Salió de la habitación. Yo miraba, a mis pies, los charcos de luz que formaban los rayos del sol en la alfombra de lana blanca. Luego, las tablas de la tarima, y la mesa rectangular, y el maniquí viejo que había sido de «Denise». ¿Será posible que acabe uno por no reconocer un sitio en el que ha vivido?
Volvía con algo en la mano. Dos libros. Una agenda.
—A Denise se le olvidó llevarse esto cuando se fue… Tenga, se lo doy…
Me sorprendía que no hubiera metido esos recuerdos en una caja, igual que Stioppa de Djagoriew y el ex jardinero de la madre de Freddie. En resumidas cuentas, era la primera vez, durante aquella investigación mía, en que no me daban una caja. Me hizo reír ese pensamiento.
—¿Qué le hace gracia?
—Nada.
Miraba las tapas de los libros. En una, la cara de un chino con bigote y sombrero hongo asomaba entre una bruma azul. Un título: Charlie Chan. La otra tapa era amarilla y, en la parte de abajo, me llamó la atención un antifaz en que estaba pinchada una pluma de ganso. El libro se llamaba Anónimos.
—La de novelas policíacas que leía Denise —me dijo—. También está esto…
Y me alargó una agendita de cocodrilo.
—Gracias.
La abrí y la hojeé. No había nada escrito: ni nombres ni citas. En la agenda venían los días y los meses, pero no el año. Acabé por descubrir, entre las páginas, un papel que desdoblé:
República Francesa
Prefectura del departamento del Sena
Extracto del registro de partidas de nacimiento del distrito XIII de París
Año 191721 de diciembre de mil novecientos diecisieteNacimiento a las quince horas en el 19 del muelle de Austerlitz de Denise Yvette Coudreuse, mujer, hija de Paul Coudreuse, y de Henriette Bogaerts, sus labores, domiciliados en la dirección antedichaContrajo matrimonio el 3 de abril de 1939 en París (distrito XVII) con Jimmy Pedro Stern.Extracto certificado.París, a dieciséis de junio de 1939
—¿Ha visto esto? —dije.
Lanzó una mirada sorprendida a aquella partida de nacimiento.
—¿Conoció a su marido? ¿A ese… Jimmy Pedro Stern?
—Denise no me dijo nunca que estuviera casada… ¿Usted lo sabía?
—No.
Me metí la agenda y la partida de nacimiento en el bolsillo interior de la chaqueta, junto con el sobre en el que estaban las fotos y, no sé por qué, me cruzó una idea por la cabeza: la de ocultar dentro del forro, en cuanto me fuera posible, todos estos tesoros.
—Gracias por haberme dado estos recuerdos.
—No hay de qué, señor McEvoy.
Me supuso un alivio que repitiera mi apellido porque no lo había oído demasiado bien cuando lo dijo la primera vez. Me hubiera gustado apuntarlo allí mismo, en el acto, pero no estaba seguro de cómo se escribía.
—Me gusta cómo pronuncia usted mi apellido —le dije—. Resulta difícil para una francesa… Pero ¿cómo lo escribe? Todo el mundo lo escribe mal…
Lo dije con tono travieso. Sonrió.
—M… C… E mayúscula, V… O… Y —deletreó.
—¿En una sola palabra? ¿Está segura?
—Completamente segura —me dijo como si estuviese desactivando una trampa que le tendía yo.
Así que era McEvoy.
—Bravo —le dije.
—Nunca hago faltas de ortografía.
—Pedro McEvoy… Menudo nombre raro el mío, ¿no le parece? Aún me cuesta acostumbrarme a veces.
Patrick Modiano
Calle de las Tiendas Oscuras
Premio Goncourt
Guy Roland es un hombre sin pasado y sin memoria. Ha trabajado durante ocho años en la agencia de detectives del barón Constantin von Hutte, que acaba de jubilarse, y emprende ahora, en esta novela de misterio, un apasionante viaje al pasado tras la pista de su propia identidad perdida. Paso a paso Guy Roland va a reconstruir su historia incierta, cuyas piezas se dispersan por Bora Bora, Nueva York, Vichy o Roma, y cuyos testigos habitan un París que muestra las heridas de su historia reciente. Una novela que nos sitúa ante un yo evanescente, un espectro que trata de volverse corpóreo en un viaje de retorno a un tiempo olvidado. Pero esta búsqueda es también una poderosa reflexión sobre los mecanismos de la ficción, y Calle de las Tiendas Oscuras es una novela sobre la fragilidad de la memoria que, sin duda, perdurará en el recuerdo.
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