28 febrero 2022
Sobre el cuco (49) - Cuclillo (Narijira es el segundo hombre)
27 febrero 2022
Sobre el cuco (48) - Esta es la estación que el cuco prefiere y yo también
26 febrero 2022
Sobre el cuco (47) - Si me falta tu cu-cú riéndose del mundo
25 febrero 2022
Sobre el cuco (46) - desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco. En su intento desesperado de que la noche no acabara nunca
El amanecer se abría paso; la tenue luz que no se había apagado del todo durante la noche volvía a ser la fuerte luz del día. y, desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco. En su intento desesperado de que la noche no acabara nunca, Gull fue a parar a la carpa del grupo pop, donde, pese a que la luz comenzaba a atravesar la lona, seguía reinando la oscuridad salpicada de luces parpadeantes y el ruido. El grupo ya se había ido y era un equipo de sonido el que reproducía sus canciones. Las cabriolas, más parecidas a acrobacias que a un simple baile, habían llegado a su fase más salvaje. Una suerte de desesperación se adueñó de los jóvenes cuando olfatearon el aire matutino. Los chicos se habían librado de sus chaquetas; algunos también de sus camisas. Las chicas se habían remangado los vestidos y bajado un poco las cremalleras. Tras la formalidad previa, el nuevo «atuendo» parecía de una elegancia desenfadada. Mirándose entre sí, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas, las parejas brincaban, se agachaban, giraban, hacían muecas, meneaban los brazos, las piernas, componiendo una imagen, pensó Gulliver, más propia del Inferno de Dante que de una juventud despreocupada presa del gozo primaveral.
Era Lily Boyne.
Sus frágiles brazos lo apresaron, le rodearon la cintura, y juntos se sumergieron girando y revoloteando en el torbellino ensordecedor.
Iris Murdoch.
24 febrero 2022
Sobre el cuco (45) - ahora más potente, desde los árboles del bosque, llegaba el canto apagado y repetitivo del cuco
Ya se había hecho completamente de día. La luz terrible, inquisitorial, había acabado inundándolo todo, haciendo desaparecer el bosque encantado y la magia nocturna y revelando un panorama más parecido a un campo de batalla, de hierba pisoteada, botellas vacías, vasos rotos, sillas volcadas, prendas perdidas y toda clase de desagradables residuos humanos. Bajo el despiadado resplandor del sol, incluso las carpas parecían sucias y desaliñadas. Los mirlos, tordos, herrerillos, golondrinas, reyezuelos, petirrojos, estorninos y demás pájaros cantaban con fuerza, las palomas zureaban y los grajos graznaban, y, ahora más potente, desde los árboles del bosque, llegaba el canto apagado y repetitivo del cuco. No obstante, la música de baile continuaba, aunque ahora al aire libre, bajo el cielo azul y despejado, pero entre el estruendo que armaban las aves sonaba mermada e irreal. Se estaba formando una cola para el desayuno, pero gran cantidad de gente parecía incapaz de dejar de bailar, como poseídas por un éxtasis o un deseo frenético de prolongar el hechizo y postergar el sufrimiento venidero: los remordimientos, el pesar, la esperanza empañada, los sueños hechos añicos y los horribles problemas cotidianos. A Gull le habría gustado desayunar algo. La idea de unos huevos con beicon parecía de pronto de lo más atractiva, pero no le apetecía hacer cola solo, y tenía la necesidad más fuerte e inmediata de sentarse, o mejor de tumbarse. Decidió descansar un rato y volver más tarde a por algo de comer, cuando la aglomeración fuera menor. El césped profanado, cubierto de basura, estaba asimismo salpicado, aquí y allí, de personas tumbadas, en su mayoría varones, algunos profundamente dormidos. Mientras los esquivaba, Gulliver pasó, aunque sin reconocerlo, junto al chal de cachemira de Tamar, ahora convertido en un guiñapo manchado después de que alguien lo hubiera usado para reparar un desastre provocado por una botella de vino tinto. Una tenue niebla pendía sobre el Cherwell. Pasó bajo la galería y salió al bosque. El bosque se había declarado, por motivos ecológicos y de seguridad, vedado a los asistentes al baile. Sin embargo, presumiblemente desde antes de que este concluyera, los guardas con sombrero hongo se habían esfumado y entonces infinidad de parejas se habían animado a dar un paseo entre los árboles. A lo lejos, en claros verdes y brumosos, vagaban los ciervos mientras los conejos corrían impetuosos en una y otra dirección. Gulliver avanzó tambaleándose un pequeño trecho, respirando el aire de primera hora de la mañana, delicioso, fresco y cargado de olores ribereños, y disfrutando de la hierba sin pisar. Se sentó debajo de un árbol y, entonces, se quedó dormido.
Tamar al fin había encontrado a Conrad. Se sentó un rato en una silla bajo una de las carpas y echó una cabezada. Cuando se despertó, había salido el sol y era un día radiante. La luz era espantosa.
Iris Murdoch.
El libro y la hermandad.
23 febrero 2022
Sobre el cuco (44) - Bajaron las escaleras, cruzaron el claustro y caminaron bajo la cálida luz del sol, rodeados por el ensordecedor coro de aves y el fuerte canto del cuco
22 febrero 2022
Sobre el cuco (43) - De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado
Suelo comer y cenar en el zaguán, en una mesa pequeña, cerca de los hombres que vuelven del trabajo del campo. Estos lo hacen por orden: los mayorales de mula y muleros, sentados; los chicos que llaman burreros, de pie. Rezamos todos al empezar y al concluir de comer.
No pinto, no escribo, no hago nada, afortunadamente. De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado.
¡Cuánta vida y cuánta vida en germen se ocultará en estas noches! —se me ocurre pensar. Los pájaros reposarán en las ramas, las abejas en sus colmenas; las hormigas, las arañas, los insectos todos, en sus agujeros. Y mientras estos reposan, el sapo, despierto, lanzará su nota aflautada y dulce en el espacio; el cuco, su voz apacible y tranquila; el ruiseñor, su canto regio; y en tanto la tierra, para los ojos de los hombres, oscura y sin vida, se agitará, estremeciéndose en continua germinación, y en las aguas pantanosas de las balsas y en las aguas veloces de las acequias brotarán y se multiplicarán miríadas de seres.
Y, al mismo tiempo de esta germinación eterna, ¡qué terrible mortandad! ¡Qué bárbara lucha por la vida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay que lamentar nada. Vivir y vivir…, esa es la cuestión.
Pío Baroja.
Camino de perfección.
Pasión mística.
La Vida Fantástica - 2.
21 febrero 2022
Sobre el cuco (42) - Unos grillos amenizaban la soledad y un cuco lanzaba su voz irónica entre los árboles.
20 febrero 2022
Sobre el cuco (41) - mientras el cuco canta como si jugara al escondite a lo lejos
19 febrero 2022
Sobre el cuco (40) - el cuco cantaba de día, y el ruiseñor encantaba la noche
En la primavera eran las rosas de todas clases las que aromatizaban el ambiente, en verano los claveles, los jazmines y la flor de azahar; en invierno, los musgos y los líquenes.
Durante el otoño, había un vaho de humedad que se mezclaba con el olor acre de los arrayanes y el perfume exquisito de los cipreses, que era, sobre todo de noche, embriagador.
En la primavera la vida agitaba el parque; bandadas de gorriones y de jilgueros levantaban el vuelo entre las ramas; se oían mil ruidos confusos; aleteos de pájaros, zumbido de moscones y de insectos. Las mariposas palpitaban en el aire transparente; los lagartos se deslizaban entre las piedras; cruzaban al sol los cardenales y las tórtolas; el cuco cantaba de día, y el ruiseñor encantaba la noche.
Pío Baroja
El laberinto de las sirenas
El mar - 2
18 febrero 2022
Sobre el cuco (39) - En la primavera es el cuco, como la voz de un niño burlón jugando entre las matas al escondite
17 febrero 2022
Sobre el cuco (38) - el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite
El misticismo de Javier se armonizaba con el campo y el cielo y con la noche llena de estrellas. Le gustaba también ver desde lejos, desde algún monte, su amigo el mar. Tanto como salir de su casa, le agradaba quedarse en ella y acercarse una noche al pabellón de la huerta y oír la canción misteriosa del río próximo.
En la primavera se alejaba más. Veía las peñas desnudas, los barrancos sombríos, los tajos cortados a pico y los vallecitos verdes oscuros con árboles verdes claros. Los caminos del monte estaban llenos de brezos, de digitales y de zarzamoras y los prados cuajados de flores.
Se sentaba en el campo. Cualquier cosa le bastaba para distraerse: las nubes que cruzaban por el cielo, la variedad de hierbas, el tordo que cantaba entre las ramas y el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite. En los arroyos contemplaba las chipas, los peces diminutos que trazaban líneas brillantes en el agua; en los charcos, los renacuajos, y en la tierra pedregosa veía las evoluciones sabias de las hormigas, de las arañas y de los abejorros.
Esta época era de grandes trabajos en las huertas. En la suya, en todos los rincones donde la tapia estaba al descubierto, había puesto o mandado poner enredaderas, madreselvas, viña virgen o glicina.
—¡Pero si quita sitio para las alcachofas! —le decía Domingo el hortelano.
—No importa, la cuestión es que esté bonito.
A la tía Paula, aficionada a tomar un poco de sidra en la comida, la gustaba tener una barrica en casa. Como no tenían manzana bastante, compraban jugo sin fermentar y llenaban una bordelesa grande con él para dejarla en la cueva y a la primavera siguiente la comenzaban. También solían hacer una sidra ligera llamada en el país pitharra.
Pronto, en la bodega, hubo botellas de buenos vinos y de licores, algunos jamones y tarros con dulce. Las manzanas se extendían sobre una alfombra de hierba y las calabazas, las judías, las cebollas y patatas se amontonaban en el desván. Al final del invierno y al principio de la primavera la tía Paula hacía acopio de huevos, cuando estaban baratos, y los guardaba en tinajas sumergidos en agua de cal. Después, en el rincón de la huerta, pusieron un gallinero.
Pío Baroja
El cura de Monleón
La juventud perdida - 2
16 febrero 2022
Sobre el cuco (37) - había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio
15 febrero 2022
Sobre el cuco (36) - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.
Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.
Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.
Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.
De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.
A pocos pasos jugueteaban las urracas.
Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.
En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.
Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio
14 febrero 2022
Sobre el cuco (35) - yo me levanté e imité el cuco
13 febrero 2022
Sobre el cuco (34) - Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques
CAMINABAN sin prisa hacia Florencia, contando con llegar a la ciudad del Arno la víspera de San Juan, que es cuando se corren los caballos y se hacen muestras de doma. Exigía también su pausa la yegua Artemisa, que Fanto montaba, porque los muchos años le ponían un espasmo en la mano de cabalgar. Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques. El cavalière Capovilla le iba explicando a su pupilo las batallas que se dieron antaño en aquellas colinas, campos y vados, las más entre güelfos y gibelinos, con marchas y contramarchas, trompetería y banderas al viento, y le contaba de las familias que vivían en los almenados castillos, casi todas visitadas alguna vez por el crimen.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que tendía sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arruinado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mostraba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lecciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los písanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas arriba, y los písanos se fueron al vado y clavaron estacas en el río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capitán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en escabeche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra. Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el laurel. El vinagre del escabeche que llevaba el signor Ubaldo debía ser de ese que en Roma llaman por mal nombre leche del nipote del Papa.
VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro
12 febrero 2022
Sobre el cuco (33) - imaginando marchas al amanecer, el cuco a la siniestra.
GATAMELATTA: «La gata melosa», un famoso condottiero de los que inventaron, en la Italia del Quinientos, el arte militar. Mandaba pintar de oro los genitales de su caballo, y como le molestaban las moscas, andaba siempre seguido de un paje que llevaba un sombrero embadurnado con miel, al que aquellas acudían, dejándolo a él tranquilo, imaginando marchas al amanecer, el cuco a la siniestra.
VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Índice onomástico
Álvaro Cunqueiro
11 febrero 2022
Sobre el cuco (32) - en Carpi, donde nos saludó el cuco
VERO dei Pranzi se dirigió hacia donde tenían los suyos atado a un roble a Fanto Fantini della Gherardesca, y durante largo rato contempló a este en silencio. Vero se había puesto sus mejores ropas, con cintas de colores en la esclavina, y llevaba tras él a uno de sus pajes, dándole aire en la amolletada y colorada nuca. Era casi enano, mofletudo de rostro, estrecho de frente bajo la que, pasando un selvático bosque de cejas, se hundían unos ojos negros que las más de las veces miraban coléricos. Los brazos, en demasía largos, le llegaban hasta las rodillas, balanceándolos al andar, con lo cual parecía que marchaba tordeando un borracho. Le hacían zapatos de tacón doble en Bolonia, y para dar más alto, usaba además sombrero de pico con plumas, una moda que trajo a Italia aquel inglés Giovanni Acutto. Que anduvo con Catalina de Siena en las batallas que devolvieron el papa a Roma desde su palacio de Aviñón. Vero dei Pranzi era un capitán de reconocida dureza, cruel en los saqueos, generoso con sus soldados, sufriendo con ellos la aspereza del campo, pero sin ahorrarles la muerte. Vero mismo podía exhibir una docena larga de cicatrices. Se decía que estaba casado en tres lugares diferentes. Andaría por los cuarenta años. Los suyos habían entrado, nocturnos, en una granja, a robar un ternero para asarlo en el campo, que era dos días después la fiesta de San Crisógono de Aquilea, que es santo a la jineta, y tropezaron con Fanto, que iba secreto a Borgo San Sepolcro, y dormía a pierna suelta. Nito había llevado, en Lionfante, al can Remo, a que le curasen unas anginas en Parma, y el capitán estaba solo, que dejara su gente en Rávena, en cuarteles de invierno venecianos. Fanto amaba pasar, cuando podía, en su ciudad natal los últimos días del otoño, no regresando a sus tropas hasta que cataba el vino nuevo.
—Corren por ahí noticias, amigo Fanto —dijo Vero al prisionero—, de que has hecho dos canciones, una en la que alabas la hermosura de tu dama en un campo, en mayo, despidiéndote para la guerra, y otra en la que comparas tu vida con las hojas del bosque en otoño, que el viento lleva de aquí para allá. Busca en tu memoria la primavera pasada, porque otra ya no verás. ¿Por dónde andabas?
Fanto recordó, y sonrió.
—Por Adria, cabalgando por caminos entre cerezos, pasando el río de Julieta por vados en cuyas orillas florecía el manzano, cargando en Copparo contra los señores de Guastalla, y haciendo paces por Venecia en el claro de una robleda, en Carpi, donde nos saludó el cuco. Florecían las viñas, y los prados de Viadana eran una alfombra verde bordada en oro y carmesí.
—No verás otra, Fanto. Tengo para ti en los montes más allá del Paso della Cisa, una torre cuadrada. Antes, pasaba a sus pies un río que iba tumultuoso al Secchia, pero lo desviaron los duques de Módena para hacer leguas abajo, y a media jornada de su ciudad, un jardín de septiembre. La torre se llama Aquilasola. Y habiéndose ido el agua, todo el país es de tierra arenisca donde no nace una hierba. No volverás a ver verde en tu vida. Ya no hay prados en la vallina, y han muerto los chopos de la ribera. ¡Tierra rojiza, arenisca, tierra y solamente tierra! Te dejaremos allí con víveres para un mes. Oveja salpresa, claro, y un jarro de agua que administrarás prudentemente.
Vero rió, rieron los suyos.
—Las propias ratas abandonaron Aquilasola, Fanto, por ir a cualquier lugar de fuentes.
VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro
10 febrero 2022
Sobre el cuco (31) - Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.
El campamento dormía. Dormía quizá desde hacía siglos, esperando el regreso de César. Seguiría durmiendo mientras él no dijese que había regresado. Acaso conviniese dejar pasar el otoño y el invierno, y esperar a la primavera. Entonces, desde el podio, situado a nueve pasos de su tienda, a la sombra de las águilas, César, armado de hierro, de nostalgia y de gloria, diría: «¡Ahora son los idus de abril!». Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.
EL AÑO DEL COMETA CON LA BATALLA DE LOS CUATRO REYES
AUDIENCIA CON JULIO CÉSAR. FINAL
Álvaro Cunqueiro
09 febrero 2022
Sobre el cuco (30) - —¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés.
CERDEIRA DO MARCO
JOSÉ Onega Viador, conocido por Cerdeira do Marco, pasó toda la vida deseando tener un loro hablador. Cerdeira era un casi albino, esmirriado, friolento, metido debajo de un sombrero negro de ala ancha. Casara con una de las herederas de Sirmunde, la señora Eugenia, alta, pechugona, blanca. Parece ser que hubiera un desliz en el tiempo de varear las castañas, y por ello se hizo tal boda. Cuando murió la señora Eugenia y Cerdeira se encontró dueño del capital, decidió que habían llegado los días de comprar el loro. Además, que no le habían quedado hijos del matrimonio. En Lugo le dieron la dirección de una casa de Barcelona que mandaba, de puerta a puerta, loros, papagayos y toda clase de aves exóticas. Cerdeira escribió pidiendo precios, y le contestaron que precisamente en aquel momento tenían dos loros que hablaban francés, y que los vendían a buen precio, ya el par, ya por pieza. Le mandaban a Cerdeira la fotografía en colores de los dos loritos, y un folleto sobre la cría de estas aves, alimentación, enfermedades más propias, etc. Uno de los loros se llamaba Briand y el otro Calumet, y eran haitianos. Cerdeira fue a consultarse con Domingo de Moure, agrimensor y capador de cerdos, con licencia por León. Cerdeira se inclinaba por Briand, pero Domingo prefería a Calumet.
—¡Tiene levantada la cabeza! ¡Parece más honrado!
—¡Tira algo a soberbio! —apuntaba Cerdeira.
—¡En un forastero no está mal mirado! —sentenció Domingo.
Cerdeira se vino a razones y compró el loro Calumet. Llegó a Lugo sin novedad por La Camerana. Era pequeño, muy inquieto y en un ojo tenía una nube roja. No bien lo sacaron de la caja comenzó a saludar:
—Bon jour, mesdames et messieurs! Mon biscuit, s’il vous plait!
—Biscuit es bizcocho —dijo el maestro del Marco, que estaba presente y era alicantino.
—¡Está aviado! —comentó Cerdeira—. ¿No le serán lo mismo unas sopas en vino con azúcar?
—Voulez-vous une soupe de vin sucre? —le preguntaba el alicantino al loro.
—Landru aupoteau! —se puso a gritar este.
El maestro le explicó a Cerdeira quien fuera Landru. Después, con Domingo de Moure, discutieron cómo ir acostumbrando el loro a la cocina gallega y que se dejase de bizcocho. Calumet estaba calladito, y de vez en cuando se buscaba los piojos con el pico. Aquella jornada le dieron una galleta María mojada en leche y medio melocotón en almíbar.
—¡Sale algo caro este Calumet! —dijo Cerdeira.
El loro durmió en su percha, que la hiciera el propio Cerdeira, quien carpinteaba algo. Antes de apagar la luz, Cerdeira se quedó a solas con el loro y le advirtió:
—¡Yo soy José Onega, tu amo!
—Bon soir, papa! —le respondió Calumet.
A Cerdeira le hizo gracia lo de papá. Soñó que aprendía francés y hablaba con el loro, y este le contaba de su familia, de cómo eran la América Central y Barcelona. Pero, a la mañana siguiente, cuando Cerdeira fue a darle los buenos días al loro, este había desaparecido. Me lo contaba el propio Cerdeira:
—¡Ni rastro del loro!
Durante muchos días, mañana, tarde y noche, Cerdeira buscó a Calumet por la robleda de Eirís, por los castañares de Vilega, en las casas de los vecinos. ¡Nada! Y Cerdeira no sabía consolarse de aquella pérdida. Pasaron dos, tres años, y todavía se recordaba de Calumet.
—¡Qué pronto se había dado cuenta de que yo era su amo! Bon soir, papa!
Y se echaba a llorar. Compró un diccionario francés-español por si Calumet volvía. Un día fue Cerdeira a Lugo, y se sentó donde dicen Vilares a esperar el autobús, a la sombra de unos álamos. Levantó la cabeza porque muy cerca cantaba el cuco.
—¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés. ¡No me explico bien, quizás! Cantaba con el acento mismo de Calumet. ¿Andaría por allí? ¿Dicen algo los libros de si puede haber cría de loro y cuca?
Cerdeira nunca se consoló, repito, de la pérdida de Calumet. Cada vez aparecía más sumergido debajo del sombrero negro. Andaba con el diccionario franco-español debajo del brazo. Pescó una pulmonía y murió. Sus sobrinos me regalaron el diccionario, dentro del cual estaba la fotografía de Calumet que le mandaran de Barcelona a Cerdeira, un loro con la cabeza levantada, y encima de ella un letrero que decía On parte frangais.
SEMBLANZAS Y NARRACIONES BREVES
Álvaro Cunqueiro
08 febrero 2022
Sobre el cuco (29) - y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño
SEBASTIÁN DE CORNIDE
TRABAJABA en Barcelona en un taller de carrocerías y habiéndose comprado una chaqueta azul y pantalón gris, amén de media docena de corbatas se echó una novia murciana que se llamaba Fuensanta. Sebastián era alto y más bien flaco, y la novia era pequeña y regordeta. Era muy cariñosa y calladita, y siempre le estaba pidiendo a Sebastián que le contase algo. Sebastián era también más bien callado, y pocas cosas tenía que contar como no fuese de su aldea de Cornide, de su hermano cazador, de ir a bañarse en verano al río, de las vacas, de la feria de Monterroso, del pulpo, de un loco que había en Beade y que escupía lagartijas, y de las siembras y las cosechas, y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño. La murciana, por esto de la imitación de los pájaros por parte de Sebastián, andaba diciendo que tenía un novio músico. Lo que más sorprendía a Fuensanta de la aldea de Cornide, es que no hubiese sandías y no se fabricase allí el pimentón. Fuensanta, escuchándole a Sebastián como se preparaba el pulpo, sugirió que si ellos, ya casados, montaban un negocio de pimentón en Cornide, que surtían a Galicia toda y se harían ricos. Tanto pensaron en el pimentón y en lo solazadamente que vivirían, y lo que viajarían en vacaciones, y tanto se abrazaban y besaban cuando descubrían una nueva ventaja del asunto pimentonero, que tuvieron un niño. El niño nació cuando le habían mandado a Fuensanta desde su Murcia natal un catálogo de pimientos con las instrucciones para su cultivo. El niño nació con una mancha en la mejilla derecha. Una mancha rojiza, del tamaño de un duro, y en forma de pimiento morrón.
Sebastián dudó entre casarse o no con Fuensanta, porque él quería regresar a su aldea, que estaba cansado de Barcelona y unos tíos suyos lo llamaban ofreciéndole la herencia, y ella no estaba dispuesta a venir a Galicia si no se montaba la fábrica de pimentón. Una manía como otra cualquiera. Sebastián considerando lo de la mancha de la mejilla derecha del niño, dijo que no era bueno que el crío creciese sin padre. Hubo boda, con mucha asistencia de murcianos, y mucha guitarra y canciones. Sebastián pasaba la mayor parte de su tiempo libre intentando convencer a Fuensanta de que lo mejor era que se fuesen a vivir a Cornide, y que ya allí verían si se daban los pimientos, y si era rentable el fabricar pimentón. Y al fin decidió la Fuensanta. A la murciana le gustó Cornide, que está en un alto, y por eso allí no podía haber inundaciones del Segura, que tanto le asustaron de niña en su pueblo de Murcia. Plantó pimientos, que no se dieron muy bien, y con lo que sabía del arte de hacer pimentón, logró así como media libra para el consumo doméstico. La murciana tenía una cierta disposición para el dibujo, y con lápices de colores dibujó y coloreó una especie de etiquetas, con las que envolvió el bote en el que guardó el pimentón casero. La etiqueta decía: «Pimentón dulce de Cornide. Marca El Niño del Pimiento». Y rodeado por el letrero, apareció el hijo, con su carita redonda, y en la mejilla derecha un pimentón rojo que llegaba desde la oreja hasta el mentón. En la fiesta del patrón, sacaba el bote a la mesa, y la murciana era muy felicitada.
LAS HISTORIAS GALLEGAS
Álvaro Cunqueiro
07 febrero 2022
Sobre el cuco (28) - De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco
Suelo comer y cenar en el zaguán, en una mesa pequeña, cerca de los hombres que vuelven del trabajo del campo. Estos lo hacen por orden: los mayorales de mula y muleros, sentados; los chicos que llaman burreros, de pie. Rezamos todos al empezar y al concluir de comer.
No pinto, no escribo, no hago nada, afortunadamente. De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado.
¡Cuánta vida y cuánta vida en germen se ocultará en estas noches! —se me ocurre pensar. Los pájaros reposarán en las ramas, las abejas en sus colmenas; las hormigas, las arañas, los insectos todos, en sus agujeros. Y mientras estos reposan, el sapo, despierto, lanzará su nota aflautada y dulce en el espacio; el cuco, su voz apacible y tranquila; el ruiseñor, su canto regio; y en tanto la tierra, para los ojos de los hombres, oscura y sin vida, se agitará, estremeciéndose en continua germinación, y en las aguas pantanosas de las balsas y en las aguas veloces de las acequias brotarán y se multiplicarán miríadas de seres.
Y, al mismo tiempo de esta germinación eterna, ¡qué terrible mortandad! ¡Qué bárbara lucha por la vida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay que lamentar nada. Vivir y vivir…, esa es la cuestión.
Pío Baroja.
Camino de perfección.
Pasión mística.
La Vida Fantástica - 2.
06 febrero 2022
Sobre el cuco (27) - el cuco cantaba en un castañar, y el criado interrogábale burlonamente:—Buen cuco-rey, dime los años que viviré.
05 febrero 2022
Sobre el cuco (26) - Era como el cuco que «cuando junio llega, ronco se queda»
04 febrero 2022
Sobre el cuco (25) - El señor Maquiavelo, además de encontrar el cuco cantando en el camino de Blois
Papel de Armenia
Haciendo juego con no se sabe qué engaños, en qué estancias de la imaginación, se encuentra uno un día aficionado a un lugar que no conoce, a una nación lejana, a un país que no visitó, y se hace su amigo, y pone pasión en seguirles su peripecia, y se banderiza con ellos, poniéndose en partidario, en «hincha», o, como dicen en Italia, en tifoso. Yo soy parcialísimo de mil lejanas cosas, y a mí mismo me sorprendo viéndome metido en políticas ajenas, incluso con violencia y levantando ánimo. El señor Maquiavelo, además de encontrar el cuco cantando en el camino de Blois, en sus embajadas francesas topaba con aquellos fuorusciti, exiliados de las señorías, ciudades y estados de Italia, y se sorprendía él, que llevaba la política calentándole la sangre, del fuego de las opiniones y de la invención incansable y exasperada de arbitrios sobre noticias inventadas, rumores que van y vienen, nacidos del mismo inquieto y desasosegado ser del desterrado. Pues con decir que tengo, para algunas políticas lejanas y foráneas peripecias, el espíritu extremoso, incansable discurseador y hasta vindicativo de los fuorusciti —literalmente, «los salidos de fuera»—, está dicho todo. Y a lo mejor no más que porque me gusta un nombre de rey, de reino, de partido, de ciudad, o me sorprendió una historia que pasó allí, o porque tal rey o Roque vienen en una canción. Desde niño amo a Armenia. Y cuando supe que había perfumado papel de Armenia, lo compré para quemarlo, y todo era preguntarme a mí mismo si Mousch, si Erivan olían a papel de Armenia; en alguna novela de Tolstoi, queman papel de Armenia en una casa, deshabitada durante mucho tiempo: novela o cuento, no recuerdo ahora. Amé a Armenia, y desde los Césares de Roma poniendo y quitando rey, hasta el general Antranik de la guerra del 14, el matador de turcos, y los tashnaks, yo me sabía la aventura armenia mejor que la lista de los reyes godos. Incluso soy erudito, aunque me está mal el decirlo, en algunas cuestiones armenias, sobre si los armenios son frigios o no, como los antiguos troyanos, o sobre San Gregorio el iluminador, que en una fotografía de un icono de Erzorum que tengo ahora ante mí, tanto se parece a Saijo Rubio. Pero, naturalmente, siempre tras la figuración histórica, tras el cúmulo de imaginaciones poéticas y sentimentales, está una Armenia real, están unos armenios de carne y hueso, y no iba a dejar de preguntarme cómo serán. Los he encontrado como los amaba en los libros de William Saroyan, ese armenio nacido en América del Norte y que escribe en inglés. Y he visto que todo aquel largo y paciente amor que les tenía a Armenia y a los armenios, no había sido perdido. He sido recompensado, ahora, por los armenios de Saroyan.
Quizás los armenios de las historias de Saroyan, si hemos de creer las últimas noticias, sean los únicos armenios que a estas alturas estén vivos. El tío de Saroyan, plantador de granados, y aquel otro, Sarkis de nombre, que dejó la aldea de Guikis, en Armenia, el año 1908, y se fue para Nueva York, y el barbero Aram, que tiene su peluquería en calle Mariposa de no sé que ciudad de California, y cuyo tío, aquel pobre Misak, que amaba a todo el género humano, que amaba los pájaros y los peces y hasta las fieras de la selva, murió porque un tigre cerró su boca cuando el pobre Misak tenía la cabeza dentro; en un circo, en Teherán, sucedió esto. Y el camarero de la cervecería de Rostof. Cuando leía cómo Saroyan entró en la cervecería de Rostof y reconoció en el camarero a un armenio, un paisano, yo hubiera querido ser armenio y entrar con Saroyan, y reconocer al paisano emigrado y resucitar en él la tierra, la raza, la lengua, el pasado y el destino. «¡Aquel oscuro armenio de Moush! Me hacía bien el verlo. Dijo el armenio de Moush: ¡Vaya, vaya, vaya! Lentamente lo decía, con alegría, con deliberada lentitud. Sus gestos armenios, ¡significaban tanto! El golpear con sus manos en las rodillas, el reír a gritos. Y el blasfemar. Burlarse del mundo y de sus grandes ideas. Las palabras armenias, la mirada, el gesto, la sonrisa, y a través de esto, fulminantemente, la resurrección de la raza, fuera del tiempo y de nuevo fuerte, pese a los años pasados, y a las ciudades que habían sido destruidas, padres, hermanos, hijos muertos, lugares olvidados, sueños violados, corazones vivientes entenebrecidos por el odio… Que las grandes potencias intenten destruir a los armenios. A ver si lo consiguen. Echadlos de su casa al desierto, sin pan, sin agua. Quemad las casas, las iglesias. A ver si no vuelven a vivir, a reír, si toda la entera raza no vuelve a vivir cuando dos de ellos se encuentren en una cervecería, y rían, y hablen en su lengua y beban…» Nosotros los gallegos, tenemos nuestras gentes dispersas por el mundo. Entrar en Rostof en una cervecería y encontrar un gallego, o irse a cortar el pelo en una ciudad de California a una peluquería de la calle Mariposa, y que el barbero fuere gallego. Digo eso para que se pueda ver mejor cuan entrañablemente amigos se me han hecho ahora, con Saroyan, los armenios. Ya no he de contentarme con el obispo don Mártir que vino a Compostela, ni con el rey Aartos, que tenía un caballo volador, ni como Garam, el que casó con doncella tártara, y ésta era muda, y el príncipe le enseñó a hablar por hilos de colores… Ya Armenia me es más que una provincia de humo azulado, más que el humo perfumado del papel de Armenia en una habitación, en una casa de aldea, una tarde de otoño. El humo del papel de Armenia lo es de las lejanas cabañas de Armenia, de Guiki, de Moush de Merián.
NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro
03 febrero 2022
Sobre el cuco (24) - del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año
El cuco en Armagh
No hace falta decir lo que me gustaría ir un día de abril o mayo a Armagh a escuchar el cuco en los árboles que rodean cualquiera de las dos catedrales. ¡Cucos con el acento mismo de Ossian, el sonoro mago, bardo y cabalgador…! Hay que suponer que los cucos de Armagh no distinguirán de catedral, la católica y la protestante. Las dos se llaman de San Patricio. Los protestantes se establecieron en la antigua, famosa por su cripta del siglo IX, donde está enterrado Brian Boru, el gran héroe, más fuerte que Sansón, vencedor de normandos en la batalla de Clontarf, en el 1014. Hubo la muerte Brian Boru porque se quedó admirado de la destreza de un danés, que, caído en el verde campo, tendió el arco y le disparó una flecha emplumada. Fue tan gracioso el gesto, venía la flecha tan ondeante de cola, que Brian Boru siguió su viaje, asombrado, sin percatarse de que venía a hacer nido en su indomable corazón… Y si los cucos no distinguen de catedral, es de suponer que no los haya entre ellos católicos y protestantes, sino cucos simplemente, avecillas libres en el bosque, augurando viajes y bodas. Lo mismo que en mi valle natal, oscuros mánticos de oscura pluma.
Quede, con estas líneas escritas a vuela pluma, saludado el cuco que me saludó, viéndome entrar al obrador de Vendaval.
NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro
21 de noviembre
El 21 de noviembre de 1975, Buenos Aires empezó siendo una mañana fría, soleada, menos húmeda que de costumbre. Como todos los viernes...