Eran periodistas, gacetilleros, publicistas, columnistas, directores de periódicos que jamás se veían en puestos ni quioscos, reporteros, «échotiers», gente de levita, gente de trajes raídos, gente de sombrero hongo, gente de gorra, hombres de estoque en bastón, monóculo manchado de yema de huevo —supuestos especialistas en política extranjera que, de América, sólo conocían el cóndor de los Hijos del Capitán Grant, el último mohicano, La Perichole, y El Choclo, tango argentino que era el furor del día…—, quienes venían, a todas horas, «en busca de informaciones»… vagamente amenazantes, afirmando que se seguían recibiendo tremendas noticias de allá, que se sabía de una persecución desatada contra estudiantes y periodistas, de la amenaza que pesaba sobre muchos intereses europeos, y, sobre todo, sobre todo, del raro, rarísimo suicidio de Monsieur Garcin —antiguo cayenero, de acuerdo, pero francés al fin— cuyo cuerpo había sido hallado, hacía poco, colgado de una excavadora inservible, a unos kilómetros de Nueva Córdoba. Detrás de Le Petit Journal, cuya venta sufría una gran merma en esos días, se presentaba L’Excelsior, recordando insidiosamente que en sus páginas los documentos gráficos aparecían con excepcional claridad; detrás de Le Cri de Paris aparecía La Libre Parole, y, de mayores a menores, de diarios de chantaje a revistas de escándalo, llegábase a las hojas de provincia —Bajos Pirineos, Alpes Marítimos, ecos del Norte, faros de Armórica, libelos marselleses…
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02 agosto 2021
14 abril 2021
14 de abril
Y ahí estaba, a los pies del Primer Magistrado, aquel Surgidero de la Verónica donde, en tarja puesta junto a una puerta, se inscribía la fecha de su nacimiento y donde Doña Hermenegilda hubiese largado las quejas de sus cuatro partos bajo los tules de un mosquitero azul como el palomar de afuera… Y ésa era la Villa que caería en manos de las tropas gubernamentales, intacta, sin herida de obús, por capitulación de casi todos los oficiales infidentes, un histórico 14 de abril… Encontrándose abandonado por sus hombres de mayor confianza, sin patrón de barco o goleta que quisiera cargar con él, el General Ataúlfo Galván se encerró en el viejo Castillo de San Lorenzo; construido por orden de Felipe II en un peñón de roca y dienteperro que angostaba la entrada del puerto. Y ahí desembarcó a media tarde, el día de la rendición, el Primer Magistrado, seguido del Coronel Hoffmann, el Doctor Peralta, y una docena de soldados. El vencido esperaba, silencioso, en medio del patio de honor. Sus labios se movían extrañamente, sin que los acompañara la voz, como queriendo emitir palabras que no sonaban. Con un pañuelo a cuadros trataba de secarse un sudor bajado del quepis —tan lloviznoso que se le pintaba en gotas obscuras sobre el paño de la guerrera. El Presidente se detuvo, mirándolo largamente, como midiéndole la estatura. Y, de pronto, seco, tajante: «¡Que lo truenen!». Ataúlfo Galván cayó de rodillas: —«No… No… Eso, no… Plomo, no… Por tu mamacita… No… Por la santa Doña Hermenegilda, que tanto me quería… Tú no puedes hacerme eso… Tú fuiste como mi padre… Más que un padre… Déjame hablar… Me entenderás… Fui engañado… Escúchame… Por tu mamacita»… —«¡Que lo truenen!». Fue arrastrado, gimiendo, llorando, implorando, hacia la muralla del fondo. Hoffmann formó el pelotón. Incapaz de tenerse en pie, el vencido se adosó a la pared; el lomo le resbaló lentamente sobre la piedra, quedando sentado, de botas adelante, bizcas las punteras, con las manos mal apoyadas en el piso. Los cañones de los fusiles siguieron su descenso, deteniéndose en la justa inclinación. —«¡Apunten!». La orden reafirmó la posición de tiro ya adoptada. —«No… No… Un sacerdote… La confesión… Soy cristiano»… —«¡Fuego!… Culatas al suelo. Tiro de gracia, porque era lo correcto. Alboroto de gaviotas. Brevísimo silencio». —«Arrójenlo al mar» —dijo el Primer Magistrado—: «Los tiburones harán el resto».
Alejo Carpentier
El recurso del método
El recurso del método es una obra compleja, escrita en un lenguaje suntuoso, montada sobre un monólogo, que en su momento tuvo una acogida muy entusiasta por parte del público y la crítica, como lo demuestran sus numerosas ediciones, que ya pasan de treinta sin contar los idiomas extranjeros. La mayoría de los críticos reconoció que era un logro apreciable, una novela histórica y política entre cuyas virtudes estaban la paródica autenticidad del mundo narrado, la actualidad de su propuesta y su nivel de experimentación formal. El título de la novela hace alusión al pensamiento cartesiano. Esta es una de las obras cumbres del subgénero narrativo que podría denominarse «novela de dictador», suma o amalgama de varios dictadores de América Latina, como el cubano Machado, el guatemalteco Estrada Cabrera, el mexicano Porfirio Díaz o el venezolano Guzmán Blanco, el personaje central de la trama es soez y aparentemente ilustrado, corrupto, incapaz y de bajísimo vuelo histórico, es una de las creaciones más memorables del autor y un emblema perfecto de una figura histórica que aún hoy hace sentir su peso en Latinoamérica.
16 marzo 2021
16 de marzo
Llegóse al mes de septiembre, y asistí a los tres únicos acontecimientos importantes que pudieron verse en la villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa durante el transcurso de todo un año: el día 8, fiesta de la Caridad, salió paseada en angarillas, bajo palio y en procesión, la Virgen Catalana de la parroquia; siete días después salió, también en procesión, la Virgen de los Frómeta, y, a la siguiente semana, la Virgen de los César, con sus charangas y coheterías. Luego, se volvió a lo de siempre, con algún regocijo familiar traído por un bautizo, o un largo doble de campana traído por una muerte… Después de haberme abierto el universo de Martí, en el cual penetraba yo con creciente admiración por quien había entendido su época como nadie, en la Europa de su tiempo, habría sido capaz de hacerlo por confinarse entre horizontes demasiado inmediatos, mi médico, más requerido por mi amistad que por mis muy escasos achaques, seguía divirtiéndome prodigiosamente en su continuo hallazgo de textos singulares, que me llevaba con el orgullo del cazador ufano de haber derribado una liebre con certera puntería. Esta vez, se trataba de un texto bastante inesperado, en realidad, agarrado al vuelo en uno de los muchos tomos de las Memorias de Saint-Simon: “El día 16 de marzo (1717), día de Pentecostés, Pedro Primero, Czar de Rusia, fue a los Inválidos, donde quiso verlo todo. En el refectorio probó la sopa de los soldados y también su vino, dándoles el trato de… camaradas—“¡Ya entonces! ¡Como hoy!…A usted, que es de allá, debe interesarle mucho esto…” Confieso que tuve un reflejo de defensa. El doctor nunca me hablaba de política. Escaldada como lo estaba por los acontecimientos que había padecido en carne propia, reaccioné con forajida suspicacia, oliéndome la trampa, donde acaso no había ninguna: —“No veo por qué esto tiene que interesarme muy especialmente.” —“Bueno… Por lo de Pedro el Grande.” Y ahora, yendo en pos de su idea: “La palabra está en Moliére… Y resulta que su origen es español… Siglo xvi… De “camada”, camarada: compañero de una misma camada… También la encontré en Quevedo…” De súbito, unos telones que tenía obstinadamente corridos en tomo a mi existencia presente, se rasgaron. Y volvieron a rodearme algunas sombras ya remotas, puestas en su ambiente primero: “Camarada es palabra que se encuentra en Quevedo.” Esto —lo recuerdo claramente— me lo dijo Enrique, la primera vez que hablamos —largamente hablamos— en aquella taberna de Valencia donde premonitoriamente se me pintó un mundo al cual él mismo habría de llevarme… Me esfuerzo en zafarme de lo vivido, en borrar mis propias huellas, en olvidar los caminos recorridos. Pero esos caminos me siguen los pasos, se me alargan como los tiros de un arreo, enganchándome finalmente a un carro de vivencias, cuya carga de rostros, trajes, máscaras, disfraces y telones, se me acrece con los años. “Aunque encubras estas cosas en tu corazón, yo sé que de todas te has acordado ” —léese en el Libro de Job. Job eres ahora, en comparación con lo que quisiste ser. Pero, aunque hayas querido abdicar de ti misma, no puedes hacerlo. Y ahora, por exorcizar tus propios fantasmas, les sales al paso, les abres las puertas, y los invitas cada día a que hablen por tu mano en unas notas que vas acumulando, con creciente placer, en un gran Libro de caja, de hojas cuadriculadas, con tapas de cartón amarillo que, a falta de algo más elegante, has podido conseguir en una tienda mixta de aquí. Escribes unas memorias que a nadie se destinan y que, por la imposibilidad de decirlo todo a partir de ciertas experiencias compartidas, se detendrán en el umbral de los actos más significantes de tu intimidad de mujer, que precisarían de palabras mayores para explicar lo que a menudo dimana de lo irracional. Y, llevada por tu trabajo sin más objeto que el grato cumplimiento de una tarea sin objeto (“encanto siempre renovado de una ocupación inútil”, escribió Ravel bajo el título de sus Valses nobles y sentimentales) te dejas arrastrar —tú eres quien ya no ofreces resistencia— por los recuerdos más ordenados y coherentes que logras hacer bajar al papel gradualmente obscurecido por la tinta de tu pluma… Y si toda práctica iniciaca implica la prueba de un Viaje, diremos que tu primer viaje se acompañó, para ti, aunque no tuvieses conciencia de ello, de un primer encuentro con la Historia. Recuerdas, sí, recuerdas…
Alejo Carpentier
La consagración de la primavera
Su acción comienza a finales de la década del treinta del siglo XX, en uno de los hospitales de descanso de los heridos de las Brigadas Internacionales y culmina en la Batalla de Playa Girón, hecho histórico que mucho conmoviera a su autor. Es esta una novela –clasificada por el propio Alejo como “la más ambiciosa y larga, a la vez que la más política, resuelta y decididamente revolucionaria”– que entrecruza disímiles espacios y tiempos, a partir de la intensa vida de sus personajes protagónicos, Vera y Enrique, relatores, ambos, de sus respectivas historias, las que convergen, al final, en el triunfo de un nuevo mito en Cuba. Obra que deslumbra, de modo especial, por la simpática erudición de que hace gala Carpentier, de su dominio del lenguaje y de su indiscutible madurez narrativa.
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