04 abril 2021

4 de abril

LAS BALAS SILBAN EN TORNO A KOLDEWEY

En el año 1878, un arquitecto de Boston llamado Francis H. Bacon, de veintiún años de edad, y su amigo Clarke emprendieron viaje hacia Grecia y Turquía. Clarke preparaba un trabajo histórico sobre la arquitectura dórica, y Bacon se disponía a hacer las ilustraciones.

Además de una modesta subvención de la Sociedad de Arquitectos de Boston, cada uno de ellos llevaba quinientos dólares.

«Cuando hacíamos la travesía hacia Inglaterra —escribe Bacon más tarde—, calculamos los gastos a que ascendía todo lo proyectado y observamos que no teníamos bastante dinero para realizar nuestro viaje como era debido, en vista de lo cual decidimos comprar en Inglaterra una embarcación que nos sirviera de medio de locomoción y a la vez de hotel. Dado su modesto tonelaje, nuestro itinerario quedó fijado como sigue: atravesar el canal de la Mancha, remontar el Rin, luego seguir el Danubio hasta el mar Negro, y de allí, pasando por Constantinopla y los Dardanelos, visitar el archipiélago helénico y la península. Y así lo hicimos».

Tres años más tarde, estos emprendedores jóvenes arqueólogos hacían su segundo viaje y se dirigían a Aso, en la costa meridional de la Tróade. Hombres de ciencia, pero jóvenes, traían también en su bagaje gran acopio de buen humor.

«El 4 de abril de 1881 —escribe Bacon—, después de mucho regatear, por ocho libras compramos una embarcación como las que se usan en el puerto de Esmirna; la remolcamos desde la popa del vapor, y dejando atrás el muelle y a muchas personas ávidas de hachisch pusimos rumbo a Mitilene. Un suave viento del norte nos detuvo. Aprovechamos la parada para limpiar y pintar nuestra barca. Discutimos sobre el nombre que debíamos darle, y como no pudimos ponernos de acuerdo sobre si llamarla Anón, Safo o cualquier otro ilustre nombre clásico, la bautizamos con el de Meschitra, vocablo que quiere decir “queso fresco”».

El 1 de abril de 1882 se les unió un tercero, el alemán Robert Koldewey, que veinte años después sería uno de los más famosos arqueólogos de nuestro siglo.

Entonces contaba veintisiete años de edad. El 27 de abril de 1882 decía Bacon de él: «Koldewey produce mejor impresión cuanto más se le conoce, y es precisamente el hombre que nos conviene a Clarke y a mí». Ésta es la primera referencia que tenemos de Koldewey, transmitida por un compañero suyo de profesión.

Y, después de este preámbulo, dejemos a Clarke y a Bacon, que en el orden de los grandes descubridores arqueológicos quedan muy por debajo de este gran investigador a quien un día permitieron participar en su expedición.

Robert Koldewey nació en 1855, en Blankemburgo, Alemania. Estudió arquitectura, arqueología e historia del arte en Berlín, Munich y Viena. Antes de cumplir treinta años hizo algunos trabajos de excavaciones en Aso y en la isla de Lesbos. En 1887 trabajó en Babilonia, en Surgal y El-Hibba; después, en Siria, en el sur de Italia y en Sicilia y, en 1894, nuevamente en Siria.

Durante tres años, de los cuarenta a los cuarenta y tres, fue profesor de la Escuela de Arquitectura en Görlitz, tarea que no debía satisfacerle demasiado, cuando de pronto, en el año 1898, empezó la excavación de las ruinas de la bíblica Babel o Babilonia.

Koldewey era una personalidad extraordinaria, como hombre y como científico, sobre todo si le comparamos con sus compañeros de profesión. La arqueología suele tratarse en las publicaciones especializadas de la manera más fría y aburrida. En cambio, para Koldewey, su amor por las excavaciones y los restos de la Antigüedad no le impedía observar el país que pisaba y sus habitantes, los mil acontecimientos divertidos que la vida cotidiana brindaba. Nada podía vencer en él su desbordante buen humor.

C. W. Ceram
Dioses, tumbas y sabios
La gran aventura de la arqueología

«Cómo lograr que la arqueología resulte emocionante». Ese es el secreto que descubrió C. W. Ceram y que nos revela en su libro Dioses, tumbas y sabios. Como si de las aventuras de Indiana Jones se tratara, el autor nos narra los descubrimientos arqueológicos más importantes de la historia: nos lleva a las pirámides de Egipto (y al desciframiento de la piedra de Rosetta), a Nínive (y al desciframiento de la escritura cuneiforme), a la enterrada Pompeya, a Troya, incluso a los imperios azteca y maya. Ceram consigue que las ruinas hablen de su historia, y más aún, hace que la aventura que supuso descubrirlas sea más interesante que cualquier película.

La lectura aúna el interés científico con la aventura de forma tal, que aprendes Historia sin darte cuenta, porque en este libro (para todos los públicos, tanto para jóvenes como para adultos) lo importante es divertirse y emocionarse con los desafíos de la arqueología.


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