19 junio 2021

19 de junio

¡Qué fácil hubiera sido romper con ella! Lo difícil era confesar su caída como un último acto de amor y penitencia, crear un pacto que los trascendiera a ambos.

Julio sintió un latido en las sienes. ¿Tendría el mezcal el mismo efecto en los otros? A través de la puerta de mosquitero creyó distinguir el resplandor que llegaba de una ventana ilocalizable, una brillantez difusa que otorgaba al patio una vibrante liquidez de acuario. ¿Dónde estaba Alicia?

En la biblioteca, el tiempo parecía deslizarse hacia sí mismo. Ramón López Velarde volvía a morir, el 19 de junio de 1921. Justo entonces, el padre dijo:

—El poeta nunca usó reloj, pero poco antes de morir sacó del armario uno que le había dado su tío Sinesio. No servía, pero lo llevó consigo. ¿Por qué lo hizo? En «El minuto cobarde» se refiere al valor simbólico del tiempo y al venenoso castigo por alterar su curso. Así cayó López Velarde, se arriesgó a robarle un instante irregular al siglo, «envenenado en el jardín de los deleites».

Cuando el poeta empezaba a convertirse en un cuarto comensal en la biblioteca, Luciano abrió la puerta. Llevaba una linterna. El chorro de luz deslumbró a Julio.

—Licha llegó hace rato —informó el sobrino—, pero no se siente bien. Ya le di una cafiaspirina. Que cenemos solos.

Luciano volvió a salir al patio.

—Es tan bueno —dijo Donasiano—, y me recuerda tanto a su madre. ¿Te acuerdas de ella? —Se volvió hacia Julio.

El tío lo vio sin ironía. Veinticuatro años después, el escándalo de una familia se disipaba en esa bruma: «¿Te acuerdas de ella?»

Una mujer robusta entró en el salón. Llevaba un platón de cerámica en el que brillaba un queso fresco.

—¡Al fin, Herminia! ¿Fuiste a ordeñar ovejas para hacer el queso? —le preguntó el tío.

La mujer dejó el platón sobre una mesita de cuero crudo. Salió del cuarto sin decir palabra.

Monteverde comió con apetito el queso con totopos, pero esto no frenó su discurso:

—¿Qué sería de los poetas amorosos sin los límites morales? Los obstáculos fomentan raras soluciones. Piense nomás en lo que se ha dicho gracias al soneto, que obliga a ser libre entre catorce rejas. Lo mismo se puede decir de la moral, ¡es la métrica del cielo! —el padre rió y un trocito de queso fue a dar a una piel de coyote; luego siguió, imperturbable—: No crea que voy a hacer una defensa de la represión para justificar las heridas de amor. Lo decisivo es que el sexo sólo es poético si se convierte en un canijo problema.

Juan Villoro
El testigo

Julio Valdivieso, intelectual mexicano emigrado a Europa, profesor en la Universidad de Nanterre, vuelve a su país después de una larga ausencia. El PRI ha perdido al fin las elecciones y se inicia un peculiar período de transición. Pero esta vuelta a un presente muy distinto del que dejara cuando se fue, se convertirá en una oportunidad de descifrar su pasado, el de su familia, el de su país, en una novela que despliega su trama como un inquietante mecanismo de precisión. Y en ese retorno extático y terrible se suceden los reencuentros que lo llevan a las claves de un amor perdido, a un episodio de la guerra cristera del que depende su propio nombre, a la leyenda viva del poeta Ramón López Velarde, el primer poeta moderno de México… Una irónica revisión de los mitos y de la condición mediática del mundo contemporáneo y una exultante reivindicación de la poesía como sustrato perdurable en el caos de la historia. Una de las novelas más ambiciosas y logradas de la literatura mexicana y latinoamericana contemporánea, que sitúa a su autor en la primerísima fila de escritores de su generación.

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