Después de escuchar a Dusser se busca a Betancourt, el enterrador. Se enteran de que ha muerto; pero su viuda vive aún, y su deposición es interesante. Refiere que el 11 de junio de 1795, muy de mañana, su hombre, que se hallaba trabajando en la fosa común, la llamó y la invitó a descender al hoyo. Cuando ella saltó al agujero, Betancourt, «hundiendo su pala en distintos sitios», le hizo observar que «debajo no había ya nada». Se quejó la mujer de que la importunara por tan poco y él la dijo: «¡Vaya! ¿No tienes curiosidad?… ¿No me preguntas siquiera qué ha sido de este féretro?». A continuación le dijo que no sería nunca más que una bestia, y ella regresó a tender su colada, y le vio de lejos «con los brazos cruzados apoyados sobre su pala, como un hombre que piensa». Poco después la confió que él fue quien retiró de la fosa, en la misma noche del día en que fue enterrado, el féretro del Delfín, y lo había enterrado «en una fosa cavada junto a los cimientos de la iglesia, bajo la puerta del crucero de la derecha».