06 junio 2021

6 de junio

El viajero entra en una tienda donde hay de todo.

—¿Tienen ustedes algo típico de aquí, algo que me pueda llevar como recuerdo de Guadalajara?

—¿Algo típico, dice?

—Pues, sí… Eso digo.

—No sé… ¡Como no busque usted bizcochos borrachos!

El viajero, en una talabartería pequeñita, que huele a cuero y a grasa, y que tiene un amo orondo y bien nutrido, que casi no cabe dentro, compra una testera de cuero.

—¿Es para mula?

El viajero duda un momento.

—Sí, señor, para mula; un muleto portugués que es una alhaja. Lo quiero enjaezar de primera. Ya volveré por aquí. Se lo voy a regalar a un tío de mi señora, que es cura. En mi país los curas montan en mula, ¿sabe usted?, no es como aquí, que se suben a los coches de línea. El tío de mi mujer se llama don Rosendo y es canónigo ya. Al muleto le puse Capitán; el otro día me daban el doble de lo que di por él.

El viajero, cuando termina su discurso, se da cuenta de que no hubiera hecho falta mentir tanto. El talabartero ni le escuchó.

—Ésta es buena; es la mejor.

—Muy bien; pues ésa… Oiga: ¿me quiere poner por detrás la firma y la fecha? Es para que el tío de mi señora vea que no le engaño, que es verdad que la compré en Guadalajara.

—Sí, señor. ¡Luisito! ¡Luisito!

De la negra trastienda llega una voz infantil, quebrada.

—¡Va!

—Oye, hijo, firma aquí esto; es para este señor.

El niño mira para el viajero, saca del cajón la pluma y la tinta, y, con una hermosa caligrafía de pendolista bisoño, pone detrás de la testera, sobre el crudo cuero: Casa Montes. Guadalajara, 6 de junio de 1946.

Camilo José Cela
Viaje a la Alcarria

Con el morral a la espalda y la cantimplora sujeta al cinturón, el viajero recorre los caminos y los pueblos de la Alcarria. De trecho en trecho va viviendo curiosos encuentros, minúsculas anécdotas y sorprendentes conversaciones que, impertérrito, transcribe con una suave prosa que aúna realismo, comicidad y ternura… Al finalizar el viaje queda este entrañable libro que demuestra las palabras de su autor: «El escritor, aun el que más sedentario pueda parecer, es siempre un irredento vagabundo y ése es su mayor timbre de gloria y libertad».

Con Viaje a la Alcarria, Cela inicia sus incursiones en un género en el que se ha revelado como un maestro excepcional: el libro de viajes. A Viaje a la Alcarria (1952) siguieron Del Miño al Bidasoa (1952), Primer viaje andaluz (1959), Viaje al Pirineo de Lérida (1965), libros que, a pesar de su carácter documental, no están exentos de virtuosismo estilístico, y en los que se recogen artísticas descripciones de paisajes, libros en los que Cela ofrece a menudo todo tipo de personajes y situaciones de la vida cotidiana que observa con detalle sin emitir juicio alguno sobre unos y otras, y que sabe trasladar a unas páginas de cuidadísima elocución, en las que suele aflorar, por momentos, un lirismo capaz de despertar en cualquier lector una contenida emoción. Este Viaje a la Alcarria comienza el 6 de junio de 1946 y concluye diez días después, el 15 de junio en el descubrimos una prosa en la que no se sabe qué admirar más: si su flexibilidad, dinamismo y expresividad, su aparente despreocupación formal, o ese estilo tan personal fruto de la más concienzuda elaboración literaria. Para entender el concepto que Cela tiene de lo que deben ser los libros de viaje, nada mejor que sus propias palabras entresacadas de la «Nota a la primera edición de Austral»: «En el Viaje a la Alcarria —escribe Cela—, las cosas están contadas un poco a la pata la llana y tal como son o como se me figuraron. En esto de los libros de viajes, la fantasía, la interpretación de los pueblos y de los hombres, el folklore, etc., no son más que zarandajas para no ir al grano. Lo mejor, según pienso, es ir un poco al toro por los cuernos y decir aquí hay una casa, o un árbol, o un perro moribundo, sin pararse a ver si la casa es de éste o del otro estilo, si el árbol conviene a la economía del país o no y si el perro hubiera podido vivir más años de haber sido vacunado a tiempo contra el moquillo. En los libros de viajes suele sobrar la pedantería, que también es lo más fácil de poner».


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