Hadley hizo comparecer sucesivamente al director de la agencia de alquiler de automóviles, quien explicó en qué circunstancias el automóvil amarillo había sido alquilado y luego devuelto a la agencia; a un empleado de la misma, quien describió a la joven que, la noche del 6 de abril, había devuelto el auto a la agencia, pero no se había presentado en el despacho para retirar su fianza de cincuenta dólares. Después el fiscal interrogó a un experto, que testificó haber hallado huellas dactilares en los pabellones quince y dieciséis del Staylonger Motel durante la noche del 6 al 7 de abril. Sacó varias huellas que él había examinado y seleccionado como «significativas».
—¿Y en qué sentido las encuentra usted significativas? —preguntó Hadley.
—Porque hallé otras huellas similares en el automóvil que acaba de describir el testigo precedente —repuso el experto.
Mediante una serie de preguntas, Hadley consiguió establecer que ciertas huellas encontradas por una parte en los pabellones quince y dieciséis y por otra parte en el automóvil, correspondían indudablemente a las del acusado, Stewart G. Bedford.
—Su turno —dijo secamente a Mason.
—Entre las huellas que encontró en el motel y en el automóvil, había otras que se parecían —hizo observar Mason al testigo—. ¿A quién pertenecen?
—Supongo que proceden de la joven rubia que devolvió el automóvil a la agencia de alquiler y que…
—¿No lo sabe usted?
—No lo sé.
—Y esas huellas que supone usted fueron dejadas por la joven rubia, ¿las encontró también en el pabellón quince y en el pabellón dieciséis?
—En efecto.
—¿Dónde?
—En diversos sitios: en los espejos, en los vasos, en el pomo de una puerta.
—Y estas mismas huellas, ¿aparecían también en el automóvil?
—Exactamente.
—En otras palabras —declaró Mason—, ¿esas otras huellas hubiesen podido ser también las del asesino de Binney Denham?
—Protesto —intervino Hadley—. La pregunta obliga al testigo a llegar a una conclusión.
—El testigo es un experto —observó Mason—. Le pregunto la conclusión que sacó de sus investigaciones, y la limito a sus observaciones personales.
El juez Strouse vaciló y por fin decidió:
—Autorizo al testigo a que conteste la pregunta que acaba de hacerle míster Mason.
El testigo declaró:
—Por lo que yo sé, y en la medida de las observaciones que realicé, tanto una como otra de las dos personas a quienes correspondían las huellas hubiese podido ser el criminal.
—Y, además, ¿el asesinato pudo haber sido cometido por una tercera persona? —sugirió Mason.
—Exactamente.
—Muchas gracias. Eso es todo.
Erle Stanley Gardner
El caso de la chantajista sentimental
Perry Mason
Stewart G. Bedford es un rico hombre de negocios que recientemente se ha casado con una mujer mucho más joven. Una mañana Binney Denham lo visita y le solicita un "préstamo"; para no publicar la ficha policial de su esposa. Poco a poco se ve envuelto en un chantaje, que se complica cuando Binney aparece asesinado.
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