistintamente el gallego y el castellano para dar vida a estas obras, aunque confesó no creer en el bilingüismo: «Sostengo que hay siempre una lengua de fondo y mi lengua de fondo es el gallego. Que tenga más o menos facilidad para expresarme en otra lengua y que esta sea el castellano es otra historia», señalaba en una entrevista con Manuel Pérez Bello incluida en el catálogo de la exposición que le dedicó el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2003.

07 octubre 2022

El gallo de Portugal

 EL GALLO DE PORTUGAL

SIEMPRE le oí hablar a mi señor amo Merlín con mucho respeto de la antigua ciudad de Braga, de donde era nativo y en ella tenía rico aposento en un palacio de la rúa que llaman dos Confidentes, un gentil caballero portugués, de fina nobleza y muchos posibles, don Esmeraldino da Cámara Mello de Limia, vizconde de Ribeirinha. Fue este don Esmeraldino vizconde, por lo que de él oí contar a un su criado de librea y escopetero, el hombre más hermoso de Portugal en su tiempo, muy lucido de lunares y con una mirada tan triste en los grandes y negros ojos, que parecía, dicen, que cuando demoradamente os miraba era como si una niebla de oscuras caricias saliese, para envolveros, por entre la aleteante seda de las largas pestañas. Con sólo esta mirada despertaba grandes amores, pero todavía le ayudaba el que era pequeño y muy gracioso de maneras, convidador y en regalos de mérito la voluntad muy fácil; traía a Braga las modas de París, tanto de vestir y chalecos como de baile, tanto de peinar como de juegos, y aun ponía palabras de moda cuando de Francia venía, como sentimental, bombón, nenúfar, y la merde latiney le doré aux cochons, frases estas últimas para aludir a los clérigos y al arzobispo, respectivamente, y que muy vivas se me quedaron, quizá porque me animaban a ello los revuelos liberales de aquellos días insurrectos… Pero todas las delicadezas y atractivos que envasaba aquel cuerpo fidalgo sólo le servían a don Esmeraldino para contrarrestar el sexto mandamiento, en lo que estaba siempre activo y puntual, y para no perder la cuenta de las hazañas mandó clavar en la puerta de su palacio un hierro rizado, y colgó en él una tablilla de caoba en la que iba marcando los triunfos de Venus, haciendo él mismo con una navajita la señal de un aspa. Esto gustaba a los bracarenses, que en seguida se ponían a seguirle los pasos al vizconde, a discutir acerca de quién sería la dama caída, qué regalo le puso la zancadilla o si fue amor, y todos aseguraban oír serenatas secretas, y todo Braga se llenó de falsos testimonios fácilmente levantados, de doncellas deshonradas y de maridos cornudos cabalmente asentados en ellos, tal que mejor no lo hiciera escribano de número en papel sellado.

Estaba el vizconde de Ribeirinha muy feliz en su trato y boato, encumbrado por amoroso en todo Portugal, cuando vino a Braga una compañía italiana de ópera, y el mayor adorno que traía era una tal primadonna signorina Carla, rubia, desvestida y trinadora. Ya en la primera función se hizo presentar don Esmeraldino, quien tenía platea con repostero en el teatro, y aconteció que la cantante Carla era muy aficionada a las joyas. Don Esmeraldino puso a trabajar para él a todos los joyeros de Portugal, tal que signorina Carla pudo estrenar cada día un escaparate. La llevaba y traía el vizconde en su carroza, de la Fonda Suiza al teatro y del teatro a la fonda, y aun mandó forrar de verde el coche, que verdes eran los ojos de la Carla y verde su color favorito; hubo guitarradas bajo los balcones de la tiple, meriendas en los jardines del vizconde y otras muchas finezas y obsequios. Y Braga entera no dormía, yendo y viniendo a consultar la tabla de caoba, por si estaba en ella el aspa venérea ya labrada, y aún hoy se asegura, cuando este paso se cuenta, que iba a excuso el pincerna de la catedral a averiguar si tuviera buen fin la amorosa batalla, por pasarle aviso al canónigo penitenciario, quien estaba preparando un sermón de tabla contra el nuevo Tenorio. Y cantó por última vez la compañía italiana en el teatro de Braga la función que llaman El solicitante de amor y se facturó para Oporto, y acudió don Esmeraldino a despedir a la signorina Carla con besamanos y el regalo de un abanico envarillado de oro con amorcillos labrados, y estuvo el caballero en medio de la rúa diciéndole adiós con un pañuelo hasta que la diligencia dobló por el Atrio de la Canela. Seguido de sus amigos regresó lentamente y con alegre conversa don Esmeraldino a su palacio, se despidió de su séquito en la acera, y estaba media ciudad de Braga curiosa en la rúa dos Confidentes, y antes de subir a sus cámaras, el señor vizconde de Ribeirinha dándole el bastón a un criado, del bolsillo del chaleco verde, verde como los ojos de Carla cantora, sacó la navajita y grabó en la tabla de caoba un aspa más retorneada y grande que de costumbre. Y la concurrencia aplaudió como en el teatro.

Se corrió por todo Portugal la novedad, y era en toda parte alabada la cortesía lusitana de don Esmeraldino, quien esperó a que la Carla se fuese para propalar que había habido lo que el señor juez de Abadín llamaba retracto de colindantes.

Y reunido en sesión el Estamento Noble se acordó hacer homenaje a tanta cortés caballería, digna de tiempo más antiguo, y fue una diputación de Lisboa a Braga, presidida por un marqués que en Evora, entre andaluzas y portuguesas, tallaba casi lo que don Esmeraldino en Braga, y aunque la vieja señoría de Braga no quiso, por no alarmar, asistir al homenaje, estaban los populares de fiesta por rúas y plazas.

Y aconteció que don Esmeraldino obsequió a los pares con un refresco, y aplaudía el pueblo en la calle, y acordaron los titulados salir al balcón a agradecer los vivas, y don Esmeraldino estaba pálido con la emoción, y el marqués de Evora, pareciéndole que era justo ceder el paso ante el vizconde, quitándose la chistera de tres hebillas gritó:

—¡Por Braga dos veces primada! ¡Aquí está el gallo de Portugal!

Y en aquel mismo instante don Esmeraldino se puso rojo, azul, amarillo, rompió como cohete, y se convirtió en gallo: en un gallo muy hermoso y logrado de cresta y rabilargo, que voló de un balcón a otro y terminó posándose en el hierro donde, como anuncio de mesón inglés, colgaba la tabla en que estaban las aspas mil, de las amorosas lides índice completo. Pasmó el Estamento Noble, gritaron y corrieron los populares, se desmayaron las mujeres, un franciscano clamó que era justo castigo a tanta fantasía y tanto pecado, y un sobrino de don Esmeraldino tuvo arte para sujetar el gallo y enjaularlo. El penitenciario adelantó un mes el sermón para poner muy aparente el pago que aguarda a los fanáticos del libre fornicio, y puede decirse, me aseguraba el criado de librea y escopetero de don Esmeraldino, que Portugal quedó triste, escasearon las serenatas, y amustiáronse las mujeres. Baste decir que sólo en Braga tuvieron que cerrar dos perfumerías.

Puesto don Esmeraldino en una jaula muy pintada, vinieron médicos a verlo, el exorcista de Viseu también vino, y no hubo consulta que no se hiciese, y el único que pareció acertar en algo fue el sastre de Quintadinha, que es gran componedor de huesos, y que dispuso que para mantener al gallo vivo y alegre mientras se celebraban las opiniones, se pusiese a don Esmeraldino en una jaula más grande y se colgase en ella, como balancín, la tabla de caoba con las aspas. Tenía don Esmeraldino un primo jerónimo, en el severo convento que estos penitentes disfrutan en Lisboa, y era hombre de muchas lecturas, y foliando un tomo antiguo leyó en él que dos casos se tenían ya dados de verse ave quien fuera hombre, y que quedaba el remedio de la peregrinación a Santiago, donde era notorio que aquellos emplumados de antaño volvieron a la natural forma. Acordó la familia ofrecer don Esmeraldino al Apóstol, y así fue cómo un día aparecieron en Termar el señor jerónimo en su mula, el criado de librea y escopetero en un alazán muy nervioso, y en una litera la jaula, y aún venían, amén de los pajes de litera, dos criados de repuesto, y para dar testimonio de lo acontecido en la peregrinación, venía el don Fiscal Eclesiástico de Braga por escribano puesto: nunca vi hombre tan alto en mula tan pequeña, tal que mientras la cabalgaba podía jugar a la pelota con las piedras del camino.

Se reunió en Termar media compañía de bernardos de Meira y toda la de los caseros y criados por ver el gallo don Esmeraldino, que era una hermosura de cantaclaro, brillante y variopinto de pluma, las más de ellas de un dorado viejo soleado, rico en espolones, la cresta sanguínea de las cinco puntas levantadas, y el canto lo tenía fácil y continuo. Y del techo de la jaula colgaba, como columpio, la tabla de caoba con las aspas, y los más jóvenes de los monjes se pusieron a contarlas y el gallo las numeraba con ellos a quiquiriquí lanzado. Uno de los pajes se puso a mudarle el agua y a servirle un huevo rallado, y levantó la trampilla más de la cuenta, lo que el gallo aprovechó, y no se vieron flechas más súbitas ni en la batalla de Solferino, para salirse de los mimbres pintados, volar a la viga del comedor, saltar de ella al lomo de la mula de don Fiscal, y de la mula a buscar campo. Todos los presentes corríamos a la caza del gallo, levantando los monjes las sayas, un lego haciendo los cacareos de la gallina, el jerónimo rezando, don Fiscal dándose aire con el sombrero hongo, y los caseros, criados y yo, riendo la aventura y sorpresos de tanta novedad. El gallo tomó la vía de la abadía de Meira, voló las bardas del corral viejo, y cuando se dio con él, estaba entre las gallinas por galán, más soldanero que el turco de Constantinopla en su harem, y si fuera posible que un gallo tuviese navajilla en chaleco y supiese hacer aspas de Borgoña en tabla de caoba, estaría don Esmeraldino al trabajo, no se le escurriese de la memoria el número… Cazado el gallo, volvió a su jaula, y siguió la procesión del encanto a Compostela, y las noticias que se tuvieron en Meira y en Termar, fue que en Mellid le entró un catarro a don Esmeraldino y le salieron dos lobanillos como cebollas de Verín en el papo, dispensando, y se le puso fiebre sabatina, que lo consumió en una fonda en Santiago, donde dio el alma. Dicen los más que lo enterraron allí mismo, con la tabla de caoba por asiento. Y hay ahora en Meira y en la Azúmara una casta de gallinas doradas, muy ponedoras y también buenas para pepitoria, que dieron en llamar portuguesas, y son, a lo que parece, el fruto de la breve hora de don Esmeraldino en el corral viejo de la Siempre Ilustre Abadía de Santa María la Real de Meira. ¡Mucho le hubiese gustado a mi don Merlín encontrarse por maestro en este caso!


MERLÍN Y FAMILIA
Álvaro Cunqueiro

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