11 junio 2021

11 de junio

Después de escuchar a Dusser se busca a Betancourt, el enterrador. Se enteran de que ha muerto; pero su viuda vive aún, y su deposición es interesante. Refiere que el 11 de junio de 1795, muy de mañana, su hombre, que se hallaba trabajando en la fosa común, la llamó y la invitó a descender al hoyo. Cuando ella saltó al agujero, Betancourt, «hundiendo su pala en distintos sitios», le hizo observar que «debajo no había ya nada». Se quejó la mujer de que la importunara por tan poco y él la dijo: «¡Vaya! ¿No tienes curiosidad?… ¿No me preguntas siquiera qué ha sido de este féretro?». A continuación le dijo que no sería nunca más que una bestia, y ella regresó a tender su colada, y le vio de lejos «con los brazos cruzados apoyados sobre su pala, como un hombre que piensa». Poco después la confió que él fue quien retiró de la fosa, en la misma noche del día en que fue enterrado, el féretro del Delfín, y lo había enterrado «en una fosa cavada junto a los cimientos de la iglesia, bajo la puerta del crucero de la derecha».

La indagatoria de los agentes de M. Decazes conducía, pues, a cuatro versiones: la fosa común, el lugar designado por Voisin, el indicado por Dusser y el traslado clandestino llevado a cabo por Betancourt. Y aún se presenta una quinta: Santos Charpentier, jardinero jefe del Luxemburgo, compareció a declarar que, tres días después de la inhumación en Santa Margarita, el féretro del principito había sido transportado al cementerio de Clamart y enterrado en su presencia y la de algunos miembros del Comité de la sección. Y aún había más variaciones del mismo tema. Una de ellas surge de una notita, sin fecha y sin firma, conservada en los Archivos Nacionales, y en la que se certifica que las excavaciones practicadas en el cementerio de Santa Margarita han tenido por resultado el descubrimiento de «una piedra rota y una caja de plomo que contiene unos papeles que han sido enviados al ministro de Policía»; la otra, de la que no parecen haber tenido noticia los investigadores de 1816, procede del general conde de Audigné; encarcelado en el Temple en 1801, se había entretenido con alguno de sus compañeros de cautiverio en remover la tierra del jardín de la prisión: en sus excavaciones encontraron el esqueleto «de un muchacho que había sido enterrado en cal viva». Los huesos fueron vueltos a cubrir respetuosamente; pero Fauconnier, conserje del Temple en aquella época, se hallaba presente a esta exhumación fortuita: «¿Es éste evidentemente —le preguntó Audigné— el cuerpo de Monseñor el Delfín?». Fauconnier pareció un tanto embarazado, pero contestó sin vacilar: «Sí, señor».

G. Lenotre
El enigma del Temple
(Luis XVII)

Tomando como referencia sólo los documentos oficiales y los testimonios autorizados, descuidando deliberadamente las conmovedoras y sospechosas leyendas bajo las que con demasiada frecuencia desaparece el tejido de esta dolorosa historia, el eminente historiador G. Lenotre nos ofrece, en esta notable obra, una nueva solución a lo que Louis Blanc llamaba «el Misterio del Temple»: «una solución parcial», dice, «pero inesperada», que tiene la ventaja de una conexión rigurosa con lo que se conoce sobre la historia del Temple. Parece que se pueden identificar los puntos más destacados de este estudio: El señor G. Lenotre establece que no fue precisamente la Convención, sino la Comuna la que exigió que se le entregara la familia real. Fueron los revolucionarios Chaumette y Hébert, comisarios de la Comuna, los que estuvieron moviendo esos hilos en la sombra. El historiador dibuja un vivo retrato de ellos, los encuentra, los desenmascara. Demuestra que, como la mayoría de sus contemporáneos, no creían en la perpetuidad del régimen revolucionario, que preveían el restablecimiento de la realeza y que al apoderarse del Delfín se aseguraban un rehén. Tras algunas obscuras maquinaciones, se decidió la destitución de quien había sido designado el guardián del niño, el zapatero Simon, cuya esposa cuidaba afectuosamente del Delfín. La partida de Simon coincidió con la desaparición del niño real, ya que desde ese día Madame Royal, su hermana, que vivía en el piso superior, que lo veía de vez en cuando, que lo oía tocar y cantar, no volvió a verlo ni a saber de él. Las conjeturas se inclinaron por que hubo una sustitución del pequeño rehén. Robespierre y Barras así lo creyeron. Más aún; llegaron a pensar que el prisionero había sido sustituido por un doble. Por eso, a pesar de la benévola orden del Directorio de reunir a los hijos de Luis XVI y María Antonieta, los hermanos nunca volvieron a estar juntos, en ningún momento. ¿Qué fue del niño real? G. Lenotre no pretende arrojar ninguna luz definitiva sobre el misterio. Pero examina el caso de Mathurin Bruneau y Hervagault y sugiere que este último bien podría haber sido el verdadero Delfín. Y tal vez este desgraciado, que murió en Bicêtre donde fue internado como un loco, era el duque de Normandía.

«El último rey legítimo de Francia…» (Le Figaro, 1921).

«Un estudio magistral, basado especialmente en el examen de los archivos del Consejo General de la Comuna. A pesar de algunas interpretaciones cuestionables, la obra sigue siendo una referencia». (Jean-Baptiste Rendu, «El enigma de Luis XVII», 2011).

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