SEBASTIÁN DE CORNIDE
TRABAJABA en Barcelona en un taller de carrocerías y habiéndose comprado una chaqueta azul y pantalón gris, amén de media docena de corbatas se echó una novia murciana que se llamaba Fuensanta. Sebastián era alto y más bien flaco, y la novia era pequeña y regordeta. Era muy cariñosa y calladita, y siempre le estaba pidiendo a Sebastián que le contase algo. Sebastián era también más bien callado, y pocas cosas tenía que contar como no fuese de su aldea de Cornide, de su hermano cazador, de ir a bañarse en verano al río, de las vacas, de la feria de Monterroso, del pulpo, de un loco que había en Beade y que escupía lagartijas, y de las siembras y las cosechas, y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño. La murciana, por esto de la imitación de los pájaros por parte de Sebastián, andaba diciendo que tenía un novio músico. Lo que más sorprendía a Fuensanta de la aldea de Cornide, es que no hubiese sandías y no se fabricase allí el pimentón. Fuensanta, escuchándole a Sebastián como se preparaba el pulpo, sugirió que si ellos, ya casados, montaban un negocio de pimentón en Cornide, que surtían a Galicia toda y se harían ricos. Tanto pensaron en el pimentón y en lo solazadamente que vivirían, y lo que viajarían en vacaciones, y tanto se abrazaban y besaban cuando descubrían una nueva ventaja del asunto pimentonero, que tuvieron un niño. El niño nació cuando le habían mandado a Fuensanta desde su Murcia natal un catálogo de pimientos con las instrucciones para su cultivo. El niño nació con una mancha en la mejilla derecha. Una mancha rojiza, del tamaño de un duro, y en forma de pimiento morrón.
Sebastián dudó entre casarse o no con Fuensanta, porque él quería regresar a su aldea, que estaba cansado de Barcelona y unos tíos suyos lo llamaban ofreciéndole la herencia, y ella no estaba dispuesta a venir a Galicia si no se montaba la fábrica de pimentón. Una manía como otra cualquiera. Sebastián considerando lo de la mancha de la mejilla derecha del niño, dijo que no era bueno que el crío creciese sin padre. Hubo boda, con mucha asistencia de murcianos, y mucha guitarra y canciones. Sebastián pasaba la mayor parte de su tiempo libre intentando convencer a Fuensanta de que lo mejor era que se fuesen a vivir a Cornide, y que ya allí verían si se daban los pimientos, y si era rentable el fabricar pimentón. Y al fin decidió la Fuensanta. A la murciana le gustó Cornide, que está en un alto, y por eso allí no podía haber inundaciones del Segura, que tanto le asustaron de niña en su pueblo de Murcia. Plantó pimientos, que no se dieron muy bien, y con lo que sabía del arte de hacer pimentón, logró así como media libra para el consumo doméstico. La murciana tenía una cierta disposición para el dibujo, y con lápices de colores dibujó y coloreó una especie de etiquetas, con las que envolvió el bote en el que guardó el pimentón casero. La etiqueta decía: «Pimentón dulce de Cornide. Marca El Niño del Pimiento». Y rodeado por el letrero, apareció el hijo, con su carita redonda, y en la mejilla derecha un pimentón rojo que llegaba desde la oreja hasta el mentón. En la fiesta del patrón, sacaba el bote a la mesa, y la murciana era muy felicitada.
LAS HISTORIAS GALLEGAS
Álvaro Cunqueiro
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