16 de abril
Alejandro Sierra nos cuenta que por este tiempo, en los meses de abril y mayo, se queda horas mirando el cielo a la espera del paso de las grullas que vienen del sur y viajan hasta Siberia. De pronto, nos dice, se oye a lo lejos un graznido metálico y tumultuoso, y a los pocos minutos aparecen ellas, como reinas de Saba, volando en forma de delta, como una ciudad imposible. También nos habla de las cigüeñas que regresan para la fiesta de san Blas y se las puede ver recién ubicadas en los techos y en los campanarios.
Elvira, que como él goza del paso de las estaciones, queda entusiasmada en la conversación, mientras yo miro con admiración a este amigo, que como los grandes intelectuales españoles, nunca abandona el cable a tierra; la abstracción en ellos mantiene los filamentos arraigados.
En España, aún las reuniones con intelectuales suelen comenzar y terminar tomando algo en un bar, y en las casas, con alguna partida de «mus».
Acá las ideas no se abstraen de las cosas que nombran, muy diferente a Francia y su intento de claridad. Elvira me recuerda que para Heidegger el arte está hecho de tierra y mundo; la tierra, mientras es inconquistable, guarda en su oscuridad la posibilidad de la vida, como el vientre de la madre. Cerrada, oscura, pero fecunda.
Pienso en el corazón del hombre, en eso que aún hoy a mis noventa años permanece incomprensible para mí. Y no hablo del inconsciente, hablo de algo más misterioso, más allá de cualquier conocimiento. Como si el origen de la vida se nos escapara como se nos van los sueños cuando los queremos despertar; o al menos se cubrieran para defenderse de nuestra pretenciosa abstracción.
Busco lo que escribí en la década de los cincuenta, en Hombres y engranajes, y que se ha cumplido, trágicamente.
La deshumanización es el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre masa, ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Éste es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa.
¿Cómo saltar de este mecanismo en que está encerrada gran parte de la humanidad, que se expande junto a las guerras y a esa aplastante tragedia que es «el pensamiento único»? Es utópico, sí, pero es la pregunta que debiéramos hacernos a toda hora.
Ernesto Sàbato
España en los diarios de mi vejez
La experiencia de Ernesto Sàbato por España durante los dos últimos viajes es el eje vertebrador de este cuaderno de bitácoras intimo y vital. Sàbato emprende el viaje a principios del 2002, cuando la Argentina parecía derrumbarse para siempre. Entonces, fiel a su estilo, a sus obsesiones y a su situación personal, su mirada se hace más aguda y su reflexión necesaria. Estas páginas permiten visitar a un Sàbato más cercano y viajar en su compañía.
Éste libro que se lee con el deleite de quien sacia la sed. Un texto hecho de pinceladas de infancia, de lecturas, de anécdotas que constituyen el perfecto retrato del artista, de reflexiones sobre la creación literaria o la vejez y el olvido, sobre temas eternos y actuales —desde la doble naturaleza del hombre hasta la globalización, la migración, la marginación y la injusticia—, o de comparaciones entre la Argentina y España, agudas y cariñosas, pero siempre llenas de contrastes.
«España en los diarios de mi vejez es a la vez un documento de gran dignidad moral y un texto literario de arte supremo, que arroja particular vislumbre sobre un mundo en descomposición; en este sentido, la alianza entre rotundidad expresiva, emotividad, y lucidez ética lo convierte en un testimonio de enorme valor intelectual.» PERE GIMFERRER
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