13 febrero 2022

Sobre el cuco (34) - Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques

 CAMINABAN sin prisa hacia Florencia, contando con llegar a la ciudad del Arno la víspera de San Juan, que es cuando se corren los caballos y se hacen muestras de doma. Exigía también su pausa la yegua Artemisa, que Fanto montaba, porque los muchos años le ponían un espasmo en la mano de cabalgar. Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques. El cavalière Capovilla le iba explicando a su pupilo las batallas que se dieron antaño en aquellas colinas, campos y vados, las más entre güelfos y gibelinos, con marchas y contramarchas, trompetería y banderas al viento, y le contaba de las familias que vivían en los almenados castillos, casi todas visitadas alguna vez por el crimen.

—Aquella torre fue de los Bracciaforte —contaba el signor Capovilla, indicándole a Fanto una que en un espolón sobre el río se alzaba octogonal, rodeado de una docena de pequeñas casas cuyos rojos tejados asomaban por entre las copas de los cipreses—, que eran los más avaros de los toscanos, siempre buscando donde meter el oro que atesoraban, que no lo vieran ni el sol ni la luna, y uno de ellos, llamado Latino Bracciaforte dal Piccino, porque no lo heredase un primo que tenía, que era su único pariente, se aconsejó con un médico judío que purgaba en Siena en menguante contra la doctrina de Padua, y por receta de este puso en polvo todo el oro de la familia, y cuatro veces al día, bebía una ración de él con leche de cabra, y el messer Isaac de Siena le fabricara un compuesto sutil que no dejaba salir el oro del cuerpo, ni por orina ni por mayores, que quedaba chapándole las interioridades. El día en que tomó la última onza áurea, murió ser Latino de repente, y el primo, que era un Montefosco de Malapredda, que son todos tuertos del derecho y zurdos, desde una abuela galicosa que tuvieron, tuvo el soplo de la muerte (hay quien dice que por un cuervo que amaestrara de correo), y se presentó en la torre con un esquilador que tenía un juego de raspadores catalanes comprados en la feria de Tortosa, y ambos se encerraron con el cadáver en una cuadra, y al cabo de dos días dieron por terminado el raspado del estómago y del trípodo, limpiándolas del oro allí acumulado, que estaba dispuesto como escamas de pez, y fundido dio siete libras genovesas. Relucían los lingotes, pero hedían como si fuese excremento humano y hubo que fundirlos varias veces, y el Montefosco se pasaba las mañanas lavándolos con lirio de Pisa y aguas de anís, para que los banqueros florentinos no descubriesen que aquel era el oro del último Bracciaforte.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que tendía sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arruinado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mostraba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lecciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los písanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas arriba, y los písanos se fueron al vado y clavaron estacas en el río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capitán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en escabeche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra. Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el laurel. El vinagre del escabeche que llevaba el signor Ubaldo debía ser de ese que en Roma llaman por mal nombre leche del nipote del Papa.

VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

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