14 junio 2021

12 de junio

Mi mujer se fue allí a mediados de mayo, vino a Los Ángeles a pasar un par de fines de semana y tenía que volver aquí para asistir a una fiesta el 12 de junio, pero no apareció. Desde entonces no he vuelto a verla.

—¿Qué ha hecho usted? —le pregunté.

—Nada. Absolutamente nada. Ni siquiera he ido por allí.

Esperó. Deseaba que le preguntara por qué.

—¿Por qué? —pregunté.

Echó hacia atrás el sillón para abrir un cajón que tenía cerrado con llave. Sacó de él un papel doblado y me lo entregó. Lo desdoblé y vi que era un telegrama. Lo habían cursado en El Paso el día 14 de junio, a las nueve diecinueve de la mañana. Iba dirigido a Derace Kingsley, Carson Drive, 965, Beverly Hills, y decía:

Cruzo frontera para pedir divorcio en México. Stop. Me caso con Chris. Stop. Adiós y buena suerte. Crystal.

Lo dejé sobre mi lado de la mesa y él me entregó una fotografía grande y clara, en papel brillante, en la que se veía a un hombre y a una mujer sentados en la arena bajo una sombrilla de playa. El hombre llevaba un calzón de baño y la mujer un bañador de rayón blanco muy atrevido. Era una rubia delgada y joven. Tenía muy buen tipo y sonreía. Él era un hombre corpulento, de tez morena, guapo, de hombros y piernas fuertes, pelo oscuro liso y brillante y dientes blancos. Un metro ochenta del tipo habitual de destructor de hogares. Unos brazos fuertes para abrazar y todo el cerebro en la cara. Llevaba unas gafas de sol en la mano y sonreía a la cámara con una sonrisa fácil lograda a base de mucha práctica.

—Ésa es Crystal —dijo Kingsley—. Y él es Chris Lavery. Pueden quedarse el uno con el otro y que se vayan los dos al infierno.

Puse la foto sobre el telegrama.

—Bien. ¿Cuál es el problema entonces? —le pregunté.

—Allí no hay teléfono —me dijo— y la fiesta para la que tenía que venir Crystal no era muy importante, así que hasta que me llegó el telegrama no me preocupé gran cosa del asunto. El telegrama no me sorprendió demasiado. Crystal y yo no nos entendemos desde hace años. Ella vive su vida y yo la mía. Tiene dinero, y mucho. Unos veinte mil dólares de renta anual procedentes de una empresa familiar que posee valiosas concesiones de petróleo en Texas. Ella tiene aventuras y yo sabía que Lavery era uno de sus amiguitos. Me sorprendió, quizá, que quisiera casarse con él, porque ese hombre no es más que un donjuán profesional, pero hasta ese momento todo entraba dentro de lo que podía considerarse normal, ¿me comprende usted?

—¿Y luego?

—Durante dos semanas, nada. Después me llamaron del hotel Prescott, de San Bernardino, y me dijeron que un Packard Clipper, con la patente a nombre de Crystal Grace Kingsley y con mi dirección, estaba abandonado en su garaje y que qué hacían con él. Les dije que me lo guardaran allí y les mandé un cheque. Tampoco era raro eso. Pensé que Crystal se encontraba fuera de California, y que, si se había ido en coche, se habría ido en el de Lavery. Pero anteayer me encontré a Lavery delante del Athletic Club que está ahí en la esquina y me dijo que no sabía dónde estaba Crystal.

Raymond Chandler
La dama del lago
Todo Marlowe

Solitario, cínico y escéptico, Philip Marlowe es, junto a Sam Spade, el detective más famoso de todos los tiempos. De algún modo, todos los grandes detectives que a partir de los años cuarenta ha dado la novela negra no hacen más que recrear al inolvidable Marlowe, concebido inicialmente por Raymond Chandler como una suerte de alter ego.

Este volumen contiene íntegramente las siete novelas y los dos cuentos protagonizados por Philip Marlowe, principio y final de su obra: El confidente (1934) y, ya póstumamente, El lápiz (1961). Entre ellos, El sueño eterno (1939), la primera gran novela negra de Chandler, en la que el detective investiga el chantaje a un anciano millonario por la deuda de juego de una de sus hijas. En Adiós, muñeca (1940), para muchos su mejor obra, sigue al gigante Moose Malloy en la búsqueda desesperada de su «pequeña Velma», pero termina enredándose en las turbulencias de un hampón. En La ventana alta (1942), lo que persigue es el rastro de una moneda valorada en una fortuna para acabar donde suele: en las alcantarillas del engaño, la violencia y el delito. En La dama del lago (1943) la corrupción y el crimen se desencadenan tras la desaparición de una mujer sin atributos. La hermana pequeña (1949) servirá de transición a El largo adiós (1954), la cima del género negro y de Chandler, quien aún nos regalará Playback (1954).

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