04 octubre 2022

BLANCA DE CASTILLA

 BLANCA DE CASTILLA

La royne Blanche, comme ung lys,
qui chantoit à voix de sereine…


GENTIL era, y rubia; tenía los ojos claros de su tío Juan Sin Tierra; sería menuda y graciosa, como lo eran las leonesas, y sabía toda la cortesía de la vieja, rica y gótica León, que no la gastaban mayor los papas de Roma.
Blanca, ya lo dice Villon, era blanca como un lirio, y cantar cantaba con voz de sirena. Sobre la voz de las sirenas, desde el viejo y alegre Homero, se ha escrito mucho. Blanca tendría la voz grave y acariciadora de las sirenas atlánticas, y con ella cantaría los romances castellanos, los amores del conde Olinos, o aquel que comienza:
De Francia partió la niña,
de Francia la bien guarnida…

Como en el romance, cuando iba a bodas con el delfín de Francia:
A las puertas de París
la niña se sonreía.

Trece años, trece brisas de abril en los altos álamos de Castilla, en los chopos de las riberas del Duero, del Pisuerga, del Arlanzón; trece brisas de abril, trece rosas, trece jilgueros en el corazón. Trece años tenía la novia.
¿De qué vos reís, señora?
¿De qué vos reís, mi vida?

Cuando visita los feudos de Issoudun y Graçay que Juan Sin Tierra le regala, todo el Berry es primavera; pero la primavera en el Berry es melancólica para las princesas. Quizás Blanca de Castilla tomó del pálido cielo del Berry, para sus ojos claros, una sombra nostálgica.
Luis VIII la quiso bien. Luis VIII el León era político, soldado y ambicioso. Gustaba de los quesos picantes del Nivernais y del vino tinto de Burdeos, que por aquellos días lo bebían los coléricos ingleses. Tuvieron doce hijos: uno de ellos fue Luis el Santo, el cruzado. Luis el León guerreó toda su vida contra el inglés y contra el hereje, y Blanca pasó años enteros sin verlo, cuidando su nidada en su palacio de París. Así pasaron, largos o breves, alegres o tristes, veintiséis años. Luis murió lejos de Blanca, en el Languedoc, con la espada desenvainada contra el albigense. Dicen que cuando la fiebre que diezmaba su ejército se llevó su último aliento, ya tenía Luis en su cabeza gusanos verdiblancos que asomaban por la maraña de la blanca y laica cabellera.
Muerto Luis el León, Blanca de Castilla reinó en Francia por la minoridad de su hijo Luis IX.
—Hijo, prefiero verte muerto que en pecado mortal —dijo Blanca a Luis.
Así educaba la reina al rey.
Luis IX hallóse un día con la muerte en la cabecera de su lecho, y aunque por sí no le tomó miedo a la guadaña, tomóselo por su reino y sus hijos y se ofreció cruzado si Dios lo libraba. Y un día de agosto del 1248 Luis IX embarcaba para Tierra Santa, y Blanca de Castilla, por segunda vez, gobernaba Francia. Hay que decir cómo la gobernaba: con generoso corazón y mano dura, a manera de madre. Ella unió el Languedoc a Francia y fue, en ímpetu, paciencia y visión, una Capeto más.
Peleaba Luis IX contra el sarraceno en Levante por la libertad del Santo Sepulcro, cuando Blanca murió. Blanca vistió hábito benito e hizo votos meses antes de morir. Había fundado la abadía de Maubuisson, de la regla de Cister, con el nombre de Santa María la Real. La abadesa de Maubuisson nada tenía que envidiar a la de las Huelgas de Burgos, de la que se dijo un día que si el papa hubiera de casar no encontraría mejor partido en toda la redonda cristiandad. Allí, en la iglesia de Maubuisson está enterrada Blanca. Cerca del huerto de la Abadía, vicioso de manzanos bernardinos, corre el Oise. Entre Creil y Pontoise el Oise es como un río de Castilla, como Duero caudal, Arlanzón o Pisuerga. Los álamos son lanzas verdeplata que crecen hasta las nubes para ver las torres de París. El río, turbio y manso, canta de molino en molino. Molinos trigueros como molinos castellanos. Blanca, blanca como un lirio que cantaba con voz de sirena, duerme allí. No penséis en madama la reina pensad en una niña de trece años que un día, por Roncesvalles, de Castilla pasó a Francia. Como en un romance, la niña se sonreía. Menuda, graciosa, rubia, los ojos claros, trece años en la cintura, en la boca, en las mejillas.
A las puertas de París
la niña se sonreía
¿De qué vos reís, señora?
¿De qué vos reís, mi vida?

Pensad en esta sonrisa; os aseguro que era libre como mariposa y dulce como miel. En las puertas de París, a caballo, está el delfín. Blanca, de oro y rosa, le hace la más grave y pausada reverencia de la cortesía de León.

BALADA DE LAS DAMAS DEL TIEMPO PASADO
Álvaro Cunqueiro

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