Claud había escrito para decirle a Flora que probablemente la invitación llegaría alrededor del 19 de abril. Así que la mañana de aquel día 19 bajó a la cocina a desayunar con una agradable sensación de nerviosismo no exento de esperanza.
Eran las ocho y media de la mañana. La señora Beetle había terminado de fregar el suelo y estaba sacudiendo el felpudo en el patio, inundado de sol. (A Flora siempre le sorprendió ver que el sol pudiera brillar en el patio de Cold Comfort; tenía la sensación de que el ambiente de la casona era suficiente para cortocircuitar los rayos justo en el exterior de los muros).
—¡Buenos días! —graznó la señora Beetle, tras lo cual añadió que se las arreglarían bastante bien con que lo fueran sólo un poco.
Flora aceptó los saludos con una sonrisa, y cruzó la cocina hasta la alacena para coger su pequeña tetera verde (un regalo de la señora Smiling) y la lata de té chino. Se asomó para echar un vistazo al patio y se alegró al ver que ninguno de los varones Starkadder rondaba por allí. Elfine había salido a dar un paseo. Judith probablemente estaba llorando desesperada sobre su cama, mirando con ojos plomizos el techo en el que las primeras moscas del año estaban comenzando a dar vueltas y a zumbar monótonamente.
De repente, el toro bramó con su mugido áspero y granate. Flora se quedó quieta, con la tetera en la mano, y miró pensativamente al otro lado del patio, hacia el establo.
—Señora Beetle —dijo con severidad—, creo que habría que sacar al toro de ahí. ¿Podría ayudarme? ¿Le dan miedo los toros?
—Sí —dijo la señora Beetle—. Me dan miedo los toros. Así que mejor que no lo saque de ahí, señorita, a no ser que quiera que me quede aquí hasta la medianoche. Ni por todo el oro del mundo, señorita Poste: no saldría aunque eso me matara.
—Podemos sacarlo por la puerta con la horca, o como se llame eso —sugirió Flora, señalando la herramienta que permanecía colgada por dos ganchos al lado del establo.
—No, señorita —dijo la señora Beetle.
—Bueno, pues abriré la cancela e intentaré que salga —dijo Flora, que tenía un miedo horroroso de los toros, y de las vacas también, en realidad—. Usted agítele el delantal para que salga, señora Beetle, y grite.
—Sí, señorita. Subiré y me asomaré por la ventana de su habitación —dijo la señora Beetle—, y le gritaré al toro desde allí. El sonido llegará mejor desde la ventana…
Y se metió para dentro como un rayo antes de que Flora pudiera detenerla. Unos instantes después Flora la oyó gritar y chillar desde la ventana que había en el piso superior de la casona.
—¡Vamos, señorita Poste, ya estoy aquí!
Flora estaba bastante asustada. La situación parecía haberse desarrollado mucho más deprisa de lo que ella misma habría podido imaginar. Estaba sencillamente aterrorizada. Se quedó allí, paseando inútilmente de un lado para otro con la tetera en la mano, e intentando recordar todo lo que había leído a propósito de los toros. Atacaban a las cosas rojas. Bueno, al menos no la embestiría a ella: aquella mañana iba de verde. También había leído que eran bestias de tendencias salvajes, especialmente en primavera (estaban a mediados de abril, y los árboles estaban ya verdeando). Te podían cornear…
Gran Negocio volvió a mugir. Era un sonido áspero y lúgubre; pudo distinguir antiguos lamentos y bramidos podridos en aquellos mugidos. Flora cruzó el patio y empujó la cancela que daba a los anchos campos frente a la granja, y la ató para que permaneciera abierta. Entonces descolgó la horca o comoquiera que se llamase aquel artefacto, y, situándose a una cómoda distancia del establo, retiró el tranco con la herramienta, y vio cómo el portón se balanceaba lentamente y se abría.
Y entonces apareció Gran Negocio. La cosa fue bastante menos espectacular de lo que Flora había supuesto. Durante unos instantes el toro permaneció allí, un tanto desconcertado por la luz, balanceando su gran cabezota como un estúpido. Flora no se movió.
—¡Eeeeeh, eeeeh, toro! ¡Vamos, vamos, pedazo de animal! —chilló la señora Beetle.
El toro avanzó por el patio, aún con la cabeza gacha, y cruzó la cancela. Flora lo siguió con precaución, con la horca en ristre. La señora Beetle le gritó que por el amor de Dios que tuviera cuidado. En un momento dado, Gran Negocio se volvió hacia ella, y Flora hizo un movimiento resuelto con la horca. Entonces, para su alivio, el toro cruzó la cancela de la granja y se adentró en el prado; entonces ella cerró la cancela y la atrancó antes de que el animal tuviera siquiera tiempo de darse la vuelta.
Stella Gibbons
La hija de Robert Poste
Brutalmente divertida, dotada de un ingenio irreverente, narra la historia de Flora Poste, una joven que, tras haber recibido una educación «cara, deportiva y larga», se queda huérfana y acaba siendo acogida por sus parientes, los rústicos y asilvestrados Starkadder, en la bucólica granja de Cold Comfort Farm, en plena Inglaterra profunda.
Una vez allí, Flora tendrá ocasión de intimar con toda una galería de extraños y taciturnos personajes: Amos, llamado por Dios; Seth, dominado por el despertar de su prominente sexualidad; Meriam, la chica que se queda preñada cada año «cuando florece la parravirgen»; o la tía Ada Doom, la solitaria matriarca, ya entrada en años, que en una ocasión «vio algo sucio en la leñera». Flora, entonces, decide poner orden en la vida de Cold Comfort Farm, y allí empezará su desgracia.
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